Capítulo 31

Rafe no podía soportarlo más. Se había pasado la mayor parte del día anterior caminando arriba y abajo, excepto cuando no podía resistirse a aventurarse por la casa para ver a Phoebe, que al parecer lo evitaba. Era mejor así.

Lo odiaba.

Todo un día sin ella le provocaba un dolor tan profundo que lo alarmó. Y lo convenció. El vacío que sentía cuando ella no estaba cerca… como si su vida fuera a ser siempre la misma existencia solitaria y superficial que había sido hasta aquel momento.

No había nada que hacer. Tenía que marcharse. Ya. Calder querría conocer la razón. Rafe tenía la esperanza de que se le ocurriera un medio convincente de explicar su súbita obligación de estar muy, muy lejos.

Rafe encontró a Calder de pie junto a su escritorio, metiendo papeles dentro de una carpeta de piel. La ropa que llevaba indicaba que se disponía a hacer un viaje.

—¿Vas a algún sitio?

Calder ni siquiera apartó la vista de los papeles.

—Sí. Hay un problema en la fábrica de porcelana. Uno de los hornos ha causado un incendio. Voy a evaluar los daños.

Rafe cruzó los brazos. No comprendía la fascinación de Calder por la fabricación, en especial cuando Brookhaven clamaba más atención de su hermano.

—¿No tienes expertos que puedan hacerlo por ti?

Calder soltó un bufido, y cerró y ató la carpeta.

—¿Y esperar varios días a que una información insatisfactoria vaya y venga? Es mucho más eficiente ir hasta allí y poner en marcha mis decisiones directamente.

—¿Y qué pasa con Pho… la señorita Millbury?

—¿Qué tiene que ver ella con eso? Mis asuntos de negocios no son asunto suyo.

«Eso es lo que harías, ¿verdad, hermano? La dejarías fuera de todo lo que te importa, igual que hiciste con Melinda, ¡y luego te preguntarías por qué no es feliz! Tienes a esta mujer, esta mujer encantadora, cariñosa, preciosa (lo tienes todo), pero nunca apreciarás ni una brizna.»

Por desgracia, no era posible decírselo. Calder no hablaba de Melinda. Nunca. Rafe tensó la mandíbula para no pronunciar las palabras que pugnaban por salir de sus labios.

—¿La señorita Millbury y tú no teníais un compromiso esta noche? —preguntó cortante, aunque no con el acaloramiento que su hermano merecía.

Calder se detuvo a punto de salir.

—Oh, diablos. Las entradas para la ópera. —Se metió la carpeta debajo del brazo y se inclinó sobre una hoja de papel que había sobre la mesa. Mojando la pluma en la tinta, garabateó un apresurado mensaje y dobló la nota por la mitad. Se enderezó y se la tendió a Rafe—. Haz que se la entreguen, ¿quieres? Tengo un caballo esperando.

Rafe cogió la nota, mientras Calder pasaba rápidamente a su lado.

—Dios no quiera que le causes alguna molestia al caballo —masculló—. Los demás podemos irnos al diablo.

Por supuesto, Calder no oyó ni una palabra, porque ya se había ido.

Rafe miró la nota que tenía en la mano.

Mi querida señorita Millbury, lamento no poder cumplir la promesa que le hice para esta noche.

Brookhaven

Un buen hermano se encargaría de que le entregaran la nota. Un buen hermano subiría sin perder un momento al primer barco que zarpara con destino a otros mares.

Arrugó la nota y se la metió en el bolsillo.

—Está claro que no soy un buen hermano.

No podía hacerlo. No podía marcharse en aquel momento y abandonar a Phoebe a una vida de lujosa negligencia, sabiendo que su descontento crecería hasta el día en que, como Melinda, saliera disparada, como una muñeca rota, de un carruaje que se partiría en pedazos, en su intento por huir del dolor y del vacío de su vida.

El desdichado futuro de Phoebe se elevó ante él. Debía intentar, una vez más, convencerla para que no siguiera adelante con aquel matrimonio.

