Diecinueve

Durante los tres días siguientes, la familia entera contuvo el aliento en espera de que surgiera, algún motivo de escándalo, relacionado con los extraños acontecimientos que habían tenido lugar en Richmond. No sucedió nada; para entonces, Sam Brown ya se había embarcado para América. Pese a la dura prueba que había sufrido Julia, la tía Lily insistió en que la familia debía hacer una salida cada noche, en algún evento popular. En su opinión, nada estimulaba tanto los rumores, como una ausencia de tres noches seguidas, en el momento álgido de la Temporada de Londres.

Era un argumento convincente. Paine no pudo sino admirar, la resistencia de Julia. Cada noche estrenaba un nuevo vestido, luciendo más hermosa que la anterior. Sonreía y bailaba, proyectando una imagen de felicidad. Si alguien le preguntaba por el barco de los Lockhart, respondía:

- No tenemos confirmación de que se haya hundido, ni de que no existan supervivientes. Hasta ese momento, preferimos no pensar lo peor.

Y decía la verdad. Al día siguiente de su retorno de Richmond, Paine había visitado al vizconde para convencerlo de que no anunciara la pérdida del barco, mientras no lo tuviera por un hecho seguro.

Paine no tenía ningún empacho en admitir, que poseía razones fundadas y también motivaciones egoístas, que justificaban aquella actitud. Había encargado a Flaherty, que averiguara lo que había de cierto en aquel rumor. Algo había pasado en las costas españolas. Algunos marineros habían informado de una violenta tormenta, pero nadie podía afirmar o negar que el Bluehawk hubiera resultado afectado.

De manera egoísta, Paine no deseaba que ningún otro obstáculo se interpusiera en su propósito de casarse con Julia. Un periodo de duelo seguiría, obligatoriamente, al anuncio de la muerte de Gray. Era muy probable que eso llegara a ocurrir, pero esperaba estar casado con ella para entonces. De buena gana, se pasaría seis meses de luto viviendo con Julia en el campo, lejos de la mirada de la alta sociedad. Afortunadamente, el vizconde había aceptado los consejos de los Ramsden.

Por lo demás, la estrategia de la tía Lily había dado aún mejores resultados, de lo previsto. No solamente la alta sociedad, se alegraba de volver a acoger en su seno al hermano del conde, sino que las cartas que había enviado Paine, durante las últimas semanas, así como las reuniones que había concertado, se tradujeron en una avalancha de peticiones y requerimientos, de tipo empresarial. Se rumoreaba incluso, que Paine iba a encabezar un grupo de inversiones en el Banco de Londres. Como tercer hijo de la casa de los Dursley, su dedicación al mundo de los negocios resultaba perfectamente aceptable.

Sólo le faltaba ganarse el corazón de Julia, para alcanzar la felicidad completa. Sabía que por dentro seguía preocupada por su primo Gray y que, mentalmente, todavía sufría las secuelas de su breve periodo de cautividad. Pero Paine ya no podía seguir esperando.

Se palpó los bolsillos de la chaqueta, por enésima vez en los últimos minutos, esperando a que bajara Julia. Hacia un día espléndido y pensaba llevarla a dar un paseo en coche.

- Ya estoy lista -anunció, desde lo alto de la escalera-. Perdona, es que no encontraba mi parasol… -y blandió el parasol verde claro, como ilustrando su aserto.

- Estás preciosa sin él -le sonrió, admirando el contoneo de sus caderas bajo el fino vestido de muselina. El color menta del vestido, con su ribete verde bosque, le sentaba maravillosamente.

- Eres un zalamero -repuso Julia, poniéndole una mano en la manga-. ¿Adónde vamos hoy?

- A algún lugar maravilloso -respondió, con un aire de misterio.

Se dirigieron a Hyde Park, con Paine saludando a los conocidos con los que se encontraban y deteniéndose a charlar con algunos. Julia esperaba pacientemente sentada a su lado, ofreciendo la perfecta imagen de la esposa de un banquero. ¡La esposa de un banquero! El pensamiento llenó a Paine de una alegría jovial. ¿Quién habría pensado, apenas un año atrás, que terminaría encontrando la paz interior con una esposa y una carrera, restaurado su lugar en la familia y en la sociedad?

