Capítulo Cinco

–¡Caramba! Este coche es una preciosidad, pero pensé que venía a buscarnos un automóvil particular.

Callum sonrió mientras avanzaban hacia el coche, aparcado en el parking del hotel.

–Pensé que sería mejor que me trajeran mi coche.

–¿Éste coche es tuyo?

Gemma observó el bonito automóvil deportivo biplaza de color negro.

–Sí, es mi criatura –«Y tú también», quiso añadir mientras veía cómo ella introducía las piernas en el vehículo–. Hace años que lo tengo.

–¿Nunca te dio por llevártelo a Denver?

–No –sonrió–. ¿Te imaginas conducir algo así por la granja de Ramsey?

–La verdad es que no. ¿Es rápido? –preguntó mientras Callum se metía y se abrochaba el cinturón.

–Sí, y muy cómodo a la vez.

Momentos después llegaron a la autopista y ella se acomodó en el asiento. Callum solía imaginarse a sí mismo conduciendo su coche con la mujer a la que amaba sentada en el asiento del copiloto. La miró de soslayo y comprobó que lo observaba todo con mucha atención, como si no quisiera perderse ningún detalle.

–Este lugar es precioso, Callum.

Él sonrió, feliz de que le gustara su tierra.

–¿Más que Denver?

Ella echó la cabeza hacia atrás y rió.

–Bueno, es que como mi casa no hay ningún sitio. Me encanta Denver.

–Lo sé –igual que sabía que le iba a costar trabajo convencerla de que se fuera a vivir a Sidney con él. Él habría vuelto de buena gana a su país mucho tiempo atrás, pero no quería hacerlo sin Gemma.

–¿Vamos a casa de tus padres? –preguntó ella interrumpiendo sus pensamientos.

–Sí. Tienen muchas ganas de conocerte.

Gemma pareció gratamente sorprendida.

–¿De veras? ¿Por qué?

Deseó poder decirle la verdad, pero pensó que haría mejor en responder con algo que era igualmente cierto.

–Eres la hermana de Ramsey. Tu hermano les dejó huella durante los seis meses que vivió aquí. Lo ven como a un hijo.

–Él también los adora a ellos. En las cartas que nos enviaba no hablaba más que de tu familia. Yo estaba en la universidad por aquel entonces y recuerdo que sus cartas estaban llenas de aventuras. Me di cuenta de que había hecho bien cediéndole la dirección de la inmobiliaria familiar a Dillon para cumplir su sueño de dirigir una granja de ovejas. Es lo que siempre deseó hacer mi padre.

Callum percibió el dolor en la voz de Gemma y supuso que la mención de su padre le había traído recuerdos dolorosos.

–Estabas muy unida a él, ¿verdad?

–Sí, lo estaba, al igual que Megan y Bailey. Era un hombre maravilloso. Todavía recuerdo el día en que Dillon y Ramsey nos dieron la noticia. Cuando les vi llegar juntos, supe que algo malo había ocurrido.

Pero nunca imaginé algo así –se detuvo unos instantes–. No habría sido tan doloroso si no hubiéramos perdido a nuestros padres y a nuestros tíos Adam y Clarissa al mismo tiempo. Nunca olvidaré lo sola que me sentí, y cómo Dillon y Ramsey prometieron que, pasara lo que pasara, se encargarían de mantener a la familia unida. Y así lo hicieron. Dillon, que era el mayor, se convirtió en el jefe de familia, mientras que Ramsey, que era sólo siete meses más pequeño, pasó a ser el segundo de a bordo. Juntos consiguieron lo que algunos pensaban que era imposible.

Callum había oído la historia varias veces de boca de Ramsey. Dudó a la hora de viajar a Australia, pues no quería cargar a Dillon con todas las responsabilidades. Así que esperó a que Bailey terminara el instituto antes de irse a su país.

–Estoy seguro de que vuestros padres estarían muy orgullosos de todos vosotros.

Ella sonrió.

–Sí, yo también lo creo. Dillon y Ramsey hicieron un buen trabajo, y eso que a veces éramos muy traviesos; algunos más que otros.

