Ejercicio

Prepare un mensaje de cinco minutos sobre un deporte o pasatiempo que disfrute y preséntelo frente a un espejo varias veces, hasta que observe que todos sus movimientos y ademanes están reforzando apropiadamente las palabras.

Puede sustituir el espejo por una videograbación y analizar en las imágenes sus movimientos y ademanes.


CAPÍTULO IX

La improvisación


Un sirviente lavaba los pies de Lidias, quien retornaba de un viaje a Betania, cuando Juan se presentó a recibir su lección semanal.

Debido al cansancio de la jornada, el maestro Lidias permaneció sentado, ofreció a Juan una copa de vino rojo y lo invitó a saborear las uvas que rebozaban el frutero.

—El producto final —dijo Lidias al levantar su copa de vino— y la materia prima —señaló al arrancar una uva del racimo—. Cuánto sudor han derramado múltiples hombres para llegar de lo uno a lo otro, y entre más esmerado haya sido su trabajo, mejor será el resultado. Igual sucede con nosotros, Juan, sólo aquel que pone todo su empeño en transformarse en algo mejor cosecha el éxito. Hay que perseverar en las decisiones; para alcanzar la cima se debe mirar hacia arriba, doblegar al desánimo y a la flojera con la acción, imaginar la vista esplendorosa de la cumbre para borrar el panorama agreste de la pendiente, ahuyentar las tentaciones de la indolencia que nos invitan a sentarnos a esperar el paso de caballos alados que aparecerán para transportarnos; convencernos de que no hay más camino que los pasos que demos y que cada uno significa esfuerzo y sacrificio, porque el premio está al final de la jornada y no al principio.

—La enseñanza del arte de hablar en público que me entregas,

maestro, es un claro ejemplo de lo que dices. No me ha sido fácil: muchas veces estuve tentado a huir, abandonar el trabajo, dejar de practicar, pero he pensado en lo mal que me sentiría conmigo, porque no se puede uno esconder del miedo propio, se quedaría uno con él para siempre; en cambio, si lo derrotamos, crecemos internamente, ya que, a fin de cuentas, la opinión que más vale es la que yo me formo de mí mismo.

—¡Bien pensado, Juan!, y para seguir con los retos de esta enseñanza, hoy hablaremos de una de las situaciones más comprometedoras que puede enfrentar el orador.

—¿De qué se trata, maestro?

—Imagina, Juan, que estás en una reunión, muy tranquilo, disfrutando de la ocasión, y de pronto alguien anuncia: «Invitamos ahora a Juan bar Zacarías, para que pase al frente a decirnos unas palabras».

—¿La improvisación, maestro?

—Precisamente, Juan. Es, de todas las oportunidades de hablar en público, la que más frecuentemente se presenta.

—¿Cómo se debe proceder?

—Empecemos por analizar que todo discurso tiene una parte intelectual y otra emocional. La combinación ideal se da cuando dominamos previamente la parte intelectual, formada por la construcción y práctica del mensaje, para que, resuelta esa parte, en la tribuna demos paso a la emoción, gracias a la libertad que nos ofrece una buena preparación.

—¿Qué sucede ante la necesidad de improvisar?

—En el caso de la improvisación, la preparación se ve reducida al mínimo, por falta de tiempo, lo que nos deja con la emoción como la dueña de la escena, y debemos apoyarnos en ella; hablar con sencillez, con naturalidad, sin preocuparnos por ser elocuentes, manejando los aspectos sentimentales del tema.

—Ser más corazón que intelecto.

—Precisamente, pero también será indispensable utilizar a plenitud la técnica de la oratoria que hemos aprendido, en primer lugar, por la confianza personal que nos da tener su apoyo, pero además, el empleo de una buena técnica nos ganará, de inmediato, el respeto y la atención del público, que sabrá reconocer en nosotros a una persona que se desempeña con seguridad y conocimiento de causa.

—¿Cuánto tiempo debe durar una improvisación, maestro?

