Nueve

Algo marchaba mal. El tono juguetón con que Paine le había susurrado que debían volver a casa, no encajaba con la tensión de su brazo mientras la guiaba al carruaje, que esperaba en la puerta principal del garito de juego. Ese detalle, por cierto, también era extraño. Cuando llegaron, habían entrado por la puerta trasera y habían dejado el coche en el callejón.

- ¿Qué ha pasado? -le preguntó, en el instante en que el cochero cerró la puerta-. ¿Por qué hemos aparcado delante?

- Porque no sabía, si habría alguien esperándonos en el callejón trasero.

Julia no necesitó mayores explicaciones. Sabía lo que eso significaba. Tragó saliva.

- Lo sabe Oswalt.

- Lo sabrá dentro de poco. Gaylord Beaton, uno de los dandis que frecuentan el local, salió al callejón para hablar con el hombre de Oswalt. Beaton estaba presente la noche en que te apareciste en el club. Últimamente, ha estado perdiendo mucho dinero. Estoy seguro de que ha contemplado todo esto, como una buena oportunidad de resarcirse de sus pérdidas y vengarse de mí, al mismo tiempo -suspiró-. Oswalt hará sus deducciones, cuando reciba la noticia de ese matón suyo.

- Entonces, Oswalt vendrá a buscarte a ti -dedujo Julia.

Aquél era precisamente, el escenario que ella había querido evitar. No había querido enredar a nadie en sus problemas. Si había acudido a Paine había sido, precisamente, porque había supuesto que, un libertino como él, no se tomaría un interés personal por su problema. Pero había ocurrido justamente lo contrario.

- No te preocupes -le dijo Paine-. Primero, tendrá que encontrarnos.

- ¿Adónde vamos?

- A la casa solariega de mi familia, en Cotswolds. No sé muy bien cómo nos recibirán, pero lo que sí sé es que, mi hermano, no nos dará la espalda. Haremos antes una breve parada en casa, lo justo para empaquetar algunas cosas, no más de una hora. Me temo que no disponemos de mucho tiempo, antes de que Oswalt comience la persecución.

A Julia no le gustó el tono sombrío de Paine. Una vez en la casa, sacó la maleta de viaje donde él le dijo que la encontraría, debajo de la cama, y metió allí unas cuantas prendas de ropa. Paine se quedó en la planta baja, escribiendo a toda velocidad cartas, para despachar rápidamente.

Le había dicho que no se quedarían, más de una hora en la casa, pero a Julia una hora ya le parecía demasiado. Quince minutos después, bajaba las escaleras con una manta al hombro, la maleta en una mano y una cartera con artículos de aseo en la otra.

Paine alzó rápidamente la mirada.

- Estoy terminando una carta para madame Broussard, sobre tu ropa.

- ¿Mi ropa? ¿Cómo puedes pensar en algo así, en un momento como éste? -le espetó Julia-. Vamos. Date prisa -odiaba la desesperación que dejaba traslucir su voz, pero no podía evitarlo. Estaba asustada.

Paine se levantó para acercarse a ella. Le puso una mano en cada brazo.

- Todo saldrá bien. No permitiré, que Oswalt te toque un pelo de la ropa. Para que yo tenga éxito, no podemos dejar que Oswalt nos desvíe de nuestro plan. Cuando volvamos a Londres, necesitarás toda esa ropa, para los eventos a los que asistiremos. Prefiero que Oswalt no se entere de la existencia de esta casa, porque un recadero cargado con un lote de vestidos de mujer, no encontró aquí a nadie y se puso a preguntar por el vecindario.

Julia, apenas oyó la parte racional de su argumento. Su mente, todavía seguía ocupada con la frase «para que yo tenga éxito».

- De eso se trata. Yo no quiero que tengas éxito. Yo no quería meter a nadie en mis problemas, y ahora no sólo tú estás metido hasta el cuello, sino que, además, los dos vamos a implicar a tu hermano el conde en ellos. ¿Por qué no salimos directamente para el palacio de Buckingham e implicamos, también, a George IV?

