Ejercicio
Imagine que es candidato(a) a un puesto de elección por un partido político y que tiene que presentar un mensaje de cinco minutos, defendiendo una de sus convicciones políticas en un mitin en donde predominan, como público, personas favorables a otros partidos. Prepare el mensaje según las recomendaciones de este capítulo y ensáyelo frente al espejo o videograbando su actuación para autoevaluarse.
El maestro de ceremonias
El aire se paseaba entre las hojas de los árboles, despeinando sus verdosas cabelleras, jugando a mover de lugar la arena. A Lidias le gustaba sentir en el rostro la caricia del viento, decía que tentaba así a la naturaleza dando alas a sus pensamientos. En su mente se agitaban, aquel día, con sabor agridulce, la satisfacción de llegar al final de la enseñanza de un alumno más, y la tristeza de dar por terminada la relación semanal con su pupilo, un hijo en la comunión de mentes.
A pesar de su reciedumbre física, su espíritu batallador perdía fuerza con los años y las despedidas lo herían más profundamente que antes. Además en el caso de Juan bar Zacarías se presentaba la doble sensación de considerar que su labor docente se acercaba a su fin, y, por otro lado, el cariño muy profundo por su alumno. Esta vez estaba convencido de haber sembrado la semilla de su enseñanza en tierra muy fértil. Tenía la certeza de que las palabras de Juan irrumpirían con fuerza titánica para ser grabadas en la memoria de muchas generaciones, y de alguna manera imaginaba que este alumno lo colocaría en el camino rumbo a su propia realización, hacia el encuentro final consigo mismo.
Con aquellos pensamientos vio aparecer en el horizonte la silueta viril, de paso seguro, llena de vitalidad, de Juan bar Zacarías, quien
llegaba a recibir la última lección de su enseñanza. Así como la figura crecía al acercarse, Lidias supo que aquel hombre se agigantaría, esparciendo con su voz un mensaje renovador.
Siempre alegre, Juan saludó a su maestro en forma desusual: con un beso en la mejilla; él también sentía la tristeza de terminar su enseñanza y encontraba en Lidias la imagen del padre perdido.
Se abrazaron sin decirse nada, en la comunión de sentimientos que no requiere palabras.
Con su recto sentido de preceptor, Lidias dio paso a la enseñanza y dejó, por lo pronto, que la razón dominara al sentimiento.
—El último paso de la escalera que hemos subido juntos, Juan, es muy importante porque representa una situación que sale a nuestro encuentro con frecuencia, y que, en muchos casos, es tristemente manejada.
—¿De qué se trata?
—Del maestro de ceremonias.
—¿La persona que conduce un evento?
—Justamente. Un personaje que tiene la curiosa función de lucir y hacer brillar a otros, y que generalmente desluce, olvidándose de los demás, pretendiendo dominar la escena.
—La vanidad humana, maestro, causa más descalabros que todas las guerras juntas.
—Ciertamente, Juan, pero en el caso de nuestro personaje, el deseo natural de lucir puede alcanzarse como fruto final del evento, para lo cual hay que preocuparse primero por el éxito de todos los
participantes y por una sucesión agradable de etapas del programa.
—¿Qué características debe tener el maestro de ceremonias?
—En primer lugar, debe tener categoría oratoria, es decir, conocer la técnica y saberla usar; debe dominar el lenguaje con amplitud, variedad y buena pronunciación; tiene que ser versátil, ya que realizará varias presentaciones y cada una debe ser distinta; finalmente, necesita contar con simpatía, que aunque todos tenemos en mayor o menor medida, en el caso de ser maestro de ceremonias se debe hacer uso de toda la capacidad para agradar al auditorio.
—Se requieren muchos atributos…
—Sí, sin embargo, están a la mano de quien desee adquirirlos.
—Platícame, maestro, del trabajo que debe realizar un conductor de eventos.
—Las funciones del maestro de ceremonias se inician mucho tiempo antes de la fecha en que tendrá lugar el acontecimiento, lo que nos lleva a sugerirte no aceptar, a última hora, la conducción de un evento, ya que asumes la responsabilidad del mismo sin haber participado en su adecuada planeación.
—¿Cómo se inicia el trabajo?
—Una vez que te has entrevistado con quien organiza el evento y aceptas las consecuencias y el mando del puesto de conductor estableciendo un proyecto de programa, debes localizar a todos los oradores que van a participar en la ceremonia, conocer y saber pronunciar adecuadamente el nombre de cada uno; recabar de ellos un currículum breve, en el que se enfatice la experiencia y conocimientos
alrededor del tema que desarrollarán. De ser posible, una entrevista de un tercio de hora con cada uno nos proporciona conocimientos suficientes para realizar una presentación a tono con la personalidad del orador.
—¿Cuál es el siguiente paso?
—Conocer con anticipación el lugar del evento para diseñar cómo disponerlo todo de manera que se logre el mejor desenvolvimiento del programa: determinar la colocación más adecuada para la tribuna, la mesa de honor, el público, los carteles alusivos y cualquier otro adorno.
