Catorce
Una vez en su habitación, dobló unos cuantos vestidos y los envolvió en papel de gasa para guardarlos en el baúl, que hacía tan poco tiempo que había deshecho.
Cuando apenas una hora atrás, había bajado para entregarle la carta a Paine, había sabido que aquella misiva dictaría su regreso a Londres. Lo que no había imaginado era que cortaría, tan bruscamente, todo vínculo con Paine.
Por otro lado, tampoco había sido del todo consciente del peligro de la situación, Inclinándose sobre el baúl, oyó abrirse la puerta a su espalda.
- La obligación no tiene nada que ver en esto -gruñó Paine, retomando su conversación anterior-. No puedes relevarme, de lo que nunca fue un deber para mí.
Julia se volvió hacia él, armándose de valor. Ella no podía liberarse, a sí misma, de aquella situación, pero sí que podía liberar a Paine. Sus crecientes sentimientos por él, así se lo exigían.
- No hagas esto, Paine.
- ¿Que no haga qué? -le preguntó desde el umbral, apoyado en el blanco marco de la puerta, con aspecto intimidante.
- Confundir la realidad con la fantasía.
- A lo mejor eres tú la que lo está haciendo -replicó él, acercándose para quitarle los vestidos de las manos-. La realidad es que tú te encuentras en grave peligro, amenazada por Oswalt incluso físicamente. La fantasía es, que crees que puedes volverte a Londres sola y arreglártelas, para escapar a sus maquinaciones.
Julia negó con la cabeza. Como siempre, encontraba su cercanía embriagadora.
- Por favor, no intentes convencerme -sonó como si le estuviera suplicando que lo hiciera.
Paine la miraba fijamente. Y la resolución de Julia flaqueó, ante lo que estaba viendo en sus ojos.
- Paine…
Se apoderó delicadamente de su boca. Fue un beso tierno, que le despertó un calor tranquilo, suave, que no gustaba de apresuramientos. No fue una unión frenética, ni desesperada. Tampoco una despedida. Nada en el comportamiento de Paine, sugirió que aquélla tuviera que ser su última vez.
Paine le desabrochó los botones de la espalda del vestido y dejó que resbalara hasta el suelo, sin dejar de besarla. Luego la guió hacia la cama. Después de tumbarla, se apartó el tiempo justo para desnudarse, hasta que por fin entró en ella, encajándose entre sus muslos.
Sus lentos embates fueron tan poderosos como intensos, y Julia se sintió incapaz de resistirse a la llamada del placer. Pero luchó valientemente contra la tentación que representaba. Sabía por qué Paine estaba haciendo, lo que estaba haciendo.
- Paine, no puedo permitir que hagas esto… -intentó protestar, entre beso y beso.
- Esto no tiene nada que ver, con reglas ni con contratos, Julia -la miró fijamente a los ojos-. Es como un recordatorio. Cuando viniste a mí, de algún modo te hice mía -su falo rígido y caliente, enterrado hasta el fondo en su ser, sirvió precisamente para recordárselo.
Al despertarse por la mañana, Julia no vio a Paine a su lado, como era habitual. Lo interpretó como una señal del destino. Le resultaría muchísimo más fácil marcharse, sin tener que despedirse de él. Porque sabía que entonces, sobrevendría una discusión, y la noche anterior había descubierto que, Paine, no jugaba limpio.
Aun así, le estaba enormemente agradecida, por haberle regalado aquella última noche. Lo que Paine no entendía era que sus sentimientos por él, entrañaban tanto riesgo para ella como su situación con Oswalt.
Julia llamó a una doncella y preparó su ropa para el viaje, la enviaría a buscar a un criado, para que cargara el baúl y preparara el coche de caballos.
Aunque todavía era muy temprano, una criada apareció prontamente y se apresuró a cumplir con el recado. Fue esa misma prontitud, la que despertó sus sospechas. Habría esperado cierta resistencia por parte de la prima Beth, a la que no pasaba desapercibido nada de lo que ocurría en la casa. Quizá la criada hubiera ido a buscar a Paine…
Se visitó a toda prisa, procurando sobreponerse a sus temores. Para cuando la doncella volvió con un criado, casi había esperado ver a Paine siguiéndole los pasos. Experimentó una punzada de decepción, cuando no fue así.
