Cinco
Julia atravesó el dormitorio, para recoger el vestido que había quedado arrinconado en una esquina. Lanzó una rápida mirada de reojo a Paine mientras se vestía.
Se había incorporado sobre un codo, con la camisa abierta, el pelo despeinado. La visión de aquel hombre tan viril, estudiando cada movimiento suyo, le hacía arder la sangre en las venas.
- ¿Qué haces, Julia? -murmuró.
- Vestirme.
- Ya lo veo. ¿Pero con qué propósito? Porque pienso desvestirte de nuevo.
- Paine, tengo que irme -pronunció, nerviosa. ¿La dejaría marcharse? ¿O se desdeciría de su acuerdo?-. Me prometiste que podría irme.
- Te prometí que podrías irte, si tú querías. ¿Quieres? -inquirió, con aparente despreocupación.
- La realidad nos exige, con demasiada frecuencia, que sacrifiquemos nuestros deseos más egoístas -eludió la pregunta, mientras se ponía las medias, evocando a la vez el momento en que él se las había quitado. ¿Iba a recordar eso, cada vez que se las pusiera o se las quitara?
- ¿Eso piensas, Julia? ¿Qué esperas ganar volviendo a tu casa, que no hayas ganado ya? -Paine se levantó para acercarse a ella. Empezó a abrocharle los botones de la espalda del vestido, con dedos hábiles.
- Tengo que volver, para anunciar la ruptura del compromiso -balbució. El calor de sus manos, entrañaba una gran distracción.
- Yo suponía que eso se daría por sobrentendido, dada tu ausencia -rió Paine, mientras terminaba de abrocharle los botones. Bajó las manos hasta su cintura y la abrazó por la espalda, haciéndola sentir la fuerza de su excitación-. Nada, excepto disgustos y sufrimientos, te espera allí. Para una mujer, que parece haberlo planificado todo tan minuciosamente, me sorprende que todavía no te hayas dado cuenta de ello. Incluso aunque rompas formalmente el compromiso, con el anuncio de tu desfloramiento, no te dejarán en paz. Te castigarán, te condenarán al retiro en la campiña como castigo. En el peor de los casos, te echarán a la calle sin un céntimo o te obligarán a casarte con algún estúpido pueblerino, sólo para librarse de ti. Encontrarán una manera, de hacerte pagar tu deshonor.
- Lo sé. Ya me he resignado a eso -repuso, estoica, aunque sabía que, arrostrar todas aquellas consecuencias, iba a resultarle mucho más difícil ahora, después de lo que había vivido con Paine, que lo que había imaginado el día anterior-. Pero al menos, les debo la cortesía de dejarles saber que estoy bien.
- Y sin embargo, seguro que estarán más preocupados por ellos mismos, que por tu persona -replicó Paine, con tono cínico-. No te engañes a ti misma. No puedes regresar a casa, sin más, y seguir como tal cosa.
Su escepticismo la irritó. No le gustaba que se riera de ella.
- ¿Cómo te atreves de hablar de ellos así? Tú no los conoces -se dio cuenta, azorada, de que el labio inferior había empezado a temblarle. Reprimió el impulso de ponerse a llorar de desesperación.
Sus tíos no eran crueles: simplemente estaban desesperados y, en su desesperación, se habían equivocado. Seguro que terminarían perdonándola y comprendiendo sus motivos. Cuando atracara el barco de Gray, todo se arreglaría sin que tuvieran que recurrir al dinero de Oswalt.
Ese pensamiento la animó. Sacudiendo la cabeza, irguió los hombros con gesto resuelto.
- Mis tíos no son unos ogros, Paine. Simplemente, se han equivocado. Me hagan lo que me hagan, siempre será mejor que casarme con Oswalt. Yo he tomado una decisión y arrostraré las consecuencias.
- ¿Y la decisión que tú has tomado por ellos, con tus actos? ¿Te perdonarán por haberles condenado a la pobreza?
- ¿Qué quieres decir? -parecía perpleja.
- ¿Se conformarán, sin lo que Oswalt les prometió a cambio de ti?
- ¿Cómo es que sabes eso? Yo no te dije nada…
Paine se encogió de hombros.
- Si Oswalt está de por medio… es que hay dinero de por medio.
