II. Puerto
Cumarebo, Venezuela, 16 de abril 1975
- ¡Ayyyy! Mijita pero quédate tranquila si ya falta poquito na’ más, pareces alma que lleva el diablo y todavía ni siquiera son las cuatro.
- Si ya sé mujer pero es que me quiero ir. De verdad no aguanto más seguir aquí encerrada. Además me siento mal, todo me da vueltas, tengo calor, se me mueven las tripas y tengo ganas de vomitar.
- Uyyy eso me suena feito a mí, no te vayas a vomitar aquí encima que después vas a tener que limpiar to’l reguero que dejes, y yo no te voy a ayudar, que a mí me están esperando –dice Flor mientras saca una pintura de labios rojo carmín del bolso y se pintorrea la boca hasta dejarla bien, pero que bien colorada. Le lanza un beso al espejo pegado en su mesa y otro beso a la foto del gordito en la playa de Chichiriviche que está pegada al lado de su máquina de escribir–.
- Ayyy ese negro te tiene loquita la verdad! ¿Y pa cuándo es la boda?
- Chica, no me preguntes eso así tan violentamente. Las cosas hay que tomárselas con soda, además no estamos apuraos –dice con tono indiferente mientras coloca apurada los lápices por orden de tamaño en el cajón del escritorio, pero qué va… no aguanta ni tres segundos antes de echarse encima de mí como una niña pequeña–.
- Almita Almita, mira que le he rezao a San Antonio, a José Gregorio Hernández y hasta a la mismísima Maria Lionza pa que el negro me lo pida, y estoy segurita segurita que este fin de semana se va a decidir el muchacho –se acerca más a mí con la silla y mueve las manos como si ya estuviera dando el sí en medio del altar de lo nerviosa que estaba–. Magínate que este sábado me invitó al Miramar para una cena dizque romántica, me dijo que me vistiera bonita pa’ que sea la más buena moza de la noche y todo y todo. Ayyy Diosito yo creo que me lo pide Almita, que yo creo que me lo pide de verdad.
- Bueno ya. Mujer cálmate. Deja de pensar en pajaritos preñaos y cuéntame qué te vas a poner. ¿Te compraste un vestido? ¿un tocado?
Trato de mantener la sonrisa como si estuviera tan emocionada como ella, pero no, no me interesa para nada su vestido, ni su pelo, ni su negro, ni nada, en mi cabeza lo único que existe es el reloj gigante de la pared que parece que se tardara una eternidad entre minuto y minuto. Cuento los días, los segundos para verlo. Y quien diga que la vida pasa volando pues está muy equivocado, porque cuando estás enamorada pareciera que fuera más bien caminando por arena mojada que se pasa. Al fin llegó el viernes, al fin desembarca y lo voy a tener todo todito pa’ mi solita dos días enteros. Me lo voy a comer a besos, me lo voy a comer entero y me voy a pegar a su cuerpo como una chicharra para que se le quede mi olor incrustado en la piel, bien por dentro, profundo… y cuando la otra lo huela, sepa que fue conmigo que estuvo revolcándose como un animal salvaje cuarenta y ocho horas seguidas.
Flor sigue hablando de su vestido y de sus tacones y de su negro precioso, parece una radio rota que no para de sonar. Pero bueno Alma déjala, no seas mala amiga, está tan feliz. Es tan jovencita, tan ingenua la pobre que no se da cuenta de que la vida no comienza cuando te escogen pa’ casarse, más bien se acaba creo yo. Y además a ese negro ya lo he visto yo borracho en los brazos de la modista de la plaza Andrés Bello, más encaramelao que una melcocha, pero no me atrevo a decírselo, la pobre lo único que quiere es casarse ya, pa’ ser respetable y mudarse a la calle Bolívar con las demás señoras.
Pobrecita. Ojalá se lo pida de una buena vez pa’ que se ponga feliz la Flor y tenga su casamiento de blanco como todas lo sueñan.
Sigo enfocada en el reloj, sigue hablando Flor como loca, 16:14 empiezo a recoger.
