Ejercicio

Si tuviera que preparar un mensaje con el tema: ¿Quién soy yo?,

¿cuál podría ser su inicio?


CAPÍTULO V

La construcción del mensaje


Dos sirvientes llegaron al pórtico, donde se encontraban maestro y alumno con sendos tes de menta, humeantes, y mientras los saboreaban, Lidias comentó:

—Entrando en la tarea de hoy, Juan, ten presente que al pararte frente a un público debes estar seguro de tener algo interesante que decir.

—Un buen mensaje.

—Exactamente.

—Maestro, me es difícil organizar mis ideas para construir un mensaje atractivo.

—Imagino que tu inseguridad parte del concepto equivocado que te has formado de la oratoria. Considérala, simplemente, como una conversación ampliada, con la ventaja de que has tenido la oportunidad de planearla y así podrás expresar tus pensamientos con precisión y claridad.

—Quiero pedirte, maestro, que me indiques cómo debo organizar un mensaje.

—Lo primero, Juan, es seleccionar el tema, y para ello tienes tres caminos; el más frecuente es que la ocasión te lo señale, si diriges la palabra en una boda, lógicamente tienes que referirte al matrimonio, a los novios; cuando se festeja a un personaje, él será tu tema. Un

segundo camino es ser invitado a una reunión para dirigir la palabra sobre un tema en particular. Naturalmente te pedirán que hables sobre aquello en lo que se te considere un experto.

—Yo no me siento experto en nada, maestro Lidias.

—Eres joven, Juan, pero pronto tendrás que dedicarte a una labor específica, escoger ocupación, y deberá ser algo de tu completa preferencia, porque es fuente de eterna felicidad en la vida laborar en lo que te gusta, si tu trabajo es tu divertimiento, encontrarás en él no sólo generoso sustento, sino interno crecimiento.

—Procurar ser el mejor en nuestra ocupación.

—Justamente, y ello hará que la comunidad reconozca en ti a una persona digna de confianza, cuya opinión en la especialidad será solicitada con frecuencia porque la fama de tu capacidad se ha extendido. Sin embargo esto no será premio de la suerte, sino conquista de trabajo arduo, responsable, esmerado, en busca de la excelencia.

—Mencionaste, maestro, un tercer camino para llegar al tema del mensaje…

—Es el caso más cómodo: cuando te invitan a que hables del tema que tú quieras. Cualquiera que sea la fórmula que te lleve al tema es indispensable que te apegues a la regla de oro de la oratoria que te he mencionado, la cual establece que en toda ocasión y circunstancia hables únicamente de lo que sabes, de lo que conoces y entiendes, y que sobre esto digas lo que piensas y lo que sientes. Nunca me cansaré de repetirte esta regla porque si la respetas habrás tomado el camino del éxito, y si la contrarías estarás, irremediablemente, en el laberinto

de las dificultades.

—Seleccionado el tema, ¿qué procede?

—Establecer la finalidad de tu mensaje: ¿qué deseas conseguir con tus palabras? Nadie inicia la caminata sin tener un destino; de igual manera, el orador debe tener una meta precisa. Básicamente tienes cuatro opciones: informar, dar a conocer datos, acontecimientos, disposiciones; convencer, lograr que tu auditorio piense como tú, crea lo que tú crees; mover a la acción, lograr que compren lo que vendes, que realicen un trabajo; entretener, simplemente que tu público pase un rato divertido.

—Se pueden tener varios de estos objetivos a la vez, maestro.

—Cierto, Juan, pero uno de ellos debe ser el predominante para encauzar tu esfuerzo hacia un objetivo preciso.

—Ya tengo tema y objetivo, ¿cuál es el siguiente paso?

—Deberás desmenuzar el tema, dividirlo en incisos. Toma un papiro y anota en él todas las ideas que te vengan a la mente con relación al tema. Lógicamente lo primero que anotarás serán tus preferencias, tus intereses particulares, pero a continuación debes colocarte en el lugar del público e imaginar los aspectos del tema que consideres que pueden interesarle a tu auditorio. Para esto último es indispensable conocer de antemano cómo estará formada tu audiencia: ¿te vas a dirigir a un grupo de ancianos o a jóvenes de tu edad?, ¿lo harás frente a doctores de la ley o ante trabajadores de la construcción?, ¿será acaso tu público heterogéneo?, ¿hombres y mujeres?, ¿sólo hombres?,

¿de qué nivel cultural? Entre más información tengas de tu público

mejor capacitado estarás para orientar tu mensaje hacia ellos. Como es lógico, el mismo tema sufre distintos tratamientos de acuerdo con las personas que lo escucharán y las ideas que anotarás en tu papiro deberán corresponder a lo que juzgues atractivo para el público particular al que te dirigirás.

