Capítulo Siete

Gemma se dio cuenta de golpe de que no estaba soñando. Aquello estaba ocurriendo de verdad. Estaba despierta en el coche de Callum, cuyo rostro estaba muy cerca del suyo, y no había una azafata que pudiera interrumpirlos si él decidía acercar su boca un poco más. ¿Lo haría?

Recordó su pregunta. ¿Quería que él la besara?

Estaba claro que en sueños había formulado la petición en voz alta y él la había oído. A juzgar por su mirada, estaba listo para ello. Y le había dicho que le daría lo que ella quisiera.

Quería que la besara más que nada en el mundo.

Aunque no sería su primer beso, sería el primero que recibía con pasión y deseo sentidos por ambas partes. Otros chicos habían querido besarla, pero a ella le había dado igual que lo hicieran o no.

Pero esa vez estaba dispuesta a actuar primero y a preocuparse de las consecuencias después.

Le sostuvo la mirada y susurró:

–Sí, quiero que me beses.

Él sonrió y asintió con satisfacción antes de inclinarse hacia ella. Antes de que pudiera volver a respirar él atrapó su boca.

Lo primero que hizo fue buscar su lengua y capturarla. A partir de ese momento, para Gemma no hubo vuelta atrás. Él comenzó con un beso lento, profundo, como si quisiera familiarizarse con el sabor y la textura de su boca, llevando su lengua a lugares insospechados y despertando en su ser una pasión hasta entonces enterrada en lo más profundo de su ser.

Durante unos instantes eternos, Gemma se sintió inundada por un calor que nunca antes había sentido. Sus pechos se endurecieron y la zona íntima entre sus muslos empezó a palpitar. ¿Cómo podía el beso de un hombre procurar tanto placer, despertar sensaciones que ella no sabía que existían?

Pero no tuvo tiempo de responder a sus propias preguntas, pues él redobló la pasión de su beso, haciendo que los músculos de su estómago se estremecieran de gozo. Se sintió enfebrecida, trémula, ansiosa. Nunca antes había necesitado a un hombre.

Él inclinó la cabeza hacia un lado y siguió explorando con la lengua las profundidades de su boca como acababa de hacer en el sueño. Sólo que esa vez era real, y no fruto de su imaginación. Aquel beso, que estaba revolucionando sus sentidos, era técnicamente perfecto, una obra de arte. Su hábil lengua envolvía la suya sin tregua en una lenta y placentera tortura.

Había pedido un beso y no se sentía decepcionada. Al contrario. La estaba llevando al mismo abismo del placer. Sus bocas se adaptaban a la perfección, independientemente del ángulo que él adoptara. Y cuanto más apasionadamente la besaba, más viva se sentía ella.

Su garganta emitió un profundo gemido al sentir sus dedos cálidos acariciándole el muslo desnudo y se preguntó en qué momento habría deslizado la mano por debajo de su falda. Cuando sus dedos empezaron a avanzar hacia el centro de su feminidad se acercó instintivamente hacia él y al hacerlo, sus muslos quedaron inmediatamente separados. Como si sus dedos fueran conscientes del efecto que provocaban, siguieron el ascenso deseosos de reivindicar su derecho a la parte más íntima de su cuerpo.

Cuando atravesaron el elástico de las braguitas y entraron en contacto con su húmeda hendidura, Gemma dejó escapar otro suspiro. Sintió cómo él separaba los pliegues antes de deslizar un dedo en su interior.

En el momento en que la tocó ahí ella echó la cabeza hacia atrás gimiendo profundamente. Pero él no dejó su boca libre por mucho tiempo y volvió a atraparla mientras sus dedos acariciaban sus partes íntimas de una manera que casi la hicieron llorar.

De pronto notó una sensación en el estómago que se extendió por todo su cuerpo, unos tentáculos de fuego que dejaban a su paso una presión puramente sensual. Su cuerpo se apretó contra su mano instintivamente al tiempo que algo explotaba dentro de su ser y quedaba inundada en algo parecido al éxtasis.

