Quince

Dursley House parecía darle la bienvenida, toda reluciente bajo la luz del crepúsculo, después del largo y pesado viaje de vuelta a Londres. Pero, por muy invitador que fuera su aspecto, Julia la encontraba al mismo tiempo intimidante, con sus cuatro pisos, recorridos por elegantes ventanales. Dursley House, en Curzon Street, significaba una enorme diferencia, respecto a la casa que su tío había alquilado en los aledaños de Belgravia.

Julia lanzó a Paine una mirada cargada de anhelo, mientras se dejaba ayudar a bajar del carruaje. Sabía que era importante para ella estar en Dursley House, pero eso no obstaba, para que ansiara estar a solas con Paine. Habría preferido con mucho, alojarse en su casa de Brook Street, los dos solos, donde pudieran aislarse del resto del mundo… Se preguntó, si él sentiría lo mismo.

Paine pareció leerle el pensamiento.

- Tenemos que pensar en tu reputación -le dijo en un tono tan serio, que Julia se detuvo en seco, para quedárselo mirando fijamente. ¿Cuándo se había convertido Paine, en el árbitro de sus códigos morales? Desde luego no había sido la noche anterior, en la posada. Porque apenas había esperado un intervalo decente, antes de presentarse de manera inopinada en su habitación. Eso sí, de manera sigilosa para no despertar a la prima Beth, que había estado durmiendo en la habitación contigua.

- ¿Mi reputación? -tuvo que acordarse de cerrar la boca, que se le había quedado abierta-. Yo creía que de lo que se trataba, era de arruinar mi reputación.

- Sí, pero no podemos escandalizar abiertamente a la alta sociedad, mientras vivamos bajo el techo de mi hermano. Acuérdate de que, públicamente, somos un caso de amor a primera vista. Mi tía Lily residirá en Dursley House, junto a la prima Beth, así que todo tendrá una apariencia respetable. Nada que ver con una residencia de soltero, como la mía de Brook Street.

Subieron las escaleras y recibieron la bienvenida del mayordomo, que los estaba esperando en la puerta. Peyton y Crispin entraron detrás: el primero se demoró un tanto, para hacerle una pregunta al mayordomo en voz baja.

La tía Lily los recibió en el enorme vestíbulo, luciendo todo el aspecto de una eficaz y maravillosa anfitriona, y no una mujer que, aquella misma mañana, había abandonado su casa de Londres, para alojarse precipitadamente en Dursley House y acoger por la tarde, a cinco huéspedes. Se trataba sin duda, de la misma mujer que Julia había visto en compañía de Paine, antes de conocerlo a él, y desde el primer momento le cayó simpática. Parecía la antítesis de su propia tía, que se preocupaba y sufría terriblemente, ante el menor cambio de planes.

- Tía Lily, gracias por haber venido. Permitidme que os presente, a la señorita Julia Prentiss -Paine se ocupó, de hacer las necesarias presentaciones.

La tía Lily la examinó lenta y exhaustivamente. Julia imaginó que la mujer estaría sopesando, si su persona merecería o no tantos trabajos, además de la molestia de su repentino cambio de residencia. Hasta los hermanos parecían contener el aliento, a la espera de su veredicto.

- Así que, tú eres la joven que tiene loco a nuestro Paine… Ese chico es altamente problemático. ¿Estás segura de que su compañía es deseable?

- Julia, la tía Lily te mostrará tu habitación. Allí podrás descansar y refrescarte un poco. Una doncella se encargará de deshacer tu equipaje -se adelantó Paine, antes de que su tía continuara cuestionándolo.

La dama, le lanzó una mirada cargada de complicidad.

- Qué hombre… Parece que Paine tiene tan pocas ganas de quedarse aquí en el vestíbulo y dejar que yo le llame la atención, como de escuchar tu respuesta a mi pregunta. Pero ya me contarás más adelante, si este chico mío justifica o no todo este escándalo. Ven conmigo, querida. Te enseñaré tu habitación y así podrás iluminarme, sobre todo lo que realmente está pasando. La carta que recibí de Dursley, contenía tantas exigencias como poco sentido. Ven tú también, Beth. Tú eres la única sensata de todo este grupo… -y fulminó a Peyton con la mirada.

Julia tuvo que reprimir una carcajada, ante el espectáculo de los hermanos Ramsden llamados a capítulo, como si fueran traviesos colegiales.