—¿Qué le interesa escuchar a la gente, maestro?

—Aquello que le concierne, que puede serle útil en su vida diaria. Los seres humanos somos egoístas: nos importa más una pequeña espina clavada en nuestro dedo que la peste asolando a una nación completa. Será importante, también, investigar qué tanto conoce el público sobre el tema; si das a conocer aspectos muy elementales a gente conocedora, la aburrirás; si expresas ideas muy elevadas ante un auditorio que carece de bases, los incomodarás. La fórmula ideal es desplantar el mensaje a partir de lo que saben los oyentes y darles a conocer aspectos desconocidos, novedosos para ellos, hacerlos subir un escalón más en sus conocimientos, no querer remontar la escalera completa en una sola presentación.

—¿Cómo se logra esto, maestro?

—Reduciendo la amplitud del tema. Una idea muy extensa te lleva a generalidades, mucho de lo cual es conocido por el público; pero si confinas tu presentación a un aspecto estrecho del tema, puedes entrar a los detalles, con lo que das información novedosa.

—Además de que las ideas sean de interés para el público ¿deberán ser expresadas de acuerdo con el nivel cultural predominante en el auditorio?

—Así es, y aquí cabe citar otro aspecto interesante, que es el dominio del lenguaje para poder disponer de un vocabulario preciso, y la importancia de dominar varias lenguas, ya que para el pueblo en general usarás el arameo; pero ante los maestros de la ley será más propio el hebreo; frente a los comerciantes de las caravanas a Damasco el griego es necesario, y los romanos sólo te atenderán en latín. Cabe el recurso de un traductor, pero aunque las palabras permuten lenguas, la emotividad del orador será artificialmente interpretada.

—¿Qué otros medios hay para hacerse de ideas relativas al tema, maestro?

—Piensa siempre en ejemplificar, porque esto será fácil de entender y sencillo de expresar. Además, si dentro de las ejemplificaciones te incluyes revelando vivencias, estableces una corriente afable con tu público. Ten presente que el auditorio espera conocer tus experiencias, tus opiniones; querer impresionar mediante conocimientos muy doctos que se encuentran en las bibliotecas, dan frialdad a la relación con el público. Ser nosotros, decir lo que sentimos y pensamos, relatar nuestros logros y fracasos, es la manera cordial de ganarse la simpatía y el interés del auditorio.

—¿Cómo debe ejemplificarse?

—Es fundamental en la oratoria ser claro y preciso en lo que se dice, y una de las mejores maneras de lograrlo es ejemplificar: traducir los conceptos y las cantidades difíciles de captar a modelos conocidos y familiares para el público. Recientemente escuché a dos paisanos tuyos comentar sobre la suntuosidad de la corte de Herodes Antipas, ambos

hacían referencia al cargamento de enseres personales de la reina Herodias, en su reciente viaje a Cesárea; el primero comentó que dichos enseres pesaban más de cinco mil quinientos ases; el segundo mencionó que se requirieron doce camellos, cargados a plenitud, para transportarlos. ¿Cuál te parece que ejemplificó con claridad y precisión?

—Sin lugar a duda, el segundo. El primero fue preciso, pero no hubo claridad para comprender el peso señalado. Pero por favor, maestro, no me hables más de camellos.

—Usa parábolas, ejemplos, cuentos. Sé claro y preciso en un lenguaje comprensible; usa tu lenguaje de todos los días, evita las palabras técnicas ante gente no especializada; desecha los extranjerismos cuando exista el vocablo en la lengua empleada, y desde luego, nada de léxico vulgar que disminuya tu imagen. Pero no me malentiendas, estoy en favor de un vocabulario amplio; se dice que el nivel cultural de una persona se mide por el número de palabras distintas que utiliza diariamente, por lo que te recomiendo ensanchar tu vocabulario; pero las palabras nuevas practícalas en casa, en la conversación diaria, y cuando las hayas dominado, cuando las hayas hecho tuyas, entonces úsalas ante el público; no estrenes palabras en la tribuna.

—¿Existen más fuentes de ideas para el mensaje?

—Es muy útil conversar con un conocedor del tema; una plática breve con un experto puede aportarte un material muy valioso que por tu cuenta tardarías meses en reunir. Desde luego que no sólo debes

hablar con expertos, sino también con familiares y amigos, comentarles que preparas un mensaje sobre el tema y pedirles sus puntos de vista; de esta manera agrandarás tu lista de ideas.

—Tienes razón, maestro Lidias, nunca había podido comprender la relación entre la posición de las estrellas y los tiempos de la cosecha, hasta que el anciano Halei ben Gamar tuvo a bien explicármelo, y en unos instantes, como si se despejaran de mi mente telarañas de años, entendí con claridad.