Callum sabía que estaba pensando en su primo Bane y en todos los líos en que se había metido.

Ahora Brisbane Westmoreland estaba en la Marina y soñaba con formar parte del cuerpo de élite SEAL.

Callum miró su reloj.

–Ya queda poco. Si conozco a mi madre, nos tendrá preparado un festín para el almuerzo.

Gemma sonrió.

–Me apetece mucho conocerlos, sobre todo a tu madre, la mujer que robó el corazón de tu padre.

Él le devolvió la sonrisa, pensando que su madre tenía muchas ganas de conocerla a ella, la mujer que le había robado el suyo.

El rostro de Gemma reflejó sorpresa cuando Callum se acercó a la entrada del rancho familiar. Miró alrededor maravillada. Se había quedado sin palabras. Era un paisaje impresionante.

Lo primero que notó era que el rancho era una versión más grande del de su hermano: la distribución era idéntica.

–Me imagino que Ramsey se inspiró en este rancho al diseñar Shady Tree.

Callum asintió.

–Sí, se enamoró de este lugar y cuando volvió a casa diseñó una réplica exacta, pero más pequeña.

–No me extraña que no tuvieras prisa por volver.

Para ti, estar en Shady Tree debe de ser casi como estar en casa. Claro que, en mi caso, ver una réplica más pequeña de mi casa me haría sentir añoranza.

Él introdujo el código que abría la puerta electrónica mientras pensaba que la razón por la que había permanecido en Denver ayudando a Ramsey con el rancho, y la razón por la que nunca había sentido nostalgia era básicamente la misma: Gemma. No había querido volver a Australia y dejarla atrás, excepto en las vacaciones. Y no echaba de menos su casa pues, como le había dicho a Meredith, el hogar de uno está donde está su corazón, y éste siempre había estado con Gemma.

Siguió avanzando por el sendero que llevaba a la casa de sus padres. Era el lugar donde había vivido toda su vida antes de mudarse a su propio espacio a la edad de veintitrés, nada más terminar la universidad. De vez en cuando, cuando trabajaba en el rancho con su padre y sus hermanos, pasaba la noche allí. Aquel sendero le traía muchos recuerdos: lo había recorrido andando, en bicicleta, luego en moto y finalmente al volante de un coche. Estaba feliz de volver a casa, sobre todo estando tan bien acompañado.

Esperaba que en la casa no sólo estuvieran sus padres, sino también sus hermanos con sus esposas, su hermana y su cuñado. Todo el mundo tenía muchas ganas de conocer a la mujer que lo había atado a Estados Unidos durante tres años. Y todos iban a guardar el secreto, pues sabían lo importante que era para él ganarse el corazón de Gemma en su terreno.

Ella estaba empezando a conocer al Callum Austell de verdad. El hombre al que pertenecía.

Cuando Callum detuvo el coche frente a la casa la puerta principal se abrió y por ella salió, sonriente, una pareja de edad avanzada. Gemma supo inmediatamente que se trataba de sus padres. Formaban una pareja hermosa, perfecta. Almas gemelas.

Notó que Callum había heredado la altura y los ojos verdes de su padre y los labios carnosos, pómulos prominentes y hoyuelos en las mejillas de su madre.

A continuación, para sorpresa de Gemma, salieron tres hombres y tres mujeres. Le fue fácil determinar quiénes eran sus hermanos y su hermana, pues éstos se parecían a los padres.

–Creo que vas a conocer a todo el mundo hoy –dijo Callum.

Gemma se rió.

–Yo también vengo de una familia grande. Me acuerdo de cuando volvía a casa durante las vacaciones de la universidad. Todo el mundo está contento de tenerte en casa. Además, eres el pequeñín de la familia.

Él echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.

–¿El pequeñín? A los treinta y cuatro años, lo dudo mucho.

–Cuando lo has sido una vez, lo eres para siempre. Pregúntale a Bailey.

Él sonrió al tiempo que abría la portezuela del coche.

–¿Lista para conocer a los Austell?

