Capítulo Uno

Gem, lo siento. Espero que algún día seas capaz deperdonarme.

   Niecee.

Gemma Westmoreland enarcó una ceja tras leer la nota que aparecía en la pantalla de su ordenador.

Dos preguntas la asaltaron inmediatamente. ¿Dónde estaba Niecee, que se suponía que debía de estar en la oficina desde hacía más de una hora, y por qué se estaba disculpando?

El vello de la nuca empezó a erizársele y no le gustó nada la sensación. Había fichado a Niecee Carter seis meses atrás, cuando su empresa Designs by Gem empezaba a repuntar gracias al suculento contrato que había firmado con el Ayuntamiento de Denver para redecorar varias de las bibliotecas de la ciudad.

A continuación, Gayla Mason le pidió que renovara su mansión. Y por último, su cuñada Chloe, la contrató para remodelar la redacción que su célebre revista, Simplemente Irresistible, tenía en Denver.

Gemma necesitaba ayuda desesperadamente y Niecee contaba con más dotes administrativas que el resto de candidatas que había entrevistado. Le había dado el trabajo sin comprobar sus referencias, algo que su hermano mayor, Ramsey, le había desaconsejado. Pero ella no le hizo caso, creyendo que se llevaría bien con la vivaz Niecee. Y así había sido, pero ahora, mientras conectaba con el banco a través de Internet, se preguntó si no debería haber seguido el consejo de su hermano.

Gemma tenía once años cuando Ramsey y su primo Dillon asumieron la responsabilidad de criar a trece hermanos después de que un accidente de avión pusiera fin a las vidas de los padres de ambos.

En esa época Ramsey se había convertido en su roca, en su protector. Y ahora era, al parecer, el hermano al que debería haber escuchado cuando le ofreció asesoramiento sobre cómo llevar su empresa.

Lanzó un grito ahogado al descubrir que el saldo de su cuenta corriente señalaba 20.000 dólares menos. Presa de los nervios, hizo clic en el botón de las transacciones y vio que se había cobrado un cheque por esa cantidad, un cheque que no había extendido ella. Ahora sabía a qué se debía la disculpa de Niecee.

Gemma dejó caer el rostro entre sus manos y sintió ganas de llorar, pero decidió no hacerlo. Tenía que idear un plan para recuperar ese dinero. De un momento a otro empezaría a recibir facturas de sus proveedores de telas, obras de arte y objetos de artesanía, por nombrar a unos pocos y estaba claro que no tenía fondos suficientes para pagar sus deudas.

Empezó a recorrer la oficina de un lado a otro, consumida por la cólera. ¿Cómo se había atrevido Niecee a hacerle algo así? Si necesitaba el dinero, no tenía más que pedírselo. Gemma no habría podido sacar esa cantidad de sus propios ahorros, pero podría haberle pedido dinero prestado a alguno de sus hermanos o primos.

Soltó un suspiro de frustración. Tendría que denunciarlo a la policía. Su lealtad hacia Niecee había desaparecido en el momento en que su ex emplea-da le había robado. Debería haber sospechado algo, pues Niecee había estado muy callada durante los últimos días. Gemma pensó que era a causa del inútil de su novio, con el que vivía y que apenas trabajaba. ¿Habría sido idea de él? Aunque poco importaba, pues Niecee debería haber sabido distinguir entre lo que está bien y lo que está mal, y apropiar-se ilícitamente del dinero de la empresa estaba muy pero que muy mal.

Tomando asiento al lado de su escritorio, Gemma descolgó el auricular y volvió a depositarlo inmediatamente. Si llamaba al sheriff Bart Harper, que había sido compañero de colegio de Ramsey y Dillon, para denunciar los hechos, no le cabía la menor duda de que tanto su hermano como su primo acabarían enterándose. Y éstas eran las dos últimas personas que debían saber lo ocurrido, más que nada porque ambos habían tratado de convencerla de que no abriera el estudio de decoración de interiores.

