XX. Belém, Brasil. 9 de Octubre 1982
- Senhora. Não têm nenhum ninguém, fui três dias atrás.
- Perdone… No hablo portugués. ¿Qué dice?
Y el viejo de la casa de enfrente en su mecedora me dice en otra vez en español.
- Que se han ido. La senhora y la menina. Ha tres días.
Se han ido… así que se han ido…
Sin importarme mucho lo que pensara el viejo, empujé la verja y entré al jardín de la casa. Era precioso, lleno de flores de mil colores y arbustos frondosos en los pies de cada una de las palmeras que llenaban todo el espacio. En el medio de todo este parque de fantasía había un gran prado de césped verde brillante con una bicicleta pequeñita rosa recostada de un pozo de piedras amarillas rodeado de trinitarias azules, como en los cuentos de princesas y más allá unos columpios de metal que todavía se mecían con el viento.
Al fondo había una escalera de piedras que llevaba hasta la entrada de la casa. Pero más que una casa parecía un palacete de la conquista, todo rosa pálido con columnas de piedras blancas y ventanales gigantescos bañados de luz. Unas palmeras a la entrada rodeaban las grandes puertas de madera maciza que cuidaban aquella casona. Tomé entre mis manos la empuñadura de hierro negro en forma de pajarito y la giré. Estaba abierta. Empujé la puerta pesada y me asomé al interior esperando que alguien me detuviera. Pero no había nadie.
Por dentro era tan bella como por fuera. Un gran salón color verde agua con tapices en las paredes y unas escaleras regias de cemento pulido que subían por toda la pared de la derecha te daban la bienvenida a esta casa antigua, coqueta y cuidada que no tenía nada feo, nada de más y definitivamente nada de menos que lo perfecto.
Había juguetes por todas partes. Muñecas y más muñecas rodando por el suelo y cochecitos aparcados en el pie de la escalera y peluches y patines en los rincones… todo, había todo para ser feliz.
Seguí caminando hasta llegar al salón principal donde una gran foto de Noach y su esposa me cortó la respiración. Ella vestida de novia, con su velo y sus flores y él… perdido en su mirada de enamorado bajo el embrujo de esta morena perfecta y sonriente que derrochaba felicidad. Tenía ganas de vomitar. Tanta belleza y tanta risa me ponía enferma de tristeza, de envidia y de dolor.
Nunca había visto su cara. Y era, sin duda, una bella mujer, “es” una bella mujer. Con el pelo largo, negro, la piel morena y unos ojos amarillos rallados como el ámbar que hablaban prácticamente solitos. Justo al lado otra foto, tan grande y tan asquerosa como la de antes: La familia feliz… Noach, la mujer y una niña de pelos dorados, con los ojos de la madre, la sonrisa traviesa del padre, la piel canela y unos hoyitos en los cachetes regordetes que daban ganas de morderlos. Parecía un angelito de lo bella que era. Un angelito malo que me había arrancado la vida antes de tiempo. Una brujita sucia y mala… como la madre. Saqué la foto del portarretratos, la doblé y me la metí en el bolsillo del vestido.
Seguí mi paseo por aquella casa vacía. Tenía la impresión de que estaba entrando en la vida de otra persona, como si le robara su intimidad, como si la violara. Me estaba convirtiendo en ella, me estaba empapando de ella a ver si así la entendía mejor o si la odiaba mejor.
Subí las escaleras, me metí en su cuarto, sobé su ropa bonita y fina, me senté en su cama de reina, olí los perfumes delicados de su almohada de hilo, me miré en su espejo.
Pero si Noach tenía todo aquí ¿por qué carajo se fue a meter conmigo allá en el fin del mundo? ¿Por qué me buscó una y otra vez? ¿Por qué se hacía pasar por un marinero muerto de hambre cuando era el marido de la mujer más rica de Belém?
- No te entiendo Noach. Ahorita si es verda’ que no entiendo na’ –me dije en voz alta ahí, sentadita encima de esa cama blanca viéndome a mí misma tan simple, tan poquita cosa frente a aquel espejo rococó lleno de recovecos por todos los lados, creyéndome yo también, por un ratico, reina y señora de aquel castillo imponente.
Las pobres… Se ve que salieron muy apuraditas de aquí porque dejaron tantas cosas atrás, tantas fotos y joyas y recuerdos.
