Siete

- ¿Qué os parece, monsieur? La fille est tres belle, n'est-ce pas? -gorjeó la pequeña modista francesa, por enésima vez en aquella tarde.

Julia esbozó una mueca, ante el tono chillón y empalagoso de aquella voz. Durante las tres últimas horas, había quedado reducida al papel de simple maniquí, de pie en medio del dormitorio de invitados de Paine, cubierta de telas sujetas con alfileres.

La mujer había reconocido, inmediatamente, a Paine como su benefactor y no había cesado de pedirle su opinión, como si la de ella no contara lo más mínimo.

Se habían levantado tarde y, después del desayuno, Paine había decidido remediar, la deplorable condición del vestuario de Julia. De hecho, no había «condición» alguna que remediar, dado que, técnicamente, carecía de vestuario, más allá del albornoz de Paine, con el que se había vestido, la mayor parte de los dos días que allí llevaba.

¡Dos días! Tenía la sensación de que habían pasado volando, y, al mismo tiempo, le parecía mentira que hubieran bastado para contener, todo lo que había vivido con él, como si lo conociera de toda la vida…

Poniendo los ojos en blanco, le preguntó a Paine:

- ¿Cuánto tiempo más durará esto?

Paine la ignoró.

Non, le rose, madame -rechazó con un gesto, la muselina verde claro que, madame, había acercado al pelo de Julia, en favor de la muestra de color rosado.

- ¡Ah! Tres bien, monsieur! -exclamó la francesa-. Tenéis un gusto excelente, para la ropa femenina.

Julia reprimió el impulso, de dar un pisotón en el suelo. Con todo el aplomo, que fue capaz de reunir, pronunció:

- Creo que ya es suficiente por hoy -y se bajó de la improvisada tarima, formada por la gran otomana.

La mujer se quedó paralizada, por la sorpresa.

- ¡Monsieur, si todavía no hemos terminado! -se quejó a Paine.

Julia temió, por un momento, que Paine fuera a reconvenirla, pero al final se limitó a reír, al tiempo que le lanzaba una elocuente mirada.

Julia lo esperó, en el santuario de su enorme dormitorio. Aquella estancia, decorada en tonos rojizos y dorados, se había convertido en su refugio. Resultaba asombroso, lo muy poco que había salido de aquella habitación en los últimos días, y las todavía más escasas ganas, que tenía de abandonarla…

Pero la visita de la modista, le había servido de brusco recordatorio de su situación. Y le había recordado además que, hasta el momento y de manera insólita en ella, había entregado las riendas de su vida a otra persona. Desde que fue a parar a los brazos de Paine, él lo había decidido todo: desde el curso de acción a tomar con Oswalt, hasta el color y forma de sus vestidos. ¿Realmente era tan buena idea, dejar que un extraño planificara su futuro? Porque, al margen del placer que le proporcionaba, ¿qué era lo que sabía sobre él?

En algunos aspectos, Paine seguía siendo un desconocido para ella. Ni siquiera los rumores que había escuchado sobre él, habían sido exactos. Paine Ramsden era un enigma; para empezar, le parecía improbable que un pretendido jugador, se hubiera molestado en comprar una propiedad, con la intención de convertirla en un venturoso negocio. Un esfuerzo semejante, hablaba de compromisos a largo plazo, algo que casaba mal con el perfil de un jugador profesional.

Mayor confusión le producía, su extraña pero noble actitud hacia las relaciones íntimas: una actitud que asumía el amplio disfrute del sexo, pero con un fuerte sentido ético, que solía estar ausente en la mayoría de los miembros de la buena sociedad inglesa.

Y en el corazón de aquel enigma, estaba la realidad de lo que ella, personalmente, había encontrado en Paine. Había esperado encontrarse con un hombre, que no se interesara por su vida personal, una vez que hubiera culminado el acto. En lugar de ello, sin embargo, había descubierto a un hombre, que tenía sus propias razones, para intervenir en los actuales acontecimientos de su vida. En una ciudad de decenas de miles de habitantes, había ido a dar, precisamente, con la única persona que quería vengarse de Oswalt.

