Tyler
Asfixiante.
—¿Su amor no te resultaba reconfortante?
—No era amor. Era una cosa chunga.
—¿Crees que tu madre no te quería?
—Quería quererme.
—Y eso te hacía sentirte…
—Ya lo he dicho. Me asfixiaba. Pensaba que a usted la pagaban por escuchar.
—Entre otras cosas. ¿Crees que no te estoy escuchando?
—No con la atención suficiente.
—Bueno, has dicho que tu madre fue asfixiante durante tus primeros diez años de edad; no que tu madre te asfixiara. La diferencia es que, en ocasiones, de hecho casi siempre, nuestros sentimientos son complejos y los actos de otra persona y nuestra manera de reaccionar a ellos pueden ser cosas muy distintas.
—Entonces se lo voy a explicar, a ver si le queda claro: cuando no puedes dar un paso sin que te hagan carantoñas o se ponga en duda tu bienestar, cuando no puedes cometer errores por miedo a que la persona que te cuida se lleve un disgusto, cuando tu madre viene a todos los juegos de clase, se ofrece voluntaria para la cafetería del colegio, para monitora en los recreos, para la AMPA, para organizar las excursiones del colegio… ¿Se hace una idea?
—Sí, me doy cuenta de que sus cuidados te atosigaban.
—Pero es que esa es la cosa. No me cuidaba. Hacía lo que hacía para escapar de sí misma, de su aburrimiento, de su…
[Silencio. Aproximadamente cuarenta segundos].
—¿Su qué?
—Nada. Simplemente no estaba, aunque estuviera todo el rato.
—¿De qué más crees que intentaba escapar, Tyler?
—Ya lo ha leído.
—Sí, pero lo que opine sobre el texto no es pertinente en este momento, Tyler. ¿De qué intentaba escapar?
—De su vida, supongo. De la que creía que debía haber vivido, en la que tenía más hijos a los que querer, un trabajo mejor, quizá. Era inteligente, muy inteligente. Podía tener cuatro libros en la mesilla y estar leyéndolos todos a la vez. Así era ella… Capaz de concentrarse en un montón de cosas a la vez sin perderse, aunque siempre parecía tener la cabeza en otro sitio. Era rara, pero desde luego inteligente.
—Entonces, ¿no crees que tu madre estuviera viviendo «la vida adecuada»? Vivía para ti. ¿Eso no te parece «adecuado»?
—No. Yo creo que las personas, incluso los padres y las madres, tienen que vivir para sí mismas.
—¿Ser más egoístas?
—En cierto sentido, puede. Como mi padre.
—¿Tu padre es egoísta?
—No exactamente, pero luchó por su sueño, por convertirse en cirujano maxilofacial, a pesar de que eso implicaba pasar menos tiempo con nosotros.
—¿Cómo te afectó eso, no ver mucho a tu padre?
—Sí le veía. Yo qué sé, a la hora de la cena y los fines de semana venía a mis partidos, pero aun así tenía su vida. Eso me gustaba. Lo hacía todo más normal, como más estable. Mi padre me hacía sentir que yo podía hacer cosas y también que no se derrumbaría si yo metía la pata en algo. Era como si se fiara más de mí.
—¿La confianza es importante para ti?
—¿Y para usted?
—Tyler, ya te he explicado que…
—Sí, sí. Usted no es importante. Lo que quería decir es que ¿no lo es para todo el mundo?
—¿Lo es?
—Sí. Yo creo que sí. Si usted estuviera aquí sentada pensando que estoy soltando un montón de chorradas, entonces estaría perdiendo el tiempo, ¿no? Ha de tener confianza. Toda persona que quiera tener una conversación de verdad, no esas tonterías que se dicen en bodas y fiestas por hablar de algo, debe tener confianza, ¿no? Por eso casi todo acaba mal. Por falta de confianza. Así que sí, creo que la confianza es muy importante, joder.
[Silencio. Aproximadamente cuarenta segundos].