—Debe ser breve, Juan, pero sin exagerar, la gente espera un mensaje y dice muy poco de nuestra capacidad oratoria el pronunciar unas cuantas palabras. Diría yo que el tiempo que tardas en cocinar un huevo tibio es un lapso ideal para una improvisación.

—No conviene tampoco alargarse…

—Desde luego que no. Parte del hecho de que tu preparación es pobre, si te excedes en palabras serás repetitivo.

—Descríbeme, por favor, maestro, el proceso de una improvisación.

—Generalmente, el organizador del evento se acercará a ti para solicitarte, en privado, que dirijas la palabra. Lo primero que debes hacer es aceptar, de no hacerlo provocarás la impresión de que no sabes hablar en público o que eres poco amable o ambas cosas.

—Creo que además me sentiría muy mal conmigo mismo: realizar el esfuerzo de seguir este curso, para dejar ir la oportunidad de mostrar lo aprendido, no sería justo.

—Existen unas cuantas excepciones a la recomendación de aceptar de inmediato: cuando estemos fuera de tiempo, circunstancia o autoridad, cabe negarse. Imagina un banquete de bodas en el cual ya pasó el momento del brindis, la gente se encuentra en el apogeo de la diversión, la música suena y todos bailan; si en ese momento se le pide a la gente que regrese a sentarse, a los músicos que callen porque alguien va a dirigir la palabra, las posibilidades de que ese alguien sea recibido con silbidos, en vez de aplausos, es muy alta; no aceptes ser ese alguien, haz ver al organizador que está fuera de tiempo tu actuación, que ya pasó el momento adecuado.

—¿Cuándo se está fuera de circunstancia o autoridad?

—Considera, para el primer caso, que estás invitado en una reunión de astrólogos y tú eres ignorante total de esta ciencia; si por saberse que tienes dotes de orador te piden que dirijas la palabra de improviso, poco afortunada podrá ser tu intervención si desconoces el tema que da origen al evento. Debes cuidar, por otro lado, que quien te invita a tomar la palabra para una improvisación tenga autoridad como organizador o director del evento, no puedes aceptar hablarle al público si quien te lo propone no forma parte de quienes dirigen la reunión, ya que sería una falta de educación incluirte en su programa.

—Eliminando estos casos de negación, si en circunstancias normales acepto la invitación, ¿qué debo hacer?

—Pide a quien te invitó dos favores: que te dé un breve lapso para prepararte y que alguien te presente en la tribuna.

—¿Cómo manejo el tiempo concedido?

—Empieza por alejarte de la reunión, sal del local, para que el bullicio no te impida concentrarte. Escoge el tema a tratar: el primero que te venga a la mente, no hay tiempo para analizar muchas posibilidades; es más, la ocasión probablemente sea el tema obligado. A continuación construye tu frase de inicio, toma ideas para el desarrollo del mensaje y estructura una frase de final. Guarda estas ideas en tu mente y ya estás listo para subir a la tribuna. No intentes practicar el mensaje ni una vez; el primer ensayo es el más pobre y lo único que conseguirás es incrementar tu tensión nerviosa.

—Si las ideas no acuden pronto a mi mente, ¿qué hago?

—Puedes recurrir a la fórmula de ordenamiento cronológico: pasado, presente y futuro; también cabe utilizar una secuencia de causa, efecto y consecuencia; o planteamiento de problema, aportación de solución e invitación al público a unirse a la propuesta.

—¿Qué se hace cuando el organizador del evento no tiene la atención de invitarnos en privado: lo hace en público, sin previa advertencia?

—Procederemos en forma similar al caso anterior, simplemente con mayor celeridad. No cabe la opción de negarse; nos ponemos de pie con calma, colocamos el asiento; si tenemos a mano una copa, tomamos un trago de agua; nos acomodamos la ropa: si la tenemos en orden nos la descomponemos un poco y nos arreglamos, y emprendemos camino a la tribuna con toda calma. En estos breves instantes que hemos ganado,

empezaremos por escoger tema: la ocasión, lo que da origen a la reunión, no hay tiempo para buscar otro; construimos una frase de inicio y tomamos dos o tres ideas para el desarrollo del tema, apegados a las fórmulas anteriores. Nos olvidamos, de momento, del final; si nos surge una idea para él en la tribuna, perfecto, si no, recordemos el recurso de usar como final la misma frase del principio.

