Amber
Querido Joshua:
Saber del fallecimiento de tu madre y de las circunstancias en que ocurrió me llena de tristeza. Me resulta difícil imaginar la conmoción y el dolor que debes de sentir. Jamás sospeché que tu madre estuviera sufriendo, aunque reconozco que fui una egoísta al no cuestionarme nunca que quisieras pasar tanto tiempo en nuestra casa. Te doy mi más sincero pésame. Ningún niño debería crecer sin su madre. Me gustaría que me lo hubieras dicho antes, pero te agradezco que confíes en mí lo bastante para contarme lo que quieras. Me preocupa mucho dónde estás viviendo ahora y si te encuentras bien. ¿Sigues en casa? Tu número está fuera de servicio y eso me preocupa. ¿Quién se ocupa de ti?
Ni siquiera sé si sigues en contacto con Tyler.
Joshua, no estás solo. Si te parece bien, haré lo posible por ayudarte a superar lo que sé que debe de estar siendo una etapa muy tumultuosa en tu vida. Por favor, dime qué necesitas y haré lo que esté en mi mano.
Con todo mi cariño y mi preocupación,
Amber
No estaba segura de si me había excedido. Si le estaba atosigando. Llevaba tanto tiempo viviendo con Tyler y viendo cómo rechazaba mi preocupación y mis cuidados que no sabía cómo abordar las necesidades de Joshua. Orientarme dentro de la psique de un adolescente no era mi fuerte, pero hacerlo además con un chico maduro para su edad y atrapado en un espacio de dolor y pérdida profundos era casi imposible. Confié en que mi correo tuviera el tono apropiado, le di a «enviar» y salí a correr un rato.
Había vuelto de mi cena de cumpleaños atenazada por el miedo. Miedo a las inevitables insinuaciones que me haría mi marido. Antes de que tuviera ocasión de tocarme, me quité el vestido y me tumbé en la cama, desnuda y a la espera. Poco dado a las sutilezas, Wade había llegado a hacerme el amor en alguna ocasión con los pantalones por los tobillos. Dejé los brazos flácidos junto al cuerpo y mantuve la vista fija en las nuevas burbujas rosas sujetas a mi muñeca que se agitaban y bailaban con los movimientos de Wade mientras copulábamos. Fue un alivio cuando terminó pronto y pude devolver la pulsera a su estuche de terciopelo y guardarla junto a otros tesoros que me había regalado Wade… Decidí que odiaba los cumpleaños, los aniversarios, San Valentín, todo. Sacaban el lado peor de mi ya de por sí insignificante personalidad. Los recuerdos de la noche anterior bullían en mi cabeza mientras corría. Quería concentrarme en Joshua y reparar de algún modo el daño que mi silencio de los últimos meses podía haber ocasionado. Quería ser una versión mejorada de mí misma respecto a la noche anterior. Bueno, en realidad quería ser una versión mejorada de mí misma y punto.
Cuando llegué a casa fui directa al ordenador. En cuanto vi que tenía un mensaje nuevo en la bandeja de entrada me apresuré a abrir el correo y, tal y como había esperado, era de Joshua.
Querida señora W.-Jones:
De verdad que no quería preocuparla. Estoy bien y no quiero que se tome ninguna molestia por mí. Poder hablar de ello con alguien a quien respeto, a quien le importo, ya es suficiente. Espero que no esté pasándolo mal por mí, estoy bien.
Dimos de baja el número de teléfono casi inmediatamente después de que mi madre muriera. Mi tía no quería atender muchas de las llamadas y decidió que era mejor dar la línea de baja. También intentó quitarme el portátil y probablemente lo habría conseguido de no ser porque lo escondí. Supongo que es una persona un poco anticuada.
En el instituto todo bien y estoy contento. La casa en la que vivíamos era alquilada y de momento estoy viviendo con mi tía hasta que decidan otra cosa. Eso me han dicho.
Por favor, no se preocupe por mí. Gracias de nuevo por su interés. Tal vez pueda visitarles en vacaciones o algo así.
Cuídese mucho.
Joshua
El correo me miraba fijamente y le sostuve la mirada. Como en un duelo. Entonces me entró pánico.
Querido Joshua:
Tu respuesta demuestra más preocupación por mi estado de ánimo que por otra cosa. Soy una persona adulta y mi preocupación por ti es normal, no tienes por qué esconderte de mí. Lo de vivir temporalmente con tu tía no parece que sea una solución ideal, la verdad, y tanta incertidumbre en un momento tan difícil de tu vida me preocupa. No quiero meterme donde no me llaman, pero, a no ser que me des más detalles sobre tu residencia y sobre quién se está ocupando de ti, voy a tener que tomar medidas. ¿Dónde está tu padre? ¿Qué es lo que está pasando?
Por favor, déjame ayudarte. Mi inquietud se debe a la preocupación por tu bienestar. Es algo inherente a ser madre y, si tú lo quieres, amiga. Los amigos no se mienten y yo ya te he contado mis secretos más íntimos. Por favor, dime qué está pasando. Que no me cuentes la verdad solo sirve para que me preocupe más. Prefiero saber la verdad, aunque sea dura.
Espero tus noticias.
Amber
P. D. Dijiste que lo de tu madre es una larga historia. Tengo tiempo.
Aquel día limpié la casa de arriba abajo, pero no llegó nada nuevo a mi bandeja de correo. Mi inquietud fue en aumento y cuando Wade entró por la puerta consideré seriamente la posibilidad de contarle mis preocupaciones. Estaba segura de que, desde un punto de vista emocional, Wade sería incapaz de comprender las necesidades de Joshua, pero desde un punto de vista práctico emprendería acciones sin dudarlo. El problema era que tenía que admitir que le había mentido. Así que aguanté como pude la cena, asaltada por continuas oleadas de náuseas, y me fui enseguida a la cama.
