Capítulo 10

Momentos después de que Brookhaven se despidiera, otro caballero llegó a la casa de Primrose Street, un tal señor Stickley, de la firma Stickley & Wolfe, ejecutores del fideicomiso Pickering.

—Sí, bien… —El delgado caballero las miró a todas, dubitativo, mientras ellas permanecían sentadas formando un semicírculo, frente a él, en el mismo saloncito donde habían recibido a Brookhaven. El señor Stickley ocupaba, claramente, menos sitio que su anterior visita—. Lady Tessa, ¿está segura de que el vicario no está disponible?

Tessa le sonrió, a la vez que lo fulminaba con la mirada.

—El vicario ha ido a Brook House con el marqués. Todos los asuntos de las herederas de Pickering han quedado en mis manos.

El hombre parpadeó.

—Con todo…

La sonrisa de Tessa se evaporó. El señor Stickley dio unos golpecitos en su maletín, como si debatiera si debía esperar hasta encontrarse con un hombre real. Phoebe admiró su fortaleza y luego comprendió que, probablemente, era demasiado miope para ver el peligro que corría.

—Señor, me temo que tenemos muchas cosas que hacer. Verá, la señorita Millbury tiene una cita con el propio Lementeur, esta tarde. Todas —hizo un gesto incluyendo a las demás y a ella misma— vamos a hacernos pruebas también, dado que la señorita Millbury ha insistido en ello.

Phoebe miró a Tessa. Aquella mujer era increíble.

—¿Eso he hecho?

Los ojos de Tessa centelleaban peligrosamente.

—Eso has hecho.

Phoebe sonrió. De repente, Tessa le parecía bastante diminuta y, bueno, insustancial. Después de todo, no se podía comparar con la duquesa de Brookmoor. Bien pensado, ni siquiera con la marquesa de Brookhaven.

La sonrisa de Phoebe se hizo irónica. Ladeó la cabeza ligeramente.

—Me honraría pedirles a todas que me acompañaran a Lementeur para ver vestidos.

Los ojos de Deirdre brillaron con lo que parecía ser un respeto rencoroso, pero Sophie solo se encogió de hombros.

—¿Crees que llevará mucho tiempo?

El señor Stickley frunció el ceño; estaba claro que le importaban muy poco esas cosas superfluas.

—Supongo que debemos empezar… aunque haré constar que yo deseaba esperar hasta que el vicario se uniera a nosotros.

—Puede hacer constar lo que le apetezca, señor Stickley —dijo Tessa con mucho énfasis—. Siempre y cuando empiece. Ya.

—Como las señoritas ya habrán sido, sin duda, informadas, la fortuna Pickering alcanza ahora veintisiete mil libras…

Alguien soltó una exclamación ahogada. Phoebe se dio cuenta de que había sido ella. Las otras parecían menos sobresaltadas, aunque Sophie estaba vagamente confusa, como si aquella escandalosa suma le resultara difícil de asimilar.

El señor Stickley se volvió hacia ella.

—¿Es esta la joven que está prometida a un marqués?

Phoebe asintió, con la boca todavía seca. ¿Veintisiete mil libras? No era solo una fortuna; era una fortuna escandalosa.

El señor Stickley la miró con una leve aprobación.

—Bueno, parece que quizá se haga con la victoria. Sé de una fuente fiable que el actual duque de Brookmoor ha empeorado de nuevo.

Un anciano se estaba muriendo. Phoebe sintió náuseas al pensar que aquello eran buenas noticias… y, sin embargo, lo eran. Su muerte y su propio matrimonio la liberarían para siempre. Quería esa seguridad más de lo que nunca había querido nada.

Excepto a Marbrook.

Consiguió emitir un ruidito ambiguo en beneficio del señor Stickley, quien asintió.

—Bien, si la señorita Millbury heredara, habrá unas pequeñas anualidades para las otras dos… Me parece que el testamento dispone que recibirán quince libras al año… —Dejó la frase sin acabar, porque incluso él debió de darse cuenta de lo mezquina que era aquella suma.