Durante el año anterior las cosas le habían ido bastante bien. Aunque llevaba la empresa ella sola, sus hermanas Megan y Bailey la ayudaban de vez en cuando, y sus hermanos Zane y Derringer le echaban una mano cuando hacía falta levantar objetos pesados. Pero cuando empezaron a llegar los encargos importantes, publicó anuncios en periódicos e Internet para encontrar secretaria.

Se puso en pie y volvió a recorrer de un lado a otro la habitación. Bailey todavía estaba en la universidad y no disponía de mucho dinero y Megan le había comentado la semana anterior que estaba ahorrando para las vacaciones. Tenía planeado visitar a su prima Delaney, que vivía en Oriente Medio con su marido y sus dos hijos.

Zane y Derringer eran generosos y, como eran solteros, tendrían dinero disponible. Pero hacía poco que habían reunido sus ahorros para adquirir una franquicia de cría y doma de caballos junto con su primo Jason, por lo que no podría contar con ellos. Y el resto de sus hermanos y primos estaban todavía en el colegio o tenían sus propios negocios e inversiones.

¿Dónde demonios iba a conseguir veinte mil dólares?

Se quedó mirando el teléfono fijamente y de pronto se dio cuenta de que estaba sonando. Descolgó el auricular rápidamente, esperando que fuera Niecee para decirle que pensaba devolverle el dinero o, mejor aún, que todo había sido una broma.

–¿Dígame?

–Hola, Gemma. Soy Callum.

Ella se preguntó por qué la llamaba el encargado de la granja ovina de Ramsey.

–Dime, Callum.

–Me preguntaba si podíamos vernos para hablar de un asunto de negocios.

Ella enarcó una ceja.

–¿Un asunto de negocios?

–Eso es.

Pensó que una reunión de negocios era lo que menos le apetecía en ese momento, pero se dio cuenta rápidamente de que no podía permitir que el asunto de Niecee interfiriera en la marcha de la empresa.

–¿Cuándo te viene bien?

–¿Qué te parece hoy a la hora de comer? Podríamos ir a McKay’s.

Se preguntó si él sabría que McKay’s era su lugar favorito para almorzar.

–Vale, me viene bien. Nos vemos a las doce del mediodía –sugirió ella.

–Estupendo. Hasta luego, entonces.

Gemma se quedó con el teléfono entre las manos, pensando en lo mucho que le gustaba oír el acento australiano de Callum. Sonaba muy sexy. Y es que era un hombre muy atractivo, algo en lo que intentaba no pensar, más que nada porque era íntimo amigo de Ramsey. Además, según Jackie Barnes, una enfermera que trabajaba con Megan en el hospital y que se había vuelto loca por Callum cuando éste llegó por primera vez a Denver, tenía novia formal en Australia.

Claro que… ¿y si lo habían dejado? ¿Y si además de estar como un tren, estaba disponible? ¿Y si se olvidaba de que era amigo de su hermano mayor? ¿Y si…?

Desterró esos pensamientos de su mente y volvió a tomar asiento, dispuesta a encontrar la manera de solucionar su situación financiera.

Callum Austell se echó hacia atrás en la silla del restaurante y echó un vistazo a su alrededor. Había comido allí por primera vez con Ramsey cuando estaba recién llegado a Denver y le había gustado. Decidió que era el sitio ideal para poner en marcha un plan que debería haber llevado a cabo hacía mucho tiempo.

No sabía con exactitud cuándo decidió que Gemma Westmoreland era la mujer de su vida. Probablemente fue el día en que estaba ayudando a Ramsey a construir el granero y Gemma regresó de la universidad recién licenciada. El momento en que salió corriendo del coche para abrazar a su hermano mayor. Callum se sintió como si le hubieran dado un mazazo. Y cuando Ramsey los presentó y ella le dedicó una de sus espléndidas sonrisas pensó que ya nada sería nunca igual. Su padre y sus dos hermanos mayores le habían advertido que así sería el día que conociera a la mujer que el destino le tenía guarda-da, pero él no los había creído.

