Dieciséis
- Se supone que deberíais estar en la terraza -gruñó Crispin, una vez que se recuperó de su sorpresa.
- Ya no soy un niño al que tengan que vigilar constantemente -replicó Paine, poniéndose delante de Julia, en un tardío gesto por proteger su pudor-. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Peyton te ha mandado que me sigas los pasos?
- Ojalá fuera tan sencillo.
- ¿Qué quieres decir? ¿Qué ha pasado?
Crispin le tendió una nota.
- Es de tu hombre, Flaherty. Al parecer, el mensaje era tan importante que se presentó personalmente, para entregárselo a un criado.
Paine desdobló el papel y lo leyó lentamente.
- Es peor de lo que me imaginaba -se volvió hacia Julia-. Parece que está decidido a arruinar a tu tío, para luego sostenerlo financieramente. Flaherty sospecha que podría, incluso, demandar la concesión de la custodia de su patrimonio, una vez que el rey lo recompensara con el título de caballero. Arruinar propiedades, para conseguir luego un nombramiento como administrador de las mismas, no es una práctica tan poco común. De momento sólo es una especulación, pero creo que deberíamos prepararnos para esa eventualidad.
Julia lo miraba con expresión consternada.
- La única salvaguarda de un patrimonio territorial, es su vinculación -continuó Paine-. Pero eso, en términos de custodia, podría no ser suficiente -maldijo entre dientes-. Oswalt es demasiado audaz, pero nada caballeroso. No puedo creer, que la corona pueda recompensar una maniobra tan taimada. No lo conseguirá.
- Sí que lo hará -murmuró ella. Las implicaciones de aquella nota eran enormes-. Si se casa conmigo, la petición de la custodia quedará justificada. Podrá argumentar que quiere administrar la propiedad en mi nombre, con un ojo puesto en los futuros herederos. Nadie relacionará ese hecho, con su actividad como principal acreedor de mi tío. Públicamente, será como un ángel benefactor -tambaleándose ligeramente, tuvo que apoyarse en Paine-. Tenemos que decírselo a mi tío. Hay que advertirle de las intenciones de Oswalt.
- Iré mañana.
- No, iremos mañana -le corrigió Julia.
El jardín había perdido su magia. Y la velada su brillo. Crispin también lo percibió.
- Ya está bien por esta noche. Le diré a Peyton que mande a buscar el carruaje. Nos marcharemos -y añadió con tono suave-: Os veré a los dos dentro de unos minutos.
- La situación es mala, ¿verdad? -le preguntó Julia a Paine, una vez que volvieron a quedarse solos.
Paine asintió lentamente con la cabeza.
- Había confiado, contra toda esperanza, en que tú no eras más que una pieza accesoria en el plan maestro de Oswalt, saliera como saliera. Había esperado, que tu «deshonra» te salvara de sus maquinaciones.
Julia le tomó una mano.
- Hicimos lo que pudimos en ese sentido -intentó bromear, pero aquello era demasiado serio. No tenían que recordarle, que había ascendido de categoría en el plan de Oswalt: de virgen útil para un hombre perverso y enfermo, a personaje clave y fundamental. Si Oswalt pretendía apoderase del patrimonio de su familia, presuntamente en su nombre, la necesitaba a ella, virgen o no virgen.
Paine paseaba nervioso, de un lado a otro del despacho de Peyton. Ya había pasado la hora de acostarse, pero seguía inquieto, repasando mentalmente y descartando incontables opciones.
- ¿Qué harías tú, Peyton? -le preguntó al fin, deteniéndose frente a la chimenea.
- Eso es irrelevante, Paine. Tú no eres yo. No puedo aconsejarte en esto.
- De poca ayuda me sirves.
- No es culpa mía -repuso Peyton, sentado en la gran mecedora junto a la ventana-. ¿Qué pretendes hacer, Paine? Ella acudió a ti buscando algo y tú le diste lo que te pidió. No estás obligado a hacer nada más.
Paine frunció el ceño.
- ¿Me estás sugiriendo que la abandone?
Su hermano mayor se encogió de hombros.
- Sólo hay dos opciones, ya sabes. Puedes abandonarla o puedes quedarte con ella.
- No puedo dejarla a merced de Oswalt -protestó Paine-. Me he presentado con Julia en sociedad, he anunciado a todo el mundo que albergo sentimientos por ella.