El cuarto de la niña era todo rosa, con flores por todas partes y muñecas y muñecas y más muñecas de todos los tamaños y colores imaginables. Tenía la casa de las muñecas, el salón de té de las muñecas, el carro de las muñecas, el perro de las muñecas y mira tú… hasta el avión de las benditas muñecas tenía la condenáa.
La luz entraba cálidamente por las ventanas y todo era tan luminoso, tan claro, tan bonito que daban ganas de llorar nada mas de pensar en mi hueco oscuro y sucio allá en Curazao. La menina ésta debía ser muy grande porque la cama era tamaño adulto y de los grandotes, con unas mosquiteras blancas finísimas y transparentes que llegaban hasta el suelo y que más que cuidarte de los mosquitos te hacían soñar con la Blanca Nieves en su palacio antes que la raptaran los siete feos. Las almohadas suavecitas de plumas, las pantuflitas en el pie de la cama. Toda una habitación de princesita feliz. Al subir la mirada mis ojos se quedaron fijos en la pared. Tres letras pintadas sobre la cama con colores pasteles y maripositas alrededor que decían: “EVA”. No pude evitar sonreír. La princesita se llama Eva…
Fui a la cocina, abrí la nevera y por supuesto estaba llena con carnes y frutas y dulces que empezaban a oler mal… Había un gran horno para el pan y como diez fogones para preparar comida como pa’ un ejército aquí adentro.
Cada estancia tenía jarrones maravillosos con flores marchitas y tristes que se pudrían poco a poco pero el olor a gente y a vida seguía pegado de las paredes, ese si no se pudría ni se secaba. Todavía había vida aquí adentro.
¿Pero pa’ donde se fueron estas dos?
Me metí en cada rinconcito de aquel castillo, registré cada esquina pero nada, aparte de felicidad y belleza, no encontré nada.
Volví a recorrer la casa todita una y otra vez, escaleras pa’ arriba, pa’ abajo, cocina, cuartos, closets, despensas… nada, ni una pista de su paradero.
- Estas dos bichas se esfumaron y no dejaron dicho padonde…–me dije a mi misma dejándome vencer por la derrota en el medio de aquel enorme salón. Me temblaban las manos de la rabia. No sabía qué hacer, mi cabeza estaba en blanco y no se me ocurrían más ideas.
- Necesito aire –empecé a caminar hacia la puerta desesperada por salir de esta torta merengada que me empalagaba hasta las entrañas cuando un piquito blanco chiquitito que salía por la esquina de puerta me paro en seco. ¡Lo encontré!
En la parte de atrás de la puerta había una pequeña caja de madera, como un buzón de correos o algo así que no había visto antes, con un sobre blanco que salía por el lateral. Lo cogí. Tenía escrito “Noach” en grande con una letra bonita y apurada. Lo abrí y no entendí nada, estaba en portugués y firmado por ella, “Sonia”. Sabía que ahí estaba escrito lo que quería saber. Sabía que se llamaban Sonia y Eva y sabía que las iba a encontrar tarde o temprano.
Doblé el papel, lo metí en el mismo bolsillo de la foto, le di la espalda a la casa del cuento de hadas y me fui.
Puse la carta toda doblada encima del escritorio de Fabiano.
- Necesito que me la traduzcas –le dije interrumpiendo lo que fuera que estaba haciendo.
Él colocó su lápiz delicadamente sobre la mesa, cruzó los brazos levantó su mirada cansada hacia mí y dijo con voz calmada:
- Está pidiendo demasiados favores Alma. No soy tradutore.
- Por favor Fabiano. No es un favor, le pagaré apenas pueda. Necesito saber qué dice… Por favor.
Tomó de mala gana el papel entre sus manos viejas y empezó a canturrear el contenido.
- “… No llegaste nunca… No pude esperar más… Demasiado Miedo… Puede pasar cualquier cosa… Tu hija nos necesita… Estaremos esperándote… La casa de mi tia… Lisboa… calle tal y tal…. Tuya siempre… Sonia.” –la tiró otra vez a la mesa–. Ya está. ¿Contenta?
- Sí, gracias –Tome el papel en mis manos y lo volví a guardar.
