Capítulo Tres

–¿Te encuentras bien, Gemma?

Ésta giró la cabeza y miró a Callum. ¿Qué acababa de decir el piloto? Que estaban volando a una altura de once mil metros. ¿Le estaría preguntando Callum que cómo se encontraba porque de repente se había puesto de color verde?

No era el momento de explicarle que le tenía pánico a volar. Aunque no era la primera vez que se subía a un avión, eso no significaba que le gustara.

–Gemma.

Respiró hondo.

–Sí, estoy bien.

–¿Estás segura?

No, no lo estaba, pero él no tenía por qué saberlo.

–Sí.

Giró la cabeza hacia la ventanilla preguntándose si pedir un asiento junto a la ventana había sido una buena idea. No podía ver nada más que nubes y el reflejo de Callum. Éste olía bien y se preguntó qué colonia llevaría. Estaba muy guapo. Había ido a recogerla vestido con unos vaqueros, una camisa de cambray azul y botas de vaquero. Lo había visto de esa guisa multitud de veces, pero por alguna extraña razón, aquel día le parecía diferente.

–La azafata va a servir unos aperitivos. ¿Tienes hambre?

–No, he desayunado bien esta mañana con Ramsey y Chloe.

Él levantó una ceja.

–¿Te has levantado a las cinco de la mañana para eso?

–Sí. Me he puesto el despertador. Pensé que si madrugaba, a estas horas me entraría sueño.

–¿Te da miedo volar?

–Digamos que no es una de mis actividades favoritas –respondió–. Hay otras cosas que me gustan más, como hacerme una endodoncia, por ejemplo.

Él inclinó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada. A Gemma le gustó. Conocía a Callum desde hacía tres años y era la primera vez que oía su risa.

Siempre le había parecido muy serio, igual que Ramsey. O por lo menos, como era Ramsey en el pasado. En opinión de Gemma, el matrimonio le había cambiado para mejor.

–Además –añadió ella en tono grave–. Mis padres murieron en un accidente de avión, y no puedo evitar pensar en eso siempre que vuelo. Durante un tiempo juré que nunca me subiría en uno de estos aparatos.

Entonces Callum hizo algo inesperado. Tomó la mano de Gemma entre las suyas.

–¿Cómo superaste ese miedo?

Ella miró sus manos unidas y luego su rostro antes de suspirar profundamente.

–Me negué a vivir aterrada por lo desconocido.

Así que un buen día le dije a Ramsey que estaba lista para volar por primera vez. En aquel momento él trabajaba con Dillon en la firma de gestión de tierras Blue Ridge y me invitó a ir con él en un viaje de negocios. Tenía catorce años –esbozó una sonrisa resplandeciente–. Me sacó del colegio durante unos días y volamos a Nuevo México. La primera vez que experimenté turbulencias casi me da un ataque.

Pero me calmó con sus palabras. Incluso me obligó a escribir una redacción sobre la experiencia.

La azafata llegó con el carrito de las bebidas, pero Gemma no pidió nada. Callum aceptó una bolsa de cacahuetes y pidió una cerveza. Gemma se arrellanó cómodamente en el asiento. Tenía que admitir que los asientos de primera clase eran muy amplios. Notó que la azafata sonreía a Callum un poco más de lo necesario y recordó algo.

–¿Es verdad que tus padres se conocieron en un vuelo a Australia?

–Sí, es verdad. Mi padre estaba comprometido con otra mujer y volvía a Australia para organizar la boda.

–¿Y se enamoró de otra mujer estando comprometido?

Callum advirtió el tono de alarma en su voz. Sabedor de lo que Gemma pensaba de los hombres que rompen deliberadamente el corazón de las mujeres, se apresuró a explicarse.

–Por lo que he oído, no era más que un matrimonio de conveniencia.

Ella levantó una ceja.

–¿Un matrimonio de conveniencia para quién?

–Para ambos. Ella deseaba un marido rico y él quería casarse para tener hijos. En su opinión, era un arreglo perfecto.

Gemma asintió.

–¿No estaban enamorados?

–No. Él no creía en el amor hasta que conoció a mi madre. Fue como un mazazo, para decirlo con sus propias palabras –rió.

–¿Y qué ocurrió con su prometida?

A Callum le pareció notar pena en su voz.