Una institutriz decente ganaba más y, por añadidura, le daban habitación y comida. Carraspeó.

—Es lamentable que sir Hamish no hiciera provisiones para el aumento de los gastos… pero no se puede modificar esa suma.

Phoebe no quería mirar a sus primas, pero se obligó a hacerlo. Necesitaba ganar la fortuna Pickering. El sueño de su padre… el último deseo de su madre antes de morir… No estaba en sus manos cambiar su futuro a su gusto.

Deirdre era guapa y tenía buenas relaciones. Le iría bien.

Sophie… Sophie tenía la mirada perdida en el vacío, con la frente ligeramente fruncida. Se le ocurrió por primera vez que Sophie nunca había esperado ganar ni un céntimo del dinero Pickering.

Entonces ¿por qué estaba en Londres?

El señor Stickley carraspeó de nuevo.

—Veamos, debe comprender, señorita Millbury, que Stickley & Wolfe no pueden entregar la herencia hasta que se case y su futuro esposo sea nombrado duque oficialmente. Además, ni una palabra del acuerdo puede salir de la familia o todo el asunto será declarado nulo.

Deirdre frunció el ceño.

—Esa es la parte que nunca he entendido. Todas podríamos pescar a un duque si pudiéramos enseñarle veintisiete mil libras.

No, claro que no. Deirdre no estaba resentida, ni siquiera un poco.

El señor Stickley asintió tristemente.

—Precisamente. Su bisabuelo se dio cuenta de eso. Su deseo era que ganasen la herencia con sus propios recursos.

Por supuesto, Phoebe comprendía la ira de Deirdre. Sus cabellos rubios y sus ojos de zafiro no contaban como los mejores recursos… Vaya, ¿adónde iban a parar?

—Entonces, ¿qué pasa con el dinero, si alguien lo cuenta?

Todos se volvieron. Era Sophie, que hablaba por vez primera desde que empezó la reunión. Todas las miradas se volvieron hacia el señor Stickley, que enrojeció como a manchas, mientras tiraba del cuello de su camisa con el dedo índice.

—En el improbable caso de que ninguna de ustedes, señoritas, se haga con un duque, o si el contenido del testamento se filtra a personas que no sean miembros de la familia, en ese caso…

Las sillas crujieron cuando las cuatro mujeres se inclinaron hacia delante, con una intensidad tal en la mirada que, al parecer, era suficiente para desalentar incluso a un tipo tan frío como el señor Stickley. El hombre tosió y carraspeó otra vez más.

—En ese caso, toda la cuenta… bueno, sir Hamish tenía una opinión muy clara sobre los impuestos internos…

Miró alrededor, vio las expresiones expectantes de todas y se encogió de hombros, con un gesto de impotencia.

—Lo deja todo a los contrabandistas.

—¿Contrabandistas? —Sophie bajó la mirada y sonrió—. Contrabandistas de whisky, supongo.

Por la expresión del señor Stickley, parecía que la idea misma de que todo aquel maravilloso dinero fuera a parar a un puñado de sucios delincuentes le diera ganas de vomitar.

—Sí. Toda la fortuna se dedicará a pagar las multas y castigos de hombres convictos por destilar y transportar whisky sin pagar los impuestos debidos.

Phoebe pensó en el retrato de sir Hamish que colgaba en Thornhold. Con el cabello rojizo y los penetrantes ojos azules, sí… podía ver al rebelde en aquellos ojos.

«Eh, mira, bisabuelo. He ganado.»

Los contrabandistas no verían ni un penique. Se casaría con lord Brookhaven y, deprisa, además, porque eso significaba que nunca más volvería a tener miedo.

No daría ni un pelo de la cabeza por los suntuosos trajes y las joyas, pero la idea de que nunca más tendría que morderse la lengua o perder el sueño preguntándose si había dicho demasiado o cavilar sobre cualquier vago susurro que pudiera oír, esforzándose por determinar si alguien sabía algo terrible de ella… esa idea valía toda su integridad y su corazón, por añadidura.

«La duquesa de Brookmoor. Recuerda que serás la duquesa.»