Para cuando volví a casa al día siguiente después de correr seguía sin noticias de Joshua. Decidí investigar un poco. Llamé a su instituto, cuya recepcionista me conocía de cuando había estado en la AMPA. Estuvo muy amable y colaboradora hasta que le pregunté qué tal estaba Joshua. Con su respuesta el corazón me dio un vuelco: «¿El joven Joshua Hartley? Qué tragedia lo del ictus de su madre. Uno nunca sabe cuándo le va a llegar su hora. Su tía llamó para avisar de que dejaba el centro. Dijo algo de educación en casa, me parece. La llamada no la atendí yo. El mensaje me lo retransmitieron los poderes fácticos».
Pregunté si habían dejado alguna dirección, un número de teléfono, pero no había rastro a seguir… Se me daba tan bien hacer de detective como las labores de punto. Fracaso total. Me devané los sesos en busca de otra manera de localizarlo. La única persona que se me ocurría a la que podía preguntar era Tyler y no dudaba de que no se mostraría en absoluto receptivo. Así que, por primera vez en mi vida, invadí la intimidad de mi hijo.
No disfruté en absoluto encendiendo el ordenador de Tyler. En la pantalla de inicio aparecieron una imagen de bienvenida que era diseño suyo y una ventana pequeña solicitando una contraseña. Me quedé perpleja. Desde luego no estaba segura de poder conseguir entrar en el ordenador de Tyler, pero de alguna manera había esperado que mi hijo se sintiera tan confiado que no necesitara usar contraseña. Resultaba que era desconfiado e inteligente. Escribí una palabra que pensaba que abriría el cofre de los tesoros, lo había visto tantas veces en las películas…, pero después del segundo intento me di cuenta de que no tenía ninguna posibilidad. Sabía tanto de lo que le pasaba por la cabeza a mi hijo como de ingeniería aeronáutica. Apagué el ordenador y, con el rabo entre las piernas, regresé al mío.
En el que me esperaba, afortunadamente, una respuesta:
Querida señora W.-Jones:
No entiendo por qué es usted tan amable y se preocupa tanto por mí. Tyler tiene mucha suerte de tener una madre como usted. Me parece que no es consciente de cuánta. No estoy acostumbrado a hablar de este tipo de cosas y me siento fatal dándole motivos de preocupación. Me ha dicho que quiere que le cuente la verdad. Es difícil saber cuál es exactamente, pero tengo algunas respuestas a sus preguntas.
Ya no voy al instituto. Mi tía dice que podré ir a otro aquí cerca cuando tenga tiempo de organizar los papeles, pero que no es algo prioritario ahora mismo. Me dice que vaya a la biblioteca y estudie con libros, como se hacía antes. Es muy religiosa y piensa que no he sido educado en la verdadera fe y que por tanto soy un pecador.
Mi tía vive en un bloque de apartamentos de protección oficial a las afueras de la ciudad. Tengo tres primos, todos menores de diez. Compartimos habitación. Tengo el ordenador guardado en una taquilla cerca de la biblioteca y vengo aquí a leer y trabajar y también para salir del apartamento. Mi padre se ha marchado. Se fue tres días antes de que mi madre se tomara la sobredosis. Me llamó una vez, antes de que mi tía desconectara el teléfono, y me dijo que lo sentía. Eso es todo. No me preguntó nada, dijo solo que lo sentía y colgó. No sé desde dónde llamaba y ni siquiera sé si sigue vivo, pero nunca se ha portado como un padre. Acabó muy cansado de los problemas de mi madre y creo que tener que estar preocupándose constantemente por ella le dejó sin ganas de vivir. Cuando se marchó, le dijo que no quería seguir siendo responsable, ni de ella ni de mí. Es como si estuviera marchito por dentro y hasta cierto punto lo entiendo. Echo de menos estar en su casa. Echo de menos tantas cosas…, incluso a mi madre y el instituto.
Intento estudiar todos los días por mi cuenta, pero es difícil y todo es un desastre. En la biblioteca en cambio estoy a gusto. La verdad es que mola bastante. El problema es cuando tengo que volver al apartamento. Eso es bastante duro, la verdad.
Gracias por todo, por preocuparse y esforzarse por mí. Me ayuda.
Joshua
Contesté de inmediato, después de comprobar qué hora era: poco más de mediodía en mi costa. Me extrañó que estuviera conectado a las seis de la mañana. El correo lo había enviado solo quince minutos antes.
Joshua:
Espero que sigas conectado. No hay vacilación alguna en el ofrecimiento que voy a hacerte a continuación y, francamente, no pienso aceptar un no por respuesta. Conozco tu talento y tu pasión por el arte, y también sé que eres un joven inteligente y honesto. Tienes derecho a una educación como es debida y a un hogar. Un hogar en el que te sientas querido y reconfortado. Has pasado tanto tiempo con nosotros que en ocasiones era como si ya vivieras aquí. Ven a vivir con nosotros. Tyler y tú sois prácticamente hermanos. Hablaré de los detalles con Wade y te matricularemos en el instituto de Tyler. Tiene un programa de Bellas Artes. Tendré que rellenar los impresos y presentar algún trabajo tuyo, pero no hay duda de que tienes talento y te admitirán. Nosotros nos haremos cargo de todos los gastos. Me gustaría hablar con tu tía lo antes posible. La situación en la que estás viviendo me parece insostenible. Estoy segura de que podré convencerla. Por favor, dame su número.