Aunque era la primera vez que experimentaba algo parecido, sabía lo que era. Callum acababa de llevarla a su primer y arrebatador orgasmo. Había oído hablar de ellos, pero nunca había experimentado ninguno. Ahora sabía lo que era responder sin límites a las caricias de un hombre. Cuando las sensaciones se hicieron más intensas apartó la boca, cerró los ojos y soltó un grito incontenible.

–Así me gusta, querida… –dijo con la voz ronca antes de volver a tomar posesión de su boca. Siguió besándola hasta que ella se sintió deliciosamente saciada y su cuerpo dejó de temblar. Finalmente, la dejó libre. Ella abrió los ojos. Se sentía completamente exhausta pero satisfecha.

Él le sostuvo la mirada y ella se preguntó qué estaría pensando. ¿Se habría resentido su relación profesional? Al fin y al cabo, él era su cliente y Gemma nunca había tenido una aventura con ninguno. Y, lo hubiera planeado o no, el caso es que se habían liado. Pensar que podía haber más besos esperándola la hizo estremecerse de gusto.

Mejor aún, si él era capaz de proporcionarle tanto placer en la boca, qué no haría en otras partes de su cuerpo, como sus senos, su estómago y entre las piernas. Aquel hombre tenía una lengua extraordinaria y sabía muy bien cómo utilizarla.

Sus pensamientos la hicieron ruborizarse. Menos mal que no podía leerle los pensamientos. ¿O sí que podía? No había dicho nada todavía. Se limitaba a mirarla mientras se pasaba la lengua por los labios.

Pensó que debía decir algo, pero se había quedado sin habla. Acababa de tener su primer orgasmo, sin necesidad de quitarse la ropa. Increíble.

Al olfato de Callum llegaron los efluvios de una mujer que ha sido satisfecha del modo más primitivo. Sintió ganas de desnudarla y probar su esencia femenina. Empaparse la lengua con sus jugos más íntimos, lamer cada rincón de su cuerpo, como tantas veces había soñado.

Ella lo miraba como si estuviera tratando de comprender lo que acababa de ocurrir. Decidió darle tiempo, pero no podía soportar que ella pensara que lo que habían hecho era algo malo, porque no lo era. No iba a tolerar arrepentimientos. Sus dedos habían percibido que su abertura era increíblemente estrecha. Su experiencia sexual, o más bien su falta de ella, no le importaba lo más mínimo. Sin embargo, si nunca había hecho el amor, prefería saberlo.

Abrió la boca para preguntarle, pero ella se le adelantó.

–No deberíamos haberlo hecho, Callum.

¿Cómo podía decir algo así cuando sus dedos todavía estaban dentro de ella? Quizá se le había olvidado porque no los estaba moviendo. Los flexionó y al notar que a ella se le cortaba la respiración y que sus ojos se ensombrecían de deseo, supo que había tenido éxito en recordárselo.

Bajo su atenta mirada, sacó la mano, se la llevó a la boca y chupó uno a uno los dedos que habían estado en su interior.

–Me temo que no estoy de acuerdo –habló con una voz tan ronca que no la reconoció como suya.

El sabor femenino volvió a despertar en él el deseo–. ¿Por qué lo dices, Gemma?

Ella tragó saliva con dificultad y lo miró fijamente.

–Porque eres mi cliente.

–Lo sé. Y acabo de besarte. Una cosa no tiene nada que ver con la otra. Te contraté porque sabía que ibas a hacer un buen trabajo. Y te he besado porque…

–¿Porque te lo he pedido?

Él sacudió la cabeza.

–No, porque me apetecía y porque sé que tú querías que lo hiciera.

Ella asintió.

–Sí –dijo en voz baja–. Quería que lo hicieras.

