Capítulo Once

La luz del sol despertó a Gemma. Sintió el musculoso cuerpo durmiendo junto a ella. La pierna de Callum descansaba encima de la suya y su brazo le rodeaba la cintura. Ambos estaban desnudos, no podía ser de otra manera, y el sonido acompasado de su respiración significaba que seguía durmiendo.

Aquel hombre era increíble. Había hecho que su primera vez con un hombre fuera muy especial.

También le había preparado una magnífica cena, demostrando tener tanta maña en la cocina como en la cama.

Dio un hondo suspiro, preguntándose qué parte de su cuerpo le dolía más, si la zona entre las piernas o sus senos. Callum le había dedicado especial atención a ambas zonas durante la mayor parte de la noche. Pero con una ternura que la había conmovido profundamente, había hecho una pausa para prepararle un baño caliente y relajante en su enorme bañera. Desde entonces, no le había hecho el amor. Habían cenado tarde y vuelto a la cama, donde él la había acunado en sus cálidos y masculinos brazos y la había acariciado con dulzura hasta que ella se durmió.

Ahora estaba despierta recordando vívidamente lo que habían hecho la noche anterior. Todo lo que había pedido él se lo había dado. Incluso cuando él quiso parar, pues se trataba de la primera vez para Gemma, ella había querido sentir más placer y él había terminado por cumplir sus deseos. Y aunque su cuerpo estaba dolorido y magullado, había merecido la pena.

Decidió volver a dormirse y cerró los ojos. Inmediatamente le vinieron a la mente imágenes de ellos dos. Pero no eran recientes: ambos parecían mayores y había niños alrededor. ¿Qué niños eran? No los suyos, evidentemente, pues eso significaría que…

Sus ojos se abrieron de golpe. Se negaba a aceptar esos pensamientos. Reconocía que lo que habían compartido la noche anterior la había dejado abrumada y que, por un momento, había estado a punto de cuestionar su opinión sobre las relaciones entre hombres y mujeres. Pero no debía dejarse despistar.

La noche anterior había sido lo que había sido, ni más ni menos. Una mujer inexperta y curiosa y un hombre experimentado con ganas de sexo. Ambos habían quedado plenamente satisfechos, ambos habían conseguido lo que querían.

–¿Estás despierta?

La voz de Callum le produjo un hormigueo en la piel.

–¿Quién quiere saberlo?

–El hombre que te hizo el amor ayer por la noche.

Ella se giró para mirarlo e inmediatamente deseó no haberlo hecho. Despierto, Callum era condenadamente sexy. Pero verlo medio dormido, con la barba crecida y los ojos entreabiertos bajo sus largas pestañas, podía provocar un orgasmo.

–Ese hombre fuiste tú, ¿no?

Él sonrió.

–Y el que piensa hacértelo todas las noches.

Ella rió entre dientes, sabiendo que se refería a todas las noches que ella estuviera en Australia. Sabía que una vez regresaran a Denver las cosas serían diferentes. Aunque allí tenía su propia casa, no se lo imaginaba presentándose en mitad de la noche para retozar con ella.

–¿Tienes energía para hacerlo todas las noches?

–¿Tú no?

Gemma pensó que aquel hombre tenía una resistencia increíble.

–Sí.

Ella alargó la mano y le acarició la barbilla.

–Necesitas un afeitado.

–¿Ah, sí?

–Sí –y, agarrando un mechón de su cabello, añadió–: Y también…

–Ni se te ocurra. Nunca me corto el pelo, sólo las puntas.

–Eso debe ser algo típicamente Austell, a juzgar por tu padre y tus hermanos. No te sorprendas si empiezo a llamarte Sansón.

–Entonces yo te llamaré Dalila, la seductora.

Ella no pudo evitar soltar una carcajada.

–No tengo ni idea de cómo seducir a un hombre.

–Pero sí cómo seducirme a mí.

–¿De veras?

–Sí, pero no te hagas ilusiones. Anoche me hiciste prometer que te llevaría a tu nueva oficina a las diez en punto.

Era cierto, se lo había hecho prometer. Él le había dicho que podía instalarse en el despacho de la casa y que él se encargaría de hacer que le instalaran un teléfono, un fax y un ordenador con conexión a Internet de alta velocidad. Cuanto antes pidiera el material que necesitaba, antes podría regresar a Denver. Por alguna razón, la idea de volver a casa le causaba cierta desazón. Era su tercer día en Australia y ya le encantaba el lugar.

–¿Quieres estar en el trabajo a las diez, entonces?

–Sí, por favor. ¿Has decidido si volverás a Denver y cuándo lo harás?

Tenía que saberlo.