Josh, tú ya eres como un hijo para mí. Déjame que cuide de ti, por favor. Sería un privilegio y un honor. Ojalá hubiera tenido yo a alguien que me guiara cuando tenía tu edad. En cierto modo me estarías haciendo un regalo si aceptaras mi oferta.
Estaré con el ordenador encendido esperando tu respuesta. Dame la información de contacto de tu tía, por favor.
Amber
P. D. Allí son las seis de la mañana. ¿Qué haces en la biblioteca? ¿Es que está abierta?
Le di a «enviar» sin leer siquiera lo que había escrito. Cuando lo hice me asaltó una nueva preocupación. Una oferta tan enérgica sin duda ahuyentaría a un adolescente con tantos problemas, me reproché a mí misma. ¿Es que no había aprendido nada con Tyler? Había perdido a mi propio hijo precisamente por mi comportamiento sobreprotector. Me sentí ridícula; aunque mi ofrecimiento había sido sincero y sentido, supe que me haría parecer desesperada y prepotente. Y encima ni siquiera le había comentado la idea a mi familia.
Me sentí desanimada. Ahuyenté este sentimiento y me puse a escribir la lista de la compra de forma mecánica. No esperaba tener noticias de Joshua —consciente de que, aunque no encontrara la oferta, o mi forma de hacerla, abrumadora, sin duda necesitaría tiempo para considerar la idea—, así que me sorprendió mucho cuando al terminar la lista vi que había un mensaje nuevo en la bandeja de entrada del correo.
Querida señora W.-Jones:
No sé qué decir…
Anoche dormí en los baños de la biblioteca… Aquí hay sensores de seguridad por todas partes y también cámaras, así que los baños eran la única opción. No puedo volver a casa de mi tía. Discutimos y me marché.
Daría cualquier cosa por aceptar su ofrecimiento. El problema es que no sé cómo podrá convencer a mi tía. Cree que todo el que no dedica su vida a Jesucristo es un pecador. Quería llevarme a bautizar a su iglesia y me negué en redondo.
Mi respuesta es sí, aunque no sé cómo.
Gracias.
Josh
A continuación venía un número de teléfono con el nombre de su tía, Cynthia Rodrigues.
Sin dudar un momento descolgué el teléfono y empecé a marcar. Hasta que no oí un seco «Aquí Cynthia…» por el auricular no vacilé, preguntándome qué iba a decirle exactamente. Su tono áspero me resultaba familiar y no pude evitar sentir miedo.
—Cynthia, hola —conseguí decir con mayor entusiasmo del que sentía.
—¿Quién es?
—Amber. Whittington-Jones. La madre del amigo de Joshua, Tyler. De Bos…
—Me acuerdo de usted. Metiendo las narices en la muerte de mi hermana. ¿Qué quiere?
—En primer lugar, darle el pésame.
Hubo un silencio. Ruido de respiración.
—¿Para qué llama?
El corazón me latía con fuerza. Aquella mujer era imposible. Daba igual lo cortés que fuera, con ella no había forma de acertar.
—Pues… para hablar de Joshua, claro.
—¿De dónde ha sacado mi teléfono? ¿Se lo ha dado él?
—En realidad llamé a la secretaría del instituto y…
—No tienen mi número. Voy a colgar… —Escuché un ruido ahogado y a continuación—: A no ser que esté con usted. ¿Está Joshua con usted? —dijo alzando la voz.
—Pues no, claro que no, pero por eso llamaba precisamente.
—No tiene usted ningún derecho a entrometerse en la vida del chico. Adiós.
Me entró pánico. Sentía que Joshua se me escapaba entre los dedos y solo me quedaba una opción.
—Jesús tiene designios para cada hombre. Y mujer.
—¿Cómo dice?
—He sentido… una llamada.
—¿Cómo que una llamada?
No sabía si había conseguido venderle la moto, pero por lo menos no me había colgado.
—Sí. Siento que he sido llamada a…
—¿Es usted creyente?
—Sí.
Creo en la necesidad de ayudar a Joshua, me dije para ahuyentar los remordimientos.
—¿Jesús es su Señor y su Salvador?
—Por supuesto. Entonces, ¿podemos hablar de Joshua?
—¿De qué iglesia es usted?
—De la Iglesia de la Cruz.
—¿Cómo?
—Es anglicana.
Por fortuna pasaba al lado de aquella iglesia todos los días.
—Buah.
—Hay distintos caminos para llegar al Señor —farfullé.
—Y unos son más arduos que otros, pero ¿quién soy yo para juzgar? Eso le corresponde solo a nuestro Señor y Salvador.
—Desde luego. Entonces, ¿le parece que es buen momento para hablar?
—Para hablar del Señor cualquier momento es bueno. Él siempre escucha y alabar su nombre equivale a la salvación.
—Eso es verdad, pero me refería a hablar de Joshua.
—Ese pecador.
—Que necesita ser salvado.
—Eso es exactamente lo que le dije. Se va a encontrar a las puertas del infierno más rápido que la liebre de Satán como siga sin bautizar. Es hijo de pecadores y su madre, descanse en paz, en fin… Me temo que acabará como ella si no encuentra pronto a Jesús.
No entendía cómo podía Joshua haber sobrevivido a aquello tanto tiempo.
—Me gustaría ayudar.
—Ha rechazado el bautismo.
