Wade
Por qué no le contó a su mujer lo de la mudanza?
—No se encontraba demasiado bien.
—¿Usted lo sabía?
—Había que estar ciego para no darse cuenta de que mi mujer, esto… Amber estaba muy deprimida.
—¿Y nunca le habló de ello?
—Hice de todo por animarla. Intenté animarla a que estudiara, a que dedicara tiempo a hacer algo que le gustara o a estar con sus amigas. La llevé a Europa, la inundé de regalos… Nada funcionó.
—¿Pero nunca le sugirió seguir una terapia para tratarse la depresión? El suicidio y el bebé…
—Se negaba en redondo a tomar pastillas y nunca habría accedido a sesiones formales como esta. Era única, tenía tanto talento, era tan inteligente, tan abierta incluso…, pero con el tiempo fue replegándose en sí misma. Antes sabía lo que le pasaba por la cabeza desde un kilómetro de distancia, pero después del aborto y de la muerte de su madre noté que la perdía, que se ponía como… una máscara. Cada vez la usaba más. Nunca debí haberla animado a quedarse otra vez embarazada. Nunca supuse que abortaría otra vez. No sé, de alguna manera pensé…
[Silencio. Aproximadamente treinta segundos].
—¿Qué pensó?
—Me presenté a la plaza en Boston para intentar cambiar un poco las cosas y también para poder pasar más tiempo con ella, con Tyler. No se me escapaba que tenían problemas.
—Entonces, ¿usted buscó aquel trabajo?
—Sí, por ella. Por nosotros.
—Pero ¿no le exigía mayor dedicación?
—En cierto modo sí, pero como jefe de servicio podía quedarme los casos más difíciles y dejar que el resto del personal se ocupara de las tareas más rutinarias. Me liberaba un poco, cosa que no ocurría en mi consulta en la costa oeste.
—Entiendo. Dice que «sus problemas» no se le escapaban. ¿Cuándo notó tensión?
—No se trataba de cuándo, sino de cómo… Tyler es un artista y ha heredado, para bien, la intensidad de su madre. A ella nunca le gustó que le dijeran lo que tenía que hacer, que la encasillaran, que la moldearan. Me di cuenta de que, sin quererlo, yo había hecho precisamente eso al esforzarme tanto por darle una vida que esperaba que la hiciera feliz. En cambio, lo que conseguí fue aplastar precisamente lo que tanto me gustaba de ella. Pero Tyler lo heredó y se rebeló contra su excesiva atención, contra su intensidad. Yo confiaba en que el cambio aliviaría esa tensión. La única solución que se me ocurría para arreglar las cosas era intentar hacer de puente entre los dos. En ciencia, cuando dos elementos son muy parecidos, a menudo se repelen. Yo intenté ser el conducto, un elemento neutral e inofensivo para los dos. Confiaba en que así se rompería la tensión. Pero no. Fue un fracaso. Así que traté de buscar otra solución, como se hace en la ciencia, intenté cambiar los parámetros del entorno, de ahí la mudanza. Como he dicho, para tener más tiempo para pasar con ellos y con la esperanza de acercarlos el uno al otro.
—Gracias por la explicación, doctor. Parece que viene usted menos agresivo a esta sesión.
—No es por usted, señora Sloane.
—En cualquier caso, ha resultado de gran ayuda.
—Ahora mismo está usted poniéndose condescendiente y…
—Lo entiendo. Pasemos a otra cosa. ¿No le preocupaba que su hijo tuviera un único amigo?
—Bueno… Tyler fue un niño extrovertido hasta que tuvo edad de ir al colegio, siempre estaba representando escenas de películas y jugando a los superhéroes. Jamás me preocupó su sociabilidad.
—¿Porque estaba demasiado ocupado con su trabajo?
—En cierto modo sí, pero, como ya le he explicado, señora Sloane, mi familia es…, era mi vida. A Amber tampoco parecían preocuparle las habilidades sociales de Tyler y era una madre de lo más abnegada, incluso en plena depresión.
—¿Cuándo notó usted un cambio?
—¿En Tyler?
—Sí, en su entorno social.