–Sí, la idea es volver contigo y quedarme hasta que nazca el hijo de Ramsey y Chloe para echar una mano en el rancho. Cuando las cosas vuelvan a la normalidad para Ramsey, me iré de Denver para siempre y regresaré aquí.

Ella empezó a morderse el labio inferior. Estaban a septiembre, y Chloe salía de cuentas en noviembre, lo que significaba que Callum se marcharía unos meses después. Seguramente en primavera él ya no estaría allí.

–Huum, deja que lo haga yo.

–¿Que te deje hacer qué?

–Esto.

Se acercó hacia ella y comenzó a mordisquear con dulzura su labio inferior. Su boca se entreabrió para dejar escapar un suspiro y él la capturó con los labios. Quería saborearla. El beso se hizo más profundo y sensual y unos instantes después él colocó su dedo en los labios de Gemma para detener el deseo que él sabía que estaba a punto de formular.

–Tu cuerpo no puede con tanto, Gemma, necesita un periodo de ajuste –susurró.

Ella asintió.

–¿Después?

Sus labios esbozaron una sonrisa traviesa.

–Sí, después.

Callum no estaba prestando mucha atención a lo que le decía el gerente de uno de sus ranchos. Tal y como esperaba, el informe era positivo. Durante su estancia en Denver había estado muy pendiente de sus empresas. Había aprendido a encargarse de varias cosas diferentes al mismo tiempo. Sonrió al recordar lo bien que había ejercido esa habilidad la noche anterior. No había ni una sola parte del cuerpo de Gemma que no hubiera querido devorar. Se había comportado como un glotón, al igual que ella.

Gemma tenía una pasión arrolladora que no sabía cómo canalizar y él estaba más que dispuesto a instruirla en las diferentes posibilidades. Pero también sabía que tenía que andarse con cuidado, pues no quería que ella pensara que lo que había entre ellos era atracción en lugar de amor.

Su objetivo era cortejarla a la menor oportunidad, razón por la cual acababa de llamar a la floristería.

–Como puede ver, señor Austell, todo está en orden.

Sonrió al hombre que le había estado hablando durante los últimos diez minutos sobre la cría de ovejas.

–Ya me lo imaginaba. Le agradezco todo el trabajo que usted y sus hombres han hecho durante mi ausencia, Richard.

El rostro del hombre se iluminó con una amplia sonrisa.

–Nos gusta trabajar para los Austell.

Richard Vinson y su familia habían trabajado en el rancho de ovejas de los Austell durante generaciones. Al morir, Jack Austell, el abuelo de Callum, había donado más doscientas hectáreas a la familia Vinson en reconocimiento a su lealtad, devoción y esfuerzo.

Unos minutos después, cuando iba de camino al coche, sonó el teléfono. Era una llamada de Estados Unidos, de Derringer Westmoreland para más señas.

–Dime, Derringer.

–Te llamaba para preguntarte si te has pensado lo de ser socio capitalista de nuestro negocio de cría de caballos.

Durango Westmoreland, de los Westmoreland de Atlanta, se había asociado con un amigo de la infancia y un primo político llamado McKinnon Quinn para adquirir un negocio de cría y doma de caballos en Montana que estaba teniendo mucho éxito. Habían invitado a sus primos Zane, Derringer y Jason a formar parte de la operación como socios en Colora-do. Callum, Ramsey y Dillon habían mostrado interés en participar como socios capitalistas.

–Sí, por lo que he oído, va muy bien, así que cuenta conmigo.

–Estupendo.

–¿Qué tal te estás portando?

Derringer rió.

–¿Qué quieres que te diga? Hablando de comportarse, ¿qué tal está mi hermana? ¿Todavía no te ha vuelto loco?

Callum sonrió. Gemma le había vuelto loco, pero de una manera que prefería no discutir con su hermano.

–Gemma está haciendo un trabajo fantástico con la decoración de mi casa.

–Me alegro, pero ten cuidado con los gastos; he oído que sus precios a veces son astronómicos.

–Gracias por el consejo.

Hablo con Derringer un rato más y finalmente colgó. Una vez se casara con Gemma, Ramsey, Zane, Derringer, los gemelos, Megan y Bailey se convertirían en sus cuñados, y los otros Westmoreland, incluido Dillon, en sus primos políticos. Por no hablar de los Westmoreland de Atlanta, que Ramsey y sus hermanos empezaban a conocer.

El padre de Callum había sido hijo único, al igual que su abuelo. Todd Austell se hubiera contentado con tener un solo hijo, pero Le’Claire no lo permitió. Su padre se dio cuenta de que casarse con una belleza americana implicaba tener al menos tres hijos. Callum rió entre dientes al recordar que, según su padre, él había venido por sorpresa. Todd pensaba que ya había cumplido, pero Le’Claire opinaba de otra manera, y Todd decidió darle a su esposa lo que quería. Callum estaba utilizando la misma estrategia con Gemma: darle todo lo que quisiera.