—Por último, Juan, queda un recurso más que puedo aconsejarte para hacerte de ideas; acude a la sabiduría escrita. El hombre ha acumulado en papiros un legado de inestimable valor en donde puedes absorber conocimientos para enriquecer tu tema.

—Tendré de esta manera una larga lista de ideas sobre el tema, ¿qué procede ahora, maestro?

—Deberás informarte, con el organizador del evento, del tiempo que se te ha asignado para dirigir la palabra, y tienes que ser muy respetuoso del mismo. Si te dejan en libertad para tomar el tiempo que juzgues necesario, la eterna recomendación es que seas breve; un cuarto de hora es una extensión perfecta para comunicar la esencia del tema y mantener el interés, y nunca más de la media hora. Cualquier público, en cualquier lugar y circunstancia, siempre te agradecerá la brevedad. Conocido el tiempo podrás determinar el número de ideas que requieres para cubrirlo, y aquí cabe recordar que es preferible decir mucho de poco, que poco de mucho. De dos a cinco ideas es suficiente para la mayoría de los mensajes.

—He notado, maestro, que el pecado más común de quien habla en público es extenderse tanto en el tiempo que la gente pierde el interés.

—Justamente, Juan. La brevedad impone un control en la calidad del mensaje, ya que nos obliga a tirar la paja y dejar el grano, a ir directo a lo fundamental, desechando lo intrascendente. Decía uno de mis maestros que si se carece de tiempo para preparar un mensaje sólo se puede ser extenso, porque el mensaje breve requiere preparación amplia para exprimir el tema hasta llegar a su esencia.

—De esta manera cada frase del orador debe decir algo importante para el público, y así se conserva la atención.

—Lo has entendido. Pasemos ahora a la siguiente tarea dentro de la preparación del mensaje: la evaluación de tus ideas. Debes convertirte en un juez severo y analizar cada una de las ideas que has escrito en tu papiro, a fin de eliminar todas aquellas que no consideres verdaderamente sólidas, valiosas, importantes. También deberás desechar las que no engarcen bien con las demás, porque un buen tema recorre un camino de principio a fin y no salta como chapulín de un sitio a otro sin ligadura. Con esto habrás reducido tu lista a las ideas básicas que integran tu guión definitivo. Procede ahora asegurándote de tener suficiente información sobre cada una de las ideas escogidas y recurre a la biblioteca para complementarlas. Sólo utiliza fuentes de información dignas de confianza; nunca des a conocer datos que procedan de chismes o comentarios ligeros porque te expones a ser rebatido.

—¿Ya está el mensaje terminado?

—Falta el último paso: ordenar las ideas, darles una secuencia lógica, interesante.

—¿Existen reglas para ello?

—No les llamaría reglas, simplemente recomendaciones. Hablar en público es un arte y, por lo tanto, producto de la creatividad personal. Se dice que el ordenamiento escogido refleja la personalidad del orador; sin embargo, si se nos dificulta encontrar la secuencia de ideas, cuando el tema es un problema, el orden debería ser: plantear el conflicto, analizar diversos ángulos, aportar una solución y recomendar al público que se una a la fórmula ofrecida. Cuando el tema sea abstracto, como el amor o la felicidad, debemos ubicarlo primero, a continuación definir nuestra posición, justificarla, y como conclusión enunciar la práctica que recomendamos seguir. Finalmente para un tema concreto, práctico, podemos iniciar mencionando antecedentes, referir la situación prevaleciente y nuestra opinión de la condición ideal, para terminar con una conclusión que abarque la unión de los dos puntos anteriores. Para todo tema cabe también la secuencia de tiempo: el pasado, el presente y el futuro.

—Ahora sí está terminado el mensaje.

—Cierto, pero no la preparación de su presentación. Nos falta el paso que hace la diferencia entre una actuación pobre y una sobresaliente: practicar una y otra vez el mensaje hasta adueñarnos de él. Debemos repetirlo en voz alta para escuchar su sonido, para hacer del oído un conducto más de juicio y captación. Tal vez en siglos venideros alguien logre diseñar un dispositivo que pueda grabar

nuestra voz y nos permita escucharnos después; si esto llega a realizarse, los oradores del futuro dispondrán de una herramienta muy valiosa para ensayar sus actuaciones.

—¿Cuántas veces hay que practicar el mensaje?

—No te puedo dar un número; entre más, mejor. Diría que hasta que te sientas auténticamente dueño del mensaje. La inmensa mayoría de las fallas a que puede verse sometido el orador en la tribuna provienen de insuficiente práctica del mensaje. Saberte poseedor de las ideas y su interpretación te da una gran seguridad en ti mismo, que se refleja en tu actuación ante el público.