Eso había ocurrido hacía cosa de tres años, cuando ella no tenía más que veintidós. Había esperado pacientemente a que ella madurara, observándola desde la distancia. Y cada día que pasaba, más enamorado estaba. Finalmente, consciente del sentimiento protector que Ramsey profesaba hacia sus hermanos y hermanas, sobre todo hacia estas últimas, Callum sacó fuerzas de flaqueza y le confesó a su amigo lo que sentía por Gemma.

Al principio a Ramsey no le hizo gracia la idea de que su mejor amigo se sintiera atraído sexualmente por una de sus hermanas, pero Callum le convenció de que era algo más que deseo sexual: Gemma era la mujer para él.

Ramsey había vivido durante seis meses con la familia de Callum en el rancho de los Austell, aprendiendo el oficio con el fin de abrir su propio negocio en Denver. Había pasado el tiempo suficiente con los padres y los hermanos de su amigo como para saber lo entregados que eran los hombres Austell cuando se enamoraban.

El padre, que ya había renunciado a encontrar el amor verdadero, viajaba de vuelta de Estados Unidos a su país, Australia, donde estaba comprometido con una compatriota. Pero en el viaje conoció a la madre de Callum. Era una de las azafatas del avión. Todd Austell se las arregló para convencer a Le’Claire Richards, de Detroit, de que cortar con su prometida y casarse con ella era una buena idea. Y así había sido, evidentemente, pues treinta y siete años después se-guían casados y enamorados y tenían, como muestra de ese amor, tres hijos y una hija. Callum era el más pequeño de los cuatro y el único que seguía soltero.

Sus pensamientos volvieron a centrarse en Gemma. Según Ramsey, era la más fogosa y rebelde de las hermanas. Su amigo le había aconsejado que lo meditara largo y tendido antes de tomar una decisión.

Finalmente, Callum le comunicó a Ramsey que una mujer apasionada y difícil de manejar era lo que a él le gustaba y que estaba seguro de que Gemma era la mujer de su vida.

Ahora sólo quedaba convencer a Gemma…

Sabía que ésta no tenía intención de entablar una relación seria con ningún hombre, después de ser testigo de cómo dos de sus hermanos, y varios de sus primos, habían tratado a las mujeres a lo largo de los años. Según Ramsey, Gemma estaba decidida a no dejar que ningún hombre le rompiera el corazón.

Callum se puso derecho al ver que Gemma entraba en el restaurante. Su corazón dio un brinco, como siempre que la veía. Amaba a esa mujer. Se puso en pie mientras ella se acercaba a la mesa. Gemma debía de medir un metro setenta y cuatro, la altura ideal para su cuerpo de uno noventa y dos, y tenía muy buen tipo. Su pelo oscuro, generalmente a la altura de los hombros, estaba recogido en una coleta. Tenía unos ojos brillantes de color castaño claro, que estaban casi tapados por el flequillo. Parecía nerviosa, como si tuviera muchos motivos de preocupación.

–Callum –lo saludó sonriente.

–Gemma. Gracias por venir –respondió él tendiéndole la mano.

–De nada –dijo ella tomando asiento–. Dijiste que querías hablar de negocios…

–Sí, pero primero pidamos algo de comer. Estoy hambriento.

–Por supuesto.

La camarera llegó con los menús y dejó dos vasos de agua.

–Espero que te guste este sitio.

–Me encanta –sonrió Gemma–. Es uno de mis favoritos. Tiene unas ensaladas estupendas.

–¿Ah, sí? No soy muy aficionado a las ensaladas.

Prefiero algo más contundente, como el filete con patatas fritas que, según he oído, aquí lo preparan genial.

–No me extraña que Ramsey y tú seáis tan amigos. Ahora que está casado con Chloe estará en el paraíso. Es muy buena cocinera.

–Seguro. No me puedo creer que esté casado.

–Sí, mañana hacen cuatro meses. Y nunca he visto a mi hermano tan feliz.