- Espero que lo encuentres todo de tu gusto -le dijo Peyton-. Si necesitas algo, no dudes en pedírselo a la tía Lily. He dado orden a la cocinera, de que nos sirva una cena ligera dentro de una hora, si te apetece acompañarnos.

En su favor, la tía Lily y Beth percibieron, la necesidad que tenía de quedarse sola y no se quedaron mucho rato en su dormitorio. Julia imaginó que en aquel preciso momento, estarían en el salón intercambiando noticias. La habitación daba directamente a los jardines; por los altos ventanales entraba el aroma de los rosales, que trepaban por los muros. Dursley House, se vanagloriaba de poseer uno de los mayores jardines urbanos de toda la capital.

Julia no pudo menos que alegrarse de ello. Los árboles parecían bloquear el bullicio de las calles, transmitiendo una sensación de calma y serenidad, y ella tenía los nervios de punta, por estar de regreso en la capital. Habría preferido ir a la casa de Paine y encerrarse con él, en su exótico dormitorio. Y quizá él también; estaba empezando a comprender el motivo de su apasionado comportamiento en la posada. Resultaría altamente improbable, que pudiera escabullirse en aquella habitación bajo la vigilante mirada de Peyton y de la tía Lily, que ocupaba la estancia contigua a la suya. Todo aquello formaba parte de su protección. Paine le había dejado muy claro, que no quería que estuviera sola en ningún momento, y Peyton había secundado, de manera incondicional, los deseos de su hermano. De alguna manera, Dursley House se había convertido en su fortaleza.

Se asomó a la ventana para oler las rosas. Cerrando los ojos, aspiró el aroma y la paz que emanaban. Necesitaría la tranquilidad de aquel jardín, durante las semanas que quedaban por venir. Al margen del asunto de su protección, había otras razones por las que tenían que estar en Dursley House. Dursley House era una cuestión de estatus social. Tanto Paine como ella, necesitaban de la credibilidad del buen nombre de Dursley para que su plan tuviera éxito.

Paine la saludó desde la terraza, con aspecto fresco y relajado, vestido con un calzón y una sencilla camisa blanca.

- ¡Baja, Julia!

¿Ya había pasado una hora? Julia se puso rápidamente, su vestido de muselina amarillo y bajó corriendo las escaleras. Los hermanos la estaban esperando en el salón.

- Siento haber bajado tan tarde… -se disculpó.

- Estás preciosa. El amarillo te sienta maravillosamente -le dijo Paine, acercándose para tomarle la mano y llevársela a los labios. Aquel galante gesto la sorprendió por un momento, hasta que recordó su plan. Claro, el plan ya había empezado… Debería acordarse de representar bien su papel. Y eso significaría no discutir con Paine, ni en público ni en privado.

Al fondo, en el comedor, la cena ya estaba servida con sus suntuosas mesas iluminadas con velas, los criados a la espera de destapar las viandas. Peyton y la tía Lily abrieron la marcha. Paine le ofreció a Julia su brazo y ella le sonrió, mientras caminaban.

- Es una bonita fantasía -comentó Julia, esperando transmitirle que entendía lo que estaba haciendo y que se esforzaría, por representar bien su papel.

Paine se limitó a sonreír. Le sacó la silla y la ayudó a sentarse, apoyando ligeramente las manos sobre sus hombros, antes de tomar asiento a su lado.

Tras una breve ronda de cortesías, una vez destapadas las fuentes y retirados los criados, Peyton derivó inmediatamente la conversación, hacia la misión que tenían entre manos. Julia sospechó que ése era el motivo, por el que habían escogido cenar de manera informal dentro de la mansión y no fuera, en la terraza, para disfrutar del hermoso día de verano. Allí podían servirse a sí mismos sin intromisiones, y sin arriesgarse, además, a que su conversación llegara a oídos extraños. Peyton bebió un sorbo del excelente vino blanco, que acompañaba el estofado; acto seguido, abordó de manera directa el tema que les preocupaba:

- Ya he reunido a todos nuestros criados, para impartir instrucciones estrictas con respecto a Julia. No hablarán sobre su presencia en esta casa: el que lo haga, será despedido de manera fulminante. Julia no saldrá de aquí, sin que al menos uno de nosotros la acompañe, junto con una apropiada escolta de criados. ¿Está claro para todo el mundo? -barrió a todos los comensales con la mirada, antes de continuar-: Personalmente, preferiría que Julia no se marchara en ningún momento. Tan pronto como Oswalt se entere de que hemos abierto la casa, no dudo de que envíe a sus hombres a espiarnos. Pero nosotros no nos esconderemos, como conejos asustados. Mañana nos enfrentaremos con la alta sociedad, por lo que necesitaremos hablar de ello ahora -se volvió hacia su tía-. Tía Lily, vos os encargaréis de las invitaciones, por supuesto. ¿Qué clase de acto social nos recomendáis?