Una vez se abrochó el cinturón, consultó su reloj. Eran pasadas las tres y había quedado en recoger a Gemma a las cinco. Había querido llevarla a almorzar a algún sitio, pero ella había declinado la oferta, pues tenía que realizar muchos pedidos si quería tener la casa preparada para noviembre.

A él le daba lo mismo mudarse a esa mansión, vivir en su casa de la playa o volver a Denver con tal de que Gemma estuviera con él, pensó mientras arrancaba el coche.

***

–¿Va a necesitar algo más, señora Westmoreland?

Gemma miró a la mujer de mediana edad que Callum le había presentado aquella mañana, Kathleen Morgan.

–No, Kathleen, eso es todo. Gracias por todo lo que ha hecho hoy.

La mujer hizo un gesto con la mano, como para quitarle importancia.

–Me he limitado a hacer pedidos por teléfono. Me imagino cómo va a quedar esta casa cuando termine de decorarla. Creo que la decisión del señor Austell de combinar los estilos europeo y vaquero ha sido muy acertada. Algún día esta casa será un hogar maravilloso para el señor Austell y su futura esposa. Me voy, adiós.

–Adiós.

Gemma trató de no darle vueltas a las palabras de la secretaria, pero no pudo. La idea de Callum compartiendo esa casa con una mujer, con su mujer, la irritaba.

Dejó el lápiz encima de la mesa y miró las flores que habían llegado poco después de que él la dejara en la oficina. Una docena de rosas rojas. ¿Por qué las habría enviado? La tarjeta que las acompañaba sólo tenía su firma. Eran preciosas y su fragancia flotaba por su oficina.

Su oficina.

Eso era otro misterio. Había imaginado que se instalaría en una habitación vacía de la planta baja y que contaría con una mesa y lo imprescindible para hacer los pedidos.

Pero cuando entró por la puerta seguida por Callum vio que la habitación vacía se había transformado en un despacho con todo el equipamiento imaginable, secretaria incluida.

Echó la silla hacia atrás y cruzó la habitación hasta llegar al jarrón de flores que había colocado encima de una mesa frente a la ventana para poder apreciar su belleza cuando hacía una pausa en el trabajo. Desgraciadamente, al verlas no podía evitar pensar en el hombre que se las había enviado.

Hizo un gesto de frustración con la cabeza. Tenía que dejar de pensar en Callum y empezar a concentrarse en el trabajo para el que la había contratado.

Pero no podía evitar rememorar la noche anterior y esa mañana. Fiel a su palabra no había vuelto a hacerle el amor, pero la había besado y abrazado y le había procurado placer de otra manera.

Se giró al oír el timbre de su móvil y cruzó rápidamente la habitación para contestar a la llamada.

Era su hermana Megan.

–Megan, ¿cómo estás?

Echaba de menos a sus hermanas.

–Bien. Bailey está aquí y te manda besos. Te echamos de menos.

–Yo también a vosotras –dijo con sinceridad–.

¿Qué hora es allí?

Puso el teléfono en modo manos libres para ordenar las carpetas que había encima de la mesa.

–Son casi las diez de la noche del lunes. Allí ya estáis a martes, ¿verdad?

–Sí, martes por la tarde. Son casi las cuatro. Hoy ha sido mi primer día de trabajo. Callum me ha montado una oficina dentro de la casa. Hasta tengo secretaria. Por cierto, hablando de secretarias, ¿ha llamado el departamento de seguridad del banco?

–Sí, llamaron ayer. Parece ser que ha ingresado el cheque en una cuenta de Florida. Están en conversaciones con ese banco para tratar de detener el pago. Menos mal que interviniste enseguida. La mayoría de las empresas víctimas de malversación de fondos no descubren el robo hasta meses después, cuando ya es demasiado tarde para recuperar el dinero. Niecee se traicionó a sí misma al dejarte esa nota de disculpa el día después. Si hubiera sido lista te habría llamado para decir que estaba enferma, y habría esperado a que el banco conformara el cheque antes de confesar el delito. Parece que la van a detener.

Gemma dejó escapar un hondo suspiro. En parte se sentía mal, pero lo que había hecho Niecee no estaba bien. Seguramente había pensado que Gemma tenía dinero a espuertas por ser una Westmoreland. Y estaba equivocada. Dillon y Ramsey habían tenido que esforzarse mucho para sacarlos adelante.

Era cierto que cada uno había recibido cuarenta hectáreas y un apreciable fideicomiso al cumplir los veintiún años, pero cómo emplearan ese dinero era responsabilidad de cada uno. De momento, todos habían hecho buen uso de él. Afortunadamente Bane le había cedido la gestión de sus asuntos a Dillon, pues de otra manera, estaría sin dinero.