- Sí, el dinero está en la base del contrato -explicó, avergonzada-. Le prometió quince mil libras a mi tío. Pero mi primo Gray posee un barco, en el que invirtió su capital. La renta que produzca el cargamento, cubrirá nuestras deudas cuando llegue, y mi tío dejará de necesitar el dinero de Oswalt.
- Espera un momento, Julia… ¿le ha dado Oswalt a tu tío, algún dinero ya? ¿Un adelanto quizá?
- No lo sé… supongo que sería perfectamente posible -de repente, tomó conciencia de las implicaciones de aquella posibilidad. Se volvió en los brazos de Paine para mirarlo, aferrándose a sus hombros-. Oh, no, si ése ha sido el caso, entonces no hay forma de que mi tío pueda devolvérselo… -pensó alarmada, en su guardarropa para la Temporada. Su familia no había escatimado gastos en vestidos. ¿Cómo no había caído en la cuenta de que, sus tíos, jamás habrían podido permitirse esos dispendios, cuando en casa la enviaban a suplicar al carnicero que les fiara el pago de la carne?-. No, ahora que lo pienso, estoy segura de que debió de adelantarle fondos.
Paine asintió.
- Oswalt es famoso por su astucia en los negocios. Si le ha adelantado dinero a alguien, entonces tiene que haber un contrato detrás, algún documento legal que ponga a cubierto su inversión.
- Hay un contrato de matrimonio… -lo miró frenética. Lo que Paine decía tenía sentido, un sentido horrible: la fría realidad de que sus actos, podían provocar una crisis financiera a la familia… o de que quizá, ella misma, ya había sido vendida y comprada con anterioridad, al día en que se lo comunicaron. Tambaleándose, tuvo que apoyarse en Paine para no caer-. Entonces, todo esto no ha servido de nada… Mi virginidad no era lo principal. Él quería tenerme, de todas formas.
- Probablemente. A tu tío no se le pasó por la cabeza que tú huirías. Y supongo que a Mortimer Oswalt, tampoco le importará demasiado: quizá incluso contaba con ello.
- Sólo que ha perdido su dinero. No toda la suma, pero sí unos cuantos miles de libras.
- Oswalt no es hombre que sepa perder. No le importará que hayas huido, Julia, porque sabe que al final te encontrará. Contará con tu inexperiencia y con tu falta de contactos en la capital, y luego te dará caza y te llevará a su casa a rastras.
Julia se apartó de él, para dejarse caer en la cama, deprimida.
- Tengo que volver y negociar con Oswalt. Tengo que arreglar todo esto. No puedo permitir, que mi familia sufra por mi culpa. No me mires así: mis tíos son gente buena. Me educaron desde que era pequeña y yo les he pagado con la ruina económica -había vivido su noche de pasión y había conseguido mucho más de lo que había imaginado: una experiencia en cuyo recuerdo se refugiaría durante los años venideros. Quizá, por el bien de su familia, podría soportarlo. A la luz del día, le parecía la única solución razonable, después de todas las transgresiones que había cometido la noche anterior.
Pero Paine, no se mostró nada dispuesto a apoyarla.
- Ni hablar. Tu solución no es tal. Oswalt es un pervertido, pero también un gran analista de la naturaleza humana. Probablemente, esperaba que tú intentaras huir, como esperaba seguramente que al estúpido de tu tío, eso ni siquiera se le pasara por la cabeza. Ése es otro perverso juego, que habrá inventado para entretenimiento de su mente enferma. Oswalt, probablemente, habrá tramado todo esto como si fuera un teatro de marionetas, sabiendo que al final, tu sentido del honor, te obligaría a volver pidiendo perdón, a la vez que él estaría en condiciones de chantajear a tu familia.
De repente estaba desesperada: nunca había tenido la menor oportunidad de ganar aquel juego. Un juego que rebasaba con mucho sus capacidades y que, de creer a Paine, había quedado atado y bien atado, mucho antes de que ella participara en el mismo.
