Capítulo Seis
Gemma se colocó el cinturón de seguridad y sonrió.
–Tienes una familia maravillosa, Callum. Tu madre me cae especialmente bien; es genial.
–Lo es –convino Callum mientras arrancaba el motor.
–Y tu padre la adora.
Callum se rió entre dientes.
–¿Se nota mucho?
–Muchísimo. Creo que es estupendo –se detuvo unos instantes–. Recuerdo que mis padres también estaban muy unidos. A medida que me hago mayor me doy cuenta de que no hubieran podido vivir el uno sin el otro así que, aunque los echo mucho de menos, me alegro de que por lo menos murieran juntos.
Pero Gemma no quería ensombrecer un día maravilloso con recuerdos tristes.
–También me ha encantado su casa. Es preciosa.
Tu madre dice que se encargó ella misma de la decoración.
–Así es.
–Entonces, ¿por qué no le pediste que hiciera lo mismo con la tuya?
–¿La mía?
–Sí, la que voy a decorar yo. Te agradezco que pensaras en mí, pero la verdad es que lo podría haber hecho tu madre.
–Sí, pero no tiene tiempo. Cuidar de mi padre es un trabajo a tiempo completo; lo mima demasiado.
Gemma rió.
–Parece que a él también le gusta mimarla a ella.
Le había encantado ver a una pareja mayor haciéndose carantoñas y era obvio que sus hijos estaban acostumbrados a verlos así. A Gemma también le habían encantado los tres sobrinillos de Callum.
–¿Está lejos tu casa? –le preguntó acomodándose en el asiento.
Cuando salieron de la residencia de los padres de Callum notó que la temperatura había descendido y que hacía fresco. Le recordó a Denver durante las semanas previas a la primera nevada a finales de septiembre. Entonces recordó que las estaciones en Australia estaban al revés que en Estados Unidos.
–No, estaremos allí en unos veinte minutos. ¿Estás cansada?
–Un poco. Creo que es el jet lag.
–Probablemente. ¿Por qué no descansas un rato?
Gemma siguió su consejo y cerró los ojos. Pensó que su cansancio desaparecería en cuanto se adaptara a la zona horaria.
Trató de apartar todo pensamiento de su mente, pero le resultó imposible. No podía evitar rememorar el día que había pasado en casa de los padres de Callum. Lo que le había dicho era cierto: se lo había pasado estupendamente y pensaba que tenía una familia maravillosa. Le recordaba a la suya propia.
Se sentía muy unida a sus hermanos y sus primos, aunque se tomaban mucho el pelo mutuamente.
Había percibido el amor que unía a Callum con sus hermanos. Era el pequeño y se notaba que lo querían y lo protegían mucho.
Mientras charlaba con la madre de Callum había notado en más de una ocasión los ojos de Callum posados en ella y sus miradas se habían encontrado.
¿Eran imaginaciones suyas o había percibido cierto interés en sus ojos verdes?
La perfección de sus facciones la paralizaba. Sus hermanos eran atractivos, pero Callum era impresionante y aquel día, por la razón que fuera, estaba especialmente guapo. No le sorprendía que mujeres como Meredith trataran de conquistarlo. En Denver emanaba un aire de granjero acostumbrado al trabajo duro, pero en Sidney, con sus pantalones de sport, su elegante camisa y el coche deportivo, parecía un hombre atractivo, sexy y sofisticado. Si las chicas de Denver pudieran verlo ahora…
Abrió los ojos lentamente y estudió su perfil mientras conducía. Su postura era perfecta. Irradiaba una fuerza especial. Su cabello, que caía en ondas sobre los hombros, adquirió un reflejo castaño a la luz del atardecer.
Había algo en él que transmitía calidez. ¿Por qué no lo había notado antes? Quizá sí lo había notado, pero se había obligado a sí misma a ignorarlo. Estaba la diferencia de edad; él era diez años mayor que ella. Si la idea de salir con un chico de su edad ya era horrible, hacerlo con uno mayor no le daría más que problemas.
Su mirada se posó en sus manos. Recordó haber visto esas manos que ahora sostenían el volante guiando a las ovejas en el rancho de su hermano en más de una ocasión. Eran manos fuertes de uñas limpias y cortas.
Según Megan, las manos de un hombre dicen mucho de él. Pero Gemma no tenía ni idea de cómo interpretarlas. En momentos como aquél le fastidiaba su propio candor. Por una vez, quizá dos, no le hubiera importado saber qué se siente al perderse en el abrazo profundo de un hombre. Quería que le hiciera el amor un hombre experto que hiciera que su primera vez fuera especial, algo para recordar durante el resto de su vida.
Volvió a cerrar los ojos y recordó el momento en el avión en el que sus rostros habían estado tan cerca el uno del otro. Había sentido un deseo arrebatador. Su mirada la había dejado paralizada, como si hubiera caído en un trance del que sólo pudiera salir mediante un beso. El beso que habían estado a punto de darse.