- ¿Las invitaciones? ¿Tan pronto? -inquirió Julia, sorprendida-. Si sólo llevamos en la capital unas pocas horas…

- Mandé instalar las aldabas en la puerta con antelación, antes incluso de venir -repuso la tía Lily, como si aquellas ocho horas de diferencia, resultaran fundamentales-. ¿Te parecería bien una soirée en casa de los Worthington, querida?

- Er, claro que sí…

- ¿Cuentas con la ropa adecuada? -le preguntó Peyton, meticuloso como siempre.

- Hoy ha llegado otro baúl de madame Broussard -informó la tía Lily, respondiendo por ella-. Hice que se lo subieran a su habitación.

Julia se sonrió. Había visto el baúl, pero no había tenido tiempo de abrirlo. Estaba segura de que tampoco lo necesitaría. Probablemente, la eficaz tía Lily conocería su contenido hasta el último botón.

Estaba empezando a acostumbrarse, a la manera de actuar de los Ramsden. Resultaba incluso entretenido observar cómo interactuaban, repartiéndose colectivamente las responsabilidades y las funciones. Tendría que demostrarles que ella, a su modo, podía llegar a ser tan diligente como ellos.

Sabía que los echaría de menos, cuando todo aquello hubiera terminado. Ese pensamiento la entristeció. Todo quedó rápidamente acordado: por la mañana, Paine iría a Brook Street y revisaría el estado de su casa, mientras que Julia acompañaría a la tía Lily a visitar a algunas de sus amistades más influyentes. Y a la noche, celebrarían señorialmente su entrada en sociedad, con una soirée en la afamada residencia de los Worthington.

- ¿Y mi familia? -preguntó Julia, cuando ya la sesión de planificación estaba tocando a su fin-. Existe la posibilidad de que nos la encontremos, o de que se entere de que ya estoy en la capital.

- Sí, desde luego. Contamos con ello -reconoció Peyton, apurando su copa de vino.

- Los criados no hablarán, pero no podemos confiar, seriamente, en mantener en absoluto secreto tu presencia aquí. Por lo demás, disimularlo carecería de sentido. Al fin y al cabo, nuestra intención es que nos vean en público. Queremos que nos vean juntos -le recordó Paine-. Tan pronto como tu tío se entere, de que estás con nosotros, le haré una visita.

A Julia no le gustó aquel tono. Sonaba demasiado autoritario.

- Pues yo quiero acompañarte. Quiero que sepan, por qué he hecho todo esto y asegurarles que me encuentro bien. Estarán mortalmente preocupados.

- Ya veremos, Julia. No quiero que corras ningún peligro innecesario -replicó secamente, mientras se levantaba de su silla-. Es hora de acostarse. Mañana tenemos un largo día por delante.

Julia se levantó para acompañarlo.

- Lo has hecho a propósito -lo reprendió en voz baja, mientras abandonaban el comedor.

- ¿El qué? ¿Levantarme de la mesa? Suelo hacerlo, cuando quiero irme a dormir.

- No, te has levantado de la mesa, porque no te gustó mi respuesta a lo que dijiste sobre visitar a mi tío.

Paine lanzó una mirada hacia atrás y, después de asegurarse de que no los veía nadie, se la llevó a un rincón en sombras de la terraza.

- Eres demasiado astuta…-se burló, mientras intentaba robarle un beso.

Pero ella lo empujó, apartando la cabeza.

- No, no vas a distraerme con besos… No pienso quedarme al margen, de esa visita que piensas hacerle a mi tío, como tú tampoco te quedaste al margen, cuando te dije que pensaba volver a Londres. Paine, prométeme que me dejarás acompañarte.

- Está bien, te lo prometo, siempre y cuando no suponga un peligro para ti -suspiró-. Negociar contigo es como negociar con el diablo, Julia. ¿Me darás un beso ahora?

