Capítulo 8
A pesar de haber respondido un «me gustaría tener vida social» al recibir la llamada, el detective Roger Rickman se había presentado puntual a la hora dictaminada en el lugar indicado por el sargento Wolfgang Sawyer. Su compañera Catherine Jones había actuado igual salvo por la protesta. No habían recibido detalles, tan solo que la escena del crimen estaba plagada de cadáveres. Eso y que se relacionaba con Annibal Scorpio.
Vuelta a empezar.
Treinta minutos después del aviso aquella noche de martes, casi miércoles, el sargento de la Brigada contra el Crimen Organizado vio cómo ambos detectives estacionaban sus vehículos fuera del perímetro acordonado. Jones, por petición del mismo Sawyer, había traído en el coche al agente David Lambert, nuevo en la comisaría. A Wolfgang le gustaba que aquellos que trabajasen bajo su mando gozaran de una buena formación, así que los instruía él mismo si podía. Creía que no había mejor instrucción que la calle. Los escenarios como aquel, no obstante, fácilmente podían impresionar a quienes carecían de la experiencia necesaria. La letra con sangre entra, pensó Sawyer. Nunca mejor dicho.
David Lambert, con veintidós años, estaba a punto de descubrir si tenía el estómago suficiente como para afrontar ciertas tareas propias de la brigada a la que le habían destinado. Salió por la puerta del copiloto y, junto con Catherine, caminó hacia el sargento. Roger se unió a los pocos segundos.
—Espero que esto nos dé un plus a final de mes —gruñó Roger cuando se detuvieron. No era la primera vez que hacían horas extras ni, por supuesto, sería la última.
—No se preocupen, tendrán un día libre a cambio de alargar esta jornada. Supongo que comprenderán que es muy importante lo que tenemos aquí esta noche.
Sin decir una palabra más, Wolfgang Sawyer comenzó a avanzar en dirección a los cuerpos desperdigados por el suelo. Los demás le siguieron. Los cuatro policías pudieron comprobar que la patrulla que primero había acudido al lugar tenía razón: aquel muelle estaba plagado de muerte. Habían sido algunos rostros identificados los que habían requerido la presencia de Sawyer y su grupo, entre otros.
Benjamin Paul fue el primer cadáver al que el sargento rubio identificó al instante. Trabajaba para Scorpio. No supuso ninguna sorpresa. Regresaban así al ojo del huracán, aunque en realidad jamás habían salido de él desde que encontraran el primer cadáver perteneciente a la banda de aquel narcotraficante. La cuestión era ¿estarían esas muertes relacionadas con el caso o simplemente se trataba de un altercado aislado propio de la mala vida?
Otros hombres muertos, cuyos rostros le resultaban familiares, salpicaban el pavimento a poca distancia. Como fueron comprobando, todos parecían haber muerto por arma de fuego. Algunos incluso habían sido acribillados.
La escena era dantesca.
Se dirigieron a otra parte del muelle, aquella que recogía el resto de cadáveres. Era evidente que tal disposición se debía a un enfrentamiento. Los cadáveres pertenecientes al presunto bando enemigo de Scorpio eran más numerosos. Sawyer tan solo pudo identificar a uno. No recordaba el nombre, pero se trataba de un tipo que había trabajado en un concesionario de vehículos en su propio barrio y que perdió el empleo cuando se le acusó de traficar con piezas robadas. Pero ¿qué tenía que ver ese hombre con todo aquello?
—¿Quién es esta gente? —rompió el silencio Jones. Unos ojos desconocidos y sin vida le devolvían la mirada.
—No lo sé —admitió Sawyer. Su impresionante memoria no podía hacerse cargo de todo y a muchos ni los conocía.
—No serán tan importantes cuando no nos suenan ni sus caras —dijo Rickman con la frente arrugada. Emitió un silbido de impresión ante tantos cuerpos.
—Pero sí lo suficiente como para que se hayan enfrentado a Scorpio —repuso Sawyer. Esa era su primera hipótesis, aún estaba por determinar—. Aunque sería extraño que hubiese tomado partida personalmente.