¿Qué iba a hacer ahora? Hizo un rápido inventario de sus opciones. Todavía tenía una pequeña oportunidad… y sus pendientes. A esas alturas, Oswalt y su tío ya habrían descubierto que se había marchado, pero no dónde estaba. Resultaba harto improbable que, Oswalt, hubiera deducido que había salido a buscar a alguien para que la deshonrara. Habría imaginado más bien, que se comportaría como una chica de pueblo: que se había vuelto a casa o que habría buscado refugio con sus amigas. Seguramente revisarían las casas de las familias conocidas y las casas de posta. Eso los mantendría ocupados, pero… ¿por cuánto tiempo? ¿El suficiente, por ejemplo, para que ella pudiera embarcar en un navío? Cuando no encontraran nada en las posadas, revisarían los muelles, pero quizá para entonces ya fuera demasiado tarde.
Alzó la cabeza y suspiró profundamente. No podía salvar a su tío; quizá nunca habría podido hacerlo, ni siquiera con aquel matrimonio. Pero sí que podía salvarse a sí misma y rezar para que el barco de Gray volviera a puerto, y rescatara así a la familia de la ruina.
Una vez tomada la decisión, no podía imponer su presencia a Paine por más tiempo. Lástima. Parecía conocer bastante bien a Oswalt y le había hecho sentirse inexplicablemente segura.
- Si pudiera pedirte un favor más, sería que me llevaras al puerto, para ver si puedo encontrar pasaje en algún barco. Dispongo de algún dinero y de mis pendientes. Estoy segura de que eso será suficiente para pagarme un camarote.
Sí que tenía coraje aquella niña… Las noticias que le había dado, no habían podido ser más siniestras, pero allí estaba, recuperada ya del impacto y pensando en escapar.
Por ningún motivo, la llevaría a los muelles y consentiría que se embarcara sola. No era difícil imaginar, el tipo de cosas que podrían sucederle a una joven tan bella, viajando sin protección por los mares.
- ¿Adonde irías?
- A cualquier parte. Lo que quiero es partir cuanto antes. No dispongo de mucho tiempo. Me buscarán primero en las casas de mis amigas y en las casas de posta. Sólo en un segundo momento, revisarán los muelles.
A Paine no le pasó desapercibido, el tono nervioso de su voz. Era valiente, sí, pero estaba asustada.
Julia interpretó su resistencia como oposición.
- Si no me ayudas, me iré sola. En cualquier caso, no es responsabilidad tuya. Ya has hecho lo que te pedí, y eso pone punto final a nuestra asociación -se levantó de la cama, con la cabeza bien alta, y le tendió la mano-. Gracias.
Paine a punto estuvo de explotar. Valiente, asustada y testaruda. La lista de adjetivos que podían describir a Julia Prentiss, parecía crecer por momentos.
- Eso es ridículo, Julia. Siéntate, no vas a ir a ninguna parte. Y cuando lo hagas, será conmigo. No puedes enfrentarte a Mortimer Oswalt sola y tampoco puedes ir sola por ahí, por muy voluntariosa que seas.
Tan alterado estaba, que se puso a pasear de un lado a otro de la estancia, y se alegró de ver que Julia obedecía y se sentaba en la cama. En realidad había esperado que no lo hiciera. Era bueno saber que podía hacer lo que se le decía. Porque ambos iban a necesitarlo en los próximos días, si iban a enfrentarse con Mortimer Oswalt.
«Ambos». «Nosotros». Su conciencia le advirtió, de que estaba a punto de cometer toda clase de locuras por culpa de Julia Prentiss, a quien conocía desde hacía menos de veinticuatro horas.
- ¿Por qué? -le preguntó ella, mirándolo con expresión pensativa.
- Por qué, ¿qué?
- De repente, se me ha ocurrido que sé muy poco sobre ti. ¿Por qué debería confiar en ti? ¿Quién me asegura que no eres tan cruel y depravado como Oswalt?
- Anoche sí que confiaste lo suficiente en mí -le espetó, irritado porque se hubiera atrevido a compararlo con Oswalt, aunque sabía que en el fondo tenía razón.
- Lo de anoche fue un acuerdo temporal. Estarás de acuerdo conmigo, en que las cosas han cambiado un poco desde entonces. Anoche no necesitaba saberlo. Ahora sí.
