Capítulo Ocho
A la mañana siguiente, después de darse una ducha, Callum se vistió mientras contemplaba por la ventana de su dormitorio las bellas aguas del océano. Por alguna razón pensó que aquél iba a ser un día maravilloso. Estaba de vuelta en casa y la mujer con la que pensaba compartir el resto de su vida dormía bajo su techo. Mientras se calzaba los zapatos pensó que echaba de menos Denver, el trabajo en el rancho y el contacto con los hombres con los que había intimado a lo largo de los tres últimos años.
Durante ese tiempo Ramsey había necesitado su ayuda y entre ellos se había formado un lazo estrecho.
Ahora la vida de Ramsey había tomado una dirección distinta. Era verdaderamente feliz; tenía una esposa y un hijo en camino, y Callum se sentía feliz por su amigo. Su plan era encontrar la misma felicidad para sí mismo.
Mientras se abotonaba la camisa recordó el beso que Gemma y él se habían dado la noche anterior.
Todavía tenía el sabor de ella en la lengua. Le había dicho que no volvería a besarla hasta que ella lo pidiera, y pensaba hacer todo lo que estuviera en su mano para que esto ocurriera. Pronto.
Era plenamente consciente de que Gemma era muy testaruda. Si quería meterle una idea en la cabeza, tendría que hacerlo de manera que ella pensara que la idea había sido suya. De lo contrario, se opondría. A Callum esto no le molestaba. Cuando puso en marcha su plan de seducción su objetivo era que Gemma pensara que era ella la que lo estaba seduciendo a él.
Aunque sus sentimientos por Gemma iban más allá del deseo sexual, no podía evitar los sueños nocturnos que lo acechaban desde que la conoció. La había visto desnuda, en sueños. Había saboreado cada centímetro de su piel, en sueños. Y en sueños le preguntaba constantemente qué deseaba, qué necesitaba, para demostrarle que era la mujer de su vida.
La noche anterior, después de que él le mostrara el cuarto de invitados y le llevara el equipaje a la habitación, ella le dijo que estaba muy cansada y que se retiraría temprano. Se había metido rápidamente en su cuarto y no había emergido aún de él. No importaba. Con el tiempo se daría cuenta de que en lo que a él se refería, podía huir, pero no esconder-se. La dejaría negar que algo estaba naciendo entre los dos, pero pronto descubriría que él era el hombre de su vida.
Pero lo que quería y necesitaba en ese preciso momento era otro beso. Sonrió al pensar que su misión era hacer que ella sintiera lo mismo. Y, mientras salía de su habitación, decidió que recibir otro beso era un asunto prioritario.
Gemma estaba de pie descalza delante de la ventana de la cocina, admirando la playa. La vista era espectacular. Nunca había visto nada parecido.
Una vez, cuando estaba en la universidad, había ido desde Nebraska a Florida en coche con unas amigas para pasar un fin de semana de primavera en la playa de Pensacola. Allí había visto una playa verdadera con kilómetros y kilómetros de limpias aguas de color turquesa. Estaba convencida de que el océano Pacífico era aún más impresionante y había tenido que recorrer miles de kilómetros para conocerlo.
Pensó en su casa.
Aunque la echaba de menos, decidió que su estancia en Australia sería una aventura, y no un mero viaje de trabajo. Debido a la diferencia horaria no había realizado ninguna llamada telefónica la noche anterior, pero pensaba hacerlo pronto.
Megan estaba investigando el asunto de Niecee y el banco. Gracias al dinero que Callum le había adelantado, su cuenta volvía a estar boyante y podía hacer frente a sus deudas. Pero no pensaba dejar que Niecee se saliera con la suya. No quería que nadie de la familia, aparte de Megan y Bailey, supiera lo ocurrido hasta haber recuperado el dinero.
Bebió un poco de café y pensó en el beso de la noche anterior. El orgasmo había sido sencillamente arrebatador. Sólo pensar en ello la hacía estremecer.
Enrojeció al recordar lo que Callum había hecho con la lengua en su boca y con los dedos entre sus piernas.
Le había costado conciliar el sueño. Había soñado más de una vez con su lengua y ahora que sabía lo que podría hacer con ella, quería más.
Dio un hondo suspiro, pensando que de ninguna manera podría pedirle una segunda parte. Ahora podía afirmar que sabía de primera mano lo que era un orgasmo con su virginidad todavía intacta.