–No estoy seguro. Lo que sí sé es lo que no le ocurrió.

–¿Qué? –preguntó, curiosa.

–No tuvo la boda que esperaba –sonrió él.

–¿Y eso te parece divertido?

–Pues sí, porque meses después se descubrió que estaba embarazada de otro hombre.

Gemma contuvo el aliento e inclinó la cabeza hacia Callum.

–¿Lo dices en serio?

–Completamente.

–A Ramsey estuvo a punto de pasarle algo parecido, pero Danielle canceló la boda.

–Eso he oído.

–A mí me caía bien.

–También lo he oído. Tengo entendido que le gustaba a toda la familia. Pero eso te demuestra algo.

–¿El qué?

–Que los hombres no somos los únicos que rompemos corazones.

Gemma se reclinó en su asiento y dejó escapar un lento suspiro.

–Nunca he dicho que así fuera.

–¿Ah, no? –preguntó con una sonrisa.

–No, por supuesto que no.

Callum decidió dejarlo estar y se limitó a seguir sonriendo.

–Es hora de que te eches esa siesta. Estás empezando a sonar un poco gruñona.

Para sorpresa de Callum, ella obedeció, lo que le dio la oportunidad de observarla mientras dormía.

Experimentó el intenso deseo que sentía siempre que estaba a su lado. Estudió su rostro y pensó que el descanso que da el sueño lo hacía, si cabe, más hermoso. Ya no era la jovencita que había conocido aquel día. En tres años, sus facciones infantiles se habían transformado en las de una mujer, empezando por sus sensuales labios. Mientras los recorría con la mirada, se preguntó cómo podían unos labios ser tan carnosos y provocativos.

Contempló sus ojos enmarcados por largas pestañas y luego sus pómulos. Deseó acariciarlos, o aun mejor, recorrerlos con la punta de la lengua y reclamarlos como suyos. Porque ella era suya, aunque no lo supiera todavía. Le pertenecía.

Comprobó que su respiración era acompasada y advirtió el movimiento de su pecho, escondido seductoramente tras una blusa azul claro. Siempre la había encontrado muy sexy y no se había molestado en luchar contra la tentación. La deseaba en la distancia, algo que no podía evitar, pues no había tocado a una mujer en casi tres años. Una vez tuvo claro el papel que esa mujer iba a desempeñar en su vida, disciplinó su cuerpo, sabedor de que Gemma iba a ser la única mujer con la que haría el amor el resto de su vida. El mero hecho de pensarlo hizo que se le endureciera el cuerpo. Aspiró su aroma, cerró el libro que estaba leyendo y colocó su almohada. Cerró los ojos y dejó que sus fantasías lo llevaran donde siempre, a ese mundo donde hacía en sueños lo que todavía no podía hacer en la vida real.

Gemma abrió lentamente los ojos. Miró a Callum y vio que se había quedado dormido. Tenía la cabeza inclinada hacia ella. Estaba tan cerca que podía aspirar su aroma masculino. Tenía suficientes hermanos y primos como para saber que cada hombre huele de una manera distinta. Lo mismo se podía decir de las mujeres. Cada persona porta una fragancia única y la que penetraba en su nariz en ese momento le estaba provocando una extraña sensación en el estómago.

Le chocó que nunca le hubiera pasado nada parecido, pero lo cierto es que Callum jamás había estado tan cerca de ella. Generalmente estaban rodeados de otros miembros de la familia. Y no es que en el avión estuvieran solos del todo, pero tenían un mayor grado de intimidad. Hasta podía percibir el sonido de su acompasada respiración.

Cuando fue a buscarla a casa, ella ya estaba preparada. Lo había visto en vaqueros muchas veces, pero había algo en el par que llevaba aquel día que le cortó la respiración. Cuando se agachó para recoger las maletas, se le marcaron los muslos flexionados bajo el tejido. Y luego estaban esos musculosos brazos bajo la camisa de vaquero. Gemma se había quedado contemplando su cuerpo más tiempo del necesario.