Le di la espalda y empecé a caminar hacia la puerta del camarote. No puedes parar aquí Alma… Esto no se acaba aquí, cueste lo que cueste esto no puede parar aquí.
- Necesito ir a Lisboa –le dije con voz decidida. Como si le estuviera dando una orden a este marinero antipático de tercera edad que no mostraba ningún aprecio por mí.
Sus carcajadas chocaron con mi piel como piedras calientes. No sé si se estaba burlando de mi o si la situación de verdad le daba risa, pero estaba dispuesta a todo con tal de que alguien me llevara hasta Lisboa. A todo.
- La Santa Madonna… Pero tú qué te crees… ¿Que eso está aquí al lado? Por favor Alma, búscate otro barco y otro loco que te haga el favor.
Me fui hacia él y apoyé mis manos en los brazos de la silla. Lo miré fijamente a los ojos como si pudiera embrujarlo con mi mirada y le susurré:
- Te pagaré, te lo juro que te pagaré.
- ¿Ma cómo va a pagar? ¿Con qué? No es dinero lo que necesitas es un milagro y un barco que vaya a Portugal, porque definitivamente este… No es….
- Pues entonces ayúdame a buscar uno–me arrodillé frente a él –. Te lo suplico Fabiano por favor ayúdame, mi vida depende de ello –él se levantó empujándome a un lado como si fuera un mueble cualquiera–. Tu no me conoces es verdad y... ¿Por qué querrías ayudar a una pobre mujer que acaba de perder a su hijo y a su marido? Es verdad, no tienes por qué, pero te lo estoy suplicando, implorando. Ayúdame a encontrar a alguien que me lleve, por favor. Yo pagaré… Lo que haga falta lo pagaré de verdad, ahora no tengo dinero, pero lo tendré te lo juro y pagaré hasta el último centavo si es necesario. Lo pagaré de verdad. Por favor no me dejes así. No me hagas esto.
Sólo una vez en mi vida le supliqué así a alguien. Fue a Noach cuando me quedé embarazada y ese día después de humillarme hasta lo más profundo que se puede humillar una persona, me juré a mí misma que jamás, jamás lo volvería a hacer. Y mírame ahora… igualita… tirada en el suelo mendigándole a un desconocido que me lleve al otro lado del mar. Dispuesta a dar lo que no tengo, a hacer lo que sea con tal de ponerme frente a frente con esa mujer y quitarle lo que yo también tuve. Mi vida ya no vale nada, ya no me interesa. Mi persona ya no soy yo ni es mía. Ahora todo, todo, todo se limita a ellas ¿por qué? No lo sé, pero es así.
- Pídeselo a Dios Alma, no a mí. Reza un poco, tal vez eso ayude.
- ¿Acaso no te has dado cuenta todavía que Dios ya me
abandonó hace mucho?
- Solté una risa falsa –solo estoy yo
aquí, Dios no quiere nada conmigo. Por alguna razón divina creo que
no nos caemos bien.
Hubo silencio. Fabiano respiraba fuerte y no se atrevía a verme directamente a la cara. Estaba nervioso, incómodo y no paraba de moverse. Creo que este pequeño paréntesis religioso le hizo sentirse un poco responsable. Pobre hombre, parece un abuelito preocupado por mi bienestar divino y mi salud espiritual.
- Yo no puedo llevarte Alma. Este barco no llega tan lejos. Tal vez conozca a alguien aquí. No sé, tengo que ver. No te aseguro nada –se volteó y se fue. Yo sonreí. Si tengo que valerme de Dios o del Diablo para llegar a Lisboa, la verdad me da exactamente lo mismo.
Estuvimos dos días más en Macapa. Dos días eternos y pesados. La mayoría del tiempo estaba encerrada en el mini-camarote asqueroso que me habían dado, ronroneando una y otra vez en mi cabeza este dolor infinito que tenía por dentro y que sólo lo calmaba la foto de esa niñita en mi bolsillo. Era mi clavo… Ella era mi clavo que iba a sacar mi otro clavo. Mi Salvador por el precio de una Eva barata que daba vueltas y vueltas en mi cabeza.