Qué cosas. Tener veinticuatro años y ser virgen no le importaba lo más mínimo. Lo que le molestaba era saber que había mucho placer por sentir ahí fuera y que ella se lo estaba perdiendo. Un placer que sin duda Callum era más que capaz de procurarle.
No tenía más que pedirle lo que quisiera.
–Buenos días, Gemma.
Ella se giró repentinamente, sorprendida de no haber derramado el café. No lo había oído bajar por las escaleras. De hecho, tampoco lo había oído en el piso de arriba. Y ahí estaba de pronto, en mitad de la cocina, vestido como no lo había visto nunca.
Llevaba un traje de color gris de buena calidad.
De algún modo había dejado de ser el encargado de un rancho de ovejas para convertirse en un sofisticado hombre de negocios. No supo cómo interpretar ese cambio. No estaba segura de a cuál de los dos Callum Austell prefería.
–Buenos días, Callum –se oyó decir a sí misma mientras trataba de no perderse en las profundidades de sus ojos verdes–. Ya estás vestido y yo no.
Se miró a sí misma. No llevaba zapatos y además se había puesto uno de los vestiditos de verano que Bailey le había regalado por su cumpleaños.
–No pasa nada. La casa no va a irse a ningún sitio; seguirá allí cuando estés lista. Yo tengo que ir a la oficina para decirle a todo el mundo que he vuelto por un tiempo.
Ella alzó una ceja.
–¿La oficina?
–Sí. Promotora Inmobiliaria Le’Claire. Es una constructora parecida a la firma de gestión de tierras Blue Ridge. La organización aglutina varios ranchos de ovejas más pequeños, del estilo del de Ramsey.
–Y tú eres…
–El consejero delegado de Le’Claire –afirmó.
–¿Le pusiste a la empresa el nombre de tu madre?
Él rió entre dientes.
–No, fue mi padre el que lo hizo. De acuerdo con las condiciones del fideicomiso que creó mi bisabuelo, los cuatro hermanos recibimos nuestro propio negocio al cumplir los veintiún años. Morris, por ser el primogénito, heredará las granjas de ovejas que pertenecen a la familia Austell desde hace varias generaciones, así como acciones en todos los negocios de sus hermanos. Colin es el consejero delegado de la cadena de hoteles de la familia. El hotel en el que nos alojamos la otra noche es uno de ellos.
Le’Shaunda recibió una cadena de supermercados y a mí me tocó la promotora inmobiliaria y varios ranchos de ovejas pequeños. Aunque soy el consejero delegado, cuento con empleados muy eficientes que llevan los asuntos en mi ausencia.
Gemma asintió mientras trataba de asimilar todo aquello. Bailey les había dicho a sus hermanas que Callum tenía mucho dinero, pero Gemma no se lo había acabado de creer. ¿Por qué un hombre tan rico como decía Bailey se contentaría con un trabajo de encargado de un rancho ajeno? Vale que Ramsey y él fueran buenos amigos, pero eso no era razón suficiente para que Callum renunciara a una vida lujosa durante tres años y viviera en una pequeña cabaña en la propiedad de su hermano.
–¿Por qué lo hiciste? –preguntó.
–¿Por qué hice qué?
–Es obvio que tienes dinero. ¿Por qué has renunciado a todo esto durante tres años para trabajar de encargado en el rancho de mi hermano?
Callum se planteó si aquél sería el momento ideal de sentarse con ella y explicarle la razón por la que había vivido en Denver durante tres años. Pero pensó que igual que a su padre no le había salido bien la jugada cuando trató de explicarle a su madre que eran almas gemelas, a él tampoco iba a funcionarle con Gemma.
Según Todd Austell, convencer a Le’Claire Richards de que para él había sido amor a primera vista fue lo más difícil que había tenido que hacer en su vida. De hecho, Le’Claire pensó que quería casarse con ella para rebelarse contra sus padres, que querían elegirle esposa, y no porque realmente estuviera enamorado.
Callum estaba convencido de que su madre había cambiado de opinión, pues no pasaba un día sin que su padre le demostrara a su esposa lo mucho que la amaba. Quizá por eso a Callum le había resultado tan fácil reconocer que estaba enamorado. Su padre era un modelo a imitar.
Sin embargo tenía la sensación de que Gemma juzgaría su enamoramiento con el mismo escepticismo de su madre. No podía explicarle la razón que lo había llevado a vivir durante tres años prácticamente en el patio trasero de Gemma.