—A lo mejor tenemos suerte y lo encontramos muerto por aquí.
Wolfgang prefirió ignorar ese comentario que, a su juicio, denotaba poca profesionalidad. Su trabajo era luchar contra la delincuencia, no desear la muerte de quienes la profesaban. Sin embargo, entendía a Rickman. En ocasiones era muy difícil anteponer la rectitud policial a los bajos instintos humanos. Pero si mataban a esa gente sin ser estrictamente necesario, ¿qué los diferenciaba de aquello que intentaban erradicar?
Catherine sí miró a su compañero con gesto reprobatorio. Lambert, por su parte, prefirió clavar los ojos en el suelo con cuidado de no cruzarlos con los de algún cadáver. Tenía el estómago algo revuelto. Intentó centrar su atención en el barullo de otros agentes a lo lejos.
—¿Y cómo sabe que él mismo estuvo aquí y no fue solo una tangana de un grupo de sus hombres con otros tipos por cualquier motivo? —le preguntó Jones al sargento.
—Tampoco lo sé, pero es lo más lógico teniendo en cuenta lo que ha estado ocurriendo durante las últimas semanas. Alguien ha estado matando a su gente, de alguna manera habrá descubierto al culpable y ha decidido actuar. Dejó bien claro que lo haría cuando le visitamos. ¿Creen que un hombre como él se quedaría en su casa pudiendo tomarse la justicia por su mano si tuviera la oportunidad? Puede que lidere esa organización, pero no creo que sea capaz de encerrarse mientras los demás resuelven sus problemas. Les voy a decir una cosa: quien ha estado atentando contra su grupo ha puesto en evidencia su poder, y si algo le sobra a Scorpio es orgullo.
David Lambert escuchaba con gran interés, todavía mirando al suelo. Era nuevo, consideraba que necesitaba empaparse de todo cuanto pudiera para llegar a ser el gran policía que se había prometido a sí mismo. Y, mientras las palabras del sargento aún permanecían en el aire, descubrió un charco de sangre seca en el pavimento, a no mucha distancia de allí. No necesitó pedir permiso para aproximarse al pequeño hallazgo, que aún no estaba marcado por el equipo forense. Los demás fueron detrás de él.
—Lo que más me jode es que, si el cabrón de Scorpio se ha salido con la suya, se habrá marchado tan campante y quedará impune. Ni siquiera sabemos quién de todos estos desgraciados es el asesino —se lamentó Roger. Apenas prestaba atención a la mancha oscura—. Suponiendo que sea uno de estos. Y suponiendo que se hayan matado unos a otros por ese motivo.
—Es muy difícil hacer conjeturas sin una pista real. Llevamos así no sé cuánto tiempo y seguimos igual.
—Por supuesto, Jones. La presencia de Scorpio aquí es probable, no segura. Como decimos siempre, no hay que descartar nada. —Sawyer señaló el charco de sangre seca que Lambert había localizado—. Pediré a los de la científica que tomen muestras de todo lo orgánico que vean. Si esta sangre no pertenece a ninguno de estos infelices, será un giro interesante. Tal vez sea el empujón que necesitamos. Buen trabajo, Lambert. —Le dio una palmadita en el hombro al chico. Le satisfizo su agudeza perceptiva.
—Sargento Sawyer, por fin puedo hablar con usted. Los medios de comunicación están insoportables. Al menos he conseguido que no grabaran —les interrumpió de pronto George Button, uno de los policías que primero había acudido al lugar después del aviso anónimo.
El sargento se disculpó con el resto y se apartó a un lado con Button. El recién llegado le comentó de forma somera lo que habían encontrado hasta el momento en toda aquella maraña de sangre y muertos. Destacó las marcas de rueda quemada en el suelo, con toda seguridad producto de un derrape. Era posible que se hubiesen producido tras alguna huida, a juzgar por la velocidad y la trayectoria. Esas marcas oscuras se encontraban a una distancia considerable del lugar donde yacían los cadáveres. Bien podría tratarse del sitio donde hubiesen aparcado los vehículos.