–Sus chicos también están contentos, ahora que Nellie ha dejado de ser la cocinera –comentó él–. Era muy desorganizada y nadie lamentó que se fuera a vivir cerca de su hermana cuando su matrimonio fracasó.

Gemma asintió.

–He oído que la nueva cocinera es magnífica, aunque la mayoría de los chicos prefieren las comidas de Chloe. Pero ella sólo quiere dedicarse a Ramsey y a su próxima maternidad. Ya le queda poco.

Tengo muchas ganas de ser tía. ¿Tienes sobrinos?

–Sí. Mis dos hermanos mayores y mi hermana están casados y tienen un hijo cada uno. Estoy acostumbrado a estar con niños. También tengo una ahijada que dentro de poco cumplirá un año.

La camarera volvió en ese momento y a Callum le fastidió la interrupción. A Gemma, en cambio, no le importó. Aunque había visto a Callum muchas veces, nunca se había fijado en lo fuerte que era. Era muy masculino. Y tenía que empezar a prestar atención a lo que decía, en lugar de en cómo lo decía. Su fuerte acento australiano la excitaba; cada vez que abría la boca sentía algo parecido a una caricia cálida y sensual. Y además, era tan guapo… Entendía perfectamente por qué Jackie Barnes y muchas otras mujeres perdían la cabeza por él. Era alto y fuerte y el pelo castaño le llegaba hasta los hombros. Casi siempre se hacía coleta, pero aquel día lo llevaba suelto. Gemma le había oído contar a su hermana Megan que había heredado los labios carnosos y el cabello oscuro de su madre, que era afroamericana, y los ojos verdes y la mandíbula cuadrada de su padre.

–¿Qué piensas de lo de Dillon y Pamela?

La pregunta de Callum interrumpió sus pensamientos.

–Creo que es maravilloso. Esta familia lleva mucho tiempo sin tener bebés. Gracias a Chloe y a Pamela, vamos a tener a dos bebés a los que malcriar.

Tengo unas ganas…

–¿Te gustan los niños?

–Sí, desgraciadamente soy una de esas personas que se vuelven locas por ellos, por eso mis amigas están todo el día llamándome para que haga de canguro.

–Podrías casarte y tener los tuyos propios.

Ella hizo una mueca.

–Gracias, pero no. Por ahora, no pienso casarme, si es que lo hago alguna vez. Imagino que habrás oído esa broma familiar de que no pienso salir en serio con nadie. Pues bien, no es ninguna broma, es la verdad.

–¿Y eso es por lo que viste que hacían tus hermanos cuando eras pequeña?

Así que lo había oído.

–Creo que vi y oí demasiado. Mis hermanos y mis primos tienen fama de donjuanes. No les importaba romper corazones. Ramsey solía tener novias formales, pero Zane y Derringer eran unos seductores natos. Y lo siguen siendo. Todavía recuerdo las veces en que Megan y yo, e incluso Bailey, que era tan pequeña que todavía jugaba con muñecas, recibíamos llamadas de chicas llorando con el corazón roto después de haber sido cruelmente abandonadas por uno de mis hermanos o primos.

Megan y Bailey solían escaquearse rápidamente, pero Gemma era de las que tomaban asiento y escuchaban pacientemente los dolorosos detalles de las rupturas, hasta que ella también acababa llorando.

Cuando tuvo edad de empezar a quedar con chicos decidió que nunca permitiría que un hombre la convirtiera en una de esas desgraciadas. Le aterraba la idea de enamorarse de alguien que un buen día pudiera abandonarla. Además, estaba convencida de que ningún hombre merecía ni una sola de sus lágrimas y tenía la intención de no derramarlas jamás. Dentro de poco cumpliría veinticinco años y, de momento, había conservado su corazón, y su virginidad, intactos.

–¿Y por eso no quieres tener una relación seria?

Ella respiró hondo. Había mantenido esa conversación con sus hermanas muchas veces, y se preguntó por qué estaría Callum interesado.

–Por lo que a mí respecta, es una buena razón.