—Creo que yo podría fomentar su relación con el Señor.
—¿Qué puede decirle que no le haya dicho yo? —Había vuelto la aspereza de la voz.
—No se trata de qué, señora Rodrigues, sino de cómo.
—Déjese de juegos de palabras, que son cosa del diablo, y explíqueme lo que quiere decir.
—Lo que quiero decir es que Joshua se siente unido a mi hijo, a nuestra familia. Ha estado muchos años viniendo a nuestra casa a diario y es como un hermano para mi hijo.
—¿Y?
—Y quiero proponerle que se venga a vivir con nosotros. Le enseñaré los valores cristianos que tanto necesita y me ocuparé de que reciba una educación.
—¿Educación? Eso son cosas del diablo, esos ordenadores, esas herramientas de blasfemia.
—También me aseguraré de que sea bautizado.
La mentira me revolvió el estómago. Estaba yendo demasiado lejos.
—¿En mi iglesia?
—Bueno, hablaré con él…
—Si se bautiza en mi iglesia y lleva una vida cristiana, aceptando a Jesús como su salvador…
—Hablaré con él, pero, si acepta, ¿firmaría usted los papeles para ceder la tutela…?
—¿A usted?
—Sí, a mí. Bueno, a mí y a mi marido.
—¿Y qué saca mi familia de eso?
—¿Cómo dice?
—Que qué saca mi familia. Ya he perdido una hermana, mis hijos han perdido una tía y ahora debo perder a un sobrino para entregárselo a…, a…
—Claro. Lo entiendo perfectamente… Bueno, podríamos hacer una donación a su iglesia.
—La iglesia tiene donaciones de sobra.
—Entonces, ¿tal vez podríamos darle algo de dinero a usted?
—Soy una mujer cristiana y decente, señora Jones.
—De acuerdo. Entonces a lo mejor podría aceptar una donación nuestra que luego usted entregaría a la asociación que considerara conveniente.
—Algo así podría ser.
—¿Tiene pensada alguna cantidad?
—Diez mil dólares.
Lo soltó como si lo llevara ensayado.
—Vaya. Bueno, no…
—Dos mil. Quería decir dos mil.
—Bien, pues lo hablaré con mi marido, pero estoy segura de que podemos donar esa suma.
—Muy bien. Pues ahora solo me queda encontrar a Joshua y decírselo.
Había en su voz una agitación inesperada.
—Hablaré de los detalles legales con un abogado y la llamaré.
—Cuanto antes mejor.
—Por supuesto.
—En mi iglesia.
—¿Perdón?
—El bautismo. No se olvide.
—Claro que no… Muchas gracias.
—Adiós.
Me quedé un rato con el auricular aún caliente en la mano reflexionando sobre el hecho de que acababa de negociar por el alma de Joshua. ¿Me convertía eso en un ángel o en un demonio? Cuando por fin colgué la mano me temblaba visiblemente. No tenía ni idea de si Joshua accedería a las condiciones, pero no se me ocurría mejor manera de convertirme en su tutora y darle el futuro brillante que merecía.
Joshua:
Escribo esto con manos todavía temblorosas. Espero que sigas en la biblioteca… Acabo de hablar con tu tía y ha accedido a que me haga cargo de tu tutela en cuanto hayamos arreglado las cuestiones legales. Ha puesto una condición un poco complicada que espero que aceptes sin darle demasiada importancia, para que puedas pasar página y empezar una vida mucho mejor. Ha pedido que seas bautizado y aceptes a Jesús como tu salvador en su iglesia; luego firmará todos los papeles y podrás venirte a vivir aquí y estudiar lo que más te apetezca.
Sé que puede parecer que te pedimos mucho, pero yo lo veo como un gesto de buena voluntad hacia tu familia y un trámite necesario para entrar a formar parte de la nuestra. En cuanto tomes una decisión tengo que llamar a un abogado para disponerlo todo lo más deprisa posible. No quiero que sigas ahí ni un minuto más de lo necesario y me preocupa muchísimo que te quedes muy atrasado en los estudios.
Dime algo.
Amber
Al darle a «enviar», de pronto me di cuenta de que no había consultado a Wade ni —y eso quizá era más importante— a Tyler. Estaba segura de que les encantaría la idea de que Joshua se convirtiera en parte de la familia, pero lo osado de mi comportamiento me avergonzó. Respiré profundo e intenté analizar la situación lo más objetivamente que pude y enseguida llegué a la conclusión de que no sería buena idea dejar que Tyler se hiciera demasiadas ilusiones. Si algo salía mal se quedaría destrozado. Solo tenía la palabra de una mujer desconocida y probablemente inestable; no podía saber si de repente cambiaría de idea y renegaría de nuestro acuerdo. Esta posibilidad me daba escalofríos, pero tenía que contemplarla por el bien de Tyler y, aunque la idea de reunir a los amigos me llenaba de emoción, decidí que no diría nada hasta que estuviera absolutamente segura de que Joshua quería y podía venirse a vivir con nosotros.
Con Wade era otra cosa. Yo no dudaba de que aceptaría a Joshua como a un hijo. Sonreía pensando en ello cuando apareció un nuevo correo en mi bandeja de entrada.
Querida señora W.-Jones:
¡Sí! ¡Pues claro que lo haré! Madre mía, si hasta es posible que Dios exista porque he estado deseando que ocurriera un milagro. Y mi milagro es usted. Gracias, señora W.-Jones.
Por favor, dígame qué tengo que hacer.