Button también le informó de que se estaban encontrando casquillos de bala de diferentes calibres y tipos, lo cual encajaba dentro de la teoría de un tiroteo masivo. Incluso habían hallado algunos casquillos que solo podían pertenecer a un fusil de francotirador. Sawyer se preguntó qué clase de cruzada había tenido lugar allí para emplear armas tan especializadas. Este descubrimiento había iniciado otra búsqueda en las azoteas de la zona.
Por otro lado, era destacable la presencia del cuerpo de un hombre en un punto intermedio entre ambos bandos, quizá más cercano al grupo más numeroso. Aún no estaba identificado.
Muchas armas.
Incontables agujeros de bala en la superficie de diferentes estructuras.
Wolfgang le habló a Button del charco de sangre seca y este le respondió que había tantos por el suelo que aún no había dado tiempo a recoger muestras. Ya se estaban empezando a redactar los primeros informes. Luego puso en conocimiento del sargento que ya habían contactado con los servicios correspondientes para que retiraran los cadáveres. Los servicios de limpieza tendrían que solucionar todo aquel caos orgánico una vez que la policía hubiese concluido su trabajo en el muelle.
Quedaban muchísimas horas de trabajo por delante.
Sawyer tenía la impresión de verse frente a un puzle de diez mil piezas, de las que no habían encontrado ni una cuarta parte.
—El enfrentamiento podría haber alcanzado mayores dimensiones de lo que parece a simple vista —afirmó Wolfgang nada más regresar—. Han encontrado hasta restos de disparos de francotirador.
—¡Joder! —se sorprendió Roger—. Sí que se lo han tomado en serio estos desgraciados.
—La buena noticia es que hay bastante material con el que empezar a trabajar. —El superior les narró con toda la fidelidad que pudo lo que acababan de transmitirle—. En cuanto a esta sangre, parece ser que ya la habían localizado, aunque aún no han tomado muestras.
—Si es posible que haya heridos que han huido de aquí, tenemos que intentar dar con ellos. Con suerte, hasta podríamos conseguir algún testimonio —propuso Rickman.
—En el caso de que fuese cierto, y en el caso de que consiguiésemos encontrarlos, testificar sería lo último que harían —le contradijo Catherine Jones, tras una pequeña risotada—. Son criminales. Esa gente casualmente nunca sabe nada.
—Ya, bueno. Pero esta sangre se ha encontrado en el lado de los muertos que trabajaban para Scorpio, ¿no? Si alguien de este bando ha logrado escapar, nos iría muy bien saber quién es. No estoy diciendo que nos lo vayan a contar todo de buena gana, pero a veces se revelan ciertos detalles sin saber su importancia real.
—Dios te oiga —suspiró la mujer.
—A ver si podemos hacer que ese hijo de puta termine en la cárcel de una vez, que ya va siendo hora —escupió Roger.
—Todavía no sabemos si tuvo relación con este suceso —recordó el sargento.
—Es cuestión de tiempo —aseguró el detective.
—No sé si pensar que eres un policía ejemplar o que lo tuyo con Annibal es personal —dijo Catherine. Ya le había dicho más de una vez a su compañero que con esa actitud terminaría perdiendo objetividad.
—¿Lo mío con Annibal? —repitió Rickman, algo sorprendido por escuchar el nombre en lugar del apellido, como era habitual—. ¡Ese tío y toda su puta gente son escoria! ¡Mira toda la mierda que tenemos delante!
—Haber escogido ser panadero, ¿qué quieres que te diga? Aunque te enfadarías porque te comprarían una barra y no dos. Esto es lo que hay, búscate otra excusa.
—¿Y cuál es la tuya, Cathy? —Roger entornó sus ojos marrón claro, desafiante.
—¿Se están ustedes dando cuenta de que parecen críos estúpidos? —levantó la voz Sawyer. No estaba dispuesto a tolerar un numerito infantil con todo lo que tenían por hacer. Resopló, dispuesto a reiniciar sus niveles de paciencia.