Esas chicas estaban enamoradas de mis hermanos y mis primos y creían que ellos les correspondían. Y mira a qué les condujo.

Callum pensó para sí que muchos hombres disfrutaban de las relaciones femeninas antes de sentar cabeza. Se preguntó qué pensaría ella si supiera cómo se había portado él antes de conocerla. Aunque no se consideraba un mujeriego, había salido con muchas chicas. Había disfrutado de la vida y de sus relaciones con el sexo opuesto mientras esperaba a que llegara la chica de sus sueños. Y en el momento en que esto ocurrió no tuvo ningún problema en poner punto y final a su vida de soltero libre y sin compromiso.

La camarera volvió con los platos, y hablaron de trivialidades mientras almorzaban. Una vez hubieron terminado, Gemma se echó hacia atrás y sonrió a Callum.

–Ha sido un almuerzo estupendo. Ahora, hablemos de negocios.

Él rió y tras tomar la carpeta que había dejado sobre una silla, se la tendió a Gemma.

–Éste es el dossier de la casa que compré el año pasado. Me gustaría que te encargaras de la decoración.

Callum vio cómo sus ojos se iluminaban. Le encantaba su trabajo y se le notaba en la cara. Gemma abrió la carpeta y estudió cuidadosamente todos y cada uno de los detalles de la casa. Callum había dado en el clavo: le estaba ofreciendo casi novecientos metros cuadrados de espacio para que hiciera con ellos lo que quisiera. Era el sueño de cualquier decoradora de interiores.

–Es preciosa. Y enorme. No sabía que te habías comprado una casa.

–Sí, pero todavía está vacía, y quiero convertirla en un verdadero hogar. Me gustó cómo decoraste la casa de Ramsey y pensé que serías la persona ideal para este proyecto. Me hago cargo de que, dada su extensión, te llevará mucho tiempo, pero estoy dispuesto a pagarte bien. Como ves, todavía no he elegido ni los muebles. No sabría por dónde empezar.

Aquello no era del todo verdad. Varios diseñadores se habían ofrecido a decorarle la casa, pero él la había comprado pensando en ella.

–Veamos… Son ocho dormitorios, seis cuartos de baño, una cocina gigante, un salón, un comedor, un cuarto de estar, sala de cine, cuarto de juegos y sauna. Es mucho espacio para un hombre soltero.

Él soltó una carcajada.

–Lo sé, pero no pienso estar soltero toda la vida.

Gemma asintió, pensando que seguramente había decidido sentar la cabeza y traerse a su novia australiana. Volvió a mirar los documentos. Le encantaba el proyecto. Y le iba a tomar su tiempo, pero necesitaba el dinero.

–¿Qué me dices, Gemma?

Ella lo miró sonriendo de oreja a oreja.

–Que acabas de conseguir a una diseñadora de interiores.

Callum le devolvió la sonrisa y Gemma sintió un escalofrío recorriéndole el estómago.

–Me gustaría verla cuanto antes.

–Ningún problema. ¿Cuándo estás libre?

Ella consultó la agenda del teléfono móvil.

–¿Qué te parece mañana a eso de la una?

–Lo voy a tener complicado.

–Ah, ya veo –pensó que seguramente tenía algo que hacer en el rancho de Ram a esa hora, por lo que sugirió otra fecha–. ¿Qué tal el miércoles a mediodía?

Él se rió.

–No voy a poder antes del lunes a las doce.

Ella comprobó que estaba libre ese día y asintió.

–Perfecto. El lunes a las doce.

–Muy bien, entonces organizaré los vuelos.

Gemma volvió a meter el móvil en el bolso y se lo quedó mirando.

–Perdona, ¿qué has dicho?

–He dicho que organizaré los vuelos. Si queremos ver la casa el lunes al mediodía tenemos que salir como muy tarde el jueves por la mañana.

Gemma frunció el ceño.

–¿El jueves por la mañana? ¿Pero dónde está tu casa?

Callum se arrellanó en el asiento y le lanzó una sonrisa radiante.

–En Sidney, Australia.