Julia no se engañaba pensando que, Paine, le había dado cobijo por razones románticas. No, le había permitido que se quedara en su casa, porque ella podía ayudarlo a vengarse de Oswalt. Solamente por ese motivo, le resultaba útil.

El resto, los juegos amorosos, la instrucción en las artes íntimas, no significaban nada especial para él. Paine era un hombre, acostumbrado a un diferente código de conducta, un distinto código del honor. En realidad, debería olvidarlo. Eventualmente, la jugada que estaba planeando terminaría algún día y, ella, tendría que seguir adelante con su propia vida.

Paine volvería a su extraña rutina y se olvidaría de la nieta del vizconde, que había acudido a él para que la desflorara. Una perspectiva que, por el momento, le resultaba difícil de tolerar.

Oyó cerrarse la puerta principal, señal de que la modista se había marchado. Segundos después, resonaron los pasos de Paine en el pasillo y se abría la puerta del dormitorio.

- Julia, amor mío, ¡tienes la paciencia de una pulga! Madame Broussard, está conceptuada como la mejor modista de esta ciudad. No se la puede despachar sin más, como si fuera una criada -se sentó a su lado en la cama-. Pero tenías razón. Ha sido demasiado por un día. Yo ya no podía soportar, por más tiempo, verte allí de pie, únicamente vestida con una enagua. Temía que el pantalón me fuera a estallar -le tomó las dos manos-. Vamos, alíviame de mi mal, Julia. Te enseñaré la postura del bambú partido. Te gustará.

Parecía tan jovial y despreocupado… Resistirse, le supuso un enorme esfuerzo de voluntad.

- Espera, Paine -sacudió la cabeza-. Necesitamos hablar. Han pasado dos días y no estoy más cerca, de saber lo que me deparará el futuro, que la noche que entré en tu club.

Paine se encogió de hombros y se recostó en los almohadones.

- Adelante, entonces. Habla.

- ¿Qué significa todo eso? -empezó Julia-. ¿Qué sentido tienen todos esos vestidos? ¿Por qué me estoy quedando aquí? No es para nada, lo que había planeado -no le gustó escuchar su propio tono de frustración. Lo último que quería, era quedar como una niña histérica.

Paine intentó bromear.

- Bueno, en algún momento, querré recuperar mi albornoz…

- No tiene gracia. En serio, dímelo. ¿Qué estoy haciendo aquí?

- Permanecer a salvo, hasta que lo tenga todo atado y bien atado, Julia -respondió Paine, incorporándose-. Oswalt es peligroso. No podemos apresurarnos a desafiarlo. Es demasiado astuto. He pedido a mi gente, que investigue los negocios de Oswalt. Necesitamos conocer sus planes y actuar en consecuencia. También he encargado que investiguen a tu tío. Sé que lo tienes por un hombre honesto, pero yo soy más desconfiado.

- ¡Investigar a mi tío! Yo no te he dado permiso, para que curiosees en los asuntos privados de mi familia -protestó ella, pero Paine la acalló poniéndole un dedo sobre los labios.

- En cuanto a los vestidos -continuó, como si tal cosa-, necesitaremos del respaldo de la buena sociedad, al menos de algunos de sus miembros, para lo que tengo planeado. Quiero recuperar mi buen nombre.

- ¡Dios santo, si eso te llevará años! -replicó Julia, sin pensar.

Paine se echó a reír.

- Otra vez me siento abrumado, por la confianza que depositas en mí, querida. Ya verás cómo, solamente, me llevará unas pocas semanas.

- Y ¿para eso, necesitas esos vestidos? -inquirió, irónica.

- Tú estarás de mi lado, Julia. Tú eres la clave de mi redención. La influencia del amor de una buena mujer, es un poderoso motivo de reforma moral.

- Yo no te he reformado -un hombre que conocía tantas posturas y artes sexuales del tipo del bambú partido, no estaba precisamente en vías de reforma o redención alguna-. ¿Cuándo diseñaste ese plan?

