Capítulo Catorce
Ramsey Westmoreland había pasado la mayor parte del día en el pastizal sur y cuando llegó a casa Chloe le informó del regreso de Gemma. Había llamado a Megan para que fuera a buscarla al aeropuerto. Y según lo que Megan le había contado, Gemma tenía cara de haber estado llorando durante las dieciocho horas que duraba el vuelo.
Estaba a punto de telefonear a Callum para averiguar qué demonios había pasado cuando recibió una llamada de Colin en la que decía que Callum viajaba de camino a Denver. Drama era lo último que necesitaba Ramsey en su vida. Ya había tenido suficiente durante su noviazgo con Chloe.
Y sin embargo ahí estaba, saliendo del camión para comprobar que Gemma estaba bien. Callum estaba de camino y Ramsey dejaría el asunto en manos de éste pues su hermana podía ser muy melodramática. Además, el hecho de que Gemma estuviera en casa de Callum y no en la suya propia hablaba por sí solo.
Golpeó la puerta con los nudillos y ésta se abrió bruscamente. Durante unos instantes se quedó atónito. Gemma tenía un aspecto terrible, aunque se cuidó de hacer comentarios al respecto. Se quitó el sombrero, entró en la casa y habló con voz serena.
–Veo que has vuelto de Australia antes de lo previsto.
–He venido a pasar una o dos semanas; luego volveré –explicó en tono forzado que él pretendió no advertir.
–¿Dónde está Callum? Me sorprende que te dejara volver sola, sabiendo el miedo que te da volar.
¿Hubo muchas turbulencias?
–No sé, no me fijé.
«Probablemente porque te pasaste todo el vuelo llorando sin parar».
Ramsey no la veía así desde el funeral de sus padres. Se apoyó en una mesa del salón y miró de un lado a otro.
–¿Por qué estás aquí y no en tu casa, Gemma?
Supo que había metido la pata cuando vio que su boca se ponía a temblar y ella se echaba a llorar.
–Lo amo, pero él no me corresponde. No soy su alma gemela. No pasa nada, puedo aceptarlo. Pero no quería llorar por un hombre como hacían esas chicas cuando Zane y Derringer rompían con ellas.
Juré que eso nunca me ocurriría a mí. Juré que nunca me enamoraría de un hombre que no me correspondiera como hicieron ellas.
Ramsey se la quedó mirando fijamente. ¿De verdad pensaba que Callum no la quería? Abrió la boca para decirle que estaba muy equivocada, pero volvió a cerrarla. No le correspondía a él decir nada. Dejaría que Callum se ocupara de ello.
–Perdona, Ram, pero necesito estar sola un minuto.
Ramsey vio cómo su hermana se dirigía al dormitorio y cerraba la puerta tras ella. Unos segundos después, cuando estaba a punto de irse, apareció un vehículo junto a él. Suspiró de alivio al ver que Callum salía precipitadamente del coche.
–Ramsey, he ido a casa de Gemma directamente desde el aeropuerto, pero no está allí. ¿Dónde demonios está?
Ramsey se apoyó en el camión. Callum tenía aspecto de no haber dormido en mucho tiempo.
–Está ahí dentro, y yo me largo ahora mismo. Te dejo que te ocupes tú.
Callum se detuvo antes de entrar en la casa. Ramsey se había subido al camión y marchado con muchas prisas. ¿Habría ido Gemma a destrozarle la casa?
Respirando hondo, se quitó el sombrero y abrió la puerta lentamente.
Echó un vistazo al salón. Todo estaba en orden, pero Gemma no parecía estar allí. De pronto oyó un sonido proveniente del dormitorio. Aguzó los oídos; era Gemma y estaba llorando. El sonido le rompió el corazón.
Cruzó rápidamente la habitación y abrió la puerta de su dormitorio. Allí estaba, tumbada en la cama con la cabeza enterrada en las almohadas.