Joshua
Empecé a escribir antes incluso de pensar en lo que iba a decir. Su entusiasmo era contagioso y mis dedos bailaron sobre el teclado.
Josh:
Me alegra muchísimo que estés dispuesto a hacer ese gesto de buena fe, nunca mejor dicho… Lo siento, nunca se me han dado bien los chistes.
Desde luego yo no soy ningún milagro, pero tú más que nadie te mereces uno y me alegra mucho que pienses que tu futuro puede estar con nosotros. No estoy segura de cuánto llevará todo esto, pero tendrás que quedarte con tu tía un poco más. Trabajaré lo más deprisa que pueda y estaremos en contacto todo lo que sea necesario. Ya no estás solo, Joshua, tienes a una familia esperándote. Y hablando de eso precisamente, he decidido no contarle nada a Tyler hasta que no estén preparados los papeles y tu tía los haya firmado. Confío en que entiendas mi decisión.
Y ahora voy a llamar a mi abogado. Te escribiré en cuanto tenga más información. Mientras tanto creo que deberías volver a casa de tu tía. Dile que lo sientes y que comprendes su situación, que has hablado conmigo y que le agradeces que te deje venirte a vivir con nosotros. Es la única manera de conseguir hacer esto. Aún no lo hemos conseguido, nos queda mucho por hacer, pero sin duda estamos en el buen camino.
Hasta muy prontito.
Amber
—¿Tres meses? —fue mi respuesta incrédula al abogado de la familia.
—Por lo menos. Por lo general más, pero si, como dice, es algo consentido, diría que el chico puede estar con ustedes en tres meses. —Hizo una pausa—. Además, tiene que ocuparse de la escolarización, el seguro médico, etcétera. En realidad los tres meses les vendrán bien para explicar la idea a la familia y los amigos y asegurarse de que el entorno del chico va a ser lo más estable posible. Hágame caso, los tres meses se le van a pasar en un suspiro.
—Muy bien. Por favor, ponga en marcha los trámites lo antes posible. Me ocuparé de que reciba toda la documentación y las declaraciones juradas para finales de semana.
Todo estaba en marcha para que pudiéramos acoger a un nuevo miembro en nuestra familia y yo sentía una emoción que no había sentido en años, la emoción de la inminente maternidad, la llegada de otro ser humano al que ya conocía y quería.
—Di algo.
El silencio de Wade me desconcertaba. El ruido de conversaciones y cubiertos procedente de las otras mesas me ponía de punta los nervios ya de por sí alterados. Mi cálido y benevolente esposo y médico llevaba un minuto mirando fijamente la guarnición de su entrante.
—Wade.
Apartó el perejil con el tenedor.
—Joshua…, ese chico al que conocemos desde hace años, nos necesita. Pensé que te…
—No te has molestado ni en coger el teléfono para contármelo.
—Porque te conozco.
—Ah, ¿sí? ¿Me conoces?
—Pero bueno, Wade. ¿A qué viene esto?
—¿No se te ocurrió que tal vez una decisión tan importante como la adopción, por no hablar de lo que supone pagar otra carrera universitaria, preparar a un joven a enfrentarse a la vida…, no se te ocurrió que quizá —quizá— era algo que una pareja que lleva casada casi veinte años debería discutir antes?
—Pues claro que sí. ¿No es lo que estamos haciendo ahora?
—¿No has llamado al abogado?
—Sí.
—¿Y no le has dado, a él, a una persona a la que no conocemos de nada, instrucciones de que ponga en marcha la adopción antes de hablar conmigo, con tu marido?
—Cuando lo explicas así parece que…
—¿Es que no te lo he dado todo?
—Esto no tiene nada que ver con lo que me…
—Contéstame.
—Sí, claro que sí, pe…
—Lo único que te pido a cambio es un mínimo de respeto por mi opinión. Una pizca de comprensión del hecho de que somos un matrimonio, de que estamos juntos en esto.
—No tenía ninguna duda de que la idea te parecería…
—De que quizá, quizá, deberías haberme preguntado antes de tomar una decisión tan trascendental.
—Boston.
—¿Qué pasa con Boston?
—Nos obligaste a mudarnos, separaste a Tyler de su único amigo. Compraste una casa, aceptaste un trabajo, ¡nos cambiaste la vida sin consultármelo!
—Eso fue distinto.
—¿Distinto cómo? Esta decisión tiene que ver con ayudar a un chico al que todos queremos ¿y te parece menos significativa que llevarnos a los tres a vivir a la otra punta del país solo porque querías cambiar de trabajo?
—¡Estaba intentando salvarnos!
—¡Y yo estoy intentando salvarlo a él!
La gente de las mesas vecinas nos miraba.
Nuestras miradas se encontraron por encima de los tulipanes, cuidadosamente dispuestos en un jarrón de diseño en el centro de la mesa. Fue probablemente el contacto visual más prolongado que habíamos tenido Wade y yo en diez años.
—¿Te importa que sigamos hablando de esto en casa? —dijo Wade bajando el tono de voz.
—¿Qué más hay que hablar? —dije cortante.
—Por favor, Amber. No estamos hablando de adoptar un cachorro.
—No, Wade. Joshua no es un cachorro. Es un chico inteligente y con talento que se merece una oportunidad en la vida.
—No tengo nada en contra de Joshua, pero esta decisión es algo de lo que tendríamos que haber hablado.
—Te pasas el día ayudando a desconocidos ¡y no quieres comprometerte a ayudar a un chico al que conocemos y queremos!
—Como te he dicho, no se trata de eso, Amber.
De nuevo nos miraban.
