XXI. Madrid, 27 de febrero 2011
Miré mi reloj, 5:04 a.m. Lo sabía… soy como las gallinas, si me acuestan temprano, me levanto temprano y además con rabia de no poder seguir durmiendo.
Poco a poco me desperezo, me giro sobre mi misma al otro lado de la cama y ahí estaba él… Completamente dormido en la especie de sillón de plástico gastado que estaba frente a la ventana. Sin camisa, con una pierna encima del reposa-brazos y la cabeza toda torcida encima de su hombro. Pobre… No sé cómo serán sus huesos, pero si fuera yo la que hubiera tenido que dormir torcida en una silla toda la noche, amanecería tiesa como una estaca y adolorida hasta las uñas. Y sin embargo, él se veía tan plácido y tan profundo en su sueño lejano, que me daba lástima hacer ruido para no despertarlo.
Se ve tan serio… Siempre es tan serio que hasta durmiendo es serio. Nah… no siempre… y sentí cómo una sonrisa se escapó de mi boca al recordar el ataque de risa de ayer mientras se comía el bocadillo asqueroso de huevo.
¿Quién es este hombre tan guapo que está empeñado en salvarme de no sé qué? ¿Por qué es tan duro? ¿Tan formal? ¿Tan frío? Pues es normal, es inglés… ¿Y por qué me desarma tanto? ¿Qué efecto tiene este Conrad Jhones para descomponerme en mil pedazos? Solamente con mirarlo mientras duerme ya siento corrientazos deliciosos en mi tripa que irradian a toda mi piel y no tengo idea qué es esto que me pasa. No es sexual, no, ni carnal… es otra cosa, como un cortocircuito.
Eres un misterio Míster Menopausia y lo que haces en mí también es un misterio, desde aquel día en el ascensor, todo es un misterio.
Sin embargo… casi casi puedo atreverme a decir que puede ser, que tal vez… quizás… un poco guapo me parezcas. Pero todavía no lo tengo muy claro.
Me gustan los ojos color hielo transparente del Caribe y también la frialdad inglesa. Me encantan las cosquillas que haces en mi piel y tengo que aceptar que hay cierto morbo en eso de ser tan “fuerte”… y tan… “duro”… y tan “malo”… Sí, eso también me gusta. Y por supuesto encima de todo eso, el hecho de salvarme la vida un par de veces también cae bien de vez en cuando.
Ningún hombre nunca había sido mi escudo. Ningún hombre me había cuidado ni defendido y de repente llega este lord inglés a cortar cabezas a lo bestia… Es que es muy de cuento de hadas.
Claro que ahora que lo pienso, nunca necesité que nadie me cuidara porque nunca antes alguien había querido matarme y yo nunca había matado a nadie, ni fui perseguida por la policía, ni rociada con gasolina, ni secuestrada por un chip, ni buscada por una comuna hippie de super héroes… Ufff todo se ha vuelto tan complicado.
En solo un momento cambié de “hombre guapo durmiendo a mi lado” por “paranoia absoluta con crisis de ansiedad”. Empecé a enredarme en mí misma mientras mi mente se movía a mil por hora pensando en todas las cosas que han pasado y en todas las que todavía faltan por pasar… ¿Nos van a encontrar? ¿Me matarán? ¿Me volverán a torturar? ¿La policía? ¿Los malos? Miré el techo y empecé a respirar más fuerte y a sentir un agobio exagerado que salía de mi estómago y subía a tropezones por mi garganta hasta rebotar en mi cabeza como golpes de boxeo. En un segundo me sumergí en una angustia absoluta y sentí que mi corazón latía tan fuerte que iba a salir volando hasta el cielo.
Giré la cabeza y lo volví a ver a él. Pude escuchar prácticamente su respiración suave y durmiente flotando a mi alrededor. Miré su pecho desnudo cómo se inflaba y desinflaba a cada sorbo de aire tranquilo que aspiraba y por segunda vez, me dejé llevar. Me abandoné en este enamoramiento tonto que envuelve a este hombre misterioso y otra vez volví a olvidar todas mis penas y mis angustias. O sea, en conclusión: Conrad Jhones es como el Ibuprofeno… Antiinflamatorio total.
