Joshua
Te has quedado muy callado, Joshua.
—No tengo nada más que decir.
—¿Ese día estabas pensando en quitarte la vida?
[Silencio. Aproximadamente dos minutos].
—Debo insistir en que respondas a mis preguntas, Joshua.
[Silencio. Aproximadamente tres minutos].
—Te lo preguntaré una última vez y luego me temo que tendré que retenerte aquí hasta que decidas cooperar. ¿Ese día estabas pensando en quitarte la vida?
—Sería de gran ayuda si formulara las preguntas de manera que me resultara más fácil contestarlas.
—¿Por qué no me ayudas, entonces? Dilo tú con otras palabras.
—¿Quiere que le haga su trabajo?
—Quiero que me hables de ese día pero de manera que te sientas cómodo, así que contéstame con las palabras que tú veas que te proporcionan esa holgura.
—Quiero que sepa que hace usted su trabajo de pena. ¿Dónde estudió la carrera?
—En Harvard. ¿Ves? He contestado a tu pregunta, aunque no tenía ninguna obligación de hacerlo. Así que ahora toca volver a la mía. ¿Cómo te gustaría que la formulara?
—La vida no es justa. A veces lo que das no es lo que recibes.
—Es comprensible que te sintieras ignorado durante el embarazo de Amber.
[Suspiro].
—¿Te sentías ignorado, Joshua?
—Me resulta usted de lo más cansina.
—Te aseguro que el sentimiento es mutuo, Joshua. Pero eso no cambia el hecho de que necesito respuestas sinceras a estas preguntas. Ahora mismo, las cosas no pintan muy bien para ti. Te recomiendo sinceramente que colabores.
—¿Quería morirme?
—¿Qué has dicho, Joshua? No te entiendo.
—Es que no puede.
—¿Me podrías explicar lo que has dicho, por favor?
—Era una pregunta. Me pidió que reformulara su pregunta.
—Entiendo. Entonces, ¿querías morirte ese día?
—Todos los días. Todos los putos días.
—¿A qué te dedicabas cuando no estabas cuidando de Amber?
—Estudiaba por correspondencia, como quería ella, y conseguí un trabajo. Amber nunca llegó a saberlo. No era más que una porquería de trabajo de dependiente en una zapatería. Pero ganaba algo de dinero. No quería usar el suyo. Se estaba gastando sus ahorros para pagarlo todo y yo no quería, así que…
—¿Por qué no se lo contaste?
—Llegado aquel punto, no creo que le hubiera interesado, pero también sabía que quería que estudiara, que terminara la secundaria y fuera a la universidad. «Trabaja para tener una vida decente», me decía.
—Y según tu expediente, eso hiciste.
—Pues sí.
—Terminaste la secundaria y sacaste una puntuación de 1.853 en las pruebas de acceso a la universidad. Es bastante impresionante para un chico que ha pasado por todo lo que tú has pasado.
—Lo que usted diga.
—Para un chico que quería morirse.
[Silencio. Aproximadamente veinte segundos].
—Cuando te pusiste a conducir a toda velocidad por aquella autopista, ¿en qué pensabas?
—Pues en que me estaba volviendo loco. Aquella mujer increíble, que corría un montón de kilómetros al día, que se fijaba en cosas que nadie más veía, la única persona que me había apreciado y la única mujer a la que he amado nunca, se estaba muriendo, por mi culpa.
—En realidad no fue por tu culpa, Joshua. Ella tomó una serie de decisiones.
—¿Cree usted en las almas gemelas?
—¿Y tú, Joshua?
—A veces la única manera de entender algo así es vivirlo. Nuestros destinos siempre estuvieron ligados. Nuestras vidas, entrelazadas como la hiedra, enroscadas y estrangulándose mutuamente, hechas la una para la otra y asfixiándose al mismo tiempo. Eso es lo que era ella para mí…, mi alma gemela.
—¿Te resultó muy duro verla sufrir?
—Era una tortura saber que por mi culpa estaba sacrificando su propia vida.
—¿Y por eso querías morirte tú también?
—Quería que nos muriésemos todos. Que terminara nuestro sufrimiento. Quería que nos muriésemos todos.
—Pero aquel día paraste el coche.
—Sí. No quería hacerle más daño del que ya le había hecho. Quería terminar con su sufrimiento, no crearle más.
—Entonces, ¿la mataste por eso? ¿Para poner fin a su sufrimiento?