Ahora lo observaba de cerca, fascinada por su belleza y se preguntaba cómo se las había arreglado para mantener a las mujeres a distancia tanto tiempo. Una parte de ella le decía que no era sólo por la historia que se había inventado Zane de la novia que lo esperaba en Australia. Ese cuento podía apartar a algunas mujeres como Jackie, pero no a otras mucho más atrevidas. Era más bien su actitud, parecida a la de Ramsey. Antes de conocer a Chloe, la mayoría de las mujeres se lo hubieran pensado dos veces antes de acercarse a su hermano. Emanaba un halo de inaccesibilidad siempre que le convenía. Pero, por alguna razón, nunca había considerado a Callum tan inabordable como Ramsey. Siempre que habían hablado él se había mostrado muy agradable.

–Ay…

La palabra se le escapó de la boca en un tono frenético cuando el avión entró en una zona de turbulencias.

–¿Estás bien?

Callum se había despertado.

–Sí, es que no me lo esperaba. Perdona que te haya despertado.

–No pasa nada –repuso él, incorporándose en el asiento–. Llevamos unas cuatro horas de viaje; tarde o temprano teníamos que encontrar un bache de aire.

Ella tragó saliva al notar otra sacudida.

–¿A ti no te afectan?

–No tanto como antes. Cuando era pequeño mis hermanos y yo volábamos con mi madre a Estados Unidos para visitar a los abuelos. Las turbulencias me parecían tan emocionantes como una vuelta en la montaña rusa; me resultaban divertidísimas.

Gemma puso los ojos en blanco.

–No hay nada divertido en la sensación de estar en un avión que se sacude con tanta violencia que parece que se va a romper.

Él dejó escapar un risita.

–No te va a pasar nada, pero deja que compruebe que tienes bien abrochado el cinturón por si acaso.

Y, sin más, le pasó el brazo por la cintura para pal-par el cinturón. Gemma sintió cómo sus dedos le rozaban el estómago y experimentó un escalofrío. Lo miró a los ojos y supo en ese momento que algo estaba ocurriendo entre ellos dos y que, fuera lo que fuese, no estaba preparada para ello.

Había oído hablar de la tensión sexual, pero no entendía por qué la estaba sintiendo en ese momento y más con un hombre que era casi un desconocido. Aunque no era la primera vez que estaban juntos, nunca hasta entonces habían estado solos. Se preguntó si él estaría experimentando las mismas sensaciones que ella.

–Tienes el cinturón bien puesto –dijo, y a ella le pareció que la voz le sonaba más ronca. O quizá no eran más que imaginaciones suyas.

–Gracias por comprobarlo.

–De nada.

Como ya estaban despiertos los dos, Gemma decidió que era el momento de charlar. Era mejor que estar en silencio imaginando todo tipo de locuras, como por ejemplo, qué ocurriría si ella comprobaba el cinturón de Callum del mismo modo que había hecho él. Sintió que se ruborizaba y que se le disparaba el pulso sanguíneo.

–Háblame de Australia –dijo rápidamente.

Estaba claro que le gustaba hablar de su país, a juzgar por su sonrisa. Menudos labios tenía. Ya se había fijado en ellos, pero era la primera vez que se detenía a observarlos con detenimiento.

¿Por qué tenía esos sentimientos tan apremiantes por Callum así de repente? ¿Por qué sus labios, sus ojos y otras partes de su rostro, además de sus manos y sus dedos, la excitaban tanto?

–Te va a encantar Australia –dijo con ese marcado acento que tanto le gustaba–. Sobre todo Sidney.

Es un lugar único en el mundo.

Ella cruzó los brazos a la altura del pecho.

–¿Mejor que Denver?

Él se rió y la miró con complicidad.

–Sí, Denver tiene muchas cosas buenas, pero hay algo en Sidney que la hace especial. Y no lo digo sólo porque sea la ciudad donde nací.

–¿Y qué es eso tan maravilloso?

Él volvió a sonreír y ella sintió otro cosquilleo en el estómago.

–No me gusta sonar a anuncio publicitario, pero Australia es un país muy cosmopolita plagado de historia y rodeado de algunas de las playas más hermosas que te puedas imaginar. Cierra los ojos un momento y trata de imaginártelo, Gemma.

Ella obedeció y él comenzó a describirle las playas en tono meloso y con todo lujo de detalles. A Gemma le pareció sentir el agua del océano en los labios y una brisa fresca acariciándole la piel.

–Están la playa de Kingscliff, Byron Bay, Newcastle y Lord Howe, por nombrar sólo unas pocas. Cada una de ellas es un paraíso acuático de las aguas verdeazuladas más cristalinas que has visto nunca.