—Vete con tus pacientes, Wade. De todas maneras siempre te han interesado más. Pero no te interpongas en el camino de Joshua hacia una vida feliz. Se merece ser querido.
—¿Y yo no?
Apoyé la cabeza en las manos mientras me preguntaba cómo era posible que aquella noticia tan maravillosa, tan reconfortante, fuera la causa de la mayor discusión de todos mis años de matrimonio.
—Deduzco que tampoco has hablado con nuestro hijo de esto.
—No quería decirle nada hasta que no estuviera todo arreglado. Hay muchas cosas que pueden salir mal todavía.
—Pues me alegra que por lo menos tuvieras consideración con uno de nosotros.
Nunca había mirado a mi marido con desprecio, nunca. Wade podía ser muchas cosas, pero nunca había sido ni cruel ni egoísta. Hasta donde yo sabía, era complaciente y magnánimo. Mirarle con furia era algo nuevo, lo mismo que su comportamiento, y me parecía estar en el mundo al revés. Había pensado que mi noticia sería motivo de celebración y tenía el estómago encogido por la desilusión.
En el coche, no nos dirigimos la palabra hasta que estuvimos en el camino de entrada a casa.
—Por Dios, si es que me resulta imposible estar enfadado contigo mucho tiempo, Flor. —El tono de Wade era amable.
—Es que quiero… No. Es que me parece que necesitamos darle a Josh un hogar.
—Ya lo sé. Pero me gustaría que lo hubieras hablado conmigo antes de meter a un abogado.
—Porque estaba convencida de que pensarías igual que yo.
—Desde luego es un chico estupendo.
—Pues sí. Ya ha sufrido mucho, Wade.
El motor seguía en marcha y su zumbido me resultaba reconfortante.
—Ya lo supongo, pero por favor dime que entiendes mi postura.
—Y tú ¿me entiendes a mí?
—Para nada. —Abrió sus ojos castaños en un gesto que era mitad jocoso, mitad sincero—. Pero sé que tienes un gran corazón.
—No pienso faltar a mi palabra.
—Lo sé y no te estoy pidiendo que lo hagas. Lo que pasa es que… me gustaría que te brillaran también así los ojos cuando…
Negó con la cabeza y apagó el motor.
—Por favor, no le digas nada a Tyler. Quiero contárselo yo cuando esté todo solucionado.
—Nosotros.
—¿Nosotros qué?
—Que deberíamos contárselo los dos juntos… Da igual. No le diré nada hasta que tú decidas.
—Somos un equipo, Wade.
—¿De verdad?
—Nunca se me pasó por la cabeza que no quisieras esto.
—Yo te quiero a ti. Siempre.
Sus ojos brillaron a la luz de la luna.
—Entonces, ¿está decidido?
—¿Es que no lo estaba ya?
—¿Y estás contento?
—Estoy contento si tú estás contenta.
Y con aquellas palabras por fin reconocí al Wade con el que me había casado.
—Pues estoy muy contenta.
Me obligué a sonreír mientras salíamos del coche.
La conversación que tuve con el abogado una semana más tarde trajo nuevas complicaciones. Me explicó que, sin conocer el paradero del padre de Josh, el proceso de adopción sería muy difícil.
—Podría llevar años —concluyó.
Tragué saliva, furiosa con el padre de Joshua, con su tía, con Wade por su falta de entusiasmo y sobre todo furiosa conmigo misma por haberme hecho ilusiones.
—Entonces, ¿ahora qué?
—No todo son malas noticias. De hecho, creo que he dado con la opción más inteligente. Lo que propongo es que el chico solicite emanciparse de sus tutores legales.
—¿Eso se puede hacer?
—No lo sugerí en un principio porque no lo conceden fácilmente, pero creo que, con su situación económica y una declaración jurada de que se harán cargo de él hasta que termine su educación, es absolutamente posible.
—¿Y cómo lo hacemos?
—Él tiene que acudir al juez y solicitar la emancipación especificando sus razones. Puede aducir diferencias religiosas, falta de acceso a la educación, condiciones de vida y, por supuesto, ausencia de su único progenitor. También tiene que presentar una declaración jurada en la que ustedes digan que están dispuestos a costear su educación hasta que cumpla veintiún años. ¿Lo ve factible?
Decidí dar un paso adelante y entrar en el reino de la esperanza.
—Muy factible.
—Le enviaré por correo electrónico la lista de requisitos para el estado de California. Mándeselos a Joshua y yo le ayudaré a reunir la documentación necesaria e intentaré acelerar el proceso desde aquí.
—¿Cuánto tiempo? Quiero decir, ¿cuándo podrá venirse a vivir aquí?
—Eso depende de muchos factores, pero supongo que en unos pocos meses lo habremos conseguido.
—¿Y qué debería decirle Joshua a su tía?
—Pues, en otras circunstancias, el Estado lo mandaría a una casa de acogida, pero, teniendo en cuenta su relación con el chico, creo que podemos asegurar que si las cosas se ponen muy feas vendría a vivir aquí con ustedes. Dígale que por ahora no hable del proceso y que no le cuente nada a su tía hasta que no le llegue la documentación del juzgado. Lo que ella haga de momento no nos afecta. Daremos por hecho que se opondrá.
Tener noticias de Joshua era el momento más importante de cada día.