Emitió un rápido suspiro, preguntándose por qué estaría pensando en esas cosas. ¿Qué estaba generando esos morbosos pensamientos? Entonces se dio cuenta. Se sentía brutalmente atraída por el mejor amigo de su hermano. Y así, mecida por el rumor del potente motor y con la imagen de Callum firmemente grabada en su mente, comenzó a caer en un profundo sueño.
Callum se acomodó en el asiento del conductor mientras conducía con la potencia que había echado de menos durante los tres años que había estado fuera. Aunque siempre que volvía a casa disfrutaba a tope del coche, aquella vez era diferente. Quizá porque tenía a su futura esposa sentada junto a él.
La miró durante unos segundos antes de volver a fijar su vista en la carretera. Sonrió. Estaba dormida junto a él. Tenía unas ganas tremendas de que durmieran juntos. La idea de tenerla entre sus brazos, de hacerle el amor lo llenaba de un deseo arrebatador. Gemma siempre había despertado en él esos sentimientos, sin saberlo. Sentimientos que había mantenido bien ocultos a lo largo de los años. Ramsey y Dillon lo sabían, por supuesto, y se imaginó que Zane y Derringer también sospechaban algo.
De momento las cosas estaban saliendo a pedir de boca, aunque en varias ocasiones los miembros de su familia habían estado a punto de irse de la lengua. Quería que Gemma se sintiera cómoda con su familia y lo último que deseaba era que Gemma sintiera que la estaban manipulando. Quería que experimentara una sensación de libertad que no sentiría cuando estuviera de vuelta en Denver.
Que probara cosas nuevas y diferentes, que abrazara su feminidad y diera rienda suelta a sus deseos con un hombre. Pero no con cualquiera, sino con él.
Quería enseñarle que no todos los hombres buscaban sólo una cosa en una mujer, y que no tenía nada de malo que dos personas se desearan. Hacerle entender que lo que pasara entre ellos iba a ser para siempre.
Callum atravesó la barrera de entrada a la urbanización y se dirigió directamente hacia su casa, erigida en un tramo de playa apartado del resto. Para él la privacidad era importante y planeaba conservar esa propiedad una vez su mansión estuviera decora-da y lista. Pero primero tenía que convencer a Gemma de que merecía la pena abandonar el país en el que había nacido y en el que vivía su familia para irse a vivir con él a esa parte del mundo.
Detuvo el coche y apagó el motor. Se giró hacia ella. Con una mano todavía en el volante, posó la otra en el respaldo del asiento del copiloto. Estaba bellísima dormida, como si no tuviera ninguna preocupación, cosa que en cierto modo, era cierta. A partir de entonces, él se encargaría de lidiar con cualquier problema que pudiera acecharla.
Estudió sus facciones con ojo analítico. Sonreía en sueños y se preguntó qué agradables pensamientos ocuparían su mente. Había oscurecido y la luz de los focos que había enfrente de su casa se reflejaba en su rostro en un ángulo que la hacía parecer aún más bella. Se imaginó cómo sería su hija si heredaba esa boca y esos pómulos, o su hijo, si se parecía a ella en las orejas y la mandíbula. Callum pensaba que Gemma tenía unas orejas muy bonitas.
Le acarició las mejillas con dulzura. Ella se removió en el asiento y murmuró algo. Se inclinó tratando de entender lo que decía y se quedó paralizado de deseo cuando la oyó susurrar en sueños: «Bésame, Callum».
Gemma estaba ahogándose en un mar de deseo.
Callum y ella estaban de vuelta en el avión, esta vez, vacío. Él la tenía entre sus brazos, pero en vez de besarla se dedicaba a torturarla con la boca, lamiéndole las comisuras y los labios. Lanzó un profundo gemido. Deseaba que él dejara de juguetear con su boca y la tomara entera. Necesitaba sentir su lengua enredándose con la suya en un duelo delirante y sensual.
Murmuró que dejara de jugar con ella y que terminara lo que había empezado. Quería recibir el beso que tenían pendiente, un beso que la haría perderse en un paraíso de sensualidad. Oyó un gemido masculino, sintió la pasión de un hombre listo para hacer el amor, aspiró la esencia del macho en celo.
De pronto sintió que la sacudían con suavidad.
–Gemma, despiértate.
Abrió los somnolientos ojos y se encontró con el rostro de Callum a unos centímetros del suyo. Igual que en el avión. Igual que en el sueño que acababa de tener.
–Callum…
–Sí –respondió él con una voz cálida que le provocó un delicioso estremecimiento. Su boca estaba tan cerca que ella casi podía saborear su aliento en los labios.
–¿De verdad quieres que te bese, Gemma? Porque pienso darte todo lo que desees.