—Pues… creo que cuando Amber perdió a la niña que esperaba y a su madre. Supongo que mientras estaba de duelo Tyler es posible que se distanciara un poco, que se volviera algo más reservado, pero nada alarmante.
—¿Y eso no le preocupó?
—Pues claro que sí, pero no fue que dejara de comer o de hablar de un día para otro; simplemente dejó de ser tan extrovertido. Pensé que estaba formándose su personalidad; no estaba seguro de que hubiera una relación entre las pérdidas de Amber y los cambios en Tyler. Y tampoco quería estar encima de él, de la manera en que estaba…, eh…, Amber. Así que creo que lo que intenté fue crear un ambiente agradable en casa.
—¿Solo lo cree?
—Bueno, tal y como fueron las cosas, ya no lo tengo muy claro.
—¿Era popular en el colegio?
—Ahora mismo me cuesta acordarme, pero sí, era normal. Un niño sensible que siempre estaba dibujando, se ponía a hacer garabatos en cuanto tenía ocasión, pero le invitaban a fiestas de cumpleaños y a veces invitaba a un amigo a casa. Sé que le costaba confiar en las personas, pero eso tampoco es nada malo.
—¿Cree que eso tenía algo que ver con Amber?
—Yo creo muchas cosas, pero no estoy cualificado para hablar de psicología, señora Sloane. Pensaba que esa era su especialidad.
—Simplemente me interesa saber si tiene la impresión de que la desconfianza de Tyler la había provocado su madre de alguna manera.
—A Amber, debido a su infancia poco estable, le costaba conectar con las personas y supongo que algo de eso se le pegó a Tyler.
—¿Dice que tenía amigos?
—Bueno, en alguna ocasión trajo a un niño o dos a dormir. Tenía unos ocho años, me parece. Pero luego no seguían siendo amigos.
—¿Y eso por qué?
—Amber creía que era porque Tyler tenía una determinada capacidad para relacionarse y que, una vez rebasada, le costaba establecer vínculos.
—¿Y usted, doctor?
—Eh… Ejem.
—¿Un poco de agua?
—Por favor.
[Silencio mientras bebe agua. Aproximadamente un minuto].
—Me estaba hablando de su teoría sobre la dificultad de Tyler a la hora de conservar amistades.
—Creo que tal vez…
—¿Sí?
—Se avergonzaba.
—¿De qué?
—De Amber.
—¿Tenía motivos?
—Para mí no, pero creo que Tyler la encontraba demasiado… atosigante cuando llevaba amigos a casa.
—¿Lo dijo en algún momento?
—Pues… sí, una vez.
—¿Cuándo fue?
—Pues… debía de tener unos nueve años, me parece. Me cuesta recordar los detalles. Ah, sí, tenía nueve porque coincidió con un paciente mío llamado Lauderville. Me acuerdo porque la operación no salió como yo había esperado. Duró varias horas y después tuve que escribir un montón de informes detallados. Estuve llegando a casa tarde varias noches seguidas y Tyler empezó a insistir en que lo acostara yo. Sí, ya me acuerdo. Amber se quejó de que llegara tan tarde porque Tyler se negaba a dormirse si no lo llevaba yo a la cama.
[Sorbos de agua].
—Aquella noche Amber estaba nerviosa; tenía ganas de discutir. Me di cuenta de que se sentía dolida por la insistencia de Tyler en que lo acostara yo, pero lo ignoré y aproveché la ocasión que aquello me brindaba de pasar más tiempo con mi hijo.
—¿Se molestaba a menudo Amber si usted pasaba tiempo a solas con Tyler?
—Pues supongo que por aquel entonces sí. Yo diría que sí. Tyler era su vida, su «profesión», como solía decir, y quería hacerlo todo a la perfección.
—Y a usted eso ¿qué le parecía?
—Intenté que se interesara por otras cosas. Ya se lo he explicado.
—No me ha quedado claro si la animaba a que hiciera otras cosas por ella o para evitar que atosigara a Tyler. Quiero estar segura de cuáles fueron sus motivaciones.
—Es probable que un poco las dos cosas, ahora que lo pienso, pero no era premeditado. Lo que yo quería era que desarrollara su potencial. Que usara su enorme talento.