Suavemente y en silencio me senté en el borde de la cama sin quitarle la mirada de encima. Me puse de pie y despacio, muy despacio sin hacer ruido fui acercándome a él, cada vez más. Me coloqué justo a su lado para “no sé qué” y esperé. Solo quería estar ahí… más cerca… un poco más cerca… un poco más.
Levanté mi mano para tratar de tocarlo, pero no me pareció una buena idea despertar al pobre hombre con un desfibrilador humano a su lado. Así que simplemente me paseé por su brazo con mis dedos sin tocarlo.
“Qué gracioso… los pelitos de su piel se levantan a mi paso…” No pude evitar sonreír al ver esta reacción eléctrica entre nuestros cuerpos, se me iluminaron los ojos como a una niña pequeña recordando el experimento del globo con electricidad estática por primera vez y pensé: “si esto es en el brazo… ¿cómo será el pelo?” y más rápido que un rayo me fui directo a la cabeza.
¡Jaaaa que fuerte!
¡EL PELO SE LEVANTA! ¡No me lo puedo creer! a medida que paso la palma de mi mano todo el pelo se pone como palillos de dientes en el aire, erizados hacia arriba, rectos como soldados… ¡ahhh esto es demasiado!
Subo y bajo la mano. La muevo en círculos, en diagonal, uso las dos manos, por un lado, por el otro, arriba y abajo, de medio lado... ¡Wao que risa!
- ¿Te diviertes Eva?
Di un salto atrás y escondí mis manos traviesas en la espalda.
- Apuesto que no sabías que, también, podíamos hacernos peinados… –me dijo con la voz gruesa y dormida.
- Pues no, no lo sabía, ¡pero es genial!
- Sí… supongo… –trató de acurrucarse en el sillón cambiando de lado, pero se ve que estaba demasiado incómodo como para seguir intentándolo. Me compadecí del supuesto dolor que yo creía que tenía y le dije:
- Todavía es muy temprano y deberías seguir durmiendo. Si quieres puedes recostarte en la cama un rato. Yo voy a ducharme y cambiarme las vendas de las heridas. Voy a tardar un poco. Digo, si quieres claro.
Él abrió los ojos y me vio a medias, sonrió, se pasó la mano por la cara y me dijo:
- Gracias…
Se levantó y a medida que estiraba su cuerpo perfecto se oían sus huesos sonar como un concierto de tambores africanos. Su cara de sufrimiento era un verdadero poema y, aunque no hubo quejidos, supe nada más con verlo que era de carne y hueso como yo y que sus vértebras se agarrotaban igual que las mías y las de cualquier otro mortal que hubiera pasado la noche en esa silla pegajosa.
Se tiró en la cama como un roble y se quedó ahí medio muerto sin moverse de un milímetro.
Cogí la ropa de mi bolso para irme al baño y justo cuando volví a pasar por su lado estire la mano hasta su cabeza y SHUFFF volvió todo a subir. ¡Qué risa!
- STOP –aulló Conrad con la cara dentro de la almohada. Y de una carrera me metí en el baño.
6:52am. Estamos ya los dos en coche, listos para ir a un “no sé dónde” desconocido.
- ¿Lista? –me preguntó antes de meter la llave en el contacto. Yo asentí con la cabeza, estaba lista.
El ruido grueso y potente del motor nos envolvió en el espacio. Miré por el retrovisor cómo dejábamos atrás el Dallas y sentí un escalofrío en el cuello, pequeñito, insignificante pero que estaba ahí. ¿Tal vez pena? Sí, tal vez… Sonreí con nostalgia mientras desaparecían bajo la lluvia las luces titilantes del neón fucsia de ese hotelucho de mala muerte donde vi a Conrad reírse como un niño por primera vez. ¿Lo echaré de menos? Sí, seguro que sí.
- ¿A dónde vamos exactamente? –pregunté tratando de callar un poco el ruido de la lluvia sobre el parabrisas.
- A Francia –respondió Conrad secamente.
- Sí, ya lo sé, pero a dónde en Francia.
- Un pueblo pequeñito en los Pirineos donde tenemos una casa. Cerca del Valle de Lys.