- Sí, eso formaba parte del plan. Y Julia lo aceptó, a sabiendas que esas declaraciones de amor no tenían por qué ser, necesariamente, reales. Ella parece una chica inteligente, Paine. Sabía lo que estaba haciendo -apoyó las manos en los muslos, pensativo-. Pero si dejar a Julia a su propia suerte, te resulta tan insoportable, entonces tu elección está clara. Y sin embargo… ¿has pensado lo que eso significa y adonde te puede llevar? Debo preguntarte por tus sentimientos hacia la chica. ¿Te gusta?
- Sí, me gusta muchísimo -admitió Paine, suspirando. No podía perder a Julia. La quería para él: ésa era la conclusión, que llevaba rondándole la cabeza durante toda la noche. No deseaba volver a una vida, en la que ella no estuviera presente.
- Pues tendrás que hacer algo más, que convertirla en tu amante -le advirtió Peyton.
- Por supuesto -le espetó Paine, irritado de que su hermano se hubiera sentido obligado a recordarle sus deberes como caballero-. Iré a buscar una licencia especial al palacio Lambert, lo antes posible.
- Entonces se imponen las felicitaciones. Estás a punto de convertirte en un hombre casado.
«Si ella me acepta», añadió Paine para sus adentros. Se despidió de su hermano, que tanto lo había ayudado a aclarar sus ideas. El pensamiento de conseguir aquella licencia especial, le daba una sensación de paz. Tenía ya un camino que seguir, un camino que lo llevaría a Julia, si tenía éxito. Pero no era lo suficientemente ingenuo, como para pensar que un pedazo de papel, podría resolver todos sus problemas. A no ser que el contrato entre el tío de Julia y Oswalt, quedara roto o rescindido, nadie podría reconocer legalmente su matrimonio. Y luego estaba la propia reacción de Julia a la situación. ¿Aceptaría casarse con él? ¿Comprendería que deseaba desposarse con ella, por razones que nada tenían que ver con el embrollo en que ambos estaban metidos?
- ¡Han visto a la chica en la soirée Worthington! -furioso, Oswalt arrojó a un lado la nota que había recibido del tío de Julia. Luego se puso a pasear de un lado a otro, frente a sus esbirros, Sam Brown entre ellos. Hacía calor en la oficina del muelle y el aire estaba cargado, levemente fétido. Los hombres se removían nerviosos, retorciendo sus gorras entre los dedos. Era de esperar.
Habían fallado miserablemente. Uno de los hombres, que había cabalgado con Brown para dar caza a Julia y a Paine, todavía cojeaba, un segundo llevaba aún el brazo en cabestrillo y el tercero lucía una cicatriz de cuchillo, que le cruzaba el rostro. Los otros, habían fracasado en la tarea de confirmar el regreso de Julia a Londres, más allá de que Dursley House acababa de instalar sus aldabas, señal de que la casa volvía a abrirse.
- ¡Malditos seáis todos! ¿Cómo es posible que, esos estúpidos primos suyos, se hayan enterado de su asistencia a ese baile, antes que vosotros? -despotricaba Oswalt.
Al cabo de un largo silencio, Sam Brown dio un paso adelante.
- Con todos los respetos, señor, las gentes de nuestra condición no solemos recibir invitación a esos actos. Entrar en una casa de juego es fácil; bien distinto es, en cambio, escabullirse en un baile sin llamar la atención.
- Aun así, esto no debería haber ocurrido. Deberíamos haber sido capaces, de sacarla de Dursley House.
Envalentonado por el informe de Sam, otro hombre se atrevió a hablar.
- Tenemos gente vigilando Dursley House día y noche. La dama apenas sale de casa, y cuando lo hace, siempre la acompañan los hermanos Ramsden y los fornidos criados del conde. No nos asustan las peleas, pero es inútil empezar una, a sabiendas de que no la podremos ganar…
Oswalt tuvo que reconocer, que el hombre tenía razón.
- Necesitamos una ventaja suplementaria, entonces. Seguid vigilantes. Los seguiremos a todas partes y acecharemos nuestra oportunidad. Habrá una recompensa especial, para aquél que capture a Julia Prentiss. Brown, avisa ahora mismo a mi médico personal.
Poco después, en la oficina vacía, Oswalt rumiaba sus pensamientos, sentado ante su escritorio. El juego estaba a punto de terminar, y justo a tiempo. Necesitaba a Julia Prentiss, antes del solsticio.
- ¿Deseabais verme? -se abrió la puerta de repente.
Mortimer Oswalt alzó la mirada de sus papeles. Su médico había llegado.