Cerró con cuidado la puerta tras de sí y se apoyó en ella. Aunque la amaba y ella a él, le había roto el corazón. Pero durante las últimas cuatro semanas había aprendido que la manera de lidiar con Gemma consistía en hacerle creer que ella controlaba la situación, aunque en realidad no fuera así.
–Gemma.
Se incorporó tan bruscamente que Callum pensó que iba a caerse de la cama.
–¡Callum! ¿Qué estás haciendo aquí? –preguntó poniéndose en pie con rapidez y enjugándose los ojos con las manos.
–Yo podría preguntarte lo mismo, al fin y al cabo ésta es mi casa –replicó él cruzándose de brazos.
Ella hizo un gesto con la cabeza para retirarse el pelo de la cara.
–Sabía que no estabas aquí –dijo como si eso lo explicara todo.
–Por eso te marchaste de Australia, dejaste un trabajo a medio terminar y te subiste a un avión a pesar de que odias volar. Todo eso para venir aquí.
¿Por qué, Gemma?
Ella alzó la barbilla y lo miró, arisca.
–No tengo por qué responderte; no es asunto tuyo.
Callum apenas pudo disimular una sonrisa. Se apartó de la puerta y empezó a acercarse a ella.
–Ahí te equivocas. Sí es asunto mío, profesional y personalmente hablando. Profesionalmente porque te contraté para que hicieras un trabajo que no estás haciendo. Y personalmente porque todo lo relativo a ti me lo tomo como un asunto personal.
Ella alzó la barbilla un poco más.
–Pues no sé por qué.
–Entonces, Gemma Westmoreland, déjame que te lo explique –dijo acercando su cara–. Es un asunto personal porque tú lo eres todo para mí.
–Eso no es verdad –saltó–. Ve y díselo a la mujer con la que te vas a casar. Esa mujer que es tu alma gemela.
–Ya lo estoy haciendo. Tú eres esa mujer.
Ella entrecerró los ojos.
–No, no lo soy.
–Sí lo eres. ¿Por qué crees que he pasado aquí tres años trabajando como un animal? No porque necesitara el trabajo, sino porque la mujer que amo desde el momento en que la vi estaba aquí. La mujer que, como supe desde un principio, estaba destinada a ser mía. ¿Sabes cuántas noches me he ido a esta misma cama pensando en ti, esperando pacientemente a que llegara el día en que pudiera hacerte mía en todos los sentidos?
No le dio la oportunidad de replicar. A juzgar por su expresión de asombro no hubiera podido de todas maneras, así que continuó.
–Te llevé a Australia por dos razones. La primera, sabía que podías hacer el trabajo y la segunda, quería cortejarte en condiciones y en mi propio terreno.
Quería mostrarte que era un hombre digno de tu amor y confianza. Quería que creyeras en mí, que supieras que nunca te rompería el corazón porque siempre iba a estar a tu lado. Para darte lo que tú quisieras. Te amo.
Sabía que había llegado el momento de callarse y oír lo que ella tenía que decir. Gemma se sacudió la cabeza como para despejar su mente y lo miró enfadada.
–¿Me estás diciendo que yo soy la razón por la que te quedaste a trabajar para Ramsey y que me llevaste a Australia a decorar tu casa con la intención de conquistarme?
Ella lo había explicado con otras palabras, pero la idea era la misma.
–Sí, así es más o menos. Pero no olvides la parte en la que he dicho que te amo.
Ella agitó las manos en el aire y empezó a recorrer la habitación de un lado a otro, airada.
–¡Me has hecho pasar por todo esto para nada!
Me hiciste creer que estaba decorando la casa para otra mujer, que tú y yo estábamos viviendo una aventura que no conducía a ningún sitio.
Se detuvo y frunció el ceño.
–¿Por qué no me dijiste la verdad?
Él cruzó la habitación para situarse junto a ella.
–No estabas preparada para oír la verdad; no te la habrías creído –dijo con dulzura y, sonriendo, añadió–: Amenacé con secuestrarte, pero Ramsey pensó que eso era ir demasiado lejos.
