Harold se dirigió a él y preguntó con ansiedad:
—¿Qué ha pasado?
Poirot lo miró con ojos brillantes.
—Todo ha salido a pedir de boca.
—¿Qué quiere decir?
—Que todo se aclaró satisfactoriamente.
—¿Pero qué ha ocurrido?
El detective volvió a emplear su tono vago.
—He utilizado las castañuelas de bronce. O mejor dicho, expresándome en términos modernos, he hecho que vibraran los hilos metálicos... En resumen, utilicé el telégrafo. Sus pájaros de Estinfalia, monsieur, han sido puestos donde no podrán perjudicar a nadie durante algún tiempo.
—¿Estaban reclamadas por la policía? ¿Las han detenido?
—Precisamente.
Harold exhaló un profundo suspiro.
—¡Estupendo! Nunca pensé en ello —se levantó—. Voy a buscar a la señora Rice y a su hija para decírselo.
—Ya lo saben.
—Bien —Harold volvió a sentarse—. Dígame cómo...
Por el sendero del lago subían dos mujeres de perfil aguileño y flotantes capas sobre los hombros.
—¡Creí haberle oído decir que se las habían llevado! —exclamó el joven.
—Oh, ¿esas señoras? Son inofensivas por completo; dos damas polacas de muy buena familia, tal como le dijo el conserje. Su aspecto, tal vez, no sea muy agradable; pero eso es todo.
—¡Pues no lo comprendo!
—No; no lo comprenderá. Eran las otras señoras a las que buscaba la policía. La ingeniosa señora Rice y la llorosa señora Clayton. Eran ellas las aves de presa. Las dos vivían del chantaje, mon chéri.
Harold tuvo la sensación de que el mundo daba vueltas alrededor de él. Con voz desmayada preguntó:
—¿Pero el hombre... el hombre que resultó muerto...?
—No murió nadie. ¡Y no hubo tal hombre!
—¡Pero si yo lo vi...!
—No. La señora Rice, con su alta estatura y su voz profunda, representa muy bien los papeles masculinos. Fue ella quien hizo de marido... claro es que sin la peluca gris.
Se inclinó hacia delante y dio un golpecito en la rodilla del joven.
—No se debe ir por la vida con tal cantidad de buena fe, amigo mío. La policía de un país no se soborna tan fácilmente ni, tal vez, habrá manera de conseguirlo; mucho menos cuando se trata de un asesinato. Esas mujeres se aprovecharon de la ignorancia que, por lo general, tienen todos los ingleses de los idiomas extranjeros. Como habla francés y alemán, la señora Rice es la que siempre se ocupa de entrevistarse con el gerente y de llevar el asunto. Llega la policía y entra en su habitación, desde luego. ¿Pero qué sucede en realidad? Usted no lo sabe. Tal vez les dirá que ha perdido un broche o algo parecido. Cualquier excusa para hacerlos venir, con el fin de que usted los vea. Y en cuanto al resto de ello, ¿qué he de decirle? Telegrafía usted para que manden dinero, gran cantidad de él; y luego lo entrega a la señora Rice, quien se encarga de todas las negociaciones, ¡y eso es todo! Pero estas aves de presa son insaciables. Vieron que usted sentía una irracional aversión hacia esas dos infortunadas señoras polacas. Las damas en cuestión llegaron y sostuvieron una conversación inocente por completo con la señora Rice; pero ésta no supo resistir la tentación de volver a repetir el juego. Sabía que usted no entendía ni una palabra de lo que hablaron. Por consiguiente, tuvo usted que pedir más dinero; dinero que la señora Rice se encargaría luego de distribuir entre otras personas según pretendía.
Harold aspiró profundamente aire.
—¿Y Elsie?
—Desempeñó muy bien su papel. Siempre lo hace. Es una actriz consumada. Hace ver que todo es muy raro... muy inocente. No atrae hacia ella más que un sentimiento noble.
Y añadió pensativamente:
—Eso tiene siempre éxito cuando se trata de un inglés.
Harold Waring volvió a suspirar.
—Tengo que aprender
todos los idiomas europeos que existen. ¡No quiero que nadie me
tome el pelo por segunda vez!