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¡No se va a salir con la suya!

¿Conoces alguna persona que está constantemente peleando, que hace de la pelea una forma de vida? Veamos qué características tienen estos «peleones».

  • Reconocen sus límites pero los viven con impotencia. Esto explica la ansiedad con la que siempre se manejan, yendo de un lugar al otro.
  • Estallan con sus emociones para alejar a los demás, porque estos les recuerdan sus límites y eso les genera enojo. Por ese motivo, cuando una persona se queja o grita constantemente la gente suele decir: «Es insoportable» o «Aléjate de esta mujer que vive enloqueciendo a todos». Con su comportamiento, estas personas transmiten el siguiente mensaje: «Aléjate de mí porque sé que tengo límites y, como no los soporto, lo que hago es estallar con mi enfado».
  • Las personas puramente biológicas suelen ser impulsivas. Gritan, discuten y se pelean con quien tengan a mano. Pasan más tiempo discutiendo y peleando que disfrutando de la vida.
  • Son personas amargadas. No sólo se amargan la vida a sí mismas, sino que entorpecen las relaciones. El otro, cuando tiene que entablar trato o una conversación con una persona de este tipo, suele preguntarse: «¿Cómo se habrá levantado hoy?». «¿De qué humor estará?». Porque de acuerdo a ello responderá y se relacionará con los demás.
  • No tiene recursos para controlar la situación. Por eso quiere silenciar al otro, impedir que reaccione.

¿Eres una persona que se enfada fácilmente? ¿Te identificas con algunos de estos rasgos?

Una de las capacidades que tiene el ser humano es la de ser sabio, elegir de qué hablar, cómo hacerlo y de qué manera. Una palabra sirve para construir un puente. El puente sirve para conectar el punto A con el punto B, para que la gente pueda pasar de un punto al otro. Necesitamos palabras de sabiduría. Cuando yo no uso la palabra de sabiduría, no construyo un puente, construyo un «muro». Si yo no sé hablar, en lugar de conectar con mi familia, con mis amigos, etcétera, voy a levantar un muro y en el muro no hay conexión.

Por ejemplo, la madre le dice a la hija: «Es hora de levantarse para ir al colegio». «No me levanto», responde la hija. «¡Te digo que te levantes!», insiste la madre. ¿Qué hace después? Llama al marido y le cuenta lo que hace la hija. Le pasa el teléfono y el padre le dice: «Ya verás cuando llegue a casa».

Se enfadó la madre, se enfadó la hija y se enfadó el padre. ¿Qué pasó allí? Perdieron los tres porque cuando uno se mueve con enfado, no construye un puente, sino un muro.

¿Te enfadas mucho? El enfado es una emoción normal que todos los seres humanos poseemos. Esta emoción suele enviar sangre a las manos, porque el primer impulso que genera es el de pelear, pero también puede llevar sangre a los pies, en el caso de querer huir. El enfado se torna patológico o tóxico cuando es muy frecuente, muy intenso, dura mucho tiempo o conduce a la violencia.

Hay personas a las que nunca vemos enfadadas, porque se guardan, se «tragan» el enfado. Sin embargo, guardar el enfado dentro de nosotros con el tiempo genera enfermedades. Las personas que no pueden expresar su enfado no pueden ponerse límites a sí mismas y, por ende, tampoco lo podrán hacer con los demás. Si alguien te pide algo y le dices: «No puedo», es porque primero te dijiste a ti mismo que no podías. Esto significa que sólo cuando reconoces primero tu límite contigo mismo puedes hacerlo luego con el otro. Si, en cambio, no te pones límites, reprimes tu enfado y dices que sí a todo, llegará un momento en que tu cuerpo va a segregar sustancias químicas que literalmente pueden llegar a provocarte, por ejemplo, severas úlceras gástricas.

Por todo esto, elige comunicarte sabiamente para cuidar tu vida emocional y física. Necesitamos saber que «el enfado construye muros, pero la palabra de sabiduría construye puentes».

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