- Creía que nunca me lo ibas a pedir… -le echó los brazos al cuello.

- No me digas… -rió Paine en voz baja, antes de reclamar sus labios con un beso que, según Julia, habría podido figurar en una antología de besos de buenas noches. Sobre todo entre un hombre y una mujer que, presuntamente, sólo estaban fingiendo estar enamorados.

Julia se hallaba en la larga cola de invitados, que aguardaban a ser presentados en la soirée de la residencia de los Worthington, agradecida de que los hermanos Ramsden llevaran el peso de los saludos y de las cortesías.

El día había sido una tormenta de actividad, y Julia no había esperado otra cosa. Sin embargo, no había estado preparada, para lo agotadora que podía llegar a ser aquella rutina. Sólo el hecho de cambiar continuamente de vestido, la había dejado exhausta. Por la mañana, había lucido un vestido de muselina para las visitas de cortesía que había hecho con la tía Lily, antes de comer. Luego Lily le había metido prisa para que se pusiera algo más «fresco» para la comida, y eso que apenas había llevado ese modelo durante tres horas. Después, había tenido que cambiarse de nuevo, para que la vieran pasear con la tía Lily por Hyde Park en carruaje descubierto y hora punta, antes de volver a casa para cenar y vestirse otra vez para la soirée.

¡Cuatro vestidos! Y Lily había supervisado cada elección con precisión militar, desde el sombrero hasta los zapatos. No había pasado por alto ningún detalle. Durante todo el día, la había llevado con mano experta de un lado a otro, presentándola a varias damas influyentes, incluyendo una lady patrona de Almack's, uno de los pocos clubes, que admitían a personas de ambos sexos.

Y tampoco se había olvidado, como no se habían olvidado los hermanos Ramsden, de que era una recién llegada a la capital y, por tanto, había un protocolo que seguir. Julia ya había sido presentada en sociedad, y había hecho sus primeras salidas, antes de que empezaran los problemas con Oswalt. Lily era consciente de todo lo que eso implicaba, y muestra de ello era que ya había advertido, a Paine, de que Julia no podría bailar el vals, dado que Almack's aún no la había autorizado a hacerlo.

Paine había protestado, como era lógico, con lo cual se había ganado un fuerte golpe de abanico de su tía en los nudillos.

Las propias noticias que había traído Paine, no habían sido buenas. La visita a su casa de Brook Street, lo había dejado consternado. La habían destrozado. El escaso mobiliario que poseía había sido destruido, incluido el elegante armario oriental, con su contenido regado por el suelo. Por lo demás, no echó en falta nada, como si la intención no hubiera sido el robo.

Los hermanos Ramsden llegaron a la conclusión de que, el objetivo no había sido otro que asustar a Paine. Oswalt debió de haber adivinado el lugar de su discreta residencia y había querido enviarle un mensaje muy claro, que no había escapatoria ni lugar donde pudiera esconderse.

Pero, afortunadamente, esconderse no formaba parte del plan. En aquel momento, Julia abrió su abanico para darse un poco de aire. La noche era cálida. Se alegraba de que Lily le hubiera sugerido el vestido de seda rosa, adornado con una simple cinta, en el lugar del que había propuesto ella, bordado con pedrerías.

- Estás preciosa -le susurró Paine al oído-. No sé cómo te las arreglas, para parecer tan inocente y pecaminosa al mismo tiempo. Me entran ganas de comerte…

- Ni hablar de eso, Paine -le reprendió la tía Lily, que lo había oído-. Ya nos toca. Compórtate.

Su tono de censura, era un brusco recordatorio de que el objetivo de aquella velada, no era únicamente Julia. Paine retornaba a la alta sociedad, con el sólido respaldo de su hermano el conde. Si querían poner punto final a las maquinaciones de Oswalt, Paine tenía que ser, nuevamente, aceptado en aquel selecto círculo.

Cuando fueron anunciados a la anfitriona, Julia tuvo la impresión de que todos los asistentes se habían quedado en silencio y los estaban observando. Y así era.

- Nos está mirando todo el mundo… -musitó.

- Por supuesto. Se estarán preguntando quién es la belleza que llevo del brazo -repuso Paine-. Pero ésa era precisamente nuestra intención.

No pudieron continuar la conversación, mientras se acercaban a la anfitriona. Paine desplegó todos sus encantos, inclinándose galantemente ante lady Worthington y besándole la mano.