- ¿Y qué hay cerca del Valle de Lys?
- Pues no mucho la verdad. La casa que se llama La Garrigue, un bar, un cementerio, la iglesia, el río, las montañas y… ya…
- Y vosotros.
- Y nosotros.
Hice una pausa tratando de no dejarme abrumar por el ruido ensordecedor del diluvio universal que nos caía encima y del olor a gasolina que aún quedaba en la tapicería del coche. Estuvimos poco tiempo en la autopista antes de salirnos en la primera salida a la nacional.
- ¿No vas a tomar la autopista? –pregunté extrañada.
- No. Demasiados policías y peajes que en nuestro caso debemos evitar.
- Pero, pero, pero va a llevarnos una eternidad llegar por las carreteras nacionales.
- Lo sé, pero es mejor. Créeme.
Volví a quedarme en silencio de mala gana pensando en las quinientas horas de viaje que tenía por delante. Qué exagerada soy la verdad… Serán como trescientas máximo….
Déjalo ya Eva, estás en un coche alucinante, con un piloto de chocolate, un paisaje agradable, temperatura casi perfecta, un poco de lluvia como fondo musical y mira tú…. Casi casi sin olor a gasolina encima. ¿Qué más se puede pedir? Pues coger la autopista como cualquier persona medianamente sensata lo haría ¿no?
Odio los viajes largos, no puedo evitarlo. Desde siempre además. Me aburren, me agobian y me deprimen. Soy así, no tengo remedio.
Supongo que tragué tantos de pequeña que me saturé por completo. Nunca estuvimos más de un año en un solo sitio, siempre moviéndonos, de arriba a abajo, para allá para acá, casa de uno casa del otro. Una vida de gitanas que no terminaba nunca y que yo nunca pedí ni quise. Simplemente la seguí.
Éramos tan felices en Belem, que no entendí por qué nos fuimos prácticamente huyendo de ahí. Tampoco nunca lo pregunté. Tal vez debí hacerlo en su momento para saber hoy mejor de dónde vengo y por qué soy así, pero no lo hice… y ella: Ella solo sonreía, me cogía de la mano y me llevaba al fin del mundo si era necesario … y yo: Yo la seguía sin rechistar, sin preguntar. La quería tanto que no me importaba a dónde fuéramos a parar mientras estuviéramos juntas las dos. Yo siempre en sus brazos, bajo su manto de mamá perfecta que me protegía de un mundo que no entendía y que ella tampoco tuvo tiempo de explicarme.
Pasábamos días enteros en coches, en puertos, en barcos… En oficinas cutres de emigración, en aduanas interminables, pero ella siempre estaba sonriendo. Siempre acariciándome la cara y diciendo “todo cambio es para mejor Eva… Ya vas a ver lo bien que lo vamos a pasar”. Y yo le creía, porque ella siempre decía la verdad, lo sabía todo, era mágica. Bueno… claro que era super mágica si solo con la mirada podía poner a hervir el café con hielo de la cafetería de enfrente o reventar las farolas de toda la urbanización. ¿Pero por qué nunca me explicó nada de esto a mí? ¿Por qué nunca dejó que lo usara? Nunca me enseñó, ni se habló de ello… Nada. Supongo que tendría sus razones, pero tampoco las sé… así que es lo mismo que nada. Se las llevó a su tumba, en silencio y tal vez con la sonrisa puesta y a mí, a mí me dejó aquí sola con estos voltios inhumanos que me han cambiado la vida…
“Todo cambio es para mejor Eva, ya vas a ver lo bien que lo vas a pasar”.
De todas maneras sigo odiando los viajes largos…
- ¿Y cuánto tiempo vamos a estar en La Garrigue? –le pregunté dudosa.
- No lo sé. El que sea necesario supongo.
- ¿Y después?
- No lo sé Eva. Ya veremos allá.
Con un suspiro largo y sonoro crucé los brazos y volteé los ojos al cielo mostrando descaradamente mi descontento.
- Something wrong?