Sin hacer preguntas, el criado se cargó el baúl al hombro y abandonó la habitación, seguido de la doncella. Julia tragó saliva, nerviosa. Lo único que tenía que hacer era abandonar la casa y subir al coche. Al parecer, nadie pensaba detenerla. Manteniendo bien alta la cabeza, aunque a una hora tan temprana no había nadie allí para verla, bajó las escaleras.
El sol acababa de salir, anunciando un buen día para viajar. Los caballos piafaban en el frío aire de la mañana. El cochero, vestido con la librea de Dursley, se llevó una mano al sombrero en cuanto la vio. Julia lo saludó, con una inclinación de cabeza. Después de lanzar una última mirada a la mansión, subió al coche. Sabía que Paine agradecería, con el tiempo, aquella decisión suya tan difícil…
- Bello día para viajar -el objeto de sus pensamientos, estaba recostado en el espacioso interior del vehículo, impecablemente vestido con su traje de montar, botas de caña alta y pañuelo perfectamente anudado al cuello.
Una sonrisa habría comprometido su postura. Y le habría puesto aún más difícil, convencerlo de que estaba enfadada con él… cuando no lo estaba en absoluto. Sonrió de todas formas.
- ¿Contenta de verme?
Julia se sentó frente a él.
- Pedí que me prestaran un coche de viaje con conductor, para salir temprano por la mañana.
- Y mi hermano ha satisfecho generosamente tu deseo.
- Sí, pero yo no pedí compañía alguna.
- Tampoco explicitaste que no la querías -la desafió con tono suave-. Simplemente, dijiste que volverías a Londres. No dijiste nada, sobre que no volviéramos juntos, o, más específicamente, que yo no pudiera acompañarte.
Julia esbozó una mueca.
- Te dije, que te relevaba de tus obligaciones para con mi persona. Con lo cual se suponía, que mi deseo era viajar sola.
- Y se suponía también, que yo no iba estar de acuerdo con esa decisión -dio unos rápidos golpes en la pared del coche-. ¡En marcha!
- Eres insufrible -gruñó Julia, aunque por dentro no estaba en absoluto tan enfadada como podía parecer. Sobre todo porque, en aquel momento, antes de que el carruaje se pusiera en movimiento, se abrió la puerta y una sonriente Beth asomó la cabeza-. Buenos días. Hazme sitio, por favor, Julia.
- ¿Qué significa esto, Beth? -protestó Paine, tan sorprendido como Julia.
- Una joven y virtuosa dama, no puede viajar en un coche a solas con un caballero -le reprendió su prima-. Puede que hasta ahora hayas desobedecido todas las reglas, jovencito, pero a partir de ahora las seguirás a rajatabla -una vez sentada al lado de Julia, sacó su labor de costura-. Confío en haber terminado esta bonita bufanda, para cuando lleguemos a Londres.
- Y ahora ¿quién es el insufrible? -se quejó Paine.
- Bueno, ya sois dos -replicó Julia, tensa.
Paine se inclinó hacia ella, mientras la mansión desaparecía por momentos a su espalda.
- No puedes enfrentarte a Oswalt tú sola, Julia. Eso sería una completa estupidez.
- Ya me lo has dicho antes. Pareces muy seguro de ello. ¿Te importaría explicarme por qué? El viaje hasta Londres será largo, y creo que ya es hora de que me expliques, con exactitud, qué cuenta pendiente tienes tú con Oswalt.
Beth alzó los ojos, de su labor de costura.
- Sí, primo, Díselo. Tiene derecho a saberlo.
La mirada de Julia, le recordó la primera noche que se presentó en su oficina, cuando le planteó su desquiciada petición. Lo había mirado con aquella misma expresión, tan franca y directa, que no había podido negarle nada.
Julia arqueó una ceja, expectante.
- Ya puedes ir empezando.
- ¿Por qué debería contarte nada? -protestó Paine.
Rara vez compartía su pasado con nadie, lo de Peyton había sido una excepción.
Julia entornó los ojos.
- ¿Por qué? Para que yo pueda decidir, si quiero que te entrometas o no en mis asuntos.
Paine se habría echado a reír, si no la hubiera visto tan seria.
- ¿Entrometerme, has dicho?
- Sí, eso he dicho. Fue mi problema desde el principio y lo sigue siendo. Soy yo quien decide, quién tiene acceso a mi vida.
- Pues será mejor que te vayas decidiendo por mí. Porque me necesitarás, antes de que todo esto haya terminado -replicó él, en el mismo tono brusco.