- ¿Lo ves? -le dijo Paine a Julia poco después, cuando entraban en el salón de baile-. Los Ramsden nunca pasamos desapercibidos.

- Pues parece que lo habéis logrado una vez más -comentó Julia.

Los grupos de invitados, que se habían quedado cerca de la entrada, los miraban fijamente. Procurando mantener la cabeza bien alta, se atrevió a sonreír educadamente a más de uno.

- No te detengas -le aconsejó Paine con una sonrisa, mientras saludaba con la cabeza a los conocidos que iba descubriendo a su paso. Su mano nunca abandonaba su cintura y Julia se alegraba de sentir su ligera presión.

- Ya está. Nos quedamos aquí -dijo Peyton al fin, cuando llegaron al lugar que consideró más adecuado, al fondo de la sala. En cuestión de segundos, la gente empezaría a darse cuenta de que, el conde de Dursley, ya estaba preparado para «recibir».

Los invitados que habían estado observando su recorrido, a través de todo el salón, comenzaron a dirigirse hacia ellos. El temor de Julia de que fueran a verse rechazados, se evaporó rápidamente. Al cabo de unos pocos minutos, estaban rodeados de madres deseosas de presentar a sus hijas a Peyton, hombres deseosos de conocer a Paine y mujeres deseosas de hacer algo más que conocerlo…

Todo el mundo, quería escuchar la historia de Paine Ramsden.

Aquella tarde, sirvió de pauta para todas las que siguieron después. Durante las semanas siguientes, los hermanos Ramsden se dejaron ver en cada acto celebrado en los salones Mayfair’s, escoltando a la radiante Julia Prentiss, del brazo de la formidable marquesa viuda de Bridgerton. La historia del supuesto romance, entre Julia y Paine, circulaba sin cesar, y la presencia de la tía Lily le otorgaba credibilidad. Era ella quien se atribuía el mérito, de haberlos presentado en una reunión familiar.

Conforme avanzaba junio, la expectación continuó creciendo. Pero Julia no era tan ingenua como para suponer que, aquella multitud que ahora parecía seguirlos a todas partes, significaba que Paine había sido nuevamente acogido en el seno de la alta sociedad. Todavía era demasiado temprano. Los indicios, sin embargo, eran positivos. Incluso había sobrevivido a la prueba de Almack's y ahora, ya estaba autorizada para bailar el vals.

De pie junto a ella, rodeado de invitados en la mansión de los Hatley, en aquel momento estaba estrechando la mano de otro caballero, que había manifestado su interés por conocerlo.

- Resido de momento en Dursley House. Por favor, visitadme cuando gustéis, para que podamos hablar, largo y tendido de nuestro negocio.

- Eso suena prometedor -le susurró Julia, mientras veía alejarse al caballero.

- Sí, he descubierto que los préstamos en efectivo, constituyen un buen medio de restaurar mi reputación -explicó Paine-. La orquesta ha empezado a tocar. ¿Bailarás conmigo? Me parece recordar que bailar un vals, con un caballero, en un vistoso baile de gala, figuraba en la lista de deseos de una tal Julia Prentiss -flirteó con tono ligero, ofreciéndole su brazo.

- ¿Te acuerdas de aquello? -Julia le puso una mano en la manga, procurando no ruborizarse de la emoción.

- Sí… -le brillaban los ojos, mientras la guiaba a la pista y ocupaba su lugar en los grupos de baile-… y recuerdo también, otras cosas que hicimos aquella noche…

Crispin le pidió el segundo baile, pero el tercero fue una animada danza rural, que la dejó agotada. Hacía calor en la sala y estaba desesperada por respirar un poco de aire fresco.

Paine se dio cuenta inmediatamente de ello, cuando Crispin se la devolvió.

- Quizá prefieras que salgamos a dar un paseo por la terraza -le sugirió.

- Sólo por la terraza, Paine -le advirtió Peyton en voz baja, a su lado.

Aunque estuvo a punto de soltar una carcajada, Julia comprendía el motivo de aquella advertencia. Estaban cerca del éxito, y cerca también de la redención de Paine. Un escándalo amoroso, podría poner un brusco punto final a sus esperanzas.

- Sólo por la terraza, Peyton -sonrió Paine, antes de llevársela hacia allí.