Hola, señora W.-Jones:
No sabía lo loca que estaba la gente hasta que conseguí este trabajo. Ayer le puse a una señora un bote de kétchup al lado del plato y se puso como una fiera. Empezó a gritarme algo sobre que le recordaba a sangre y asesinatos. Una cosa bastante tremenda, pero conseguí aplacarla con un batido gratis (que me descuentan del sueldo). ¡Aquí no regalan ni la hora! Pero bueno, aparte de los clientes chiflados, me gusta bastante trabajar y mi tía está encantada de que le pague por mi manutención.
Empezaba a preocuparme que me estuviera olvidando de cosas y fuera a quedarme atrás en los estudios. Gracias por las direcciones web. ¿Quién le iba a decir cuando se compró el ordenador que iba a usarlo para enviarme enlaces del instituto? ¡Si no sabía ni dónde estaba el botón de encender! Me gusta la idea de mantenerme al día con las clases online. Muchas gracias por pagármelo. Algún día la compensaré por todo.
El señor Hartmeyer dice que el papeleo va bien. Siempre que mi tía no testifique en contra, dice que puede estar resuelto en menos de ocho semanas. Ya me han llegado dos cheques y otro me llegará a finales de esta semana. Gracias también por el dinero. Se lo devolveré en cuanto los trámites estén hechos y pueda salir de aquí.
Tengo que irme. Mañana más. Si no escribo es porque he hecho un turno doble y no tengo tiempo, pero lo intentaré.
Con cariño,
Josh
Querido Joshua:
Lo que me he podido reír. Desde luego en este mundo tan loco hay gente de lo más rara. Estoy muy orgullosa de ti. El dinero ha sido un regalo para demostrar al juez que eres independiente económicamente. No es mucho, pero ayudará.
Sí, hablé con el abogado el viernes y parecía muy contento contigo. Lo has puesto todo de tu parte y creo que lo conseguiremos. Intenté apuntarte en un programa que fuera más artístico, pero el seminario web había empezado hacía tres meses. Este no me pareció mal y bastará para que estés en contacto con otros estudiantes. Ya he avisado de que cuando llegues aquí irás un semestre por detrás de Tyler, pero puedes recuperar en verano y además ya puedes elegir las asignaturas. Te mandé la información la semana pasada. No me has dicho qué te parece la programación, pero entiendo que con el trabajo no tienes tiempo. De todas maneras, me gustaría saber lo que piensas.
Eres un chico muy especial. Tengo muchas ganas de tenerte en casa. Ah, por cierto. ¿Qué prefieres: verde o turquesa? Aunque quizá te pasa como a Wade, que es incapaz de distinguir un color del otro. Es una sorpresa…
Con cariño,
Amber
P. D. Todavía no me he puesto en contacto con tu tía. Estoy segura de que en cuanto lleguen los papeles con la solicitud de emancipación empezará a presionarte. Sé fuerte.
Siempre trataba de aparentar más paciencia de la que sentía. Lo cierto era que estaba sufriendo. Saber que Joshua estaba de camarero en un restaurante de comida rápida, trabajando día y noche en secreto para estudiar y conseguir su libertad, me mataba. Aunque no podía hacer nada frente al sistema, no podía evitar sentir que le estaba fallando, sometiéndole a una vida de penalidades cuando estaba en mi mano ayudarlo. Me despertaba por la noche temblorosa, envuelta en una película de sudor, aterrada por el bienestar de Joshua. El alivio palpable de Wade cuando supo que la adopción no era posible me había dolido, pero había accedido a pagar las costas legales de la emancipación de Joshua, pues lo consideraba un acto de caridad, y eso era lo que en realidad me importaba.
Y entonces, once semanas después de nuestro primer correo, Joshua dejó de dar señales de vida. Por completo. Había presentado su solicitud en el juzgado y quedaba menos de un mes para que se dictara sentencia cuando desapareció. Después de cuatro días sin saber nada de él, el periodo mayor de silencio desde que empezamos a comunicarnos, empecé a preocuparme. Sabía que Josh seguía escribiéndose más o menos regularmente con Tyler y que le había hablado de que quería emanciparse y de sus circunstancias, pero no de que estaba en contacto conmigo. Habíamos decidido que sería mejor no contarle nada a Tyler hasta que la solicitud hubiera sido aprobada.
—¿Has sabido algo de Josh últimamente?
Intenté disimular el pánico en mi voz.
—¿Qué?
Tyler estaba concentrado dibujando con unos auriculares ocultos subrepticiamente en los oídos.
—Te preguntaba si has sabido algo de Josh últimamente.
—¿Por qué?
—¿Has sabido algo?
—No. Pero ¿a ti qué más te da?
—Me interesa. Hace unos días que pareces preocupado y me preguntaba si seguíais en contacto.
—Chateamos.
—¿Cuándo fue la última vez…?
—Por Dios, mamá.
—Tú sígueme la corriente, anda.
—Es lo que llevo haciendo dieciséis años.
—¿Has sabido algo de Josh hoy o ayer?
Volvió a enchufar los auriculares al iPod.
—No —murmuró mientras me disponía a marcharme.
Cuando me volví a mirarle detecté un atisbo de sospecha en sus ojos.
Cuando Wade hizo un comentario sobre mi comportamiento agitado intenté quitarle importancia, pero mis continuas desapariciones para comprobar mi correo le hacían mover la cabeza con evidente exasperación.
Pasaron cuatro días más. Me sentía mareada todo el rato y me di cuenta de que respiraba con dificultad. Ni siquiera salir a correr me ayudaba y cada quinientos metros tenía que hacer un alto para coger aire. No podía llamar a su tía. Estaba segura de que no hablaría conmigo ahora que sabía lo que pasaba. No tenía manera de averiguar dónde estaba Joshua. La ansiedad me estaba matando.