–¿Como el color de tus ojos? –preguntó ella con los suyos todavía cerrados.

–Sí, algo así. Hablando de ojos, ya puedes abrir-los.

Ella alzó lentamente los párpados y se encontró con la mirada y los labios de Callum a escasos centímetros de ella. No tenía más que sacar la lengua para probar su sabor. Una tentación que le estaba costando Dios y ayuda resistir. Su respiración se hizo irregular, y a juzgar por las subidas y bajadas del pecho de Callum, a él le estaba pasando lo mismo.

–Gemma…

Él acercó su boca un centímetro más, hasta que ella pudo sentir su húmedo aliento en los labios. En vez de responder, se acercó más a su vez. Su cuerpo se estremeció de un ansia que nunca se había creído capaz de sentir.

–¿Desean algo más para picar?

Callum dio un respingo y apartó rápidamente la cara para mirar a la sonriente azafata. Respiró hondo antes de responder.

–No, gracias. No quiero nada.

Acababa de decir una mentira. Sí que quería algo, pero era una cosa que sólo podía darle la mujer que estaba sentada a su lado.

La azafata miró entonces a Gemma y ésta respondió con la voz temblona.

–No, gracias.

Callum esperó a que la azafata desapareciera para mirar a Gemma, que se había girado hacia la ventanilla y le daba ahora la espalda. Supuso que pretendería que nada había sucedido entre ellos hacía unos segundos. No le cupo la menor duda de que se habrían besado si la azafata no los hubiera interrumpido.

–¿Gemma?

Ésta tardó más tiempo del necesario en girarse y cuando lo hizo se puso a hablar de cosas que a Callum le importaban un comino.

–He metido en la maleta las muestras de colores, Callum, para que puedas elegir el más adecuado para tu casa. Yo te sugeriré algunos, claro, pero la decisión final será tuya. ¿Te gustan los tonos arena?

A mí me parecen los más apropiados.

Le dieron ganas de decirle que lo más apropiado era retomar las cosas en el mismo punto donde las habían dejado, pero de momento decidió asentir y seguirle la corriente. Había conseguido algo: que ella finalmente lo mirara como a un hombre. Era mejor darle el tiempo necesario para aceptarlo. No iba a presionarla ni a precipitar la situación. Las cosas seguirían su curso natural. A juzgar por la pasión que habían compartido hacía unos instantes no te-nía razones para pensar de otro modo.

–Me gustan los tonos arena, así que probablemente sean los más adecuados –comentó, aunque el asunto le interesaba más bien poco. Lo importante era que le gustaran a ella, pues la idea era que acabaran viviendo juntos en esa casa.

–Eso es estupendo, pero también me gustaría añadir colores vibrantes. Los rojos, verdes, amarillos y azules están de moda ahora. Podríamos mezclarlos para obtener combinaciones atrevidas. Es algo que hace mucha gente.

Ella siguió parloteando mientras él asentía de vez en cuando para dar la impresión de estar escuchando. Si Gemma necesitaba sentir que era ella la que controlaba la situación, que así fuera. Se relajó en su asiento, inclinó la cabeza y observó con deseo el movimiento de sus labios mientras pensaba en lo que le haría a esa boca si le dieran la oportunidad. Decidió ser positivo y concentrarse en lo que haría cuando tuviera dicha oportunidad.

Unos instantes después de que Callum cerrara los ojos, Gemma dejó de hablar, contenta de haberlo conducido al sueño con su cháchara. Había hablado de todos los aspectos de la decoración de la casa para asegurar que no se desviaban del tema. Lo último que quería era que él mencionara lo que había estado a punto de pasar entre ellos. Sólo el pensar lo cerca que habían estado de besarse hacía que se le disparara el pulso.

Nunca se había conducido de manera inapropiada con un cliente y no entendía qué le había sucedido exactamente. Cuando notó lo proximidad de sus bocas, pensó que lo más natural era probar sus labios. Estaba claro que él había pensado lo mismo, pues se había acercado hacia ella con el mismo entusiasmo. La interrupción de la azafata no podía haber sido más oportuna. Callum era un cliente, un amigo de la familia y no alguien por quien debiera sentirse atraída sexualmente.

Llevaba veinticuatro años sin darle mayor importancia a los hombres y tenía la intención de seguir así otros veinticuatro.