- Sí. Necesito un anillo de veneno. Para mañana mismo, a ser posible. Y también algo discreto, para la hoja de un cuchillo.
Julia tenía la sensación de llevar no semanas, sino años, fuera de la residencia de su tío. Se quedó mirando la casa de las afueras de Belgravia, esperando a que Paine diera las necesarias instrucciones a su cochero. La lujosa vida que había llevado con los Ramsden, había alterado su percepción. El edificio tenía un aspecto destartalado. Las malas hierbas, asomaban entre las grietas de los escalones del porche, y las ventanas parecían mezquinas, en comparación con los altos ventanales de Dursley House.
- ¿Estás lista? -Paine la tomó del brazo-. Recuerda que puedes esperar en el carruaje. El cochero te llevará a Bond Street y podrás hacer algunas compras, mientras tanto.
Pero Julia lo fulminó con la mirada.
- No pienso salir de compras, mientras mi futuro esté en el aire -replicó, retorciendo nerviosa los flecos de su chal de verano. No sabía exactamente lo que le depararía el futuro. Tanto si ganaba su libertad, como si se veía obligada a casarse con Oswalt, los caminos de Paine y el suyo se separarían. De manera que incluso la perspectiva de ganar su ansiada libertad, palidecía ante la de despedirse de él. Tendría que reconstruir su vida, en algún tranquilo y remoto lugar de la campiña, a donde no hubieran llegado los rumores sobre su comportamiento en Londres. Porque desde el principio había sabido, o había creído saber, las consecuencias que se seguirían de la ruina de su reputación, de su deshonra. Sólo que sus sentimientos por Paine, no habían contado en sus cálculos de aquel entonces.
En cualquier caso, había tomado sus decisiones y ya no había posibilidad alguna de marcha atrás. Cuadrando los hombros, esbozó una sonrisa confiada.
- Estoy lista. Vamos.
El vizconde, se quedó consternado al verlos. La tía Sara no supo qué hacer primero: si desmayarse u ordenar el té. Su mera aparición, causó un verdadero escándalo.
- ¿Dónde has estado? Tus primos te vieron en la soirée Worthington, en compañía del conde… ¡y, mientras tanto, nosotros ni siquiera sabíamos que habías vuelto a Londres! -rezongó el tío Barnaby, una vez que el ambiente se hubo calmado un poco y los cuatro estuvieron sentados en el pequeño salón, delante de una taza de té.
La noticia sorprendió a Julia. No había visto a sus primos aquella noche y se le antojaba extraño que la hubieran espiado, sin llegar a abordarla. Si realmente todos habían estado tan preocupados por ella, ¿por qué no se habían acercado a saludarla? Y lo peor de todo era el descubrimiento de que, si sus primos lo sabían, Oswalt también debía de saberlo. Procuró dominar su creciente ansiedad.
- He estado con lady Bridgerton -explicó con tono suave, antes de relatarle la historia que había ensayado con Paine. No era una completa mentira. Ciertamente había estado con lady Bridgerton, sólo que no durante todo el tiempo que sus tíos podían suponer-. He decidido que no voy a casarme con Mortimer Oswalt.
No pudo reprimir una sonrisa, mientras hacía su anuncio. Se alegraba de abordar y enfrentar directamente su problema. Se sentía fuerte, segura. Ahora sabía que en Paine Ramsden tenía un aliado, y en eso radicaba la diferencia. Ya no podrían obligarla a casarse con Oswalt. Ni podrían encerrarla en su habitación…
La tía Sara se retorció las manos, al escuchar la noticia.
- Oh, querida, ¿es que no lo entiendes? Tú no tienes poder de decisión. ¿Qué es lo que te ha pasado, Julia? Solías ser una chica buena y dócil. Ahora, en cambio, rechazas un matrimonio que tu tío ha concertado por ti y además, te escapas durante varias semanas sin dar noticia alguna… Hemos estado terriblemente preocupados.
Su aspecto confirmaba ciertamente sus palabras. La mujer parecía cansada y algo más nerviosa de lo habitual. A Julia le remordió la conciencia.
- Yo no tenía intención de perjudicar a nadie. Simplemente, necesitaba tiempo para reflexionar sobre mi situación.
- ¿Y quién es este joven? -la tía Sara se volvió hacia Paine.
- Soy Paine Ramsden. Sobrino de lady Bridgerton.
El tío Barnaby bajó su taza, mirando a Paine, como si fuera una venenosa serpiente.