- Señorita Gamero a mi oficina por favor –siento la voz de Don Esteban como una plancha caliente en mi espalda. Miro el reloj 16:17. Se me engarrotan las lágrimas en la garganta porque ya me imagino por donde va la cosa. Miro a Flor que milagrosamente para de hablar y me ve con ojos de lástima. Ja, como si ella supiera… ni se lo imagina, y con una vocecita que apenas se le oye me dice:
- Ayyy Almita ojalá que dure poco. El lunes te traigo todos los cuentos ¿ok? Ciao amiguita, deséame suerte.
Le sonrío. Tomo mi libreta de taquigrafía, mi lápiz y empiezo a caminar como si cada pierna pesara una tonelada y siento otra vez las ganas de vomitar que me llevan molestando toda la tarde. Uff qué mal me siento y ahora, la verdad, peor. No me puedo quedar, pase lo que pase no me voy a quedar. Tengo que ir a buscarlo y no pienso llegar tarde, me está esperando en el puerto, me está esperando a mí. No me voy a quedar. No. Métetelo bien en la cabeza Alma, ¡NO TE VAS A QUEDAR!
- Entre señorita Gamero, cierre la puerta y siéntese aquí cerquita mío –dice Don Esteban rechupándose el bigote y haciendo espacio en su mesa. Hago lo que me dice y me siento en la silla a su lado, él la jala hasta dejarla bien pegada a de la suya, pone su mano en mi muslo y el escalofrío eléctrico es instantáneo, empieza a sobarlo como si fuera lo más normal del mundo y dice:
- Está anclando un petrolero en estos momentos y parece que tiene un problema con los documentos de extracción en la refinería de Amuay. Una historia del peso del crudo supongo y por consiguiente no cumple los requisitos del anexo 513, así que habrá que volver a redactar el documento con las correcciones pertinentes lo antes posible, o sea, ahoritica mismo Alma –sigue sobando la pierna cual crema espesa de mantequilla, estrujándola y pellizcándola hasta casi hacerme daño–.
- Podemos hacerlo aquí en mi oficina si quiere señorita… no es necesario que vaya a su mesa, yo la ayudaría con los términos legales…. las palabras que no entienda… Mire que yo sé mucho de eso señorita y por algo soy el jefe. Además, aquí tenemos el aire acondicionado pa’ que estemos fresquitos y la mesa grande… grande. Pero claro, si usted prefiere podemos irnos pa’ donde más le guste… que ya estamos solitos… solitos, solitos… Usted…. Y yo… ¿Qué opina señorita?
Mi pierna parece una tostadora eléctrica que se va poniendo caliente del dolor. No soporto que este viejo asqueroso me estruje y reestruje y mi piel también siente lo mismo porque no para de darme calambres eléctricos que me queman por dentro. Su mano va subiendo hasta mi ingle y trata de meterme sus dedos gordos y asquerosos hacia adentro pero suerte la mía que el pantalón que me prestó la tía Belquis es grueso y que mis piernas cruzadas no le dejan pasar. Al ver que no me movía ni un milímetro para de hablar, me mete la mano con fuerza bien hacia adentro y la aprieta hasta hacerme daño mientras que con la otra me envuelve por la cintura y se me abalanza al cuello mientras me susurra entre besos y babas :
- Anda mi catira rica. ¿Cuándo vas a dejar que te dé lo tuyo eh? Vamos mi reina ya no aguanto más esta espera chica, tú no sabes lo rico que es esto.
El viejo me agarra la mano y me la pone encima de su sexo duro como un vara de metal y como si fuera un perro me pasa la lengua por la mejilla relamiéndome toda la cara con sus babas tibias y mal olientes, y fue en ese momento, justo en ese preciso momento que la electricidad y el asco se unieron en mi estómago en un vómito verdoso espeso y caliente que salió volando por mi boca como una manguera de propulsión a chorro, bañándolo a él, a su bigote aceitoso, a su corbata de poliéster, a sus documentos, a su despacho, a su alfombra y hasta la mismísima foto de sus hijos. Había por todas partes y cuando creía que había terminado, volvía a salir otro chorro más… y otro… y otro.
Hasta ahora, el mejor momento de mi día definitivamente.