—Entiendo. Volvamos a la noche aquella con Tyler.
—Ah, sí. Es rarísimo. No he vuelto a pensar nunca en aquella noche y sin embargo me parece estar viendo la lamparilla de noche…, una lámpara azul con forma de cohete que se atenuaba cuando encendías la luz de la habitación y se iluminaba al apagarla. Le encantaba.
[Suspiro].
—Continúe.
—A ver. Me senté junto a su cama en una especie de puf para niños que teníamos. Amber siempre parecía estar cómoda allí, pero a mí me sobraban rodillas por todas partes. Le leí un rato, luego apagué la luz y pensé que se iba a dormir. Pero cuando me incliné para darle un beso de buenas noches me hizo una pregunta de lo más extraña.
[Silencio].
—Siga.
—Pues… me preguntó si pensaba que su madre era diferente de las demás.
—¿Qué le contestó?
—Al principio le dije solo que era diferente, pero para bien. Pero su silencio me dijo que quería una explicación más larga. Así que me senté y pensé qué debía decirle. Estuvimos callados un rato pero yo sabía que no se había dormido, que estaba esperando. Decidí darle la vuelta a la pregunta, una táctica que seguro que le resulta familiar. Le pregunté si él creía que su madre era diferente de las demás. Nunca olvidaré su respuesta: «Todas las mamás hacen que son felices cuando a veces no lo son —dijo—, pero mamá hace como que es feliz solo por mí».
[Toses].
—¿Siguieron hablando del tema?
—Sí, un buen rato. Dijo que nunca invitaba a otros niños a casa porque su madre intentaba hacerse amiga de ellos, no le dejaba espacio. Así que le pregunté por qué no iba él a casa de sus amigos. Dijo que, si lo intentaba, Amber llamaba a la madre del niño y se empeñaba en conocerla y en ver primero la casa. Y luego se quedaba allí una hora y se daba cuenta de que a las otras madres no les gustaba demasiado Amber. Incluso oyó a una madre decir que era «diferente».
[Suspiro].
—Así que dejó de hacer nuevos amigos, supongo.
—¿Dijo por qué creía que su madre era diferente?
—No, solo que las otras madres tenían razón.
—¿Y usted lo refutó?
—Era joven.
—¿Qué quiere decir con eso?
—Le dije que tenían celos de lo guapísima que era su madre…
[Silencio. Aproximadamente treinta segundos].
—¿Y eso era lo que creía?
—¿Qué se suponía que tenía que decirle? ¿Tu madre está deprimida y no quiere saber nada de nadie excepto de ti? ¿Que no tiene ningún interés en hacer amigos? ¿Que es tan superprotectora porque le aterroriza perderte, a ti, su único hijo? ¡Joder!
—Quizá sí, si era lo que de verdad pensaba. ¿Por qué le daba miedo hablarlo con su hijo?
—Pues porque era un niño, por el amor de Dios.
—Un niño bastante inteligente, me parece a mí.
—Pero un niño al fin y al cabo.
—¿Le convenció su respuesta?
—No sé. Entró Amber a preguntar por qué no se había dormido ya Tyler y entonces me dio la espalda y murmuró: «Buenas noches».
—Dice que Amber no tenía amigos. ¿Y qué hay de Sylvain?
—Ja.
—¿Es una risa sarcástica?
—Sylvain es la mujer más egocéntrica que he conocido en mi vida. Cualquier consejo que le daba a Amber o cualquier atención que tuviera con ella eran por su propio interés.
—¿Así que no se llevaban bien?
—¿Está usted siendo obtusa a propósito?
—Amber ha dejado muy claro que usted se lleva bien con todo el mundo. ¿Se oponía abiertamente a su amistad con Sylvain?
—No, apartar a la única persona con la que hablaba de verdad mi mujer habría sido bastante egoísta. ¿No le parece?
—Así que nunca hablaban de Sylvain.
—Amber me contaba muchas cosas de ella, pero yo no le demostraba mis sentimientos. En lugar de ello intenté que Amber tratara con personas como ella, llevándola a actos sociales relacionados con mi trabajo y a funciones benéficas.
—¿Personas como ella?
—Sabía que iba a saltar en cuanto le dijera eso.