—¿Te consideras digno de confianza?
—Sí. Supongo que sí.
—¿Y cuándo es aceptable mentir?
—¿Adónde quiere llegar?
—Pareces muy convencido sobre lo de la confianza y eso suele ser un mecanismo de defensa, una manera de proyectar las inseguridades.
[Silencio. Aproximadamente treinta segundos].
—Te has quedado muy callado.
—Como ya he dicho, si está sentada ahí pensando que todo lo que le cuento es mentira, entonces esto no es más que una pérdida de tiempo, ¿no? Me acaba de llamar directamente mentiroso… Así que yo diría que estamos perdiendo el tiempo aquí. ¿O no?
—No estoy segura de haber hecho eso y desde luego no lo creo.
[Silencio. Un minuto].
—Pareces confuso, Tyler.
—Estoy intentando no dejarme envolver por sus juegos.
—¿Esta sesión es un juego para ti?
—Para mí no. Para usted. Le gusta llenarle a la gente la cabeza de chorradas. Seguro que luego se pone cachonda escuchando las grabaciones, igual que una pervertida.
—¿Sueles recurrir a las insinuaciones sexuales para hacer frente a situaciones de estrés?
—¿De dónde saca lo de que estoy estresado?
—Teniendo en cuenta las circunstancias y por todo lo que has pasado, tu madre y sus actos, no me hace falta haber ido ocho años a la universidad para suponer que estás estresado.
[Silencio. Aproximadamente diez segundos].
—¿Cómo te describirías, Tyler?
—Irritable.
—Pero no digo ahora mismo. En general.
—Es una pregunta muy amplia, señora arreglacocos.
—Tenemos tiempo.
—Pero es que no le veo sentido, si luego va a cuestionar la verdad de lo que yo diga.
—Estoy aquí para cuestionar todo lo que me digas. La mente humana es compleja, Tyler. Estoy aquí para examinar con cuidado todos los puntos de vista que se me ofrecen y encontrar algo que sea lo más parecido a la verdad.
—Me parece que usted dice más patrañas que yo.
—Entonces, ¿piensas que algunas de las cosas que me estás diciendo son de hecho «patrañas»?
—Es usted un genio, señora arreglacocos.
—Digamos que confío en que te crees lo que me cuentas. ¿Te ayuda eso a sentirte menos ofendido?
—Nada me ayuda a nada.
[Silencio. Un minuto y diez segundos].
—Has dicho que tu padre confiaba en ti cuando te hiciste mayor, que te permitía cometer errores, hacer cosas. ¿Confiabas en él?
—Pues claro. Era un tío de lo más coherente. De trato fácil, pero siempre estaba ahí cuando de verdad necesitabas hablar.
—¿Y cuándo era eso?
—¿Está de coña? ¡Que tengo diecinueve años, joder! ¿Quiere que le haga un relato detallado de las conversaciones que he tenido con mis padres?
—Si crees que no es necesario…
—Pues no.
—Cuéntame entonces las más importantes.
—¡Buah!
[Respiración. Muy agitada].
—¿Cuál es el primer recuerdo que tienes de tu padre?
—Esa es fácil.
—Bien, pues empecemos por ahí.
—Yo tenía unos tres años y había dejado mi coche de bomberos preferido fuera, en los escalones de entrada a la casa. Salí corriendo aterrorizado pensando que se lo habrían llevado y me tropecé en el primer escalón. Fue como rodar por una escalera, aunque solo había tres o cuatro peldaños. Me hice polvo el labio de abajo y una herida en el brazo y estaba muy disgustado porque me había cargado la sirena del coche. Entonces, de repente, mi padre apareció como salido de la nada y me cogió en brazos. Recuerdo sus manos, cómo me sujetaron, con seguridad… No sé si me entiende. Y me prometió un coche nuevo si era valiente mientras me cosía el labio.
—¿Te compró el coche?