Al parecer, Melinda sabía algo de Calder que Rafe nunca había querido creer.

A su manera del todo correcta, glacial y sin corazón, Calder era, realmente, el bastardo de Brookhaven.

Tessa escuchaba de nuevo. Si hubiera pasado alguien, habría parecido que iba decididamente a algún sitio.

No obstante, era raro que la pillaran in fraganti. Tuvo un padre violento y cruel que no siempre era vulnerable a sus encantos cuidadosamente administrados. Había una delgada línea entre engatusarlo para que abandonara su humor más sombrío… y atraerlo en demasía. Había aprendido a manipular, a intrigar… y a ganar.

Por no hablar de moverse sin hacer ruido en casa de un hombre, siempre alerta a cosas como el olor de los puros, el tintineo de una botella de whisky contra un vaso, o unos pasos más pesados. Se dijo, sonriendo para sus adentros, que una habilidad así siempre resultaba de gran utilidad.

Brookhaven se había ido… y parecía que, como el gato no estaba, los ratones iban a bailar.

No tenía la menor intención de ser un obstáculo para el amor joven. En especial, cuando favorecerlo podría convertirla —es decir, convertir a Deirdre— en una mujer muy rica.

En el despacho de Stickley & Wolfe, Abogados, se había pergeñado un nuevo plan de batalla.

—Su señoría tiene entradas para la ópera esta noche. He confirmado por un chico que hace el reparto a Brook House que él mismo acompañará a su futura esposa. Tienen su propio palco, claro, lo cual significa que su señoría se escabullirá, de vez en cuando, para estirar las piernas, fumar un cigarro, etcétera.

—¿Etcétera?

Wolfe se esforzó por no poner los ojos en blanco.

—Vale, para echar una meada. En cualquier caso, podemos vestirnos para no desentonar y esperar junto al palco. Los niveles superiores del teatro de la ópera son un laberinto de pequeños pasillos. Lo cogeremos, lo dominaremos entre los dos y… —El rebullir de Stickley no podía ignorarse por más tiempo—. ¿Qué ocurre?

—No tengo nada que ponerme.

Wolfe se encogió de hombros.

—Cualquier traje de etiqueta servirá…

La incomodidad de Stickley fue en aumento. Wolfe abrió unos ojos como platos.

—¿No tienes un traje de etiqueta?

—Nunca he tenido que usar uno —dijo Stickley, con aire remilgado—. No apruebo gastar en ropa innecesaria.

—Está bien —gruñó Wolfe—. Yo lo esperaré, lo reduciré por la fuerza y tú estarás en la puerta trasera del teatro con el coche preparado.

Stickley asintió nerviosamente.

—De acuerdo, si de verdad crees que es necesario llegar a estos extremos.

Wolfe sonrió como un lobo.

—Stick, amigo, la dama no se podrá casar con él, si él no está.

Arriba, en su habitación, Phoebe tenía tres de los nuevos vestidos de Lementeur desplegados encima de la cama y los contemplaba con el ceño fruncido. ¿Qué ponerse para ir a la ópera con el marqués de Brookhaven?

Para empezar, nunca había ido a la ópera y, aunque se daba por sentado que había que ir bien vestido, tenía dudas sobre qué ponerse.

En segundo lugar, ¿qué sería lo apropiado para la prometida de un marqués?

Probablemente, Deirdre lo sabía y podría ayudarla, pero se había marchado a dar un paseo en coche por Hyde Park con uno de sus admiradores. Sophie… bueno, mejor dejarlo.

«Esta es una de esas ocasiones en que tener una madre sería realmente una bendición.»

—¿Tienes problemas, querida? —inquirió una voz amable.

Phoebe se sobresaltó y giró hacia la puerta de la estancia.

Pero solo era Tessa, que entró grácilmente en la habitación, con una suave sonrisa en los labios, lo cual era en realidad extrañísimo. Phoebe retrocedió, desconfiada.

—Lady Tessa.

La sonrisa de Tessa se ensanchó.