–Necesitaba descansar un poco de mi familia –se oyó decir, lo cual no era del todo mentira. En sus años mozos había sido un chico salvaje e irreflexivo y su regreso a casa tras pasar por la universidad no había mejorado las cosas. Entonces murió su abuelo.
Callum había estado muy unido al anciano, que lo había mimado excesivamente. Una vez hubo desaparecido, no había nadie que excusara sus travesuras, que lo sacara de los líos en los que se metía y que escuchara las historias que se inventaba. Su padre decidió que la única manera de que se convirtiera en un hombre de provecho era ponerlo a trabajar. Y así lo hizo.
Trabajó en el rancho de sus padres un año ente-ro para demostrar su valía. Sólo entonces su progenitor decidió concederle la dirección de la compañía Le’Claire. Pero para entonces Callum había decidido que prefería la litera del rancho a un despacho glamoroso en la trigésima planta de un edificio con vistas al puerto. De modo que contrató al mejor equipo de administradores que el dinero podía pagar para que se encargaran de su rancho mientras él volvía a trabajar en el de sus padres. Fue entonces cuando conoció a Ramsey y ambos se hicieron amigos rápidamente.
–Lo entiendo –intervino Gemma interrumpiendo sus pensamientos.
Él alzó una ceja. Había esperado que siguiera interrogándolo.
–¿Ah, sí?
–Sí, ésa es la razón por la que Bane se fue de casa y se alistó a la Marina. Necesitaba su espacio, estar lejos de nosotros durante un tiempo. Tenía que encontrarse a sí mismo.
Brisbane era el hermano pequeño de su primo Dillon. Por lo que sabía Callum, Bane sólo tenía ocho años cuando murieron sus padres. Manifestó su tristeza de forma diferente a los demás pues se dedicó a pelear para obtener la atención que anhelaba. Cuando se graduó en el instituto se negó a ir a la universidad. Tras varios encontronazos con la ley y un enfrentamiento con los padres de una jovencita que no querían que su hija tuviera nada que ver con él, Dillon convenció a Bane de que se replanteara la vida. Todo el mundo esperaba que la vida militar lo convirtiera finalmente en un hombre.
Callum decidió que no era el momento de admitir la verdad frente a Gemma.
–¿Te gustaría venir a la oficina conmigo un rato?
¿Quién sabe? A lo mejor se te ocurre alguna sugerencia para decorarla.
El rostro de Gemma se iluminó y Callum pensó que podía decorar cualquier cosa que él poseía si hacerlo provocaba esa sonrisa.
–¿Me darías esa oportunidad?
Él contuvo las ganas de decirle: «Te daré cualquier cosa que me pidas, Gemma Westmoreland».
–Sí, pero sólo si entra dentro de mi presupuesto.
Ella echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada. El cuerpo de Callum se endureció al ver su pelo deslizándose por los hombros.
–Veremos qué puedo hacer –dijo ella dirigiéndose hacia las escaleras–. No tardaré en vestirme, te lo prometo.
–Tómate tu tiempo.
Se sirvió una taza del café que había preparado Gemma, pensando que todavía no había obtenido el beso que deseaba. Estaba decidido a utilizar sus encantos para que ella se lo diera en algún momento del día.
–¡Bienvenido, señor Austell!
–Gracias, Lorna. ¿Está todo el mundo aquí? –preguntó Callum a la mujer de mediana edad sentada tras el enorme escritorio.
–Sí, señor. Todos listos para la reunión de hoy.
–Bien. Me gustaría presentarles a Gemma Westmoreland, una de mis socias. Gemma, ésta es Lorna Guyton.
La mujer le dedicó una sonrisa a Gemma, que estaba de pie junto a Callum.
–Encantada de conocerla, señora Westmoreland –saludó la mujer ofreciéndole la mano.
–Lo mismo digo, señora Guyton.
A Gemma le gustó el modo en que había sido presentada. Socia sonaba mucho mejor que decoradora.
Miró alrededor, tomando una nota mental de la distribución de esa planta del edificio Le’Claire. Al entrar en el garaje le había impresionado el rasca-cielos de treinta plantas. De momento, lo único que cambiaría del interior del edificio, si le dieran la oportunidad, eran los cuadros que adornaban las paredes.
–Puede anunciar nuestra llegada al resto del equipo, Lorna –ordenó Callum y, tomando a Gemma del brazo, la guió hacia la sala de conferencias.