Llegó el fin de semana en el que se cumplían dos semanas de silencio electrónico y el domingo salí a correr y estuve fuera más rato de lo habitual. Entraba el invierno y las calles estaban ligeramente heladas, pero agradecí el mordisco del frío, porque era lo único que me sacaba de mi estado de ánimo.
De vuelta a casa me recosté en la puerta de entrada, sin fuerzas por el cansancio y la falta de aire en los pulmones.
—Mi propia madre. —Tyler estaba furioso.
Yo tenía las manos apoyadas en las rodillas y el cuerpo doblado y dolorido. Apenas levanté la vista, aunque aquel comportamiento era de lo más inusual en Tyler. Jamás me recibía en la puerta.
—Eres lo peor.
Aquello me hizo enderezarme.
—¿Se puede saber qué te pasa?
De reojo vi a Wade en el cuarto de estar. Nos oía perfectamente, pero no intervino y siguió leyendo una revista…, algo sobre cirugía.
—Querrás decir qué te pasa a ti, mamá.
—No te pongas críptico, que estoy agotada. ¿Qué pasa?
Pero sabía que se había enterado y que no tenía escapatoria.
—¿Adopción? ¡Joder, mamá!
—Haz el favor de vigilar tu lenguaje.
Era posible hasta que Wade estuviera sonriendo con superioridad, pero Tyler me impedía verle.
—¿Por qué? Vigila tú el tuyo. Veamos: familia, hogar, amor, ¡no contárselo a Tyler! Pero ¿qué clase de lenguaje es ese?
—Estaba intentando protegerte.
—¿De qué, mamá? ¿De mi mejor amigo? Pero ¿quién coño te crees que eres? No, espera, que te lo voy a decir yo. Eres una mentirosa. Una mentirosa, más falsa que todas las cosas.
—¿Cómo que una mentirosa? ¿Has leído mis correos? ¿Se puede saber qué hacías mirando mis cosas?
—La pregunta importante aquí, mamá, es ¿qué hacías tú mirando las mías?
Me sentí profundamente avergonzada y adopté de inmediato una actitud defensiva.
—Lo hice para… ¡Lo hago por ti!
—De eso nada, mamá. Lo haces por ti y por nadie más, ni siquiera por Joshua. Lo haces por ti, para expiar tus pecados o yo qué sé. Me das asco.
—Vale, me parece que ya es suficiente —intervino Wade desde su trono, pero no se puso de pie, se limitó a dejar la revista a un lado.
—Lo siento mucho. De verdad que lo siento. Estaba convencida de que tener a Joshua en la familia te gustaría.
—Me gusta tener a Joshua de mejor amigo, tenerlo de hermano incluso me gustaría, pero que le cuente cosas a mi madre que no me cuenta a mí… Eso es una cagada total.
Se volvió rojo de furia y desapareció escaleras arriba.
Me quedé en el recibidor, helada, con la piel tirante por el sudor seco, mareada. Pasaron varios minutos. Escuché rock heavy procedente de la habitación de Tyler. Por lo general se ponía los auriculares si iba a hacer mucho ruido. Aquello era su grito de protesta: una cacofonía de tambores, bajo y guitarra.
—Dios —murmuré.
—¿Me decías algo? —Wade levantó la vista y me miró con atención.
—¿Cómo puede salir tan mal algo hecho con tan buena intención?
—Dale tiempo. Se le pasará.
—Lo dudo. Además, Josh ha desaparecido. No sé nada de él desde hace dos semanas.
—Lo más probable es que tu amigo por correspondencia se esté tomando un descanso para liberar tensión.
—No hay ninguna tensión.
—Comparte habitación con tres niños pequeños, trabaja en un restaurante de comida rápida, intenta estudiar en secreto mientras espera una sentencia del juzgado y miente a su familia y a su mejor amigo. ¿Te parece poco?
Definitivamente sonreía con suficiencia, pero en cierto modo su tono se había vuelto más amable, más pragmático.
—Lo que quiero decir es que nuestros correos eran relajados, ligeros. No tenía motivos para dejar de escribirme.
—Yo lo único que te digo es que eres especialista en crear tensión a las personas, incluso cuando estás intentando ayudar.
Y arqueando las cejas con aire de superioridad volvió a su lectura.
En la duche lloré y el agua se llevó mis lágrimas por el hambriento desagüe.
Durante dos días nadie habló. Cada uno hacía sus tareas y las necesidades básicas se atendían, pero reinaba el silencio. Y de alguna manera me resultó un alivio, aunque seguía costándome trabajo respirar y no hacía más que ir al ordenador a consultar mi correo. Pero la máquina se hacía eco del resto de la casa y mi bandeja de entrada seguía obstinadamente vacía.
Cerca de las dos de la mañana, una hora a la que con los años me había acostumbrado a estar despierta, bajé a la cocina a beber algo. Pasé las yemas de los dedos por la superficie de frío granito y disfruté del frescor, absorta en mis pensamientos, sintiéndome una con la desoladora quietud.
Toc, toc, toc.
Durante unos segundos pensé que eran imaginaciones mías. Entonces:
Toc, toc, toc.
Sonó de nuevo.
Paseé la vista por la cocina y me quedé paralizada al ver una sombra en la ventana. Corrí enseguida hasta el interruptor y di la luz. Mis ojos tardaron unos instantes en acostumbrarse, los mismos que mi mente en asimilar. La sombra de la ventana, fría, despeinada, temblorosa, no era otro que Joshua Hartley.
Nunca en mi vida había visto algo tan bonito.