Aquella mujer era exasperante… Era hora de hacer planes, no de jugar al juego de las veinte preguntas. Suspiró, resignado. Concederle aquella pequeña victoria, le parecía la manera, más rápida, de superar el obstáculo de su obstinación.
- De acuerdo, ¿qué quieres saber?
- Sólo dos cosas. No se trata precisamente de un tribunal inquisitorial -Julia suspiró a su vez-. Ante todo, insisto en lo de antes: ¿por qué debería confiar en ti? En segundo lugar, ¿cómo es que sabes tanto sobre Oswalt, cuando llevas tan poco tiempo de vuelta en Inglaterra?
Paine se quedó sorprendido. ¿Cómo era posible que una aventura, se hubiera convertido en algo tan complicado? Le dio la única respuesta que estaba en condiciones de darle.
- Me has hecho dos preguntas y te daré una respuesta que bastará para las dos. Mortimer Oswalt es el culpable de mi exilio.
Julia parecía dispuesta a acribillarlo a preguntas, pero él le lanzó una elocuente mirada, con el objetivo de disuadirla. La respuesta que le había dado no era, precisamente, muy completa, pero era la verdad y era todo lo que tenía que decir sobre el asunto.
Vio que Julia suspiraba profundamente, sin dejar de mirarlo a los ojos mientras reflexionaba sobre su revelación, sopesando los hechos que le había presentado como un juez en un tribunal. Y se sintió como un acusado, a la espera de escuchar su sentencia.
Intentó decirse, que la sentencia no le importaba. Si ella decidía marcharse, tanto mejor, él volvería a su rutina habitual. Si se quedaba, el trastorno era seguro. Habría un pasado que revisitar y antiguas heridas que abrir. Aun así, pudo escuchar su propio suspiro de alivio, cuando Julia le dijo con tono firme y decidido:
- De acuerdo, considerando todo esto… me quedaré por el momento. Pero dejemos una cosa clara, Paine Ramsden. No pienso subordinarme a ti. Se trata de mi destino y de mi vida.
- Absolutamente -Paine sabía que, aquélla, era una promesa que no podía cumplir, pero habría aceptado cualquier cosa con tal de mantenerla a salvo. Una mujer ya había caído, antes, en las garras de Oswalt y él no había podido hacer nada por evitarlo. Se aseguraría, debidamente, de que ninguna otra corriera esa misma suerte.
Aquella misma tarde, Paine llegó a la conclusión de que, el destino, no habría podido enviarle una señal más clara con Julia Prentiss que si le hubiera remitido directamente una carta. En el momento en que decidió volver a Inglaterra, había sabido que aquel día acabaría llegando, tarde o temprano. Y ya había llegado. Había llegado la hora de saldar sus cuentas con Oswalt y recuperar su lugar en la buena sociedad.
No lejos de donde estaba sentado, frente a su gran escritorio de madera de cerezo, en la sala que había convertido en un improvisado despacho, Julia dormitaba en un viejo sofá, con un libro abierto sobre el regazo. Indudablemente, la actividad de las últimas veinticuatro horas le había pasado factura. En aquel momento dormía, como alguien que estuviera perfectamente a salvo, con una respiración profunda y regular. Dormía plácidamente, sabiendo que nada la molestaría ni sería bruscamente despertada por alguna desagradable sorpresa. La envidiaba. Le parecía que habían pasado siglos desde la última vez que él había sido capaz de dormir así. Se levantó de su escritorio, haciendo a un lado el fajo de cartas que había estado revisando. La mayor parte era correspondencia de negocios. Hacía meses que, las grandes damas de Londres, habían dejado de invitarlo a sus fiestas y eventos. Las únicas invitaciones que recibía, procedían de los contactos de su tía. La sociedad londinense lo tenía conceptuado en bien poco. Hasta la noche anterior, él no había tenido nada que objetar a ello. Pero eso iba a cambiar.
No podría proteger a Julia y lidiar, al mismo tiempo, con Oswalt sin el apoyo de la buena sociedad. Ese había sido su error aquella última vez. Su comportamiento había sido imprudente y precipitado. Aunque ciertamente había habido algunos que habían aplaudido sus esfuerzos, se había desenvuelto tan mal, que nadie había podido apoyarlo abiertamente. Esa vez sería mucho más cuidadoso. Recuperaría su prestigio y apuntalaría su credibilidad, antes de acometer a Oswalt. Era perfectamente consciente, de que lo hacía tanto por Julia como por él mismo. Antaño, Oswalt había intentado destruirlo por culpa de un equivocado sentido del honor. Ya era tiempo de hacérselo pagar.