—¿A qué personas se refiere?
—No soy elitista, señora Sloane. Pero creo que Sylvain y sus correrías no estaban a la altura de Amber.
—Perdone, doctor, pero eso suena bastante elitista.
—Pues no lo es, señora Sloane. De hecho, Amber se mostraba condescendiente con Sylvain, con su vida estrafalaria de casting en casting y de hombre en hombre. No creo que la viera nunca como a una igual. Quizá es que con ella no se sentía juzgada o que se encontraba segura debido a la superficialidad de Sylvain. No lo sé. En realidad nunca entendí su relación.
—Pero ¿Amber no era consciente de su sentimientos respecto a Sylvain?
—Yo creo que sí. Casi nunca organizábamos cenas en casa, pero cuando en alguna ocasión yo llegaba del trabajo y me la encontraba allí, no me mostraba precisamente encantador.
—¿Aquella noche habló usted con su mujer de la pregunta de Tyler?
—No.
—¿Y por qué?
—Su felicidad era, como mucho, precaria; yo habría hecho lo imposible por asegurarme de que no se llevara un nuevo disgusto.
—¿Diría usted que confiaba en su mujer?
—En aquel tiempo sí, completamente.
—Pero no para las cuestiones importantes.
—No es eso. Confiaba en su compromiso con nosotros, con nuestra familia, con envejecer juntos. Confiaba en su corazón, en su…, esto…, en su amor.
—¿De lo único que dudaba entonces era de su estabilidad, de su capacidad de afrontar las opiniones de su hijo?
—Si lo que insinúa es que me importaba más ella que Tyler, pues sí, supongo que soy culpable de eso.
—No estoy insinuando nada, aunque me parece interesante que eso sea así.
—Yo adoro a mi hijo, señora Sloane.
[Silencio. Aproximadamente cuarenta segundos].
—Parece nervioso. Quiero que sepa que esta sesión ha sido muy productiva.
—¿Se ha terminado el tiempo?
—Nos quedan unos minutos.
[Silencio. Aproximadamente quince segundos].
—El traslado a Boston ¿cómo afectó a Amber? A su depresión. Solo habla del accidente. ¿Qué tal estuvo durante aquellos primeros meses?
—Hizo lo que hacía siempre. Organizar la casa, el colegio, las actividades extraescolares, el jardín, todas esas cosas. Con ese fervor meticuloso que jamás demostraba en sus verdaderos intereses. Bromeaba diciendo cosas como que antes sabía la hora exacta en que el presidente hacía un descanso para ir al cuarto de baño, pero que desde que había dejado la universidad ya no sabía ni quién gobernaba en la Casa Blanca. Era una observación exagerada, pero bastante inquietante.
—¿Inquietante por qué?
—Porque se había olvidado de todas las cosas que había sido antes, las que tanto le habían interesado. Ahora las cosas que hacía parecían más bien penitencias… ¿Hacer punto? ¡Por el amor de Dios! ¿Decoración de tartas? Eso habría sido la peor pesadilla de Fl…, de Amber. ¿Trabajar en un supermercado? ¿La AMPA? En la universidad, solo pensar en cosas así la habría desquiciado y sin embargo ahora eran su vida.
—¿Cree que se estaba volviendo loca?
—Creo que se sentía culpable por haber dejado a su madre, por no darme los hijos que pensaba que podía haberme dado. Culpable por no poder hacer realidad ninguno de mis sueños.
—¿Sus sueños?
—Estaba loca en todos los sentidos, señora Sloane. Es posible que ya lo estuviera cuando la conocí. Yo sabía que estaba huyendo de algo, una pasión como esa solo la inspira el deseo de escapar de tus demonios, pero la adoraba. El caso es que, para cuando decidí que nos trasladáramos a Boston, Amber era un maniquí y no la mujer con la que me había casado, y yo era la causa última de aquella equivocación. Tiene razón cuando dice lo de la tarta de manzana… La verdad es que desearía no haberla visto nunca, ni a la tarta ni a ella.
—¿Está enfadado consigo mismo o con ella, doctor?
—Con los dos.
[Silencio. Aproximadamente un minuto].
—Con los dos.