–Lo lamento, pero no puedo perdonarla por lo que hizo. Veinte mil dólares es mucho dinero.

Gemma oyó un ruido y se giró. Cuando vio a Callum de pie en el umbral, se quedó sin aliento. Por la expresión de su rostro, había escuchado toda la conversación. ¡Cómo se atrevía! Se preguntó si se lo contaría a Ramsey.

–Megan, te llamo luego –dijo al tiempo que desactivaba el manos libres–. Saluda a todo el mundo de mi parte.

Finalizó la llamada y dejó el móvil sobre la mesa.

–Has llegado antes de lo previsto.

–Sí, es verdad –dijo cruzando los brazos sobre el pecho–. ¿Qué es eso de que tu secretaria te ha robado dinero?

Gemma echó la cabeza hacia atrás haciendo que el pelo cayera sobre sus hombros.

–Estabas escuchando a escondidas.

–Activaste el manos libres y dio la casualidad de que llegué en mitad de la conversación.

–Podrías haberme avisado de tu llegada.

–Sí, podría haberlo hecho. Ahora contesta a mi pregunta.

–No, no es asunto tuyo –contestó bruscamente.

Él avanzó hacia ella.

–Ahí te equivocas. Sí es asunto mío, tanto a nivel profesional como personal.

–¿Y eso por qué?

–Lo primero, a nivel profesional, espero que las empresas con las que hago negocios sean solventes.

En otras palabras, Gemma, pensaba que tenías fondos suficientes en tu cuenta para cubrir los gastos iniciales de este proyecto.

Ella colocó las manos en las caderas.

–No tuve que preocuparme por eso gracias al cuantioso anticipo que me diste.

–¿Y si no lo hubiera hecho? ¿Podrías haber aceptado este trabajo?

Gemma no supo qué responder.

–No, pero…

–No hay peros que valgan, Gemma.

Se quedó callado durante unos instantes, tratando de reprimir una sonrisa. Eso no sirvió más que para ponerla más furiosa. ¿Qué era lo que encontraba tan divertido? Antes de que pudiera pronunciar palabra, él continuó.

–También es una cuestión personal, Gemma. No me gusta la idea de que alguien se aproveche de ti.

¿Lo sabe Ramsey?

Eso fue la gota que colmó el vaso.

–Yo soy la propietaria de Designs by Gem, no Ramsey. Es mi empresa y cualquier problema que pueda surgir es mío y sólo mío. Sé que cometí una equivocación contratando a Niecee. Ahora me doy cuenta. Debería haber hecho caso a Ramsey y Dillon, que me aconsejaron que comprobara sus referencias. No lo hice y me arrepiento. Pero por lo menos estoy...

–…haciéndote cargo de tu propia empresa. Tienes razón, es asunto tuyo, no de Ramsey.

Ella se detuvo unos instantes tratando de determinar el alcance de sus palabras. Por un lado la estaba regañando y por otro, alabando.

–Entonces… ¿no se lo contarás a Ramsey?

–No, no me corresponde hacerlo, a menos que tu vida esté en peligro, y no es el caso.

La miró y sonrió.

–Como ya he dicho, a juzgar por la conversación que acabas de mantener con Megan, has manejado este asunto con mucha rapidez. Te devolverán el dinero, sin duda. Te felicito.

Gemma esbozó una tímida sonrisa. Se sentía orgullosa de sí misma.

–Gracias –sus ojos se entornaron–. Por cierto,

¿qué te estaba haciendo tanta gracia?

–Lo rápido que te enfadas por cosas sin importancia. Había oído hablar de tu temperamento, pero nunca había estado expuesto a él.

–¿Te ha molestado?

–No.

Gemma frunció el ceño; no sabía cómo tomárselo. Por un lado le gustaba que Callum no saliera corriendo ante una de sus ocasionales explosiones. Más de una vez Zane, Derringer y los gemelos la habían visto apuntándoles con un plato y habían aprendido a ponerse sobre cubierto cuando le daban motivos para enfadarse.

–Pero me gustaría que me prometieras algo –dijo él interrumpiendo sus pensamientos.

Ella alzó una ceja, curiosa.

–¿Qué?

–Prométeme que si vuelves a encontrarte en una situación parecida, ya sea económica o de otro orden, me lo dirás.

Ella puso los ojos en blanco.

–No necesito otro hermano mayor, Callum.

Los dientes de él resplandecieron en contraste con su piel morena.

–Después de lo de anoche, no puede decirse que nuestra relación sea precisamente fraternal. Pero por si acaso necesitas que te lo recuerde…

Y, tomándola en sus brazos, inclinó la cabeza y la besó.