Poco a poco la venganza se convirtió en esperanza y el dolor en enfermedad crónica. Sólo respiraba para ella y por ella. Eva iba a ser mi final feliz. Mi paz. Y lo que poco a poco se estaba cocinando como una obsesión insana dentro de mis tripas iba a florecer como claveles en el más dulce sacrificio de amor que una madre necesita para recuperar lo que le fue arrebatado. “A alguien le toca pagar mi querida Eva y yo te escojo a ti”.
Un golpe seco sonó en la puerta, era Fabiano.
- Esta tarde sale un carguero para Marsella, es lo más cercano que pude conseguir.
- Marsella está bien –le respondí aliviada.
- Si… Marsella está bien, el carguero no tanto –no entendí mucho a qué se refería–. Conozco al capitán, vamos si se puede llamar capitán. Es más un pirata descerebrado que conduce un barco… No puso “peros” cuando le dije que una mujer sola quería que la llevaran a Marsella. Él y toda la tripulación estaban más que contentos.
- No te preocupes por mí, yo sé cuidarme sola.
- No es cuidarte Alma, es sobrevivir. Podríamos esperar unos días más a ver si consigo otra cosa.
- No. Ya has hecho suficiente por mí. Y además, no puedo seguir esperando. Me voy a volver loca aquí.
- Como quieras –se dio media vuelta para irse por donde vino cuando lo llamé por su nombre y le dije:
- Gracias.
- No sé yo si gracias es lo que me quieres dar.
Eran las 5:42 y el sol ya había empezado a acurrucarse entre las nubes. Yo estaba ahí paradita con mis macundales en una bolsa plástica entre las manos y mi nuevo libro Le Français en 100 mots que me regaló Fabiano antes de irme. Lo único que me faltaba era ponerme un lacito en la cabeza y envolverme de papel regalo para tirarme a la jauría de leones que tenía en frente.
El Pandora era un buque de carga mediano y algo viejo la verdad. Desde el muelle parecía más bien como el barquito de Popeye pero en grande… en muy grande.
El casco es negro, desconchado y con manchas de óxido atravesándolo de la popa hasta la proa. A un lado estaba descolgada la escalera de hierro que me iba a llevar hasta cubierta. Hay movimiento por todos lados, hombres que suben y bajan, cuerdas que caen, tractores, cadenas, y yo… yo en el medio de todo esto tratando de hacerme la fuerte, pero qué va, tengo un nudo en la garganta que no me deja respirar y aunque me cueste admitirlo, miedo… miedo de encerrarme en este monstruo marino de ojos de escotillas por diecisiete días a la voluntad de un ejército de bestias que pueden hacer conmigo lo que les dé la gana.
Tomo aire, piso bien fuerte el suelo bajo mis pies “para no olvidarlo” y subo el primer peldaño, el segundo, el tercero… uno tras otro contando en voz alta para tratar de no pensar en otra cosa. Empiezo a oír silbidos en el aire, piropos, gritos, aullidos y creo que alguno hasta sacó una cacerola para hacer más ruido a medida que iba escalando los miles de escalones que subían al barco.
Al fin llegué arriba.
La cubierta era un laberinto de cadenas y cuerdas serpenteando por el suelo junto con metros interminables de gruesos cables enrollados en círculos por todas partes. Todo estaba sucio y ennegrecido y no me atrevía a tocar nada porque tenía la impresión de que había grasa pegada hasta en aire que respiraba.
El aire: olía fuerte, a combustible, a sudor, a máquina… y el ruido… El ruido no paraba nunca. Por encima de la gritería y el jaleo de los marineros, había una especie de BRRRRRR permanente que vibraba y se me metía por la piel junto con los estruendos metálicos de los contenedores y el rodaje chirriante y agudo de las cadenas, me atormentaba todo, me desorientaba.
Al fondo, bordeando la pared del otro lado de la cubierta, pude ver a un par de ratas caminando tranquilamente entre los pies de los marineros. Parecían felices… como si estuvieran conversando amablemente mientras se iban de picnic por ahí. Casi se me salen los ojos de la grima. Casi caigo ahí de largo a largo como una escoba.
Una mano me tomó por el brazo, di un salto y él también porque mi corrientazo le debió haber llegado hasta la médula. Creo que me insultó mientras se sobaba la mano pero no puedo asegurarlo porque no entendí nada de lo que dijo.