- Buenos, si crees que eso nos puede ayudar… -murmuró Paine, que se había vuelto a sentar, para escribir la última de sus rápidas misivas.

- ¡Aj! ¡Hombres! -dio un pisotón en el suelo, irritada. No, no era lo suficientemente fuerte, para soportar lo que estaba sintiendo. En cambio, ¿cómo podía Paine permanecer tan tranquilo, cuando Oswalt podía estar ya buscándolos por las calles? Los hombres no tenían ningún sentido del miedo…

- Lo siento, Julia -volvió a acercarse a ella-. Disculpa la broma -la abrazó-. Anda, espérame dentro del carruaje. Estaré contigo en un minuto.

Asintió, esbozando una trémula sonrisa. Pensó que, si él estaba haciendo todo lo posible por mantenerse fuerte y sereno, ella podía hacer lo mismo. Pero sabía que, por dentro, estaba preocupado. Había podido sentir el duro contacto de una pistola en su cinto, cuando la abrazó.

Sabía que estaban a punto de emprender un endiablado y peligroso viaje, hasta Cotswolds. Todavía faltaban dos horas para el amanecer. Era una suerte que hubiera luna llena: gracias a eso podrían evitar salirse del camino, y no acabar accidentados en alguna cuneta.

Sam Brown comunicó la noticia a su jefe, cuando éste estaba desayunando en la white room de su casa de Londres. En los cinco años que llevaba al servicio de Oswalt, ni una sola vez había pisado aquella casa, ni ninguna de sus otras residencias. Todos los negocios, los había hecho en sus oficinas del muelle.

En aquel momento, deseó poder estar allí. Prefería con mucho, sus desnudos suelos de tabla. Aquella elegante habitación, en cambio, le hacía ser demasiado consciente del barro de sus botas.

Recitó su informe, intentando no pensar en la suciedad de sus botas, mientras Oswalt atacaba con apetito su solomillo.

- El club, en el que la vieron por última vez, está regentado por un caballero, llamado Paine Ramsden. Anoche lo vi. Es todo un galán. No me sorprendería que…

- ¿Qué has dicho? -Oswalt se detuvo con el tenedor, a medio camino de la boca, la expresión repentinamente endurecida.

- He dicho que, la joven, fue vista por última vez, en el club que regenta Paine Ramsden -repitió Sam con tono vacilante, sorprendido por la vehemente reacción de su jefe.

El tenedor de Oswalt, cayó sonoramente sobre el plato.

- ¿Está con Ramsden?

- No lo sé, señor. Mi informante sólo me dijo que la había visto allí, esa noche en cuestión.

- ¿Quién es el informante? ¿Alguien conocido?

- No es de los habituales -Sam Brown sabía que, su jefe, se refería a los pequeños ladronzuelos a los que solían comprar información, cuando la ocasión así lo exigía-. Es un joven de sangre azul, que ha perdido a los dados la asignación de su padre. Estaba asustado y dispuesto a hablar. He descubierto que se llama Gaylord Beaton. La vio encerrándose en el despacho de Ramsden y ya no volvió a salir. Pero eso no significa que aún siga con él.

Oswalt descargó un puñetazo sobre el mantel de la mesa.

- Por supuesto que sigue con él, estúpido. ¿Dónde si no podría estar? Se metió en su despacho y ya no volvió. Nadie volvió a verla. Seguro que la convenció de que se fuera con él a alguna parte.

- Sin embargo, Ramsden estuvo anoche en el club con una mujer distinta y nadie ha vuelto a ver a la chica, desde entonces.

- ¿Quién? ¿Quién estuvo con él anoche? -gritó Oswalt, con los ojos brillantes.

- Una actriz. Eva St. George. Tenía el pelo negro y no encajaba con la descripción de la chica. Definitivamente, no era una debutante. Iba muy escotada y se mostró muy cariñosa con Ramsden en público -se removió incómodo, al recordar el apasionado beso que Ramsden le había dado a la mujer, y la receptiva reacción de ésta.

- ¿De veras? ¿Qué más? Continúa.