- Ayer por la tarde, cuando estuve encargándome de la correspondencia, empecé a pensar sobre ello. Y hoy mismo, en algún momento entre la seda azul y la muselina verde, terminé de encajar las piezas. A la buena sociedad, le gustará la historia. Es como un cuento de hadas que explicará, perfectamente, lo que ocurrió entre los dos -le brillaban los ojos-. Le contaremos a todo el mundo, que fue un amor a primera vista. Que, nada más verte, comprendí que mis días de disipación moral habían terminado. Es una razón plausible, para que sigamos juntos y me dará una excusa válida, para mantenerte a mi lado. Una vez que Oswalt descubra que estás conmigo, empezarán los problemas. No se detendrá ante nada, con tal de hacerte volver. Y nosotros le obligaremos, a presentar su demanda a campo abierto, para que todo el mundo vea qué clase de hombre es.

Desde el principio, se dio cuenta Julia de que no iba a resultar nada sencillo. Necesitaban que la buena sociedad los aceptara, o más bien que aceptara a Paine, para poder contar con algún apoyo, en su litigio con Oswalt. Si a nadie le importaba su causa, entonces, el status quo, seguiría siendo la norma. Y la norma decretaba que se casara con Oswalt, obligada por el contrato.

- Y ¿hasta entonces?

- Hasta entonces, lo único que tenemos que hacer es, fingir que estamos enamorados.

Sus ojos parecían hipnotizarla, persuasivos. ¿Quién podría resistirse a aquellos ojos azules, oscurecidos por el deseo?

- Y ahora… ¿estás lista para la postura del bambú partido? -susurró, mientras empezaba a besarle el cuello.

- No veo que esto, tenga nada que ver con los bambúes… -logró pronunciar, entre beso y beso.

- Con los bambúes no, amor mío, sino con tus largas y preciosas piernas -Paine se arrodilló frente a ella, que seguía sentada en la cama. Delicadamente, al tiempo que la acariciaba, le alzó una pierna y se la puso sobre su hombro-. Apoya de este modo las piernas sobre mí, Julia. Empezaremos con la posición del bostezo, y luego pasaremos a la del bambú. Veo, por tu gesto, que piensas que la postura del bostezo es aburrida: yo te aseguro que no es así. De hecho, es muy estimulante.

- ¿Por qué? -murmuró Julia.

- Ya lo descubrirás -repuso con tono críptico.

Después de aquello, ya no se le ocurrió hacerle más preguntas, sino que se entregó por completo a las exóticas instrucciones de Paine. A la luz de su persistencia y de su pasión, no le resultó difícil convencerse de que su plan tenía sentido.

Y sabía que tampoco le sería difícil representar su papel y fingir que estaba enamorada de él… De hecho, mientras Paine se arrodillaba ante ella y la iniciaba en la técnica del bambú partido, pensó que en realidad ya lo estaba a medias…

Estaba descartado que Julia lo acompañara a la casa de juego, por mucho que le hubiera costado convencerla de lo contrario. Había faltado al club por una noche, pero no podía permitirse faltar una segunda. No sólo porque de esa manera, se vería privado de una preciada información, sino porque su ausencia se notaría. Y Julia había consentido, finalmente, en quedarse en casa, con la condición de que le llevaría una peluca.

El recuerdo de una demanda tan picante, le arrancó una sonrisa. La idea de llevarse a Julia al club, poseía su atractivo.

Podría enseñarle unos cuantos trucos. La imagen de su delicioso busto, inclinado sobre la mesa de dados lo excitó, y eso que sólo llevaba una hora sin verla. Procuró ahuyentar aquella tentadora imagen. Esa noche tenía trabajo que hacer. Un trabajo, que tenía tanto que ver con él mismo como con Julia.

John, el portero, lo estaba esperando cuando llegó al club, poco después de las ocho y media.

- Vuestra presencia se ha echado en falta, señor -señaló con la cabeza, al grupo de dandis liderado por Gaylord Beaton, que charlaba ruidosamente en una esquina-. Desean jugar al faro con vos. Anoche se presentaron todos.

Paine asintió, mientras examinaba al bullicioso grupo. Para la medianoche, seguro que estarían de un humor mucho más sombrío. Había esperado que, Beaton, escarmentara con sus pérdidas en el juego del commerce, pero al parecer no había sido así.

- ¿Algo más?