Me quedé viendo fijamente esperando a que dejara de quejarse. Qué niñita de verdad… tampoco le hice gran cosa… Me volvió a decir algo en francés y creo que era más una orden que otra cosa, pero seguía sin entenderle. Me volteó los ojos con desesperación y me hizo señas para que lo siguiera.
Atravesamos hasta el medio de la cubierta donde un pequeño edificio se alzaba delante de mí. El marinero abrió la puerta y me indicó que lo siguiera por unas estrechas escaleras oscuras que terminaban en una puerta cerrada de metal. Volvió a abrirla y entró dando voces y señalándome a mí detrás de él.
Me asomé tímidamente. Había tres hombres ahí adentro más el marinero que me trajo. Supongo que el capitán era el gordo del café humeante con el habano kilométrico entre los dientes, había otro flacucho con cara de tuberculoso sacando cuentas encima de un mapa que ocupaba toda la mesa central y un barbudo pelirrojo que tenía pinta de espantapájaros más que de marinero.
Yo simplemente me paré ahí a que me vieran y me detallaran de arriba abajo como una venta de esclavos. Empezaron a hablar entre ellos, a reírse entre chiste y chiste a mi costa hasta hacerme sentir menos que un residuo en el zapato. El flaco con cara de enfermo no se reía, de hecho ni siquiera estaba en la conversación de los otros tres, el seguía pegado a su mapa sin siquiera levantar la vista como si yo no estuviera ahí o como si fuera sordo. ¿Tal vez es sordo?
- Buenas tardes mademoiselle… –dijo el gordo del tabaco caminando hacia mí–. Golven Pichon para servirle. Yo soy “Le Capitain” del Pandora–. Me tomó la mano, le hizo un beso silencioso y la soltó rápidamente cuando una pequeñísima descarga (que lo juro no fue mi culpa) aterrizó directo en sus labios mojados. Se rascó la boca con la mano mientras me veía alagado–. Oh la la, hay electricidad entre nosotros je supose…–y me regaló una enorme sonrisa amarillenta con pedazos de tabaco entre los dientes e hilos de saliva pastosa en los labios. Era tan gordo que respiraba como un tubo de escape, como los perritos esos ingleses que parece que le hubieran aplastado la cara con un sartén, pues igualito, respira igualito y de hecho hasta se parece a los perritos esos, solo que más feo.
- ¿Usted se llama?
- Alma –carraspeé la garganta y repetí con mejor voz–: Alma.
- Encantado Alma, le presento al primer oficial: Monsieur Tristan Gueguen, también llamado “Le Berre” –dijo riéndose junto con los otros y exagerando muchísimo el ronroneo este francés que parece más que estuviera haciendo gárgaras de agua saláa que hablando. Al Tristan no le hizo mucha gracia el chiste, pero ya por lo menos sé que no es sordo. Me saludó tímidamente con la mirada y siguió metido en su mapa.
- El Timonero… Monsieur Enzo.
- Leroux, Leroux–dijo el tal Enzo levantando la voz como para corregir al capitán.
- Sí sí… El prefiere Leroux… por el pelo.
- Y supongo que ya conoció a Kadog nuestro “Bon a tout faire”. Él le mostrará su camarote. Muy cerca del mío, por si hay cualquier problema digo… Ahora fuera, esto no es sitio para mujeres.
Volvió a meter en habano en su boca, se volteó y le hizo señas a Kadog para que se fuera.
Caminamos por cubierta bajo las miradas de todos y cada uno de los que estaban ahí trabajando. Le gritaban cosas aparentemente graciosas a Kadog, le lanzaban esponjas, cuerdas… él se limitaba a reírse y a mostrarme como una gran adquisición dando las gracias a la multitud. Cruzamos una puerta y de ahí, empezamos a bajar.
Menos 1: Sala de esparcimiento. Con una TV chiquitica, un sofá peludo color mostaza y dos mesas de cartas.
Menos 2: Comedor. Con todas las sillas y las mesas atornilladas al suelo a prueba de agitaciones.
Menos 3: Los camarotes a un lado y otro de un estrecho pasillo oscuro decorado con una amplia gama de marrones y unas cuantas luces de neón titilantes que no alumbraban prácticamente nada. A los laterales en el techo unas especies de chimeneas atravesaban todas las plantas y transportaban desde cubierta el único aire respirable de esta cueva. ¡Era horrible! ¡Totalmente horrible!