- Convénceme -se recostó en su asiento y se cruzó de brazos, desafiante.
Aquella imagen le recordó, de repente, la que más le gustaba de ella: la Julia que había gemido bajo su cuerpo sobre la manta de picnic, mientras hacían el amor en el bosque. La Julia que le había regalado la paz interior-. Vamos, Paine… ¿tan horrible es, que te cuesta tanto contarlo?
- Quizá sí.
- Deja que sea yo quien decida eso.
Paine suspiró profundamente, resignado.
- Yo era un joven pendenciero, alborotador. Y cuando bajé a la capital, me junté con otros jóvenes como yo, hijos de buena familia que se mostraban especialmente cínicos, con el papel que les había tocado jugar en la vida. Nos sentíamos de sobra. Marginados por nuestras propias familias. Así que vivíamos al límite, desafiando las convenciones con presuntas hazañas: carreras, lances amorosos, apuestas y duelos.
- No puedo creer, que Peyton te hiciera sentirte así… -Julia frunció el ceño, extrañada.
- Por supuesto que no. No directamente, pero nuestro padre se encargó de hacerlo por él. Para cuando Peyton se convirtió en conde, yo ya me sentía «de sobra». Peyton era el cabeza de familia, Crispin estaba haciendo carrera en el ejército, como buen oficial que era. Y luego estaba yo. Peyton me envió a Oxford, pero terminé los estudios sin ningún propósito particular en mente, aunque me licencié en lenguas clásicas y me apasionaba la historia. Mi hermano quiso colocarme como administrador, en una de las pequeñas propiedades de la familia, pero a mí no me interesaba eso. Desorientado y con demasiado tiempo a mi disposición, me junté con aquel grupo -se interrumpió, riendo-. Es como si hubiera estado destinado a ello.
- Es comprensible. No fuiste el único joven que pasó por eso -comentó Julia con tono comprensivo, como si hubiera conocido una experiencia semejante.
- ¿Tú tuviste problemas con tus primos?
- Los dos más jóvenes, eran lo más parecido que puede haber a un demonio. No me sorprendería que sus barrabasadas, contribuyeran a la situación familiar actual -pero Julia descartó rápidamente el tema y lo apuntó con un dedo acusador-. No me despistarás tan fácilmente, Paine. Estabas diciendo que, en unión de tus amigos, te dedicabas a desafiar las convenciones…
- Sí, hasta que un día el tiro me salió por la culata. Hubo una…er… «fiesta» sólo para caballeros, en una finca de las afueras de Richmond, lo suficientemente lejos de la ciudad, como para evitar la censura de la buena sociedad.
- ¿Una fiesta, Paine? No te andes con rodeos. ¿Qué clase de fiesta? -insistió Julia, percibiendo su vacilación.
Paine lanzó una incómoda mirada a su prima Beth, que se la devolvió con toda tranquilidad.
- No te preocupes por mí. He visto más cosas de las que te crees, Paine.
- Era una orgía. ¿Sabes lo que es una orgía?
Julia se ruborizó.
- Tengo alguna idea…
- Bueno, pues ésta fue todavía peor, que la clásica fiesta con cortesanas ocultas con máscaras, si es eso lo que te estás imaginando.
Julia se mordió el labio, removiéndose incómoda, y Paine se avergonzó de haber sacado el tema.
- La fiesta se celebró, en una finca propiedad de Oswalt. Cuando se enteró, Peyton me prohibió que fuera. Al parecer, Oswalt se la había ganado a un barón en un juego de cartas. Peyton ignoraba lo que se iba a celebrar allí, pero no le parecía honrado, visitar un lugar adquirido de aquella forma. No le hice caso, claro. Con toda sinceridad… he de confesar, que no fui consciente del grado de perversión del evento, hasta que no lo vi con mis propios -hizo un gesto con la mano.
Sacudió la cabeza, intentando ahuyentar los recuerdos del tosco altar de piedra, levantado en medio de la sala de baile, rodeado de velas y sogas de seda. Y la imagen de la joven, a la que Oswalt había atado allí, para entregársela a los presentes que pujaran más alto…
Continuo con su relato, sin mirar ni a Julia ni a Beth, que mantenía clavada la mirada en su labor de costura. Al principio había pensado que se trataba de un juego, que la joven sería una cortesana generosamente pagada, para representar el papel de virgen sacrificial. Aunque eso, tampoco habría convertido el espectáculo en algo justificable. Hasta que se convenció, de que aquella chica no se encontraba allí por propia voluntad.