- Sí, alguien anda buscando a la damisela del otro día -John bajó la voz-. Aquel hombre de allí, me preguntó por ella. La joven encaja con su descripción.

Paine entornó los ojos, mientras contemplaba al hombre fornido y de aspecto desaliñado, que esperaba apoyado en la pared, con un vaso de brandy barato en la mano.

- ¿Qué le dijiste?

- Nada. No me gustó su aspecto. La dama no cuadra, para nada, con un tipo así, así que sospeché lo peor.

- Acertaste. Esa chica es de buena familia. Hasta que yo te diga lo contrario, no la hemos visto por aquí. Que quede claro a todo el mundo: los jugadores, el camarero, las otras chicas… -se puso en movimiento-. Regala una botella de nuestro mejor brandy a los dandis, con mis mejores saludos. Me reuniré con ellos a jugar al faro a las diez. Hasta entonces, estaré en mi despacho ordenando papeles. Cuando aparezca Brian Flaherty, quiero verlo en seguida.

Flaherty era un irlandés bajo y fornido, de cráneo pelado y carácter afable, pese a su oscura carrera como investigador privado. Durante el pasado año, Paine había llegado a confiar completamente en él, para todo lo relacionado con el negocio de la casa de juego.

El irlandés era un auténtico sabueso, capaz de rastrear, perfectamente, el pasado y antecedentes de la diversa clientela de Paine. Ni un solo crédito era concedido sin contar con su aprobación. Su talento había salvado incontables veces a Paine.

Y, esa noche, Paine esperaba de Flaherty, información relativa a Oswalt y su búsqueda de Julia.

- El hombre la está buscando como un loco -le informó el irlandés, mientras se sentaba en el despacho de su jefe-. Oswalt tiene gente por todas partes. En las tres posadas que investigué, sus hombres ya se habían acercado a preguntar por la dama. La buena noticia es que, hasta esta misma noche, no se le ocurrió mandarles a preguntar por ella, en las casas de juego y establecimientos de esta clase. Lo que quiere decir, que todavía no ha averiguado nada.

Paine asintió. Se lo había esperado, aunque siempre era agradable ver sus sospechas confirmadas.

- ¿Y el tío?

Flaherty sacudió la cabeza.

- Sigo en ello. Es complicado. Oswalt lo visitó, pero por lo que yo sé, no ha estado preguntando por su sobrina, al margen de su visita a los Farraday.

- Menos mal -suspiró Paine. La situación pintaba bien. Había esperado que, el vizconde, tuviera el suficiente sentido común, como para mantener la desaparición de Julia en secreto, y al parecer así lo había hecho. Si su desaparición no trascendía, a su tío le resultaría más fácil encubrirla o explicarla, con una historia verosímil: incluso con la historia de Paine, de que Julia y él se habían enamorado a primera vista. Por lo que parecía, de momento solamente, Oswalt y la familia de Julia sabían que se había fugado.

- ¿Puedo confiar en su tío? -reflexionó Paine, en voz alta. Hasta el momento, el hombre había demostrado una sorprendente discreción. Quizá se había apresurado a juzgar, con demasiada dureza, a Barnaby Lockhart. De hecho, había pensado en visitarlo, para asegurarle que su sobrina se encontraba perfectamente.

Paine tenía también otras razones, para acudir al tío Barnaby: quería que él lo «ayudara» a elaborar una historia convincente, que explicara la ausencia de Julia. No habría mayor problema, en recurrir al argumento del familiar enfermo en el campo: en ese viaje, Julia se habría encontrado con él, bajo la vigilante mirada de alguna carabina, por supuesto. Inmediatamente habría surgido el amor entre ellos, lo que habría justificado su «cortejo», a su vuelta a Londres.

Paine necesitaría ciertamente, una mano que lo ayudara a perfilar esa coartada. La situación de Julia así lo exigía, si lo que se pretendía era evitar todo escándalo.

Hasta el momento, le había sonreído la suerte. El tío Barnaby no había dado la voz de alarma, pero su silencio no duraría demasiado tiempo. Y, aunque él no dijera nada, la gente preguntaría por Julia. Como debutante que era, en la Temporada de Londres, cuando no apareciera en los lugares en los que su presencia sería esperada, la buena sociedad la echaría de menos y su tío se vería obligado, a dar alguna explicación. Y Paine necesitaba de una buena coartada, antes de que eso sucediera.

