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Modus operandi del triangulador

Los triángulos están destinados al fracaso, porque no ofrecen soluciones, sino que ocultan el verdadero problema. Lo resuelven mediante «puertas derribadas», es decir, mediante el uso de la agresividad. La técnica por excelencia para ponerse en el rol de ariete es ponerse en el lugar de víctima. ¿Por qué? Porque la gente «compra» esa actitud.

La victimización puede adoptar alguna de estas tres formas:

  • Víctima de sí mismo. Es el caso de las personas que dicen: «No soy capaz», «No sé si podré», «Siempre me va mal».
  • Víctima del otro. En este caso, los argumentos son: «Tú me haces explotar»; «Tú me hiciste daño»; «Mi familia me llevó al sufrimiento».
  • Víctima del mundo. Sus dichos habituales son: «Yo quiero, pero no me dejan»; «El mundo no me ayuda»; «Si el mundo cambiara, yo lo haría».

Lo cierto es que ponerse en el papel de víctima es una actitud de manipulación pasiva hacia otros. Analicemos algunas de sus facetas en detalle:

Culparse por todo

Por ejemplo, la persona dice: «Mis padres se separaron y yo siento que fue por mi culpa». Al ponerse en el rol de víctima logra que los demás le digan: «¡Pobrecito! ¡No eres el culpable!». Usa el dolor para causar lástima.

Culpar a los demás es no aceptar la responsabilidad de nuestra vida, es distraerse de ella.

FACUNDO CABRAL

Las personas que se culpan por todo buscan un castigo para redimirse, pero no cambian su actitud. Los sistemas punitivos están dirigidos a pagar la culpa con sufrimiento, pero no producen una actitud diferente. No se trata de ser culpable. Sólo siendo responsables podemos crecer. La responsabilidad es la que nos permite corregir. El castigo nos causa dolor, pero no resolvemos la situación ni modificamos las conductas.

El autorreproche es una conducta infantil que no conduce a nada. Me digo a mí mismo: «¡Qué mal estuve!», pero no cambio. La responsabilidad, sin embargo, también me lleva a pensar: «¡Qué mal estuve!», y a continuación, lo asumo y corrijo mi conducta en el futuro.

Culpar a otro

El lema de estas personas es: «Todos mis problemas vienen de fuera, ¡yo no puedo hacer nada!». Tienen un lenguaje pasivo: «El vaso se rompió» (no lo rompí yo), «la camisa se perdió» (no la perdí yo). Son victimistas, es decir, culpan al otro de su conducta, diciendo, por ejemplo: «Me vas a matar de un disgusto». O van de compras, nunca compran nada para ellas mismas, y proclaman: «Me privé de todo para darte lo que querías». Estas personas no asumen su responsabilidad.

Una vez, una joven me contó: «Mis padres me repitieron durante años que por haberme tenido, ellos no habían podido estudiar». Estos padres culparon a su hija de su incapacidad para estudiar. La persona que acepta este tipo de justificaciones inevitablemente se queda en la posición de víctima, atascada en ese rol, imposibilitada de mirar hacia el futuro.

Otra persona me contó: «Invité a mi padre a mi cumpleaños y en la fiesta tomó vino. Yo no sabía que no podía beber alcohol porque sufría de hipertensión, pero él lo hizo y murió. Eso me hizo sentir terriblemente culpable. Incluso mis propios familiares también me lo hicieron sentir». El caso es que ella no tenía obligación de saber que su padre no podía tomar alcohol. ¡El que debería haberlo tenido en cuenta era su padre, no ella!

Ponerse en el centro del escenario

Estas personas ocupan el centro del escenario porque desean que todos reparen en su malestar. «Ah… ¡mi problema es mucho más grande que el tuyo!», aseguran. Por ejemplo, la hija le confiesa a su madre que se va a separar de su marido y la mujer le responde: «¡No me hagas esto! ¡Me vas a matar del disgusto!». O el típico caso de la persona que acompaña a un amigo a un velatorio de un ser querido y llora más que el amigo.

El rol de víctima es una posición cómoda que indica que no hay aprendizaje ni cambio de conducta. Al adoptar el papel de víctima la persona busca la «disculpa» del otro, que alguien le diga: «Quédate tranquilo, no fue culpa tuya». El papel de víctima lo exime de asumir responsabilidades.

Sin embargo, hay dolores que debemos aceptar porque forman parte de nuestra historia. Pero tenemos que vivir «dolores limpios», sin culpa, porque justamente cuando nos sentimos culpables nos ponemos en el rol de víctima. Para cambiar el dolor de víctima y quitarnos la culpa es necesario aceptar que tenemos ese dolor y luego reflexionar: «Muy bien, tengo este dolor, ¿qué hago a partir de ahora?».

Proyectar la actitud propia en otro

Las personas que proyectan su actitud en otros dicen, por ejemplo: «En este lugar a ti no te reconocen»; «¡Qué vida más dura has tenido!»; «¿Quién va a querer casarse contigo?»; o «¡Pobrecito, qué carita de cansado!». En realidad son ellos los que no son reconocidos, nadie los quiere como pareja o están agotados.

Te reprochan: «¡Fue por ti que yo perdí la oportunidad de viajar por el mundo!»; «No volví a tener pareja por cuidarte»; «¡Me sacrifiqué toda la vida para que pudieras comprar eso que tanto querías!».

Si te dijeron cosas por el estilo, ponerte en posición de víctima da fuerzas a quien te manipula. Victimizarte es sentirte impotente. Cuanto más te hagas la víctima, más poder le estarás dando a quien te lastima.

En una pareja, el hecho de victimizarse es un capítulo aparte, ya que nunca hay «buenos» y «malos», o «víctimas» y «victimarios». El tango se baila en pareja, de manera que ambos tienen una dinámica de funcionamiento. La victimización impide asumir la responsabilidad y evita el cambio.

Más gente tóxica
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