- Pues sí mira, ahora que lo preguntas... yes… ¡very wrong! –y me lancé en un monólogo rabioso y cortante que obviamente sabía que no me iba a llevar a ninguna parte –aquí estoy… Yo… siguiéndote… a ti mi salvador misterioso, que ha matado a cuatro personas para rescatarme no sé por qué, empeñado en llevarme a un sitio en el medio de la nada, donde hay un bar y un cementerio y las montañas y no sé qué más, a una casa que no conozco, con gente que no conozco pero que aparentemente me conocen a mí, con un chip en mi bolso que tiene quién sabe qué, oliendo a gasolina, y de muy mala leche… Sí, definitivamente sí, something muy pero que muy wrong.
Y el muy idiota sonríe…
- No entiendo Conrad. No entiendo por qué yo. No entiendo por qué me quieres a mí y no entiendo por qué haces todo esto. Y ni se te ocurra decirme “porque queríamos conocerte” porque para eso me escribes un e-mail, o me llamas por teléfono, te doy una cita a ti o a quien quiera y listo… Así que vamos, tienes quince horas para convencerme de que esto no es un secuestro y darme más razones que un simple “nos caes muy bien maja” y por eso movimos cielo y tierra para verte.
- Diez.
- ¿Diez que?
- Diez horas… no quince, aunque con el tráfico nunca se sabe.
Creo que se debió dar cuenta que mi enfado poco a poco iba a salirme por las orejas si no me aclaraba algo en los próximos dos segundos. Volvió a sonreír, me miró con cara de cocker spaniel y dijo:
- Vamos Eva… No te pongas así –me acarició el pelo–. A
ver… por dónde empezamos... Ahhh, sí por
Adrián…
Todo iba bien hasta que pasó lo que
pasó con Adrián y de ahí en adelante tuvimos que improvisar y eso
tú lo sabes. El chip, la gasolina y los cuatro matones vienen de tu
lado, no del mío. Yo te salvé porque quise, porque me caes bien y
no sé, me gustaste yo que sé.
Vamos a
La
Garrigue porque
es el único sitio que se me ocurre por ahora donde podamos estar a
salvo al menos un tiempo los dos.
¿Y por qué tú? Pues no lo sé, eso se
lo preguntarás a Alma cuando la veas, es ella la que te quiere
conocer y la que lleva mucho tiempo siguiéndote la
pista.
- ¿Quién es Alma?
- Mi madre adoptiva.
- No sabía que tuvieras una madre
- Adoptiva… Madre adoptiva.
- Sí eso… ¿Y nunca te dijo por qué me quería conocer a mí?
- No. Es una mujer de pocas palabras y pocas explicaciones. Poco afecto, poco cariño y poco todo.
- Y supongo que tampoco te llevas bien con ella.
- ¿Tampoco? ¿Tú de verdad crees que no me llevo bien con nadie? ¿Tan malo parezco?
- Hombre… un poco sí.
- Pues con ella me llevo, digamos que correctamente bien, supongo… no la conozco mucho porque la verdad sólo se ha dejado conocer lo estrictamente necesario, pero nos ha criado “a su manera” y nos ha dado todo lo que tenemos.
- Y Hemard y ella, ¿nunca tuvieron hijos propios?
- ¿Entre ellos? No.
- Entonces también voy a conocer a tu madre.
- Adoptiva.
- Si eso… tu madre adoptiva, fría, distante y de pocas palabras… ¿me pregunto a quién has salido?
- Ja ja ja Very funny… –dijo en tono sarcástico.
- ¿Ella también es como tú?
- Sí… como nosotros.
- Como nosotros –dije en voz baja. Miré por la ventanilla, la lluvia se había atenuado y comenzaba poco a poco a dejarse ver un cachito de sol a lo lejos. Empezaba el amanecer.
- ¿Ya? ¿Estas más tranquila? ¿de mejor humor?
Asentí con la cabeza y sonreí. Aunque todavía nos quedaban como nueve horas cincuenta y cinco de viaje (según sus cálculos), pero ya estaba bastante más tranquila y lista para todo lo que pudiera venir. Me giré hacia él, lo observé un momento y de la nada pregunté con voz risueña:
- ¿Y de verdad te gusté?
Una gran sonrisa se dibujó en su cara. Volteó los ojos y le subió el volumen a la música… Reckoner, nunca en mejor momento.