—Decías que no cabe la opción de negarse, ¿aunque estemos fuera de tiempo, circunstancia o autoridad…?

—Si somos llamados de improviso desde la tribuna, delante de todos los asistentes, no es válido negarse en ningún caso. Desde luego, al darnos cuenta de que se nos invita en alguna de las condiciones desfavorables que citaste, lo procedente aquí es ser extremadamente breve. En el caso mencionado de la fiesta de bodas, en que se interrumpe el baile para invitarnos a la tribuna, podríamos decir:

«Estimada concurrencia, creo representar el sentir de todos al desear a los recién casados la mayor felicidad; y para que ésta empiece a reinar desde ahora, dejo la palabra en los instrumentos de los músicos».

—El reto fue aceptado, y con brevedad se te dio trámite.

—Pero piensa, Juan, que si se conoce el riesgo de la improvisación, vale la pena minimizarlo; se dice que el mejor discurso improvisado, es el discurso preparado.

—¿Cómo se logra, maestro Lidias?

—Todos conocemos con anticipación nuestros compromisos, sabemos que acudiremos a una boda, a la fiesta en casa de amigos, a una reunión con compañeros de trabajo…, imaginemos que en cada una

de estas ocasiones nos van a invitar a dirigir la palabra y hagamos una preparación intermedia, que ni es aquella muy completa, a la que estamos obligados cuando hemos sido invitados como oradores con anticipación, ni tampoco la preparación nula. Escogemos tema para el evento, preparamos el mensaje y lo ensayamos dos o tres veces únicamente; si llegada la reunión nos piden que hablemos, estaremos montados en caballo de príncipe, pero si no, ¿qué habremos perdido? No sólo no hemos perdido nada, sino habremos ganado mucho: en primer lugar la preparación de un mensaje de oratoria es un excelente ejercicio intelectual, se tiene que hacer uso de la capacidad creativa, la imaginación, la memoria. Así como se ejercita el cuerpo para mantenerlo en forma, deberíamos poner a trabajar nuestro intelecto en una gimnasia mental como ésta. Pero además nos mentalizaremos positivamente para la reunión, ya que al preparar el mensaje nos concentramos en los aspectos positivos del evento, en las personas gratas que encontraremos; llegada la reunión llevaremos ventaja para el disfrute de la misma, incluso tendremos más temas de conversación. Pero todavía hay más, lo que no practicamos se olvida. Yo aprendí arquería de joven y era buen tirador; dejé esta disciplina por años y cuando quise retomarla quedé decepcionado de mi torpeza. Has hecho un esfuerzo por aprender las técnicas de la comunicación oral, Juan, si no las practicas las olvidarás en breve; un camino para que esto no te suceda es realizar con frecuencia estos ejercicios de preparación intermedia ante posibles improvisaciones que mantendrán frescos en tu mente los conocimientos adquiridos.

Juan visitó a su amigo Ezequiel que estaba enfermo, postrado en cama con fiebre.

—¡Bendito sea el Señor que te ha traído a verme, Juan!

—Me da gusto visitarte, Ezequiel bar Natan; aunque lamento tu enfermedad.

—Te agradezco la visita, Juan bar Zacarías, pero más reconocido quedaré contigo si tienes a bien hacerme un gran favor.

—Estoy para servirte, amigo, dime qué puedo hacer por ti.

—Me comprometí a visitar esta noche a mis hermanos, los fabricantes de sandalias, los de la calle angosta, que estarán reunidos en casa de Josué bar Ismael, al fondo de la calle, en el barrio bajo, porque les traigo noticias de la comunidad de Cafarnaúm, con relación a una muestra de sus productos que enviaron para allá. Desgraciadamente el mensaje que les traigo no será halagador, pero debo entregárselos, ¿me puedes hacer el servicio, Juan, de acudir a ellos y darles mi mensaje?