Paine se desvió por una tranquila calle del parque, flanqueada de árboles. Era una calle ancha, limpia y desocupada de coches, con varias casas de aspecto imponente dominando la zona. Evidentemente era un barrio acomodado, quizá no para nobles y aristócratas, pero sí para una diferente clase de detentadores de riqueza y de poder. Un poder y una riqueza novedosos, para una Inglaterra de la era industrial, que por aquellos años parecía acercarse ya a su cénit.

- ¿Dónde estamos? -inquirió Julia, contemplando el impresionante edificio, frente al que se habían detenido.

Paine aparcó el carruaje en el arcén y bajó de un salto.

- Ven conmigo, a conocer este lugar, Julia. Necesito que le eches un vistazo.

La ayudó a bajar y sacó una llave del bolsillo: el artículo número uno de los que llevaba. Con ella abrió la puerta de la casa y esperó nervioso, mientras Julia entraba en el vestíbulo forrado de paneles de madera, con la enorme araña colgando del techo.

- Es fabuloso…

- Pensé que deberías verla bien, antes de decidirte -rió Paine.

Julia caminó delante de él, contemplando con los ojos muy abiertos, los elegantes tonos cremas y dorados. El comedor la dejó anonadada.

- ¡En esta mesa caben hasta quince personas!

Paine sonrió, a la vista de la gran mesa de caoba, que había encargado una semana atrás, anticipándose a su reacción.

- En realidad, son veinte las que caben.

- ¿Veinte? -exclamó, maravillada. Subió las escaleras, acariciando con una mano la barandilla de madera labrada-. Está cuidado hasta el último detalle…

Recorrió todas las habitaciones, maravillándose de su amplitud y buena situación, con vistas a los jardines de la parte trasera.

Cuando llegaron al último dormitorio, Paine le bloqueó la entrada.

- Antes de que entres, tengo que pedirte algo.

Julia lo miró con cierta desconfianza. Y Paine formuló por fin la pregunta:

- ¿Te gustaría vivir aquí?

La mirada de Julia expresó confusión, más que sorpresa.

- ¿Quieres comprarme una casa?

- De hecho, te he comprado una casa: ésta, si la quieres. En el instante en que la vi, te imaginé a ti dentro. Te vi en la mesa dando comidas, te vi paseando por el jardín… Y, nada más ver tu reacción en el vestíbulo, comprendí que tenía razón.

- Pero yo no necesito una casa, y menos una tan grande… Es demasiado grande para una sola persona y, ciertamente, no es mi intención invitar a veinte personas a la vez a cenar.

Se estaba andando por las ramas. Quizá fuera una buena señal.

- Bueno, probablemente, en alguna ocasión sí que invitaremos a veinte personas, y desde luego no tendrías que vivir aquí sola. A mí también me gustaría vivir en esta casa. Contigo.

Ahora era él quien se estaba andando por las ramas, en lugar de ir directamente al grano. Se sacó otra cosa del bolsillo: el artículo número dos. Era un documento enrollado, que le entregó.

- ¿Qué es esto?

- Las escrituras de la casa. Van con la llave -sí que sonaba estúpido. Era lógico que fueran con la llave. Sería mejor que siguiera adelante, si no quería terminar perdiendo todas sus facultades. Le tomó las dos manos, agarrándoselas con fuerza-. Quiero casarme contigo, Julia. Quiero casarme contigo y vivir en esta casa y formar una familia.

- ¿Casarte conmigo? ¿Cuándo lo has decidido? -balbució ella, insegura.

- Creo que lo decidí hace semanas, cuando te conocí. Nunca creí en el amor a primera vista. En realidad, ni siquiera creía en el amor hasta que te conocí, Julia. Tú me reformaste. No me puedo permitir perderte.