Gemma oyó la palabra «nuestra» al mismo tiempo que Callum le tocaba el brazo y no supo cuál de las dos cosas hizo que la cabeza le diera vueltas, si el hecho de que él la incluyera en la reunión o la forma en que su cuerpo reaccionó a su roce.
Gemma había supuesto que mientras él hablaba de negocios la haría esperar en recepción cerca de la mesa de Lorna. El hecho de que la incluyera le causaba un gran placer y la hacía sentir importante.
Tenía que concentrarse en detener a todas esas mariposas que revoloteaban en su estómago. Desde que se habían besado, estaba experimentando todo tipo de sensaciones. Cuando él apareció por la mañana en la cocina con el aspecto de hombre de portada de la revista GQ la sangre se le había subido rápidamente a la cabeza. Luego había estado sentada junto a él en el coche, aspirando su aroma cada vez que tomaba aire. Le había resultado difícil mantener la compostura al recordar lo que había pasado la noche anterior en ese mismo asiento. Durante el trayecto su cuerpo había entablado una batalla interior.
–Buenos días a todos.
Los pensamientos de Gemma se vieron interrumpidos cuando Callum la condujo a la gran sala de conferencias donde había varias personas aguardando expectantes. Los hombres se pusieron en pie y las mujeres sonrieron y la miraron con curiosidad.
Callum saludó a todos por su nombre y presentó a Gemma de la misma manera en que lo había hecho con Lorna. Cuando se dirigió hacia la silla de presidencia, ella hizo ademán de ir por una silla del fondo de la sala, pero él la sujetó con fuerza del brazo y la guió hacia el frente. A continuación le ofreció la silla vacía que había junto a él para que se sentara. Una vez se hubo sentado Gemma, Callum le sonrió, tomó asiento y dio comienzo a la reunión con una voz profunda y enérgica.
Gemma admiró su eficiencia y tuvo que recordar-se a sí misma durante la reunión que aquél era el mismo Callum que regentaba la granja de ovejas de su hermano. El mismo que hacía girar las cabezas femeninas cuando paseaba por la ciudad con unos vaqueros ajustados y una camisa del mismo estilo. Y el mismo que le había hecho gritar de placer la noche anterior… en su coche ni más ni menos. Miró su mano, la misma que ahora sostenía un bolígrafo, y recordó lo que había hecho la víspera con esos dedos.
De pronto se sintió muy excitada y se dio cuenta de que su excitación iría in crescendo si seguía mirando aquella mano. Durante la reunión, que duró una hora, trató de centrar su atención en otras cosas, como el color de las paredes, el estilo de las ventanas y el espesor de la moqueta. Si le daban la oportunidad, mejoraría el aspecto de aquel lugar. Por alguna razón aquella sala parecía un poco apagada en comparación con el resto del edificio. Además de los aburridos cuadros que colgaban de la pared, la moqueta estaba desvaída. Era evidente que al decorador anterior nadie le había dicho que el color de la moqueta en una empresa influye en gran medida en el ánimo de los empleados.
–Veo que todos seguís haciendo un trabajo fantástico en mi ausencia, cosa que os agradezco. Doy por finalizada la reunión –anunció Callum.
Todos los asistentes se pusieron en pie y salieron de la sala cerrando la puerta tras de sí. Gemma se dio la vuelta y vio que Callum la miraba fijamente.
–¿Qué te pasa? Parecías aburrida.
Ella se preguntó cómo se habría dado cuenta, pues se suponía que su atención estaba plenamente dedicada a la reunión. Pero ya que lo había notado, decidió ser sincera.
–No he podido evitarlo. Esta sala es aburridísima –miró hacia los lados–. Aburrida hasta morir.
Callum echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
–¿Eres siempre así de sincera?
–Oye, me has preguntado. Y sí, suelo serlo. ¿No te advirtió Ramsey de que no tengo ningún reparo en decir lo que pienso?
–Sí, ya me advirtió.
Ella le sonrió con dulzura.
–Y aun así me contrataste… Desgraciadamente, ahora no te queda más remedio que aguantarme.
Callum no quería hacer otra cosa que plantarle un beso en sus sensuales labios y decirle que soñaba con aguantarla toda la vida. En lugar de eso, consultó su reloj.
–¿Quieres comer algo antes de ir a la casa que vas a decorar? Mientras almorzamos puedes contarme por qué esta sala te aburre hasta morir.
Ella rió entre dientes al tiempo que se ponía en pie.
–Con mucho gusto, señor Austell.