—Lo haré con gusto, querido amigo Ezequiel.

—Te lo agradezco profundamente. El mensaje que debes comunicarles es que la comunidad de Cafarnaúm dice que las sandalias que les enviaron…


Aquella noche, cerca del fondo de la calle angosta, se hallaban reunidos «los siete hermanos», joyeros de la calle del Arco, denominados así por el pueblo ya que formaban una fraternidad

cerrada, que monopolizaba el comercio de joyas del barrio bajo e impedían que cualquier otro joyero se estableciera en la zona. Se hallaban reunidos en espera de la visita de un tal Ezequiel bar Malaquías, comerciante de la región del mar de Galilea, a quien habían entregado muestras de sus productos de joyería para que estudiara la posibilidad de venderlas por aquella región. Dos de los «hermanos» permanecían en la calle, a un lado de la puerta de la casa, cuando Juan pasó por ahí en busca de la dirección de los fabricantes de sandalias, a la que su amigo lo enviaba, y les dijo:

—Disculpen, vengo de parte de Ezequiel y busco…

No lo dejaron continuar, lo tomaron del brazo y lo condujeron de inmediato al interior de la casa al considerar que se trataba de la persona que esperaban.

Juan, a su vez, explicó que su presencia obedecía a que Ezequiel estaba enfermo y mandaba su mensaje por medio de él. Rápidamente se reunieron los «siete hermanos» en la estancia de la casa, sobre cómodos y amplios divanes, al estilo romano, y colocaron a Juan frente a ellos para oír con interés sus noticias.

Juan había decidido aprovechar la ocasión para practicar la oratoria, y les dijo el mensaje que tenía preparado:

—Estimados hermanos: ¡El negocio de ustedes está por los suelos!

A Juan le extrañó que su frase inicial no hubiera despertado la sonrisa que esperaba de los fabricantes de sandalias, pero sin desanimarse continuó:

—Quién no quisiera ver su producto pendiendo del cuello de una

bella dama, lucido con elegancia en las manos o la cintura de un caballero, pero las circunstancias hacen que lo vuestro tenga que ser pisoteado y poco valorado.

¡Qué gente más seria! —se decía Juan—, no les arranco una sonrisa con nada…, pero hay que continuar.

—Con cuánto cuidado debe escogerse el material adecuado, de buena calidad, y después habrá que invertir largas horas de trabajo en su elaboración para terminar en manos de un cliente caprichoso que quiere rebajar el precio porque no le gusta el color, porque no es el diseño que buscaba, bueno, hasta por una correa suelta.

»Los tamaños representan otra dificultad: lógicamente, cada quien los quiere a su medida y esto complica la fabricación, ya que del mismo modelo se requieren varias dimensiones.

»Todo esto viene a colación porque la comunidad de Cafarnaúm se ha quejado de las muestras de sus productos y se han dado comentarios de que se les está dando cabra por vaca. Incluso, una dama comentó que prefería salir a la calle sin nada puesto que usar vuestros horribles diseños. Se les manda decir que las piedras se encajan en la piel por la cubierta tan delgada de los productos.

»Lo que sucede es que sus productos son finos y delicados y la gente de Cafamaúm, aparentemente, quiere adquirir piezas más robustas, para el uso rudo de los pescadores y la gente del puerto.

»Por otro lado el abrillantador usado para las prendas es otra de las quejas, ya que la gente opina que se quiere hacer lucir material corriente como si fuera fino.

»Para los de pies grandes, se puede decir que la sortija se convierte en pulsera y los dedos les quedan de fuera.

»También la queja del precio: alegan que se quiere cobrar como si fuera oro lo que es cuero…

En eso, entró a la estancia un sirviente, se acercó a uno de los

«hermanos» y le dijo al oído:

—Amo, en la puerta se encuentra el señor Ezequiel bar Malaquías, que viene a visitarlos.