- Pero ibas a perderme, y lo sabías… Quedarte conmigo no entraba en el trato, Paine, y yo tampoco espero que entre ahora. Llevo contigo más tiempo del que estaba previsto y no necesitas sentirte obligado a nada. Admito que, ahora mismo, me siento muy desorientada… -soltándose, se dispuso a alejarse por el pasillo-. Yo no imaginaba, que todo acabaría saliendo tan bien. Ya me veía públicamente deshonrada y defenestrada, retirada en el campo… Había planeado rehacer mi vida sola. Jamás pude prever que terminaría viviendo toda esta… aventura. Quizá para ti estas últimas semanas han sido perfectamente normales, pero para mí… Ya te has portado demasiado bien conmigo y no necesitas sentirte obligado a nada más.

Sólo entonces comprendió Paine que, mientras él había estado pensando durante toda la semana en la manera de declararle su amor…, ella había estado pensando en la manera de despedirse. En liberarse de él.

Se dirigió hacia ella y le puso las manos sobre los hombros; aparentemente para sujetarla, pero quizá también para apoyarse, para sujetarse él mismo. No estaba dispuesto a perderla. No lo soportaría.

- No se trata de una obligación, Julia. Se trata del amor. Me he enamorado irremediablemente de ti. Por primera vez en mi vida, tú me has traído la paz. Te necesito y te quiero, y, al fin, tengo algo que ofrecerte en correspondencia. Ahora tengo un oficio estable como banquero, una casa que no es la de mi hermano y una fortuna para compartirla contigo -soltó una nerviosa carcajada-. Incluso tengo un título -y se sacó el artículo número tres del bolsillo interior de la chaqueta, un papel doblado, que le entregó-. Léela. Es una carta del rey.

Julia la ojeó rápidamente.

- Oh, Paine, te han nombrado caballero… Sir Paine Ramsden -leyó con mayor detenimiento-. Por sus inestimables servicios a la corona. ¿Qué es lo que hiciste?

- La corona necesitaba saber, de las traiciones cometidas contra los miembros de la nobleza. Fueron muchas las personas, Su Majestad incluida, las que se alegraron de ver ciertos asuntos, por llamarlo de alguna manera, resueltos. Y tú serás lady Julia Ramsden. Ahora, sí que soy merecedor de ti.

Paine vio que se le llenaban los ojos de lágrimas y maldijo para sus adentros, no había querido hacerle llorar. Se suponía que debería estar bailando de alegría, preferiblemente en sus brazos.

- Siempre has sido merecedor de mi, Paine -susurró-. Cuando empezó todo esto, yo estaba buscando al hombre más deshonesto de Londres. Jamás imaginé que acabaría encontrándome con el más honorable -se mordió el labio y sonrió entre lágrimas-. No me digas que llevas también un anillo en esos bolsillos… Parece que lo has traído todo contigo.

Paine se echó a reír.

- Desde luego que lo llevo -y sacó el artículo número cuatro, una cajita forrada de terciopelo, de una de las mejores joyerías de Londres. Rápidamente la abrió al tiempo que clavaba una rodilla en tierra-. Cásate conmigo, Julia.

Julia fingió una actitud pensativa, llevándose una mano a la barbilla.

- Si lo hago, ¿me mostrarás lo que hay detrás de aquella puerta?

- Malvada… -Paine le puso el anillo en el dedo, una esmeralda rodeada de diminutos diamantes-. Ahora lo verás. Lo instalé especialmente para ti -levantándose, abrió la puerta.

Julia se echó a reír cuando vio la habitación.

- Parece que has estado muy ocupado…

Paine la alzó en brazos y la llevó a la cama. Era la misma cama de su antigua residencia, que había mandado restaurar, junto con el armario.

No había podido imaginarse a Julia, durmiendo en ningún otro lecho. De repente, experimentó la imperiosa e irresistible necesidad de poseerla.

Julia leyó esa necesidad en sus ojos y lo besó apasionada.

- ¿Has traído una funda? -murmuró, contra sus labios.

- He traído algo mejor -le dijo Paine, antes de mordisquearle delicadamente el lóbulo de la oreja.

- ¿Qué podría ser mejor?

- Una licencia especial de matrimonio.

Julia rió suavemente, acariciándole el cuello con su cálido aliento. A continuación, cambió de postura para acomodarlo bien entre sus muslos.

- Una vez dijiste que yo era como la Bella Durmiente. Ven a despertarme, con un primer beso de amor.

No tuvo que pedírselo dos veces. Julia Prentiss ya era el amor de su vida.