–Entonces no tienes por qué arrepentirte. Y la atracción que sentimos el uno por el otro no tiene nada que ver con la decoración de mi casa, así que ya te puedes quitar esa idea de la cabeza.

Gemma se quedó callada unos instantes antes de preguntar:

–¿Y el hecho de que sea la hermana de Ramsey? ¿Eso no significa nada para ti?

Una sonrisa se dibujó en su rostro.

–Me considero uno de los mejores amigos de Ramsey. ¿Significa eso algo para ti?

Gemma se mordisqueó nerviosamente el labio inferior.

–Sí, seguramente le dará un ataque si alguna vez se entera de que nos gustamos.

–¿Eso crees?

–Sí –respondió ella sin dudarlo un momento–.

¿Tú no?

–No. Tu hermano es un hombre justo que te considera una persona adulta.

Ella puso los ojos en blanco.

–¿Hablamos del mismo Ramsey Westmoreland?

–Sí, del mismo Ramsey Westmoreland, mi mejor amigo y tu hermano. Tú siempre serás una de sus hermanas pequeñas, más que nada porque él te crió. Siempre desempeñará el papel de hermano protector, y es comprensible. Sin embargo, eso no significa que no se dé cuenta de que eres lo suficientemente mayor como para tomar tus propias decisiones.

Se quedó callada, y él supo que estaba meditando sobre lo que acababa de decir. Para reforzar el significado de sus palabras, añadió:

–Además, Ramsey sabe que nunca me aprovecharía de ti, Gemma. No soy ese tipo de hombre.

Siempre pregunto antes de actuar. Y recuerda que siempre tienes el derecho de negarte.

Parte de él deseaba que ella nunca le dijera que no.

–Tengo que pensarlo un poco mejor, Callum.

Él sonrió.

–Está bien. Ahora, vayamos dentro.

Hizo ademán de abrir la puerta y ella le tocó la mano.

–¿Y no intentarás besarme de nuevo?

Él estiró el brazo y retiró un mechón de pelo que le caía por la cara.

–No, al menos que me lo pidas o des muestras de que quieres que lo haga. Pero te advierto, Gemma, que si lo haces te lo daré, pues pienso darte lo que tú quieras.

A continuación salió del coche y se dirigió al lado opuesto para abrirle la puerta.

Pensaba darle lo que ella quisiera… Una perpleja Gemma caminó detrás de Callum hacia la puerta principal. ¿Cuándo lo había decidido? ¿Antes, durante o después del beso?

Meneó la cabeza. No podía haber sido antes.

Bien es verdad que habían estado a punto de besarse en el avión, pero eso había sido algo espontáneo fruto de una atracción que sólo entonces empezaba a manifestarse. Pero esa atracción había comenzado ¿cuándo?

Dio un profundo suspiro. No tenía ni idea. Siempre lo había admirado en la distancia, pero sin darle demasiada importancia pues daba por sentado que él estaba comprometido. Tenía que admitir que cuando él le dijo que no lo estaba había empezado a verlo bajo una nueva luz. Pero era lo suficientemente realista como para saber que, dada la diferencia de edad, de diez años, y el hecho de que era el mejor amigo de Ramsey, las posibilidades de que él correspondiera a su interés eran ínfimas.

¿Habría sido durante el beso? ¿Habría detectado que para ella había sido el primer beso real? Ella había tratado de seguirle el ritmo, pero cuando éste le condujo a una serie de emociones y sensaciones a las que no estaba acostumbrada, arrojó la toalla y dejó que el asumiera por completo el control. Y no se había sentido decepcionada.

Su primer orgasmo había dejado cada célula de su cuerpo revolucionada. Se preguntó cuántas mujeres sentían un orgasmo sólo con un beso. Se imaginó cómo sería hacer el amor con Callum; el placer podría matarla.

A lo mejor había decidido concederle todos sus deseos después del beso, cuando ella trataba de recuperarse. ¿La consideraría una novedad? ¿Querría despojarla de la inocencia con la que abordaba las cosas que ocurren entre un hombre y una mujer?