- Pensé que alguien protestaría, alguien cercano a Oswalt; no me parecía posible que aquellos hombres pudieran cohonestar un acto semejante, con su silencio. Pero nadie lo hacía y la joven, estaba claramente aterrorizada -tragó saliva, emocionado-. Yo me abrí paso entonces entre la multitud y exigí acabar con aquella actividad. En mi indignación, estúpidamente me arranqué la máscara y Oswalt se rió en mi cara. Me dijo: «¿Y qué harás? ¿Se lo contarás a tu hermano, el conde?». Bueno, yo no estaba en buenas relaciones con mi hermano, consciente como era de que había desaprobado mi decisión de pisar aquel lugar, además de que mi orgullo se resentía porque una vez más hubiera tenido razón. No pude soportarlo. Lo desafié a duelo delante de todo el mundo.
- Eso fue muy noble por tu parte -le dijo Julia.
- Nadie más lo juzgó así. No era el único caballero o noble, que se hallaba en aquel grupo. Todo el mundo estaba interesado, en que aquello no se supiera. Cuando trascendió que la joven era la simple hija de un comerciante, se decidió de manera implícita que tal reunión jamás había tenido lugar. Nadie habló de ella. Nadie reconoció lo que yo había visto. Todo aquel asunto se convirtió, de repente. en una riña entre Oswalt y yo, por una joven de sospechosos antecedentes y cuestionable virtud. La chica vio arruinada su reputación.
- ¿Y el duelo? -inquirió Julia, expectante.
- Yo estaba decidido a mantenerlo. Pero o bien Oswalt o bien la alta sociedad londinense, decidió que jamás tendría lugar. Baste decir que alguien alertó a las autoridades -se encogió de hombros-. Y ya conoces el castigo que reciben actualmente, los duelistas.
- El exilio. ¿Pero qué le pasó a Oswalt?
- Nada. Creo que sobornó a las autoridades, para que olvidaran su participación en el duelo. Cuando las autoridades hicieron acto de presencia, Oswalt exigió mi exilio. Todo se decidió tan rápidamente, que Peyton no tuvo tiempo de intervenir. Se había marchado algunos días antes, para atender un negocio en una finca no demasiado lejos de Londres…, pero lo suficiente para que no recibiera la noticia a tiempo -Paine se encogió de hombros-. Aunque tampoco yo, habría acogido de buen grado su intervención. En aquel tiempo era demasiado testarudo.
- ¿Sólo en aquel tiempo? -se burló Julia.
- Malvada… -sonrió Paine-. Y ésta es toda la historia. Creo que Oswalt tenía miedo de lo que habría podido suceder, si yo me hubiera quedado en Londres para denunciar lo sucedido. Tenía que expulsarme del país, a cualquier precio.
- Qué horrible -suspiró Julia, preocupada.
- Horrible, pero cierto, Quiero que sepas que este incidente, entre tu tío y Oswalt, no es un caso aislado. Ese hombre lleva arruinando nobles, de la manera más discreta y sutil, durante años. Y acosando y abusando de jóvenes inocentes, desde hace mucho más tiempo.
- No puedo creer que todavía nadie, le haya parado los pies -Julia sacudió la cabeza, con expresión incrédula.
- Así son las cosas en estos círculos. Si se habla de ello, se da validez al problema. Si no, es como si no existiera -apoyó las manos en los muslos-. Pero yo no apruebo ese procedimiento. Por eso quiero ayudarte.
Julia sonrió, juguetona.
- Y por eso, yo pienso dejar que me ayudes.
- ¿De veras?
- De veras.
Paine se sacó su reloj de bolsillo y lo abrió.
- Espero, que también te dejes ayudar por mis hermanos…
- ¿Por qué?
- Porque, según mis cálculos, están en este momento a una hora de camino.
- Es evidente, que no pensabais dejarme marchar sola, ¿verdad? -se lo quedó mirando pensativa.
- No. No tenías la menor oportunidad -le confirmó Paine, aunque la verdadera razón constituía, al mismo tiempo, el motivo por el cual le costaba tanto reconocerlo. La idea de que, por fin, se hubiera enamorado resultaba demasiado novedosa, demasiado extraña para su manera de pensar. Necesitaría algún tiempo, para acostumbrarse a la noción de que, Julia Prentiss, se había ganado su corazón para siempre.
