SOBRE ESTA VERSIÓN
He llamado a este trabajo una «versión» de Gilgamesh más que una traducción. No leo cuneiforme y carezco de conocimientos de acadio; para el sentido del texto, me he basado en las traducciones literales[82] de siete especialistas. Estoy especialmente en deuda con la soberbia, meticulosa, monumental edición en dos volúmenes de los textos originales llevada a cabo por A. R. George, que supera con mucho a toda la investigación anterior. También he leído y me he servido de las traducciones de Jean Bottéro, Benjamin R. Foster, Maureen Gallery Kovacs, Albert Schott y Raymond Jacques Tournay y Aaron Shaffer, así como de las versiones literarias, no eruditas, de David Ferry y Raoul Schrott. Las notas de Jean Bottéro me ayudaron en la interpretación de muchos pasajes.
Mi método fue el siguiente: primero leí y comparé todas las traducciones citadas en la bibliografía, comprendí los pasajes difíciles hasta donde me permitió mi inexperta capacidad y redacté una apresurada versión preliminar en prosa. (Como otros muchos traductores, prescindí de la Tablilla XII, que muchos estudiosos consideran no perteneciente a la epopeya). En este punto, me sentí como un murciélago, intuyendo los contornos del texto original gracias a las ondas sonoras que emitía en la oscuridad. Una vez que estuvo terminada mi versión en prosa, comencé el auténtico trabajo de elevar el lenguaje hasta el nivel del verso inglés. El metro que empleé, un tetrámetro libre, no yámbico, no aliterado, es poco frecuente en inglés; los dos casos que conozco son secciones del Four Quartets de Eliot y la maravillosa «Sestina»[83] de Elizabeth Bishop. Trabajé duro para evitar en mis ritmos un sonido demasiado regular, y los varié para que nunca se diera un ritmo idéntico en dos versos consecutivos.
Cuando fue posible, me mantuve bastante próximo al sentido literal; cuando fue necesario, fui mucho más libre e hice no tanto una traducción como una adaptación. Decidí no reproducir algunas de las peculiaridades del estilo acadio, que para los lectores antiguos podrían ser agradables pero que a nosotros nos resultan tediosas. Por ejemplo, las repeticiones, palabra por palabra, de pasajes completos y las enumeraciones de uno a siete o doce. He rellenado las muchas lagunas del texto; he modificado imágenes que no eran claras; he añadido versos cuando el dramatismo de la situación requería cierta elaboración o cuando los pasajes terminaban de forma abrupta y necesitaban una transición; he suprimido algunos pasajes fragmentarios y, cuando el texto era incoherente, he cambiado en ocasiones el orden de los pasajes. (Todos estos cambios están documentados en las notas). Aunque he intentado mantenerme fiel al espíritu del texto acadio, a menudo me he comportado tan libremente con la letra del mismo como Sîn-lēqi-unninni y sus predecesores paleo-babilonios lo fueron con su material. Quiero pensar que me habrían dado su aprobación.