Los padres, hermanos y cuñados avanzaban hacia el coche. Unos instantes después, apoyada sobre el coche, observó cómo todos abrazaban a Callum alborozados y pensó que no había nada como regresar a una familia que te quiere.

–Mamá, papá, todos, os presento a Gemma Westmoreland.

Le tendió la mano y ella lo miró brevemente antes de apartarse del coche y unirse al grupo.

–Así que tú eres Gemma –dijo Le’Claire Austell sonriéndole tras haberle dado un abrazo–. He oído hablar mucho de ti.

El rostro de Gemma reflejó sorpresa.

–¿Ah, sí?

La chica le dedicó una sonrisa resplandeciente.

–Por supuesto. Ramsey adora a sus hermanos y se pasaba el tiempo hablándonos de ti, de Megan, de Bailey y del resto de tus hermanos y primos. Creo que eso hacía que su estancia aquí, lejos de vosotros, fuera un poco más fácil.

Gemma asintió antes de verse envuelta en los brazos del padre de Callum y de ser presentada al resto de la familia. Estaba el hermano mayor de Callum, Morris, con su mujer, Annette; su hermano, Colin, y su esposa, Mira. Y por último su única hermana, Le’Shaunda, a la que todos llamaban Shaun, y su marido, Donnell.

–Más tarde conocerás a los nietos –le dijo la madre de Callum.

–Me encantará –replicó ella, amable.

Mientras todos caminaban hacia la casa Callum detuvo a Gemma tomándola por el brazo.

–¿Pasa algo? –la miró con preocupación–. Has puesto una cara rara cuando te fui a presentar a todo el mundo.

Gemma miró rápidamente a la familia, que desaparecía dentro de la casa, y luego a Callum.

–No les has dicho por qué estoy aquí.

–No hacía falta, ya lo saben –la observó durante unos instantes–. ¿Qué está pasando por esa cabecita, Gemma Westmoreland? ¿Qué te preocupa?

Ella se encogió de hombros, sintiéndose un poco tonta.

–Nada. Es que me he acordado de lo que le insinuaste a Meredith y espero que no pienses en darle a tu familia la misma impresión.

–¿Que hay algo entre tú y yo?

–Sí.

Él la miró unos segundos y le rozó el brazo con gentileza.

–Relájate. Mi familia sabe lo que hay, créeme.

Pensé que habías comprendido por qué le dije esa mentirijilla a Meredith.

–Claro que lo entendí. Mira, olvida lo que he dicho. Tu familia es encantadora.

Él se rió y la atrajo hacia sí.

–Somos todos australianos, ocho de pura cepa y una de adopción. No podemos evitar ser encantadores.

Ella le sonrió antes de desasirse. Miró en dirección al coche mientras subía los escalones que llevaban a la casa.

–¿No deberíamos sacar el equipaje?

–No, no vamos a dormir aquí.

Ella se giró con tanta rapidez que perdió el equilibrio. Él la sujetó antes de que se cayera.

–Ten cuidado, Gemma.

Ésta sacudió la cabeza, tratando de ignorar su cercanía. De pronto sintió extrañas sensaciones flotando en su interior.

–Estoy bien. ¿Por qué has dicho que no vamos a dormir aquí?

–Porque es la verdad.

Se quedó completamente inmóvil.

–Pero… dijiste que nos quedaríamos en tu casa.

Él le tomó la barbilla con los dedos.

–Y eso haremos. Ésta no es mi casa, es la de mis padres.

Gemma tragó saliva, confusa.

–Pensé que venía a decorarla. ¿No está vacía?

–Esa casa sí, pero tengo otra en la playa, y allí vi-viremos el tiempo que estemos aquí. ¿Tienes algún problema con eso, Gemma?

Ésta trató de recobrar un ritmo normal de respiración mientras se hacía a la idea de que Callum y ella iban a vivir juntos un tiempo. ¿Por qué la turbaba aquella idea? Tuvo que reconocer que estaba observando cosas en él que antes le habían pasado desapercibidas. Sentía cosas que le resultaban nuevas.

Como por ejemplo el deseo que recorría su cuerpo, o el sensual cosquilleo que invadía la boca de su estómago cuando se encontraba a poca distancia de él, como en aquel momento…

–¿Gemma?