—No lo sé. Ni siquiera me acuerdo de los puntos, solo de sus manos y de cómo me cogió. Mi padre consigue que todo el mundo se sienta cómodo, él es así. Demasiado bueno, no sé si me entiende.
—¿Demasiado bueno para…?
—Para mi madre. Para el mundo, yo qué sé. Dios, ¿es que hay que interpretarlo todo en sentido literal?
—Quiero estar segura de que entiendo lo que significan para ti esas expresiones cuando las dices.
—Soy un adolescente normal y corriente. No hace falta que analice cada una de mis frases, ¿vale?
—¿Así es como te ves a ti mismo? ¿Normal y corriente?
[Resoplido, risas].
—Ya empezamos otra vez. Es usted como un personaje de dibujos animados, de los antiguos. Tipo Bugs Bunny o uno de esos.
—¿De niño veías mucha televisión?
—Joder.
[Silencio. Veinte segundos].
—Lo normal, supongo. Un par de horas al día. ¿Qué más da eso?
—¿Qué tipo de programas sobre todo?
—¿Cuándo? ¿Ahora o de pequeño?
—Las dos cosas.
—De pequeño me gustaba cualquier cosa en la que salieran superhéroes. Luego, a los diez años o así, le pedí a mi madre que por favor me dejara ver Piratas del Caribe y me dejó. A ella le pareció siniestra y violenta. Le preocupaba que me hiciera tener pesadillas, pero a mí me encantó. La vi dieciocho veces, me aprendí los diálogos de memoria.
—¿Y ahora?
—Ahora me gustan más los juegos, supongo. Y el cine.
—¿Qué géneros?
—Ya sabe que estoy haciendo Bellas Artes. Así que todas esas cosas las tiene apuntadas en alguna carpeta.
—Sí.
—Entonces sabrá que me gustan las artes visuales. Si el director es bueno, voy a ver su película. El género me da igual.
—Entonces, ¿qué tipo de cosas le confiabas a tu padre?
—Entra por la banda derecha y…
—¿Le hablabas de chicas?
—No.
—¿De los deberes?
—Sí. A veces.
—¿De tus amigos?
—A veces… Depende del amigo o de la situación.
—¿Tienes muchos amigos?
—Evidentemente no.
—¿Y por qué crees que es?
—Supongo que en eso he salido a mi madre. Me gusta conocer bien a las personas.
—¿Hay más cosas en las que hayas salido a tu madre?
[Silencio. Aproximadamente treinta segundos].
—¿Te hace sentirte incómodo esa idea?
—Estaba siendo sarcás… ¿Sabe qué? Lo que me hace sentirme incómodo son estas sesiones de investigación de mis pensamientos.
—Pero ese pensamiento en concreto parece resultarte especialmente inquietante. ¿Qué tiene tu madre que puedas haber heredado y que te hace sentirte incómodo?
—¡Mi madre es la que me hace sentirme incómodo!
—¿Porque expresaba sus sentimientos?
—A los dos nos cuesta ocultar nuestros sentimientos, supongo.
—¿Tienes cosas que preferirías ocultar?
—Le estoy contando algo que es evidente. Siempre me sale con la misma gilipollez. Si parezco incómodo y usted se da cuenta, entonces está claro que se me da mal disimular mis sentimientos. ¿O no?
—Sería mucho más fácil si intentaras tranquilizarte y dejar que el proceso siga su curso.
—Sería mucho más fácil para usted, querrá decir.
—Probablemente. Tu dinámica familiar parece complicada, Tyler, y aquí podrías tener una vía de escape para la ira que estás reprimiendo.
—No estoy aquí para facilitar las cosas.
—¿Por qué te empeñas en que todo sea difícil? ¿Te gusta castigarte a ti mismo?
—¿No le parece que lo que hizo mi madre es suficiente castigo?
—¿Te lo parece a ti?
—Que le den, señora.
[Silencio. Aproximadamente un minuto].
—Volvamos al texto, ¿te parece?