Capítulo Trece
–Dígame –masculló Gemma al auricular del teléfono.
–Despierta, dormilona.
Gemma esbozó una sonrisa y se esforzó por abrir los ojos.
–Callum –susurró.
–¿Quién si no?
Llevaba dos días en la cacería con su padre y sus hermanos y seguiría fuera otros cuatro.
–Me acuerdo mucho de ti.
–Y yo también de ti, mi amor. Te echo de menos
–dijo él.
–Yo también te echo de menos –dijo ella dándose cuenta en ese momento de lo mucho que lo extrañaba.
–Me alegro de oírlo. He oído que ayer tuviste un día ajetreado.
Gemma se incorporó en la cama.
–Sí, pero Kathleen y yo conseguimos que lo entregaran todo tal y como lo habíamos planeado.
–No olvides que prometiste tomarte unos días de descanso para viajar a la India a mi regreso.
–Sí, me hace mucha ilusión. Espero que no sea un vuelo turbulento.
–Nunca se sabe. Pero yo estaré contigo y te protegeré.
Su sonrisa se ensanchó.
–Siempre lo haces.
Unos momentos después terminaron la llamada.
Ella mulló la almohada y se desperezó. Le costaba creer que llevara ya cuatro semanas en Australia.
Cuatro gloriosas semanas. Echaba de menos a su familia y amigos, pero Callum y su familia eran maravillosos y la trataban como si fuera uno de ellos.
Al día siguiente planeaba salir de compras con su madre, hermana y cuñadas. Luego se quedarían todas a dormir en casa de Le’Claire. Le encantaban las mujeres Austell y escuchaba divertida cómo manejaban a sus maridos. Pero para Gemma no había nada como estar con Callum. Podían hablar de cualquier cosa. Todas las semanas le enviaba flores, y dejaba notas con el mensaje Estoy pensando en ti repartidas por toda la casa para que ella las encontrara. Se quedó mirando el techo pensando que Callum era un hombre único. La mujer que se casara con él iba a ser muy afortunada.
Al pensar que otra mujer podría disfrutar de lo que ellos habían compartido durante el último mes sintió una punzada en el corazón. Que otra mujer pudiera vivir en la casa que ella estaba decorando la ponía enferma. Se sentó en el borde de la cama, consciente de por qué se sentía así: se había enamorado de él.
–¡Oh, no!
Se echó de espaldas en la cama y se cubrió el rostro con las manos. ¿Cómo había permitido que ocurriera? Aunque Callum no lo hiciera a propósito, acabaría rompiéndole al corazón. ¿Cómo podía haberse enamorado de él?
No necesitó recapacitar mucho para encontrar la respuesta. Callum era un hombre que se hacía querer. Pero ella no era la mujer destinada para él. Callum le había dicho que esperaba a su alma gemela.
Se levantó de la cama y se dirigió al cuarto de baño. Sabía lo que tenía que hacer. No pensaba dejar sin terminar el trabajo para el que la habían contratado, pero necesitaba estar en casa al menos una semana hasta recuperar la cordura. Kathleen podía ocuparse de todo hasta su regreso. Y cuando volviera estaría en condiciones de abordar el asunto de una manera apropiada. Seguiría amándolo, pero por lo menos estaría hecha a la idea de que jamás podría ser la mujer de su vida. No lo quedaba más remedio que aceptarlo.
Unas horas más tarde estaba duchada y vestida y había metido varias de sus cosas en una maleta. Llamó a Kathleen y le explicó lo que tenía que hacer durante su ausencia además de asegurar a la mujer que volvería al cabo de una semana aproximadamente.
Gemma decidió no llamar a Callum para decirle que se iba. Se preguntaría el porqué de su súbito viaje. Ya pensaría en una excusa cuando llegara a Denver. Se enjugó las lágrimas. Había permitido que le ocurriera lo que siempre se había jurado evitar. Se había enamorado de un hombre que no la amaba.
Callum salió al porche de la cabaña y miró a su alrededor. No había nada más hermoso que el desierto australiano. Recordó su primer día en la cabaña, cuando era niño, en compañía de su padre y hermanos. Sus pensamientos se desviaron hacia Gemma.
Estaba convencido de que era su alma gemela. El último mes había sido idílico, despertando con ella en brazos cada mañana y haciéndole el amor cada noche. Esperaba con paciencia a que ella se diera cuenta de que también lo amaba.
Entonces hablarían de ello y él le confesaría que la quería, que había sabido durante mucho tiempo que era la mujer para él, pero que había preferido esperar a que ella se diera cuenta por sí misma.
Callum bebió un sorbo de su café. Tenía la sensación de que había empezado a darse cuenta. La semana anterior la había sorprendido más de una vez mirándolo con una expresión extraña, como si estuviera tratando de resolver un misterio. Y por las noches, cuando se entregaba a él, sentía que él era el único hombre en su vida.
–Callum. Es mamá al teléfono; quiere hablar contigo.
La voz de Morris interrumpió sus pensamientos.
Entró en la cabaña y tomó el auricular.
–¿Mamá?
–Callum, se trata de Gemma.
El corazón casi dejó de latirle. Sabía que las chicas tenían pensado ir de compras a la mañana siguiente.
–¿Qué pasa con Gemma? ¿Ha ocurrido algo?
–No estoy segura. Me llamó y me pidió que la llevara al aeropuerto.
–¿Al aeropuerto?
–Sí. Dijo que tenía que volver a casa un tiempo.
Creo que había estado llorando.
Callum se frotó la frente. Aquello no tenía ningún sentido. Había hablado con ella aquella mañana y todo estaba bien. Tenía dos cuñadas embarazadas, y esperó que no hubiera ocurrido nada malo.
–¿Dijo por qué se iba? ¿Ha ocurrido algo en su familia?
–No, le pregunté y me dijo que no tenía nada que ver con su familia.
Callum dio un hondo suspiro. No comprendía nada.
–¿Le has dicho ya que estás enamorado de ella, Callum?
–No. No quería precipitar las cosas, prefería que antes fuéramos amigos, que viera por mis acciones de que la amaba y que se diera cuenta de que ella también me quería a mí.
–Ahora lo entiendo todo –replicó Le’Claire en voz baja.
–¿Ah, sí? Pues explícamelo, porque estoy confuso.
–No me sorprende; al fin y al cabo, eres un hombre. Creo que la razón por la que Gemma se ha marchado es que se ha dado cuenta de que está enamorada de ti. Está huyendo.
Callum se quedó aún más confundido.
–¿Por qué haría algo así?
–Porque te ama y piensa que tú no le correspondes…
–Pero yo sí la quiero.
–Ella no lo sabe. Y si le dijiste que estabas esperando a tu alma gemela, probablemente piensa que no es ella.
En el momento en que comprendió las palabras de su madre, Callum sacudió la cabeza en un gesto de frustración y soltó un gruñido.
–Creo que tienes razón, mamá.
–Yo también. ¿Qué vas a hacer?
En sus labios se dibujó una sonrisa.
–Ir tras ella.