Julia se removió en el sofá, cambiando de postura. Ella también tendría que ser muy cuidadosa. Tendría que resignarse a quedarse en su casa y salir, únicamente, en su compañía, hasta que estuvieran en condiciones de atacar a Oswalt. Y Oswalt no debía saber dónde se encontraba, hasta que Paine juzgara el momento adecuado de decírselo. Oswalt y el tío de Julia, habían firmado un contrato de matrimonio que, por ninguna razón debía de ser subestimado, fuera cual fuera el estado de su himen.
La sangre le hervía en las venas, sólo de imaginarse a Oswalt reclamando, aunque sólo fuera por la vía de un documento escrito, a la joven belleza que dormía en aquel momento en su sofá. Oswalt era algo más que un viejo depravado. Tenía amplia experiencia en oscuras prácticas sexuales, que iban mucho más allá de las placenteras artes, en las que Paine había iniciado a Julia.
Doce años atrás, Oswalt había sido un hombre desesperado, a la búsqueda de un remedio para el mal que padecía. Paine sólo podía hacer conjeturas sobre su estado actual y sobre lo desesperado que debía de estar, actualmente, por conseguir aquel remedio. Julia tenía que ser protegida a toda costa. El impacto que le produjo aquel descubrimiento, resultaba desconcertante. No había sentido la necesidad de proteger a nadie durante años, quizá nunca, y desde luego no a una mujer. Pero por las razones que fueran, así era en el caso de Julia.
Durante los años que había pasado en el extranjero, se había formado como hombre de negocios, experto en calibrar riesgos y beneficios. Rara vez solía embarcarse en una empresa, sin saber cómo iba a terminar. Con Julia era distinto. El riesgo estaba a la vista, como en cualquier otro negocio, pero el beneficio le estaba vedado, por el momento. Aun así, con una intuición que era fruto de su experiencia, Paine sabía que tenía que seguir adelante con aquello, fuera cual fuera su final. No le bastaba con que, la curiosa y apasionada señorita Prentiss, tuviera que ser protegida. Si solamente se hubiera tratado de eso, habría podido encargar esa misión a gentes más aptas que él, como por ejemplo su tía Lily. No, Julia tenía que ser protegida por él. Para que eso fuera posible, Paine tendría que volver a convertirse en una persona respetable. Y, para conseguir esa respetabilidad, había dos caminos: el dinero y contactos. Paine poseía ambos, si sabía usarlos bien.
Volvió a sentarse y continuó trabajando. Lo del dinero era fácil. Tenía una fortuna en barcos, a su disposición. A juzgar por las cartas que tenía sobre el escritorio, había muchas personas necesitadas de fondos, a quienes no podían importarles menos el origen de los mismos.
Muchas de esas cartas procedían de personas muy bien situadas, que solicitaban créditos. Eso le ayudaría con el segundo requisito de la respetabilidad: los contactos. Y también tenía otro as en la manga. Su hermano era el conde de Dursley. Tiempo atrás habían estado muy unidos. El escándalo con Oswalt había abierto una brecha en su relación, pero tal vez eso pudiera arreglarse. Le había dolido que Peyton aún no le hubiera escrito desde su retorno. Siempre había querido mucho a sus dos hermanos, Peyton y Crispin. Suponía que tendría que ser él quien diera el primer paso. Recogió la pluma y empezó a escribir.
La primera carta, muy larga, fue para Peyton. La segunda, era una breve nota para uno de sus empleados de mayor confianza, Brian Flaherty, a quien encargó la misión de averiguar noticias de Mortimer Oswalt. Sobre todo, para saber si había empezado o no, a dar caza a su fugitiva prometida…
- Maldita sea, es la cuarta vez que me sale mal -Paine dio un fuerte tirón a su corbata de lazo y se dio por vencido. Llevaba veinte minutos intentando hacerse el troné d'amour, el nudo de moda. Y debía estar en la casa de juego a las ocho. A ese paso, no llegaría hasta medianoche y lo único que podría alegar en su descargo, era la montaña de corbatas de lino arrugadas que había, en ese momento, sobre la cama.