Sus ojos se abrieron como platos.
–¿Lo sabe Ramsey?
–Por supuesto. Tu hermano es un hombre inteligente. No hubiera podido quedarme tres años aquí acechando a su hermana sin que él se diera cuenta.
–¿Acechándome? Quiero que sepas que yo…
Callum consideró que ya había hablado demasiado y decidió callarla tomándola en sus brazos y besándola. Cuando le introdujo la lengua entre los labios pensó que ella podía morderla o aceptarla. La aceptó y pronto empezó a enredarse con la suya.
Gemma le rodeó el cuello con los brazos y respondió a su beso como él le había enseñado. Él se separó momentáneamente para decir:
–Te amo, Gemma. Te amo desde el primer momento en que te vi; en ese instante supe que eras la mujer de mi vida, mi alma gemela.
Gemma apoyó la cabeza en el pecho de Callum y enlazó sus brazos alrededor de su cintura, aspirando su aroma, recreándose en su amor. Todavía estaba recuperándose de su declaración de amor. El corazón le iba a estallar de felicidad.
–Gemma, ¿quieres casarte conmigo?
Ella lo miró a los ojos y vio en ellos lo que no había visto antes.
–Sí, quiero casarme contigo, pero…
Callum se echó a reír.
–¿Hay un pero?
–Sí. Quiero que me digas todos los días lo mucho que me quieres.
Él puso los ojos en blanco.
–Has pasado demasiado tiempo con mi madre, mi hermana y mis cuñadas.
–Puede ser.
–No me supone ningún problema.
Él se sentó en la cama y la atrajo hacia sí para sentarla en su regazo.
–No contestaste a mi pregunta. ¿Por qué estabas aquí en lugar de en tu propia casa?
Ella bajó la mirada y comenzó a juguetear con los botones de su camisa. Finalmente lo miró a los ojos.
–Te va a sonar raro. Regresé a casa para olvidar-me de ti, pero una vez llegué tuve que venir aquí para sentirme cerca de ti. Pensaba dormir aquí esta noche porque es donde dormías tú.
Callum la abrazó con fuerza.
–Tengo noticias que darte, Gemma: esta noche dormirás aquí. Conmigo.
Entonces sacó una cajita del bolsillo de su chaqueta y le deslizó un anillo en el dedo.
–Para la mujer que me enamoró desde el momento en que la vi. Para la mujer que amo.
Los ojos de Gemma se llenaron de lágrimas al ver el precioso anillo que Callum le acababa de dar. Se quedó sin respiración. Recordaba aquel anillo. Lo había visto el día que salió de compras con las Austell y entraron en la joyería. Gemma le había dicho a Le’Claire lo mucho que le gustaba.
–Oh, Callum, ¿también lo sabe tu madre?
–Querida, lo sabe todo el mundo –sonrió–. Les hice prometer que guardarían el secreto. Para mí era importante cortejarte como te mereces. Sé que no has salido con muchos chicos y quería demostrarte que no todos los hombres son unos rompecorazones.
Ella le echó los brazos al cuello.
–Vaya si me cortejaste. Pero yo no me di cuenta.
Supuse que con las flores, el cine y los picnics en la playa querías demostrarme lo mucho que me apreciabas…
–¿En la cama?
–Sí.
–Eso era lo que temía: que pensaras que era una cuestión de sexo, porque no era así. Cuando te dije que te daría cualquier cosa que quisieras, hablaba en serio.
Ella descansó la cabeza sobre su pecho unos instantes antes de levantarla y preguntar:
–¿Crees que has malgastado tres años de tu vida aquí, Callum?
Él negó con la cabeza.