Kadog me abrió la puerta de uno de los últimos camarotes a la izquierda y me dijo contento:
- ¡Voila!
Esperó a que yo cruzara la puerta, la cerró rápidamente a mis espaldas y se fue. Me quedé sola en este hueco del fin del mundo. Íngrima y sola.
Sentí cómo se empezaba a formar una lágrima en mi garganta y rápidamente saqué la foto de la pequeña Eva de mi bolsillo. La vi y así sin más sentí como todo regresó a su sitio, todo tenía su razón de ser y su por qué. Volví a tomar el control de mí misma, respiré y recosté la foto en el taburete minúsculo que tenía al lado de la litera y esperé… esperé hasta que empezara todo.
A eso de las ocho y algo empezó una música de feria a sonar a todo volumen por todo el barco. Me asomé por mi camarote, pero no vi a nadie. Decidí salir a ver qué era lo que pasaba y a medida que subía las escaleras se oía más y más bullicio. Era la llamada a la cena y cuando me asomé al comedor ya estaban todos ahí con sus bandejitas de plástico en sus mesas a prueba de olas comiendo como animales.
Un incómodo silencio se apoderó de la sala apenas yo entré, pero no duró mucho antes de que un moreno alto al fondo con cuello de jirafa soltara un chorro de francés por la boca y todos los demás explotaran en una risa contagiosa que no paraba nunca. De ahí en adelante fueron gritos, alborotos y chistes incomprensibles saltando a mí alrededor.
Me quedé como una estatua parada ahí en medio. Con mi peor cara de bruja maléfica los mire a todos y a cada uno de ellos con tranquilidad, deteniéndome en cada detalle, en cada fisonomía. No quería pasar por alto a ninguno porque sabía que tenía que recordarme de todas estas caras cuando fuera necesario. Poco a poco se fueron callando, como si yo fuera la maestra y ellos mis nuevos alumnos: Las bestias salvajes.
Al cabo de un tiempo se habían domado… Es cómico… creo que me tienen miedo o respeto o algo. Nadie se mueve y uno por uno han ido bajando la mirada al suelo o a sus bandejitas de comida. ¡Cobardes!
Sonreí y me acerque al self service, cogí una manzana, un paquetito de galletas y justo al inclinarme para tomar una botella de agua, sentí una fuerte nalgada en mi culo que casi me tumba al suelo.
Me giré como una leona, prendida en fuego y echando chispas, vi al pelirrojo del timón sonriendo como un idiota y con cara de “Musiú envalentonado”.
Él quiso empezar a decir algo a los demás, pero no le dio tiempo. Mi mano derecha soltó la manzana de golpe y violentamente se fue derechito hasta su cuello, el muy imbécil quiso dárselas de fuerte y zafarse de mí, pero apreté con fuerza su garganta mientras la energía eléctrica corría por mis venas o más bien por mis cables con la fuerza de un huracán enloquecido. Lo empujé a la pared y le solté tal cantidad de voltios encima que pude sentir como su sangre hervía por dentro de su fina y arrugada piel.
Al cabo de un momento paré.
Despegué mi mano que estaba adherida a su piel y de hecho me tuve que despegar los pedacitos de piel que se habían quedado pegados en mis dedos.
El colorao ese calló al suelo como una piedra, seguía temblando y tenía los ojos abiertos. Estaba vivo, no lo había matado. Ya se recuperará…
Me arrodillé para coger mi manzana y otro paquetito de galletas, porque las que se habían quedado en mi otra mano las había vuelto polvo.
Todos me miraban boquiabiertos (menos el capitán que seguía comiendo como si nada) con caras de terror y susto. Exactamente lo que yo quería.
Tomé aire y con una voz tranquila y sobria les dije:
- No le haré daño a nadie si no me hacen daño a mí. Esto fue sólo un detalle, no tienen ni idea de lo que soy capaz. Me llamo Alma, para los que no me conocen.
Salí del comedor aliviada y orgullosa de mí misma. Este viaje tal vez no iba a ser tan malo como yo creía.
Mi cara estaba apoyada en la arena tibia y justo frente a mí los ojitos de Salva me miraban profundamente mientras su voz decía entre risas:
- Mira la mariposa mami, mira qué bonita es.