- Julia, lo que has hecho es tremendamente grave. Tenemos un contrato con Mortimer Oswalt. Él ha pagado, por cada vestido que tienes en tu habitación. Espera casarse con una joven complaciente y de buena familia. Yo le he dado mi palabra y, tú, has malogrado la confianza que él había depositado sobre mí.
- Entonces romped el contrato, tío -replicó Julia sin vacilar, sacando a colación el tema que necesitaban discutir. Aquella parte de la conversación no sería agradable, pero no había otro remedio.
Tal y como esperaba, el tío Barnaby desorbitó los ojos, ante la mención de romper su contrato. Empezó a farfullar de indignación.
- ¡Un contrato de compromiso, no puede romperse así como así! ¿Sabes lo que eso significará? Tendré que reembolsarle a Oswalt todos los gastos que he hecho a tu costa, los fondos que adelantó a la familia, en el entendimiento de que os casaríais en seguida…
- Podríais devolverle ese dinero -se aventuró a sugerir Julia, esperando averiguar la cuantía de su deuda con Oswalt.
- ¡Estúpida niña! Oswalt tenía razón. Ese tipo de transacciones, son demasiado complicadas para una mente femenina. El dinero ya se ha gastado. De algo teníamos que vivir, hasta la vuelta de Gray. Después de todo, era un adelanto sobre un dinero que nos debía. No teníamos por qué devolvérselo. Era nuestro -le temblaba la barbilla-. O al menos lo era hasta que tú te fugaste y Oswalt empezó a reclamárnoslo. Ahora, le debemos ni más ni menos que la renta del cargamento entero de Gray, a no ser que tú te cases con él.
Julia tragó saliva.
En más de una ocasión, Paine le había explicado aquel aspecto concreto del plan de Oswalt, pero escucharlo de labios de su desesperado tío, era algo ciertamente difícil de soportar.
- Todo esto es bien sabido, Barnaby -intervino de pronto su tía, intentando adoptar un tono ligero-. Pero ahora que Julia ha vuelto a casa, podrá casarse con Oswalt.
Julia entrelazó los dedos sobre su regazo, irguiendo la espalda.
- Me temo que eso ya no es posible. Oswalt dejó estipulado en su contrato que quería una novia virgen. Esa condición ya no me es aplicable.
La tía Sara se quedó sin aliento, y la mirada del tío Barnaby voló hacia Paine.
- No sois más que una comadreja sin entrañas, por haberos aprovechado de esta manera, de una joven que ya estaba prometida… Sois todavía peor que los rumores que corren sobre vos -y agitó su puñito en su dirección.
Paine ignoró la rabieta del anciano e intervino en la conversación, por primera vez.
- Lo que Julia no os ha dicho aún, es que hemos venido aquí para advertiros sobre Oswalt. Él fue quien lo planeó todo. Desde un principio, tuvo la intención de arruinar vuestras finanzas, a sabiendas de que ya eran precarias. Quiso empujaros a la ruina, para erigirse en vuestro principal acreedor.
- Tonterías. Él no tiene razón alguna para hacer algo así, todo eso no son más que mentiras… -balbució el tío Barnaby.
- Tiene todas las razones para hacerlo -replicó Paine, antes de relatarle con todo detalle el plan de Oswalt-. No podéis condenar a Julia a una vida semejante. Tenéis que hacer frente a Oswalt y pararle los pies, de una vez por todas. No sois vos el primer noble, en caer víctima de sus maquinaciones.
- No le escuchéis, Lockhart. No es más que un gallito mentiroso, que sólo quiere resarcirse de una antigua cuenta, que una vez tuvo conmigo -pronunció una voz desde el umbral. Todas las cabezas se volvieron hacia el recién llegado, que no había esperado a que el criado lo anunciara.
Mortimer Oswalt vestía un traje color mandarina chillón, a la moda más estridente, más apropiado para un acto cortesano del siglo anterior, que para una visita a la destartalada residencia Lockhart. Julia se quedó sin aliento y Paine le agarró compulsivamente la mano.