—Seguramente, a estas alturas, me puedes llamar «tía», ¿no te parece, querida? —Llegó junto a Phoebe y estudió los trajes que había seleccionado—. ¡Oh, qué bonitos! Has elegido bien. No obstante… oh, cielos. Normalmente, todos irían muy bien, pero…

Phoebe miró los vestidos y sus dudas aparecieron de nuevo.

—Pero ¿qué? —Quizá no podía confiar en Tessa, pero no se podía negar que tenía un gusto exquisito… por lo menos en la ropa que ella misma llevaba.

—Bueno, es tu primera noche en la ópera como prometida del marqués. Querrás causar una primera impresión duradera, ¿verdad?

A Phoebe se le hizo un nudo en el estómago. Todos los ojos fijos en ella… las lenguas no pararían…

«No lo hagas.»

—Por favor, ayúdeme, tía.

«Ya lo has hecho.»

Tessa sonrió ampliamente.

—¡Por supuesto, querida! —Se dirigió hacia la abundancia de trajes que Phoebe había recibido de Lementeur.

Phoebe la siguió, como un cachorro ansioso.

—Había pensado en algo azul, para su señoría, pero no sé si un color intenso sería apropiado o si debería escoger un color claro…

Tessa hizo un gesto negativo con la mano.

—Lo teatral está siempre al orden del día en la ópera. Todas las señoras llevan sus vestidos más espectaculares y excitantes… ah, este irá perfectamente.

Tessa cogió el único traje que Phoebe había evitado especialmente: aquella fantasía azul verde que hacía que pareciera como si estuviera hecha enteramente de pechos, y que la hacía pensar en la mirada que había en los ojos de Rafe cuando se lo probó para él.

—¡Oh, no! No podría.

Tessa dio la vuelta al traje entre las manos y parpadeó, mirándola desconcertada.

—¿Y por qué no? ¿De que sirve un vestido si no te lo pones?

—Pero me hace muy… —Phoebe se lo indicó, con las dos manos, sonrojándose.

Tessa soltó una risa tintineante.

—Bien, así harás callar a esas personas tan ingeniosas que no entienden por qué Brookhaven te eligió entre todas las demás. —Parecía no preocuparle en absoluto incluirse a ella y a Deirdre en ese grupo.

—Yo… creía que estaba disgustada por el compromiso —dijo Phoebe, vacilante—. Por la posibilidad de que me haga con la herencia.

Tessa se encogió de hombros.

—Bueno, no te negaré que, al principio, estaba un poco molesta. Sin embargo, ¿por qué iba a importarme, realmente? No importa cuál sea el resultado; yo personalmente no recibiré más que la satisfacción de ver a Deirdre bien colocada… y no tengo ninguna duda de que es completamente capaz de conseguir un buen futuro por sí misma. Las relaciones de Brookhaven harán que eso le resulte más fácil ahora. Así que no tiene mucho sentido guardarte rencor por tu buena fortuna, ¿no es cierto?

En general, Tessa hacía que Phoebe se sintiera inquieta, pero sus palabras tenían sentido. Deirdre era una de las bellezas de la temporada. Era muy probable que consiguiera un partido que valiera mucho más de veintisiete mil libras.

Se descubrió sonriendo tímidamente.

—Muy bien. Me pondré este vestido. —Era una creación bellísima.

—¡Estupendo! —Tessa hizo que diera media vuelta hacia el espejo y sostuvo el vestido delante de ella, sujetándolo desde atrás y mirándola, alentadora, por encima del hombro.

—¿Lo ves? Brookhaven no podrá resistirse.

«Brookhaven.» Phoebe sintió aquella vieja culpa retorcida al pensar en acercarse a su señoría.

Sin embargo, así era como debía ser. Debía vestirse para agradar a Brookhaven y a nadie más. Y quizá…

Quizá, si estaba tan tentadora como fuera posible… tal vez Brookhaven se vería empujado a desearla tanto como Rafe.

Y tal vez ayudaría a que ella lo desease a su vez. Tal vez eso era lo único que faltaba. Tal vez entonces todo sería como debía ser.

Tal vez.