Para su decepción, la terraza estaba llena de gente, pero el aire fresco era un alivio.

- Supongo que no pasará nada, porque salgamos a los jardines. Me alegraré de veras, cuando todo este absurdo haya terminado y pueda besarte cuando y donde quiera… -le susurró al oído.

Julia compartía aquel sentimiento. Como era de esperar, Paine no había podido escabullirse en su dormitorio y, con todas las miradas fijas en ellos, sus oportunidades de estar juntos, se habían visto severamente restringidas.

Los jardines no estaban tan frecuentados y Paine, localizó un banco en un rincón tranquilo, al pie de una fuente, rodeado de altos setos.

- Tú ya has estado aquí antes -adivinó Julia, sospechando de la facilidad con que lo había encontrado.

- Sí -la acercó hacia sí, tomándola de la cintura-. Aquí puedo besarte sin que nadie nos vea.

- Paine, ya conoces las reglas -protestó ella-. La velada ha salido muy bien. No quiero estropearla…

- No nos sorprenderán -le aseguró, empezando un improvisado vals, antes de que ella pudiera plantearle alguna otra objeción-. Te he deseado tanto… No poder tocarte, me está matando.

Julia se tambaleó ligeramente, mientras intentaba seguirle el ritmo.

- Esto no es en absoluto, como bailar con mis primos…

Paine se echó a reír.

- ¡Eso espero! -la estrechó con fuerza contra sí, mientras daba una vuelta en torno a la fuente.

- Paine, se supone que tenemos que guardar las distancias… -pronunció sin aliento. Con él, un simple baile podía convertirse en una aventura-. No sé por qué, el vals está considerado un baile tan escandaloso. Es sólo un dibujo de círculos y giros -reflexionó en voz alta, cediendo al fin.

- Querida mía, ¿es que no lo sabes? El vals es la metáfora del sexo.

- No me lo creo. Te lo estás inventando para sorprenderme -rió ella.

- No, mira y aprende -murmuró Paine, con un brillo de deseo en los ojos. Fue bajando el ritmo, marcando los pasos-. La mujer es la que huye, por eso siempre baila hacia delante. Es una caza. Si te pegas lo suficiente a mí, podrás sentirme a través del pantalón: la tensión de mis partes íntimas. Por eso, esas remilgadas matronas insisten tanto en la distancia. Pero aquí fuera, no tenemos por qué preocuparnos por esas tonterías…

- ¿Crees que lo sabes todo sobre el sexo? -flirteó Julia. Sabía que estaba peligrosamente excitado, pero no le importaba.

Sin dejar de bailar, la acorraló contra un seto y se apoderó de sus labios.

- Llevaba toda la noche, queriendo hacer esto…

- ¿Devorarme, quieres decir? -replicó entre beso y beso. Lo cierto era que ella también quería devorarlo a él. Lo había echado tanto de menos en la cama…

- Te deseo, Julia -y trazó un ardiente sendero de besos, a todo lo largo de su cuello.

Julia se arqueó contra él, con un gemido escapando de sus labios. Pero todavía, hizo un valiente esfuerzo por recuperar la cordura.

- Creo que esto no le sucedió a Cenicienta, cuando bailó con el Príncipe Encantador

- ¿Ah, no? -musitó Paine, con voz ronca-. Puede que esto te sorprenda: quizá el príncipe conocía esta técnica… -le alzó las faldas, desnudando sus muslos-. Permíteme que te haga esto. Un poco de nuestra magia, antes de medianoche -sus dedos encontraron el diminuto y sensible botón, oculto entre su sedoso vello.

Y empezó a acariciárselo.

Julia cerró los ojos y contuvo el aliento, ante aquella íntima invasión, incapaz de resistirse. Su exquisita caricia, la invitaba a saborear el placer que le ofrecía. Estaba ya tan cerca…

Hasta que sintió que se detenía de pronto. Abrió los ojos, indignada.

- Paine, ¿por qué…?

- ¿Qué era lo que habías dicho hace un momento, sobre la velada? -inquirió en un susurro, al tiempo que le bajaba las faldas.

- Que no quería estropearla -respondió, confusa.

- Pues parece que tus temores estaban fundados -y se apartó levemente.

Ya no estaban solos. Crispin Ramsden, se hallaba en la pequeña entrada de su secreto escondite, teniendo la consideración de mostrarse, tan incómodo como avergonzado.