—Las flores siempre dan un marco de belleza, maestro.
—Úsalas cuantas veces sea posible. Si el evento incluye alimentos, se debe intervenir en la adecuada colocación de las mesas, buscando que todos puedan tener buena visibilidad hacia la tribuna y la mesa de honor.
—Me imagino que también habrá que revisar las condiciones de iluminación y ventilación del local.
—Desde luego, Juan, el maestro de ceremonias debe cuidar todos los aspectos que influyen en el buen desarrollo del evento. Ten siempre una copa de agua a la mano del orador y, en la entrevista que mantuviste con él, averigua qué otros elementos necesita para su presentación, con el fin de que estén listos y probados con anticipación.
—¿Quiénes deben colocarse en la mesa de honor?
—Eso lo determinarán los organizadores del evento. Como maestro de ceremonias, tu función será contar con los asientos solicitados,
disponer los lugares según la jerarquía que te marquen, recuerda que el asiento central de la mesa es el sitio honorífico por excelencia; de ahí parten, primero uno a la derecha y luego otro a la izquierda, los lugares en decrecimiento de importancia. Es útil contar con carteles de mesa que indiquen el lugar de cada quien, y será indispensable conocer, con precisión, el nombre de cada una de las personas del presídium, así como su puesto.
—Maestro, si además de los integrantes de la mesa de honor hubiera algunos invitados distinguidos…
—Debes apartar los lugares apropiados para sentarlos, generalmente, en posición preferente, por lo que necesitas saber quiénes y cuántos son. También aquí es conveniente contar con carteles alusivos para reservar los asientos.
—¿Cuál es la siguiente tarea?
—Preparar un programa detallado del evento, tanto de la parte formal como de la informal, asignando tiempo a cada etapa, ya que se deberá manejar la reunión con agilidad, apegada al reloj de arena.
—¿Alguna otra previsión?
—Si se juzga necesario, puede organizarse un comité de recepción, que se ubicará a la entrada del local para conducir a quienes presiden el evento, y a los invitados especiales, a sus lugares.
—El día del evento, ¿cómo debe conducirse el maestro de ceremonias?
—En primer término llegar al lugar con bastante anticipación para cerciorarse de que se hayan seguido sus disposiciones previas y poder
corregir cualquier anomalía. Será fundamental para el éxito del evento la determinación del momento en que debe iniciarse la parte formal. En ocasiones, la impuntualidad de algunas personas provoca retardos; si el ausente es el personaje principal, tal vez el homenajeado, habrá que posponer el inicio para esperarlo; si es un integrante de la mesa de honor o un invitado especial, puede esperarse su llegada por un tiempo breve, pero iniciar sin él cuando el retraso se prolonga. En general, empezar a la hora anunciada es lo más correcto, en respeto a los que cumplieron con puntualidad. Cuando se sirven alimentos es conveniente calcular el tiempo en que actuarán los oradores, buscando que haya terminado la comida y los sirvientes no interrumpan con su deambular.
—Si se retrasa mucho el inicio, puede suceder, maestro, que algunas personas abandonen el lugar antes de la terminación del evento.
—Así es, Juan, de ahí el cuidado que debe tener el maestro de ceremonias para evitar un retraso prolongado en el programa.
—Cuando se decide dar inicio al programa, ¿cómo se procede?
—El maestro de ceremonias debe pasar a la tribuna, dejarse ver en ella sin pronunciar palabra, hasta que se haga el silencio. Iniciar, con efusividad, con un saludo generalizado a los presentes, para proseguir con unas palabras de introducción al evento, muy breves, en que se comunica la razón que los reúne. A continuación hará la presentación de los integrantes de la mesa de honor, en orden jerárquico, con nombre completo y puesto de cada persona, permitiendo, o incluso provocando los aplausos individuales. Cuando entre el auditorio haya unos cuantos invitados especiales o destacados, puede también hacer mención de
ellos. Si son muchos los invitados prominentes, se hace un solo saludo.
—¿Cómo se debe presentar a los oradores?
—Cuando es un solo orador, generalmente se le presenta mediante la lectura de un currículum, que debe ser breve; si son varios los oradores la presentación de cada uno se abrevia. Para este último caso es conveniente contar con una tablilla por orador con tres datos, en este orden: el tema que tratará; la presentación que se hará de él, recalcando algunas de sus cualidades, conocimientos, habilidades o aspectos de su personalidad, siempre de índole positivo; finalmente tendremos el nombre completo de la persona. Es muy importante que el nombre del orador sea lo último que se anuncie porque es lo que arranca el aplauso; es común, en personas no capacitadas como maestro de ceremonias, dar el nombre del orador y después agregar algún dato adicional, pero esto último se pierde en el ruido del aplauso.
—Maestro, ¿debe anunciarse el tema del orador?