Catherine Jones llevaba asignada al sargento Wolfgang Sawyer aproximadamente dos años, coincidiendo con su traslado a la comisaría que ahora compartían. Roger Rickman, sin embargo, trabajaba con ellos desde hacía cinco meses. Ambos detectives habían congeniado bien desde un primer momento, pero solían mantener puntos de vista diferentes que en ocasiones generaban pequeñas rencillas. La mujer sabía cómo tratar con él, pues ya conocía su carácter, pero había veces que le sacaba de sus casillas al empeñarse en adoptar el rol de un niño de doce años. O eso pensaba ella. Por otro lado, Roger creía que su compañera tenía que relajarse en ciertos aspectos y no ser tan cerrada de mente como aparentaba. Le frustraba no conseguir hacerse entender, sobre todo cuando ella parecía no ver más allá de su propia opinión. Opinión que el detective consideraba extraña muchas veces.
—Como no podemos quedarnos de brazos cruzados, lo que haremos a partir de mañana será…
—Vale, no hace falta que lo diga —interrumpió Rickman al sargento. Puso los ojos en blanco y chasqueó la lengua—. A este paso nos van a dar un bono especial.
—En realidad sí hace falta, y créame cuando le digo que me hace tan poca gracia como a usted. —Los ojos azules de Wolfgang parecieron relampaguear bajo los flashes en la distancia—. Y no, no vamos a ir a esa casa de nuevo. O al menos no dentro.
—Tiene que haber otras formas, no hacemos más que andar en círculos. —Catherine había bajado la mirada apenas unos segundos. Lo que menos le apetecía era volver a encontrarse cara a cara con ese hombre después del resultado de la última visita, aquella que había efectuado en solitario pensando que hacía lo correcto. No era miedo lo que sentía, sino vergüenza. Vergüenza de sí misma.
—Por desgracia, carecemos de alternativas viables. Esto es así, ya lo hemos hablado. Si queremos algo de esta gente sin tener ninguna prueba que los incrimine directamente, tenemos que buscarla nosotros. Y citarle en comisaría sería una estupidez que solo complicaría el caso —expuso Sawyer.
—Esto parece El Día de la Marmota. ¿Y cómo vamos a hacerlo entonces? Si no vamos a entrar en su casa, usted dirá —resopló Roger.
—Vigilaremos a Scorpio a partir de mañana. En algún momento tendrá que salir. Después de un tiroteo de esta magnitud, probablemente se reúna con alguien, haga algo, dé el siguiente paso. Le seguiremos con prudencia y veremos qué es lo que está ocurriendo. Dejar pasar más tiempo podría significar más muertes, y esto se nos terminará yendo de las manos. Él ha movido ficha, ahora nos toca a nosotros.
—Ya nos conoce, se dará cuenta enseguida nada más vernos la cara —dijo Jones. Debía afrontar aquello con la profesionalidad que se esperaba de ella y de la que nadie dudaba.
—Pues que no se dé cuenta. No somos nuevos y sabemos qué es lo que tenemos que hacer. Mañana los quiero a las siete de la mañana en mi despacho. También va por usted, Lambert.
Sawyer dio media vuelta y se marchó hacia su coche sin añadir nada más. Ya había asumido que esa noche no dormiría mucho. Al menos le gustaba el café.
Pues yo sí soy nuevo, se lamentó David en su fuero interno. No había entendido apenas nada de la última parte de la conversación, aunque no había querido interrumpir. Ni siquiera ahora, que parecía haber finalizado. En cualquier caso, en unas horas iba a saber con todo detalle quién era el tipo al que iban a vigilar y cuál era su cometido. El hecho de que el sargento hubiese decidido contar con él le entusiasmaba, pero a la vez le provocaba nervios. Quería estar a la altura. Y tenía que mentalizarse de que trabajar bajo presión iba a convertirse en una rutina, por lo que había podido comprobar. Pero no importaba, se dijo, por fin iba a verse inmerso en algo que soñaba desde que era pequeño.