- Si no estuviera bien informado, consideraría esto una azarosa casualidad -agitó una mano cargada de anillos-. Pero estoy bien informado, gracias a los hombres que mandé que vigilaran Dursley House. Imaginaos mi alborozo, cuando me informaron de que os dirigíais hacia aquí. Precisamente hoy, tenía que ver al vizconde Lockhart y esto hace todavía mucho más oportuna mi visita -se dirigió hacia ellos, avanzando a pasos menudos y afectados-. Ah, Julia, has vuelto. Sabía que lo harías, una vez que te remordiera la conciencia, por haber desertado de tus tutores. Ardo en deseos de desposarme contigo, mi pequeña fierecilla -echó mano al bolsillo y sacó un lata de rapé, haciendo relampaguear el ostentoso anillo de su dedo corazón-. Ramsden, había oído que habíais osado entrometeros en este pequeño embrollo -inhaló una pizca de rapé, estornudó y suspiró satisfecho-. Creo que es de la perfidia de Ramsden, de la que deberíamos estar hablando ahora mismo, y no de la mía, Lockhart; y, de hecho, habríamos mantenido esa conversación, si no hubiera tenido una desasosegante noticia que compartir con vos, lo que constituye, al mismo tiempo, la razón de mi visita. Corre hoy la voz por los muelles, de que el Bluehawk se ha hundido en el mar, en algún punto entre la costa francesa y la española. El Bluehawk es el barco de vuestro hijo, ¿verdad? Pensé que debíais enteraros primero de la noticia, de labios de un amigo, y no de un extraño.
La tía Sara se desmayó, y Julia se levantó como un resorte.
- ¡Mentís! -se volvió hacia su tío-. No le creáis. Sería capaz de deciros cualquier cosa. No tiene manera de confirmarlo.
Mortimer se echó a reír. Una risa ronca, diabólica, que le provocó un escalofrío.
- Veo que si Ramsden te ha enseñado algo, no han sido precisamente buenas maneras…
Avanzó hacia ella, y Julia se encogió involuntariamente. Paine se levantó entonces, colocándose a su lado y transmitiéndole la fuerza de su presencia.
- Así que os gustan salvajes, ¿eh, Ramsden? Claro, la costumbre de haberos acostado con tantas por esos países, sin duda. Bueno, pues nosotros haremos una dama de ti, Julia. No tienes por qué preocuparte por eso.
- Vámonos -le dijo a Paine. Tenía que salir de allí. Oswalt irradiaba maldad. Malevolencia.
- No tan rápido, cachorra mía -dijo Oswalt, haciendo una seña a sus hombres para que se acercaran-. Bajo las presentes circunstancias, solicito permiso para mantener encerrada bajo llave a mi prometida, hasta el día de la ceremonia, que será muy pronto. Una ceremonia que será por cierto muy discreta, para respetar el duelo de la familia.
- No sé…-balbució el tío Barnaby.
- Sí, sí que sabéis -se burló Oswalt, desaparecida toda expresión afable de su rostro-. Sabéis que la boda con Julia, es lo único que podrá garantizar la supervivencia económica de vuestra familia.
- No iré con vos -protestó Julia.
- En este caso, querer no es poder. Para eso he venido con mi gente -y se dirigió a los numerosos esbirros que había llevado consigo-: Ayudadme a subir a la señorita Prentiss a mi carruaje. Y vosotros tres, encargaos del señor Ramsden por mí. Ya sabéis lo que tenéis que hacer. Creo que tenéis una cuenta pendiente que saldar, de un encuentro que tuvisteis con el caballero, en la carretera de Cotswolds.
Julia soltó un chillido y agarró el primer jarrón que encontró a mano, que arrojó contra el atacante más próximo. Varias piezas del servicio de té, siguieron el mismo camino, en rápida sucesión. Pero al final no sirvió de nada, para detener a aquellos hombres, acostumbrados a las peleas a cuchillo en los oscuros callejones de Londres. Dos esbirros la agarraron cada uno del brazo y la arrastraron hacia la puerta.
Todavía intentó clavar los talones en el suelo y llamó a gritos a Paine, pero éste estaba ya haciendo frente a tres esbirros, protegiéndose con una delicada silla de sus cuchillos. Lo estaba haciendo bastante bien, ya que había sobrevivido hasta el momento, nada más que con un leve rasguño en un brazo. Hasta que de pronto, sin razón aparente alguna, se derrumbó en el suelo y quedó inerte.
Uno de los esbirros se cernió entonces sobre él, con el cuchillo preparado para asestarle el golpe mortal. Julia soltó otro chillido, y Oswalt lo detuvo con una orden.
- Vámonos. Si muere, no podrá seguirnos. Que viva un poco más, para que vea lo que va a pasar.
- ¡Tío! ¡Ayudadme! ¡Detenedlo! -suplicó desesperada, volviéndose hacia el rincón, donde el tío Barnaby se había refugiado durante la pelea.