—¿Debe uno memorizar todo el mensaje?

—De ninguna manera —respondió enfático Lidias—, si memorizas palabra por palabra estarás formando una cadena, una serie de eslabones, si se te olvida una sola palabra, se rompe la cadena y quedas mudo en la tribuna. Sólo debes retener en tu mente las ideas que forman tu guión, alrededor de las cuales bordarás con diversas palabras. Es más, en cada uno de tus ensayos te recomiendo utilizar vocablos distintos: las ideas serán las mismas, en igual orden, pero cambia de palabras; de esta manera te harás de un vocabulario muy amplio y tendrás a la mano, durante tu presentación ante el público, un amplio léxico para expresarse con soltura.

—¿No sería más fácil escribir todo el mensaje y leerlo?

—No, el mensaje escrito no tiene nada de fácil, como te explicaré en una de las lecciones finales del curso. Por lo pronto, ten presente que tu calidad de orador crece al no requerir de la ayuda de un papiro frente a

ti y que debes retener sólo las ideas base de tu tema.

—Pero yo tengo muy mala memoria, maestro.

—Generalmente, cuando decimos tener mala memoria, lo que en realidad expresamos es que nuestra memoria es perezosa porque la hemos hecho floja por falta de ejercicio. Sobre esto también profundizaremos en una lección más adelante. Te voy a referir el método de que me valgo para memorizar las ideas de un discurso, por si te es útil, ya que cada quien se acomoda a su propia técnica de aprendizaje. Los métodos de memorizar conocen la eficiencia de asociar una idea nueva con una que ya poseemos. Al seguir este camino, yo cuento con diez palabras claves que me sirven como anzuelo para atrapar nuevas ideas.

—¿Cuáles son esas palabras?

—Puedes formar tu propia lista o utilizar las mías si te acomodan. Lo importante es que tus palabras claves tengan relación directa con la numeración a fin de facilitar su manejo en un orden que nos es cotidiano, así, yo empleo para la palabra uno la estaca, por su similitud física; para el dos, el pato; como palabra tres recurro al trinche de Neptuno; el cuatro es un cuadrado; para el cinco, la mano, por sus cinco dedos; mi sexta palabra es un dado; como séptima, empleo un bastón; para el número ocho, una araña; el nueve, una bandera con su asta, y para el diez una flecha clavada en su blanco. Esta lista puede continuar hasta el veinte si juzgas necesario tener muchas ideas para tu tema. Una vez seleccionadas tus palabras claves se deben convertir en íntima propiedad tuya, hacer uso de ellas con frecuencia, como por ejemplo,

para recordar tus quehaceres de cada día, en el orden en que quieres ejecutarlos.

—¿Cómo se asocian con las ideas del discurso?

—De la manera más ilógica, cómica o ridícula que se te ocurra, ya que es más fácil engarzarlas así que seguir un patrón coherente.

Te pondré un ejemplo. Escoge un tema.

—La familia.

—Dame cuatro o cinco ideas sobre ese tema.

—La educación de los hijos, el amor entre los esposos, la jefatura del padre… y la habitación común.

—Veamos cómo grabaría en mi mente las ideas del tema en el orden que las enunciaste: primero es la educación de los hijos, que yo debo asociar ilógicamente con mi palabra clave uno, que es estaca…, imagino al padre golpeando brutalmente al hijo con una estaca para educarlo. La segunda idea… asocio el amor entre los esposos con mi segunda palabra, pato: supongo un enorme tocado en forma de pato que el marido regala a la mujer y que ésta se coloca, a pesar de lo ridículo del adorno, como muestra de cariño al esposo. Necesito ahora unir la tercera idea, la jefatura del padre, con el trinche de Neptuno: imagino al padre picoteando a toda la familia con su trinche para que lo obedezcan. Por último, reuniré mi cuarta palabra, un cuadrado, con la habitación común y supongo a una familia que pernocta en el desierto y el padre pinta un cuadrado en la arena y dice a la familia que ésa es su casa por aquella noche.

—De esta forma, al llegar a la tribuna, maestro, ¿piensas en tu

palabra uno, la estaca, y viene a tu mente con facilidad la golpiza del padre y recuerdas que tu primera idea a tratar es la educación de los hijos; al terminar con ella pasas a la segunda, el pato; imaginas el tocado exótico y recuerdas el amor entre los esposos, y así sucesivamente?

—Exactamente, Juan, y por experiencia propia te puedo afirmar que da resultado y hace desaparecer el miedo a olvidar el tema en la tribuna. Esto, aunado a una práctica exhaustiva, te hará sentirte confiado, y el estar seguro ante nosotros mismos nos lleva a estar bien ante los demás.