–No, porque me dieron la oportunidad de amarte en la distancia, de verte crecer y madurar hasta convertirte en la preciosa mujer que eres hoy. Fui testigo de cómo aprendiste a ser independiente, y me sentí muy orgulloso de ti cuando obtuviste aquel contrato con el Ayuntamiento, pues sabía que eras una mujer muy capaz. Eso fue lo que me dio la idea de comprar la casa para que tú la decoraras. Ése será nuestro hogar y la casita de la playa será nuestro rincón secreto –se detuvo unos momentos–. Sé que echarás de menos a tu familia y…
Gemma llevó un dedo a sus labios.
–Sí, echaré de menos a mi familia, pero mi hogar estará donde estés tú. Vendremos de visita, y eso será suficiente para mí. Quiero irme a Sidney contigo.
–¿Y tu empresa?
Gemma sonrió.
–La cerraré. Ya he abierto otra en Sidney, gracias a ti. Tendrá el mismo nombre pero distinta ubicación. Te quiero, Callum. Quiero ser tu esposa y tener tus hijos y te prometo que siempre te haré feliz.
–Oh, Gemma.
Le acunó el rostro con ambas manos y le rozó suavemente la boca con los labios antes de besarla profundamente.
En ese momento sonó el teléfono y él alargó el brazo para descolgar el auricular.
–Seguro que es mi madre para averiguar si todo ha ido bien.
Tomó el auricular.
–Dígame –asintió varias veces–. Está bien, vamos de camino.
Miró a Gemma y sonrió.
–Era Dillon. Chloe ha roto aguas y Ramsey la ha llevado al hospital. Parece que esta noche tendremos con nosotros a un nuevo Westmoreland.
Callum y Gemma no tardaron en llegar al hospital, que estaba ya abarrotado de familiares.
–Ya ha llegado el bebé –anunció Bailey, emocionada–. Ha sido una niña, como queríamos las chicas.
–¿Cómo está Chloe? –preguntó Gemma.
–Ramsey salió hace unos minutos para decir que estaba bien –dijo Megan–. Ha sido un nacimiento inesperado.
–Es verdad, no la esperábamos hasta la semana que viene –dijo Dillon sonriendo. Miró a su mujer, Pam, que también estaba embarazada y la atrajo hacia sí–. Estoy un poco nervioso.
–¿Ha llamado alguien al padre de Chloe?
–Sí –dijo sonriendo Lucia, la mejor amiga de Chloe–.
Está contentísimo de ser abuelo. Vendrá mañana.
–¿Cómo se va a llamar? –preguntó Callum.
Habló Derringer.
–Le van a poner Susan por mamá. Y de segundo, como la madre de Chloe.
Gemma sonrió. Sabía que Chloe también había perdido a su madre a una edad temprana.
–Estupendo. La primera nieta de nuestros padres. Estarían orgullosos.
–Y lo están –dijo Dillon dándole unos amistosos golpecitos en la nariz.
–Oye, ¿es esto un anillo de compromiso? –preguntó Bailey a voz en grito, agarrando la mano de Gemma.
Gemma miró a Callum y le sonrió con cariño.
–Sí, vamos a casarnos.
La sala de espera se llenó de gritos alborozados.
Los Westmoreland tenían mucho que celebrar.
Zane miró a Dillon y a Pam.
–Supongo que ahora depende de vosotros que los hombres seamos mayoría en esta familia.
–Eso –convino Derringer.
–Vosotros dos podríais encontrar a chicas con las que casaros y empezar a tener vuestros propios niños –le dijo Megan afectuosamente a sus hermanos.
La sugerencia hizo lo que Megan esperaba: callarles la boca.
Callum estrechó a Gemma entre sus brazos. Se miraron. Les daba igual que fueran niñas o niños: simplemente querían tener hijos.
–¿Contenta? –preguntó Callum.
–Muchísimo –susurró ella.
Callum se inclinó y le dijo al oído lo que pensaba hacer en cuanto regresaran a casa.
Gemma se sonrojó.
Megan miró a su hermana.
–¿Estás bien, Gemma?
Gemma sonrió, miró a Callum y luego a su hermana.
–No podría estar mejor.