Su jefe parecía deseoso, de que lo ilustrara sobre las intimidades de la pareja, y Sam hizo todo lo posible por satisfacerlo.

- Ella se apoyaba en él y él se apretaba tanto, que resultaba difícil decir dónde terminaba el cuerpo del uno y empezaba el del otro. Parecía que estaban enamorados, señor. Por eso no juzgué necesario, indagar en los antecedentes de la mujer.

- Una estupidez por tu parte -Oswalt arqueó sus pobladas cejas-. Con que una actriz, ¿eh? ¿Estás seguro? ¿Qué papel hace? ¿En qué teatro trabaja?

A Sam Brown, no le gustaba que lo trataran como a un estúpido. Era bueno en su trabajo. De lo contrario, Oswalt nunca lo habría contratado.

Para entonces, su jefe estaba al borde de una apoplejía, con el rostro todo colorado.

- Quizá esa mujer llevara peluca… ¿a que no se te ocurrió? Apuesto a que eso fue lo que hizo, ese intrigante bastardo de Ramsden: ¡repasárnosla por las narices como si fuera otra mujer!

- Volveré al club, y cuando vuelvan a aparecer esta noche…

- ¿Por qué esperar tanto? Averigua dónde vive y registra sus aposentos -exigió Oswalt-. Si te vio hablar con alguien, o si ese Gaylord Beaton resultó descubierto…, entonces vas listo. Confiemos en que no. Con un poco de suerte, todavía los sorprenderás, quizás incluso in flagrante delito. Eso espero, porque si no, tendrás que salir pitando para Cotswolds.

Sam suspiró aliviado, al ver que la furia desaparecía de la expresión de Oswalt. Una vez que empezaba a tramar un plan, su jefe siempre se tranquilizaba considerablemente.

- ¿Por qué los Cotswolds, señor? -se aventuró a preguntar. No podía imaginar por qué, un hombre con un pie en los bajos fondos de Londres y del brazo de una bella actriz, quisiera poner rumbo a los bucólicos Cotswolds.

- Porque es allí donde vive su hermano, el conde. La casa solariega de su familia en Dursley -Oswalt entornó sus ojillos de cerdo-. Si no los interceptamos en el camino, ya no podremos hacerlo, una vez que entren en la jurisdicción de Dursley.

- Parece que conocéis bastante bien a su familia -comentó Sam, preguntándose cómo su jefe, habría podido saber tanto sobre aquella noble familia.

Oswalt se retrepó en su silla, con las manos entrelazadas sobre su abultada barriga.

- Digamos que tuve algún trato con ellos antes -una vez pasada la crisis, recuperó su interés por el solomillo. Pinchó con el tenedor un pedazo de carne y lo agitó en dirección a Sam, antes de llevárselo a la boca-. El caso es que gané aquel primer enfrentamiento y ganaré ahora éste.

A Sam le habría gustado hacerle más preguntas, pero no se atrevió. Aquel tipo, Ramsden, debía de haber contrariado profundamente a su jefe. Ambos compartían un pasado. Y el futuro que se presentaba, tampoco parecía muy halagüeño.

Por otra parte, no había ninguna duda sobre el atractivo de Ramsden, para con el sexo opuesto. Sam Brown consideraba altamente improbable que, a esas alturas, la novia del jefe continuara siendo virgen. Quizá fuera eso, lo que lo tenía tan preocupado.

Sam Brown giró sobre sus talones, cuidadoso de no dejar muchas manchas en el suelo y también de no pensar, demasiado, en las razones por las que su jefe parecía anhelar, con tanta desesperación, una virgen. Los hombres ya habían hablado sobre ello, especulando sobre que Oswalt tenía la sífilis, y que su médico le había aconsejado una virgen para que se la curara.

En cualquier caso, a él no le pagaban por pensar ni por especular, sino por actuar. Y en aquel momento necesitaba despachar, unos cuantos hombres de confianza, a la residencia de Ramsden y, si era necesario, perseguirlo a él y a su actriz hasta Cotswolds.