- Déjame ayudarte -Julia se levantó de la cama, desde donde había estado observando su toilette. Llevaba puesto uno de sus albornoces, recién salida del baño, con el pelo todavía recogido en lo alto, con alfileres. Sacó otra corbata del cajón y se la puso al cuello.
Al acercarse, Paine pudo volver a oler su deliciosa fragancia. Esa tarde, olía divinamente a lavanda inglesa. Si la serenidad y la dulzura tenían un perfume, tenía que ser ése. De alguna manera, le sentaba a las mil maravillas.
Julia se estiró un poco para alisarle la corbata, y al hacerlo se le abrió el albornoz, regalándole una generosa vista de sus senos. La sangre se acumuló en su miembro inmediatamente. Después de las veces que habían hecho el amor, durante esa mañana y la víspera, había creído que se había quedado momentáneamente saciado, y que su cuerpo no sería capaz de volver a excitarse tan pronto. La evidencia, cobró forma de un llamativo bulto en su pantalón oscuro.
Concentrada en lo intrincado del nudo, Julia no se apercibió de su nuevo estado. Más allá de un lacónico «alza la barbilla», no abrió la boca hasta que terminó.
- Ya está -declaró satisfecha, apartándose para contemplar su obra-. Mucho mejor.
Paine se miró en el espejo del armario.
- Pero este nudo no es el troné d'amour.
- No, ésa era la mitad de tu problema -Julia volvió a sentarse en la cama, toda risueña, inconsciente de la sugerente abertura de su albornoz-. Tus corbatas no están lo suficientemente almidonadas para ese nudo. Además, el que yo te he hecho está más de moda.
- ¿Cómo es que sabes tanto de moda masculina? -Paine la contempló, ladeando la cabeza. Aquella mujer era capaz de excitarlo sin esfuerzo, con el simple acto de hacerle el nudo de la corbata.
- Tengo tres primos varones -sonrió de oreja a oreja-. Creo que necesitas un ayuda de cámara.
- Ya tengo un ayuda de cámara -resultaba embarazoso admitir, lo mucho que había llegado a depender de Jacobs, su ayuda de cámara, en el año escaso que llevaba en Inglaterra. Durante su estancia en el extranjero, había aprendido a vestirse bastante bien solo.
Pero, con Julia presente, lo de llamar a Jacobs había estado descartado. Aquella mañana, le había enviado una nota a sus aposentos de Jermyn Street, diciéndole que no hacía falta que fuera.
Cuanta menos gente supiera que Julia estaba allí, mejor. Hasta que pudiera determinar los rumores que corrían sobre su desaparición, lo más prudente era mantenerla oculta. Era por eso por lo que le resultaba tan imperativo pasar la velada en el club. Aunque, dada la manera en que lo estaba mirando en aquel momento, ya se estaba preguntando si lo dejaría marcharse alguna vez…
Julia se abrazó las rodillas, con un brillo de malicia en los ojos.
- Te dije antes que el almidonado de tu corbata era la mitad de tu problema. ¿No quieres saber cuál es la otra mitad?
- Claro que sí -se acercó a ella, expectante. En China, las jóvenes aprendían las artes de seducción en libros de iniciación, pero Julia poseía infalibles intuiciones que no se enseñaban en ninguna escuela-. Hay un viejo proverbio chino que dice: «El aprendizaje, es un tesoro que acompaña a su dueño a todas partes». Te aseguro que seré un aplicado estudiante.
- Entonces, me siento obligada a decirte que, la otra mitad de tu problema, es tu pantalón. Te está demasiado apretado.
Lo dijo de una manera tan directa que, Paine, no la comprendió bien hasta que sintió su mano apoderándose de su sexo. Se quedó sin aliento.
No había otro remedio. Sería absurdo ir al club y pasarse toda la noche allí frustrado. Como legítimo propietario, tenía derecho a faltar un día, o al menos unas horas.
- Quítamelo, Julia -murmuró con voz ronca y, durante un buen rato, no fue capaz de decir nada más.