Era evidente que Callum pensaba diferente a ella en cuanto a la opinión que de todo ello tendría su hermano mayor. Gemma no estaba segura de cuál sería la reacción de Ramsey. Era consciente de que ya era una adulta capaz de tomar las riendas de su propia vida. Pero tras ver los problemas que habían ocasionado los gemelos Bane y Bailey mientras crecían, Gemma se había prometido a sí misma no causarle jamás a Ramsey quebraderos de cabeza innecesarios.

A pesar de su tendencia a decir lo que pensaba en voz bien alta y de que era demasiado testaruda a veces, generalmente no hacía enfadar a la gente a menos que la hicieran enfadar a ella. Aquellos que habían conocido a su bisabuela, la primera Gemma Westmoreland, casada con Raphel, decían que había heredado esa actitud de su tocaya. Por eso muchos miembros de la familia pensaban que la verdadera historia del bisabuelo Raphel y su tendencia a la bigamia todavía estaba por descubrir. Gemma no estaba tan deseosa de averiguar la verdad como Dillon, pero sabía que Megan y algunos de sus primos sí que lo estaban.

Se detuvo cuando llegaron a la puerta y Callum sacó una llave del bolsillo. Gemma miró alrededor y vio que aquella casa estaba apartada de las demás.

Era bastante más grande que las otras, aunque para ella todas parecían enormes.

–¿Por qué tu casa ocupa ella sola una calle entera? –preguntó.

–Lo quise así para preservar mi intimidad.

–¿Y tus vecinos la respetan?

Él sonrió.

–Pues sí, porque fui yo mismo el que compró el resto de las casas en este lado de la urbanización. No quería sentirme rodeado de gente. Estoy acostumbrado a tener mucho espacio, pero me gustó esta zona porque tengo la playa prácticamente en el patio trasero.

Gemma tenía muchas ganas de verla, pues Denver no tenía playas de verdad. Estaba la playa de Rocky Mountain, que tenía un tramo de arena, pero no estaba junto al océano como las playas de verdad.

–Bienvenida a mi hogar, Gemma.

Él retrocedió y Gemma traspasó el umbral en el mismo momento en que él daba al interruptor y las luces se encendían. Miró a su alrededor boquiabierta. El interior de esa casa era maravilloso y, a menos que él tuviera dotes de decorador que ella desconocía, parecía claro que había contratado los servicios de un profesional. Los colores, masculinos, estaban bien coordinados y armonizaban a la perfección.

Avanzó por la habitación observándolo todo, desde las alfombras persas que cubrían el bello suelo de nogal y los almohadones decorativos sobre el sofá, al estilo de las cortinas y persianas que ocultaban los grandes ventanales. Los colores claros hacían que las habitaciones parecieran más grandes y el pasamanos de la escalera en espiral que llevaba al piso de arriba confería al lugar un aire sofisticado.

Cuando Callum cruzó la habitación y subió las persianas, Gemma se quedó sin respiración. No había mentido al decir que la playa estaba prácticamente en el patio trasero. A la luz de la luna llena, pues ya era de noche, pudo admirar las bellas aguas del océano Pacífico.

Vivir fuera de casa mientras estudiaba en la universidad había satisfecho las ganas de conocer mundo que pudo tener alguna vez. Viajar nunca habían sido una prioridad. Se conformaba con las cuarenta hectáreas que había heredado al cumplir veintiún años, una herencia que todos los Westmoreland recibían al llegar a esa edad. El territorio de Denver que casi todo el mundo conocía como la región Westmoreland era el único hogar que conocía y el único que quería tener. Pero no le quedó más remedio que admitir que lo que había visto de Australia era igualmente apetecible.

Callum se giró para mirarla.

–Y bien, ¿qué te parece?

Gemma sonrió.

–Creo que me va a encantar.