Capítulo 6
Sophie entró corriendo en la habitación con el rostro, habitualmente pálido, sonrojado de excitación.
—¡Está aquí! ¡El marqués de Brookhaven está aquí!
Phoebe sonrió a su prima desde donde estaba, delante del tocador, perfectamente vestida y lista para dar un primer paseo en coche con su prometido.
Su propio pulso latía desbocado de excitación por verlo de nuevo. Todo, absolutamente todo, resultaba más perfecto de lo que nunca habría imaginado. El vicario iba allí de camino a Londres, pero ya había enviado una nota aprobando el enlace. Solo contenía una línea que nunca habría creído posible volver a oír: «Has hecho honor al nombre de la familia, querida hija».
Se alisó la parte delantera del vestido y arregló las solapas de su chaqueta corta de color azul cielo, elegida solo para realzar sus ojos. Sonrió. De alguna manera, se las había arreglado para complacer a todo el mundo, ser respetable y, a pesar de ello, encontrar un hombre que le hacía hervir la sangre.
—Me parece que, finalmente, he arreglado las cosas a mi satisfacción —le dijo a Sophie, serenamente.
—Bien, ¡pues me gustaría que compartieras tu secreto!
Phoebe se volvió para mirar a su prima. La propia Sophie parecía sorprendida por la acritud de su tono.
—Sophie, no tengas celos de mi buena suerte. Encontrarás un esposo aquí, en la ciudad. Sé que lo encontrarás.
Sophie agachó la cabeza y ladeó los hombros, lo cual le dio el aspecto de una jirafa encogida.
—No quiero un marido. He venido a Londres solo por los museos y las galerías.
Phoebe se puso de puntillas para besar rápidamente a su prima en la mejilla.
—Entonces ve a la Royal Academy hoy. No hagas caso de Tessa y ve. ¿Qué puede hacer… enviarte de vuelta a Dartmoor? Necesita tu parte para pagar esta casa.
Sophie parpadeó y una leve sonrisa asomó a sus labios.
—Eso es verdad, ¿no?
Phoebe se apartó girando sobre sí misma y haciendo que el vestido se ahuecara alrededor de los tobillos.
—Yo no habría conocido a Marbr… al marqués, si no hubiera desafiado a Tessa, ¿sabes? Tal vez sea una idea indigna, pero a veces me pregunto si no está tratando de…
Se encogió de hombros, sin acabar la frase. Aunque competían directamente con Deirdre, seguro que su propia tía no iría en contra de ellas… ¿o sí?
Al parecer, Sophie había pensado lo mismo.
—A veces, yo también me lo pregunto. —Bajó los ojos para mirarse—. Creo que no voy a dejar que escoja ninguno más de mis vestidos.
Phoebe le dijo adiós con la mano, mientras bajaba alegremente la escalera.
—Así se hace. ¡Te lo contaré absolutamente todo cuando vuelva!
Bueno, tal vez casi todo.
Phoebe se detuvo en su decidido trote escalera abajo. El caballero que estaba de pie —no, que se alzaba imponente— en el vestíbulo, era alto, apuesto y le resultaba extrañamente familiar, aunque estaba segura de que nunca antes le había visto. Además, estaba en medio del paso.
—Discúlpeme —dijo, al pasar junto a él, de camino al saloncito.
Él se volvió para observarla mientras se marchaba. Phoebe notaba sus ojos clavados en ella cuando se precipitó dentro de la estancia para ver a Marbrook.
No había nadie en el saloncito. ¿Podía ser que el hosco sirviente de Tessa lo hubiera llevado al cuarto de estar?
Tampoco había ningún Marbrook en el cuarto de estar.
El hombre del vestíbulo seguía mirándola mientras ella buscaba.
Vaya entrometido. Finalmente, irritada por la decepcionante invisibilidad de Marbrook y por el persistente interés de aquel intruso tan extraño, Phoebe se volvió hacia él con los brazos en jarras.
—¿Hay algo raro en mi vestido? —preguntó.
Él parpadeó.
—Yo… ¿cómo dice?
Phoebe dio una vuelta, moviendo la falda para que él la viera.
—¿Está seguro? ¿Quizá una mota de hollín, o el desafortunado regalo de la jaca del lechero?
Él se irguió, con el ceño fruncido.
—No estará usted un poco loca, ¿verdad?
Ella cruzó los brazos y lo miró, también con mala cara.
—Bueno, he pensado que debía de tener algo raro, por la manera en que me miraba.
Tessa se moriría si la oyera, pero ¿qué le importaba? Estaba prometida a Marbrook y, probablemente, él se echaría a reír si lo sabía.
«Creo que te amo, Marbrook.»
El hombre… ¿qué había en él que le resultaba tan familiar? Tenía un gesto cáustico en los labios que le hizo pensar en la cara del vicario cuando recordaba el incidente. Así que, pese a que el hombre era muy guapo, a Phoebe no le gustó mucho.
—Señorita Millbury —empezó él.
Phoebe tragó saliva, porque él empleaba el tono desaprobador del vicario, además.
Pero ¿a ella qué le importaba la desaprobación de un desconocido? Alzó la barbilla y agradeció a los hados que le hubieran dado a Marbrook. Era una verdadera lástima que tuvieran que esperar la lectura de las amonestaciones, porque ella se casaría con él en menos de una hora, si pudiera.
—¿Sí?
Él entrecerró los ojos al oír su tono.
—Señorita Millbury, tal vez debería informarla de que no tengo por costumbre sufrir tanta insolencia de… bueno, de nadie, en realidad.
Phoebe asintió.
—Esto explica su expresión avinagrada. ¿Qué explica entonces su mala educación en casa de mi tía?
Él parpadeó, abrió la boca para hablar y volvió a cerrarla.
Phoebe se deshizo de su nerviosa impaciencia y empezó a tratar de pasar junto a él. Si Marbrook no estaba allí, le metería grillos en la cama a Sophie por aquella broma.
Una mano grande la cogió por el brazo. El asombro la recorrió de arriba abajo ante aquel indignante insulto.
—¡Señor! Suélteme de inmediato o me veré obligada a informar a mi prometido de esta ultrajante conducta.
Él la miró desde arriba y su ceño desapareció como si acabara de darse cuenta de algo.
—Ah. —La soltó, pero no sin antes demorarse en un contacto que le hizo pensar que ella le gustaba.
Él dio un paso atrás y una leve y un tanto frágil sonrisa apareció en sus labios.
—Señorita Millbury, parece que somos víctimas de un malentendido.
Ella enarcó una ceja.
—Entiendo que mi prometido estaría en su derecho de cruzarle la cara con su guante.
La sonrisa no se desvaneció. Él se inclinó.
—Señorita Millbury, lord Calder Marbrook, marqués de Brookhaven, a su servicio.
Aquello estaba mal. Muy, muy mal.
—Ah.
Carraspeó para desatar el nudo que tenía en la garganta, obligándose a usar un tono normal. Algo le mordía en el vientre, lanzándole dardos de miedo por todo el cuerpo. Había hecho algo equivocado y temía saber qué era.
El hombre se inclinó, luego levantó los ojos para encontrarse con la mirada estupefacta de Phoebe.
—Querida señorita, yo soy su prometido.