Volvió a tragar saliva mientras él la miraba con una intensidad a la que no estaba acostumbrada. Sacudió la cabeza mentalmente. La familia debía de estar preguntándose qué hacían ahí fuera. Debía volver a la realidad. Tenía un trabajo por hacer y lo haría. Que ella hubiera empezado a tener locas fantasías con él no significaba que Callum le correspondiera.

–No, no me supone ningún problema. Vamos, tus padres deben de estar preguntándose qué estamos haciendo aquí –dijo mientras subía los escalones y se dirigía hacia la puerta, consciente de que él la estaba observando.

Callum recorrió con la mirada la cocina de sus padres y respiró hondo. De momento, las cosas estaban saliendo según lo planeado. A juzgar por las sonrisas veladas y los disimulados asentimientos de su familia, supo que a todos les había gustado. Hasta sus tres sobrinos, de seis, ocho y diez años, que normalmente se mostraban tímidos ante los desconocidos, estaban encantados con ella. Callum había percibido su confusión al verse acogida con tanta naturalidad por la familia. Lo que le había dicho no era mentira. Su familia conocía la razón por la que ella estaba allí, y decorar la casa era parte de ella.

Una parte muy pequeña, eso sí.

–¿Cuándo te vas a cortar el pelo?

Callum se giró y sonrió a su padre.

–Yo podría preguntarte lo mismo.

Todd Austell llevaba el pelo tan largo como su hijo.

–Pues puedes esperar sentado –dijo su padre, divertido–. Me encantas mis greñas rubias. Es lo único que quiero más que a tu madre.

Callum se apoyó en la encimera de la cocina. Su madre, su hermana y sus cuñadas hablaban con Gemma en un rincón y por la expresión de sus rostros sabía que la estaban haciendo sentir como en casa. Sus hermanos y su cuñado estaban fuera a cargo de la barbacoa y sus sobrinos jugaban a la pelota.

–Gemma es muy simpática, Callum. A Le’Claire y a Shaun les cae muy bien.

Era obvio. Miró a su padre.

–¿Y a ti qué te parece?

Todd Austell sonrió de oreja a oreja.

–Me gusta.

Sintiendo la mirada de Callum posada sobre ella, Gema miró en su dirección y sonrió. Sus músculos se tensaron de deseo.

–Papá.

–Dime.

–Cuando conociste a mamá y supiste que era la mujer de tu vida, ¿cuánto tiempo tardaste en convencerla?

–Demasiado –rió Callum.

–¿Cuánto tiempo es demasiado?

–Unos meses. Recuerda que tuve que romper un compromiso y que tu madre pensaba que su trabajo de azafata era su vida. Tuve que convencerla de que estaba en un error y de que su vida era yo.

Callum meneó la cabeza. Su padre era un fuera de serie. La familia de Callum era una de las más acaudaladas de Sidney. Los Austell habían amasado una fortuna no sólo con el negocio de las ovejas sino también en el sector de la hostelería. El hotel en el que se habían alojado la noche anterior era parte de una de las cadenas que regentaba Colin. Morris era el vicepresidente de las granjas ovinas. Cuando Callum volvía a casa echaba una mano donde le necesitaban, pero lo que realmente le gustaba era el trabajo de granjero. De hecho, era presidente ejecutivo de su propia firma, que se encargaba de la gestión de varios ranchos en Australia. También poseía grandes extensiones de tierra en el país. No era de los que hacían ostentación de su riqueza, aunque cuando era jovencito se había percatado de que el dinero atraía a muchas mujeres. Pero él no se había dejado enredar. Volvió a mirar al grupo femenino y a su padre.

–Se ve que funcionó.

Todd elevó una ceja.

–¿Qué es lo que funcionó?

–Lo de convencer a mamá de que su vida eras tú.

Su padre esbozó una amplia sonrisa.

–Cuatro hijos y tres nietos después, ¿qué te voy a contar?

Callum sonrió a su vez.

–Y mamá se convirtió en tu vida. Porque es obvio que lo es.