Seguro que, después de ver cómo Mortimer se había quitado por fin la máscara, su tío haría algo al respecto, se resistiría… Pero la noticia de la pérdida de Gray, parecía haberlo dejado anonadado, paralizado. Estaba encogido en aquel rincón, impotente, inútil.
- ¡Tío! -gritó una vez más, forcejeando con sus captores. Pero sabía, pese a que seguía llamándolo, que estaba completamente sola.
- Yo mismo acallaré a la zorra…
Oswalt se acercó hacia ella, le agarró una mano y se la arañó levemente con el anillo que llevaba en el dedo. La sensación la dejó sin sentido, por mucho que se esforzó por luchar contra la oscuridad que nublaba su mente.
A Sam Brown no le había gustado en absoluto, el giro que habían dado los acontecimientos. Obediente, depositó a la inconsciente joven, en la pequeña alcoba del piso alto que había reservado Oswalt, pero la situación seguía sin gustarle. Estafar a un debilitado vizconde estaba bien: era algo que habían hecho muchas veces en el pasado. Pero implicar en ello a una niña inocente, era algo totalmente inaceptable.
Buscó a Oswalt y lo encontró, en la gran oficina del segundo piso.
- ¿Ya está? -ladró Oswalt, al verlo acercarse.
- Respecto a eso, jefe… -empezó Sam Brown, vacilante. No tenía costumbre de hacerle muchas preguntas-. ¿Qué vamos a hacer con ella?
- Tú nada. Yo la desposaré esta noche -se interrumpió por un ataque de tos, una tos rota, cascada. Escupió en una escupidera de bronce-. Una vez que me case con ella, todos los problemas se solucionarán -tosió de nuevo.
Sam advirtió, la cerúlea palidez del rostro de su jefe. No se había dado cuenta del aspecto tan frágil que ofrecía.
- Habéis arruinado a Lockhart. Ya no la necesitáis.
Oswalt lo miró con curiosidad.
- ¿Es una bonita cara, todo lo que se necesita para embobarte en estos días, Sam? Recuerdo un tiempo en que eras inmune a eso.
Sam Brown se removió nervioso.
- Hubo un tiempo en que, yo sólo, lidiaba con los tipos duros que vos me señalabais, y era un buen deporte -respondió valientemente.
- No es momento de andarse con escrúpulos. Necesito asegurarme el título de nobleza y, lo que es más importante, la necesito a ella para mi curación. Si no, no podré vivir lo suficiente para recibir ese título.
- ¿Vuestra curación? No puedo creer que, ese absurdo remedio druida, vaya a devolveros vuestras fuerzas.
- ¿Absurdo remedio druida? -gruñó Oswalt-. No es absurdo. Es la razón por la que he sobrevivido tanto tiempo, a pesar de mi afección.
¿Afección? La dolencia que padecía Oswalt era algo más que una simple afección, era sífilis, reflexionó Brown. Una sífilis que mataría a aquella desdichada joven, con una muerte lenta y horrible…
- Vuelve al trabajo, Brown -su jefe se desentendió de él con un gesto-. Esta noche tengo muchas cosas que hacer. Cuando salgas, dile a mi médico que venga.
Sam Brown, rezongó por lo bajo. Había tenido suerte, de que Oswalt no le hubiera arrancado la cabeza. ¿Qué era lo que había esperado conseguir? ¿Disuadirlo? Sabía que aquel hombre era inflexible, una vez que tomaba una decisión.
Encontró a la vieja bruja, que Oswalt calificaba como «médico» y salió al jardín, donde los obreros estaban levantando un gran estrado de tablas. No le gustaba pensar en su finalidad. Oswalt había disfrutado explicándole el proceso de purificación, al que pensaba someter a su prometida en lo alto de aquel estrado. La descripción le había revuelto el estómago.
No, no le gustaba el rumbo que habían tomado las actividades de Oswalt. Sam Brown era un hombre intrépido, que gustaba de la acción directa. No le importaba arruinar al vizconde, que medio se había arruinado a sí mismo por su propia estupidez. No le importaba enfrentarse a tipos como Ramsden, que conocían las reglas y las consecuencias de frecuentar los bajos fondos. Pero no le había gustado hacer trampa, untando la hoja de su cuchillo con veneno, y desde luego no aprobaba lo que estaban haciendo con aquella niña.
Alzó la mirada al cielo, calculando la hora por el sol. No le quedaba mucho tiempo para pensar en algo.