Yo sonreía y trataba de agarrar la mariposita para regalársela a mi niño pero no dejaba de revolotear por todas partes. Vi que se posó encima de una margarita y cuando me acerqué para atraparla, una gran puerta de madera maciza con la empuñadura de hierro en forma de pajarito me reventó en la cara hasta dejarme sin respiración.
Abrí los ojos y trate de gritar y de levantarme pero no pude. La mano gigantesca del capitán me estaba tapando la boca y parte de la nariz y con su enorme cuerpo de doscientos kilos me estaba aplastando el pecho.
El terror más absoluto explotó dentro de mi estómago. El miedo, el pánico, el pavor, todo… Y no podía respirar…
- Shhhh, ma petite…. Pas de bruit…. Shhhhh. No vayas a gritar…. Prohibido gritar ¿Ok?.. ¿Quieres respirar un poquito?
Yo asentí como pude con la cabeza.
- Très bien…. Quitamos el dedo entonces.
Bajó un poco la mano y dejó espacio para que mi nariz pudiera respirar. Aspiré fuerte hasta que mis pulmones se llenaron otra vez de aire. Hubo una milésima de segundo de alivio, pero después el pánico regresó a mí.
- Et Voila… ¿contenta?.. Bien…. Ahora tú y yo vamos a entendernos mejor. Este viaje ma cherie[*], no es gratis, por lo menos no para ti. Aquí todos trabajan, y muy duro además, y no veo por qué tú vas a ser la excepción de la regla.
Hizo una pausa mientras me clavaba su enorme cuerpo en mis costillas, se acomodó mejor para aplastarme un poco más, acercó su cara aún más a la mía y siguió susurrándome con su aliento a alcohol.
- Entonces, yo he estado pensando en cómo me vas a pagar TOI a MOI[**] este favorcito de diecisiete días que te estoy dando y se me ha ocurrido una idea maravillosa.
Sentí su mano izquierda moverse a duras penas entre tanta grasa y meterse torpemente entre mis piernas. Empezó a sobar y a estrujar lo que hubiera allí abajo.
- ¿Te lo imaginas verdad? ¿Sabes de lo que estoy hablando o quieres que te haga un dibujo? Aller ma Belle[***] no pongas esos ojos de huevo frito, ni que fuera tan difícil… Mira tú que puede ser hasta placentero… ¿ça te plait, eh?[****]
“Puedes parar esto Alma y lo puedo hacer ya mismo si te diera la gana” me dije a mí misma. Y sin pensarlo dos veces solté una descarga de caballo a través de mi pecho directo al corazón de este monstruo. Pero él fue más rápido y más fuerte que yo.
- ¡Ni te atrevas a Joderme a mí, especie de anguila eléctrica! –dijo gritando. En menos de un segundo sacó violentamente la mano de mis piernas, la puso encima de mi cuello y empezó a ahogarme–. Escúchame bien porque no te lo voy a repetir dos veces, puede que los demás tengan miedo de ti, pero yo no. Si me haces daño, te tiro al mar. Si me matas, no llegarás nunca a Marsella porque te tirarán al mar. Y si no me das lo que te pido, cuando te lo pida y las veces que me dé la real gana, te reviento a golpes hasta que tus voltios esos te salgan por las orejas y por supuesto, después te tiro al mar. ¿Compris?[*]
Hice un pequeño ruido en medio de mi asfixia y me soltó.
- Como me pase algo a mi Alma, te aseguro pero que te aseguro que tú a Marsella no llegas. Así que no juegues con más grandes que tú, mira que ya no estás en edad para eso.
Quitó su mano de mi boca, me cogió por el pelo y de un tirón me hizo girar sobre mí misma hasta ponerme boca abajo. Me arrancó las bragas como si fueran de papel y se encaramó encima mío hasta casi aplastarme con su peso.
Tout a un Prix ma cherie et il faut payer…[**]nadie trabaja de gratis…–me decía respirándome en la oreja y dejando caer sus babas en mi cuello mientras mi cuerpo seguía su ritmo brutal… adelante… atrás… adelante… atrás... Levanté la mirada y alcancé a ver la foto de la princesita Eva mirándome con su sonrisa de bruja. Una lágrima rodó por mi cara.