Pero, por mucho que quisiera visitar al tío Barnaby, a Paine le preocupaba que, la influencia que ejercía Oswalt sobre su persona, le impidiera guardar cualquier secreto. Lo último que necesitaba, era enfrentarse a los matones de Oswalt en desigual pelea. Porque, literalmente, él era la única persona que se interponía entre Julia y Oswalt. Si él caía, ella estaría literalmente a su merced.

Flaherty confirmó sus temores:

- No, el vizconde se encuentra sometido a demasiada presión. Ve a Oswalt, como su única oportunidad de saldar sus deudas. Y, Oswalt, ya está sacando rédito de la desaparición de la joven. Dice que se casará con ella de todas formas cuando aparezca, pero que pagará menos de la suma prometida en un principio. Y si no aparece, querrá recuperar los fondos que ha adelantado.

- ¿Existe alguna oportunidad, de que el tío pueda pagar? -lo dudaba, pero tenía que estar seguro.

- No lo creo -Flaherty rebuscó en un gastado portafolios negro y sacó un fajo de papeles-. Esto es lo que he conseguido, del abogado de Lockhart.

Paine recibió el fajo de papeles y silbó admirado.

- Tus habilidades no cesan de admirarme, Flaherty. No quiero ni saber cómo has conseguido todo esto -ojeó rápidamente los documentos, extractos de las últimas operaciones financieras de Lockhart.

La conclusión era deprimente, pero no por ello menos esperada. Las arcas del vizconde Lockhart estaban vacías, a excepción del barco que Julia le había mencionado. Si Julia no aparecía, la ruina de la familia sería inmediata. El cargamento del barco, cuando atracaran, serviría para reponer el dinero que la familia debía a Oswalt. No les quedaría nada. Si Julia volvía, la reducida suma serviría de bien poco, para aliviar la delicada situación financiera de la familia. Evidentemente, Oswalt quería estrangular, de una manera u otra, las economías del vizconde.

- Ayúdame a pensar, Flaherty -Paine tamborileó con los dedos en el escritorio-. ¿Por qué habría de tomarse Oswalt tantas molestias en arruinar a un hombre, que ya está al borde de la bancarrota? Deliberadamente, está empujando a Lockhart al abismo. Tiene que tener una buena razón para hacerlo -se rascó una ceja, pensativo-. Flaherty, investiga los negocios de Oswalt y, de paso, averigua la naturaleza del cargamento del navío de Lockhart. Puede que eso nos proporcione alguna pista. Avísame en cuanto sepas algo nuevo.

Paine tenía la sensación de que, el matrimonio con Julia, era simplemente una parte de un plan mucho más complejo. Ella sólo era uno de los numerosos pasos, que había que dar para su consecución, aunque crítico en el momento presente, dada la cantidad de gente que había movilizado Oswalt en su busca. Pero Paine ignoraba su alcance último. Solamente tenía la sensación de que si Julia no aparecía, el juego de Oswalt podía verse seriamente obstaculizado. Oswalt no era hombre, al que le gustara que lo contrariaran o desafiaran. Eso lo convertía en un peligroso oponente. Si se sentía acorralado, podía escapar. Por otra parte, también podía volverse más desesperado, lo cual contaría a favor de Paine.

Decidió enviar una nota anónima al tío Barnaby, asegurándole que su sobrina se encontraba a salvo y aconsejándole que recurriera a la historia, de que estaba atendiendo a un pariente enfermo, si lo que quería era evitar un potencial escándalo. Pese al mal concepto en que tenía al vizconde, Julia evidentemente lo contemplaba bajo otra luz.

Y Paine esperaría. Esperaría respuesta a las cartas que había enviado. Esperaría las noticias de Flaherty, sobre los negocios de Oswalt. Y, luego, pasaría a la acción. Mientras tanto, pensaba seguir desplumando a los jóvenes dandis, que lo esperaban en la mesa de faro y, además, enseñaría a Julia a jugar. Esa última perspectiva, volvió a dibujarle una sonrisa en los labios.