—Generalmente no, ya que, como lo citamos en su momento, el orador puede querer provocar la curiosidad del auditorio al esconder inicialmente su tema; si el maestro de ceremonias lo anuncia, estropea su inicio. Sólo cuando el orador lo solicite específicamente, aconsejaría que se anuncie. La razón de anotar en la tablilla el tema es como referencia: sería una mala introducción presentar en forma graciosa a un orador que tratará un tema fúnebre o muy serio.
—Mencionaste, inicialmente, que el maestro de ceremonias se luce sin buscar sobresalir, ¿cómo se da esto?
—Quien conduce un programa debe ser, ante todo, discreto y breve
en todas sus intervenciones, su papel es hacer lucir a los oradores, darle dinámica a todos los actos, pero no querer vender su figura en cada aparición, ya que terminaría haciéndose chocante al auditorio. Una actitud personal modesta, sincera, amable, logrará el reconocimiento del público, quien verá en él a la persona que armó el rompecabezas del evento con precisión y belleza, y se le calificará positivamente por el resultado final. Otro cuidado que debe tener es no alabar nunca al expositor como orador, porque lo compromete con el público. Cuando nos hablan demasiado bien de una persona nos volvemos, muy exigentes con ella.
—¿Algo más? Preguntó Juan.
—El maestro de ceremonias debe abandonar la tribuna hasta que llegue a ella el orador y ocuparla en cuanto el expositor se retire, para no dejar nunca un vacío frente al público. Además, como hemos aprendido, el orador no debe dar las gracias al término de su actuación, pero, en cambio, al maestro de ceremonias sí le corresponde agradecer a cada orador su participación al término del mensaje presentado, alabando la enseñanza recibida, lo grato de la exposición, sin juzgar el tema ni añadir comentarios al mismo.
—¿Cómo se cierra el evento?
—De igual manera que como se inició, con unas breves palabras del maestro de ceremonias que agradece la presencia de las personas sobresalientes y del público, recalcando lo valioso del evento.
—¿Termina así la actuación del maestro de ceremonias?
—No sólo eso, Juan, termina también mi enseñanza.
Un silencio pesado cayó sobre maestro y alumno. Habían recorrido juntos un trecho del camino de sus vidas y llegaban al punto donde los senderos se bifurcaban; cada quien debía seguir una ruta independiente. Quedaba el placer de haber terminado con éxito la jornada, pero les dolía deshacer el nudo de la convivencia periódica. Estaban acostumbrados al diálogo que va más allá de una cátedra para abarcar un cariño nacido del mutuo respeto, de la comunión de dos mentes despiertas.
—Hay en ti, querido Juan —dijo Lidias—, una flama interna que ahora podrá vertirse como volcán en erupción. Sé de tu anhelo de predicar un camino nuevo para salir al encuentro de Dios, y ahora dispones de los medios para hacerlo, pero esto, lejos de ser una canonjía, representa un enorme compromiso. Debes empezar por exigirte a ti mismo: examinar en profundidad tus convicciones antes de transmitirlas. Has aprendido que comunicar no es soltar palabras al aire, sino saber decir lo que sabemos, convencer de lo que estamos convencidos, disparando nuestras palabras como saetas al corazón, para que de ahí sean elevadas a la mente de quien nos escucha.
—Nunca he tomado con frivolidad tus enseñanzas, maestro Lidias, estoy consciente de que el hombre que adquiere estos conocimientos adelanta a los demás, porque aunque su sapiencia fuera escasa, resaltará frente al sabio que no conoce los medios de transmitir su saber. La fuerza de la palabra escribe la historia, cambia el destino de los hombres y sus pueblos, y, sin embargo, su estudio está pobremente diseminado, de ahí que los afortunados, como yo, que hemos podido
beber en tu fuente, tenemos la obligación de hacer buen uso de lo adquirido, y en mi caso, qué mejor senda que la invitación a mis hermanos, a mi pueblo, para que vuelvan los ojos al Señor nuestro Dios, pero no a través de ritos desgastados, de manifestaciones exteriores de religiosidad, sino por medio de la conversión del espíritu, iniciando una reconstrucción de nosotros mismos orientada a Yavé.
—Tu meta es ambiciosa, Juan, y me felicito de haber participado en la orientación de tus capacidades, pero te repito que sólo podemos entregar lo que hay dentro de nosotros, de modo que enriquece primero tu corazón y tu mente con ideas claras y precisas.
—Maestro Lidias, has sido como un padre para mí, te estoy tan agradecido que no encuentro ni los medios ni las palabras para expresar en plenitud mi agradecimiento.
—Juan, ¿qué mayor premio imaginas que puede existir para un maestro que ver el crecimiento espiritual de su alumno? El rosal agradece a su sembrador con sus rosas. Ve a cumplir tu misión en la vida, florece sirviendo a los demás, ama sin reservas a tus semejantes y estaré siempre recompensado al saber que mis enseñanzas hicieron nido en tu interior. Maestro y alumno se abrazaron, sus ojos se humedecieron. Sabían que la separación era física, porque en su corazón mantendrían el recuerdo mutuo para siempre.