LIBRO V
Permanecían a la entrada del Bosque de los Cedros, admirando la inmensa altura de los árboles. Podían ver, delante de ellos, un sendero bien marcado por el ir y venir de Humbaba. A lo lejos divisaron la Montaña de los Cedros, consagrada a Ishtar, donde habitan los dioses, con sus empinadas laderas y rica en cedros, con su profunda fragancia y sus agradables sombras. Con las hachas en la mano y los puñales desenvainados, penetraron en el Bosque y se abrieron paso[170] entre la maraña de espinados arbustos que cedían bajo sus pies[171].
De improviso, el terror se apoderó de Enkidu, su rostro se tornó pálido como una cabeza cortada[172]. Dijo a Gilgamesh: «Amigo querido, no puedo continuar, estoy aterrorizado, no puedo seguir adelante. Entra tú en el terrible bosque, mata tú a Humbaba y gana la gloria. Yo regresaré ahora a la bien murada Uruk, y todos los hombres sabrán lo cobarde que he sido»[173].
Respondió Gilgamesh: «Amigo querido, hermano amado, solo no puedo matar a Humbaba. Por favor, quédate aquí conmigo, permanece a mi lado[174]. “Dos barcos amarrados juntos jamás se hundirán. Una cuerda triple es difícil de romper”. Si nos ayudamos uno al otro y combatimos hombro con hombro, ¿qué daño puede ocurrirnos? Vamos, ataquemos al monstruo. Hemos llegado ya muy lejos. No importa lo que sientes, continuemos[175]».
Dijo Enkidu: «Tú nunca lo has visto cara a cara, y desconoces el horror que acecha ahí delante. Pero cuando yo lo vi, mi sangre se heló. Sus dientes son afilados como dagas, sobresalen como colmillos, su rostro untado de sangre es un rostro de león, se abalanza como un torrente enfurecido, llamas salen de su frente. ¿Quién puede resistirse? Estoy aterrorizado. No puedo seguir adelante»[176].
Dijo Gilgamesh: «Ten valor, hermano querido, no es tiempo de dejarse vencer por el temor. Hemos llegado muy lejos, hemos atravesado muchas montañas, y nuestro viaje está a punto de alcanzar su objetivo. Te criaste en el monte, con tus propias manos has dado muerte a los leones y los lobos que te acechaban, eres valiente, tu corazón ha sido puesto a prueba en combate. Aunque ahora tus brazos se sientan débiles y tus piernas tiemblen, tú eres un guerrero, tú sabes qué hacer. Lanza tu grito de guerra, que tu voz martillee como un timbal. Que tu corazón te inspire para sentir gozo en la batalla, para olvidarte de la muerte. Si nos ayudamos uno al otro y combatimos hombro con hombro, haremos perdurables nuestros nombres, para siempre grabaremos nuestra fama en la memoria de los hombres»[177].
Se adentraron caminando en el Bosque de los Cedros, con las hachas en la mano y los puñales desenvainados, siguiendo el sendero que había hecho Humbaba[178].
Llegaron a la vista de la guarida del monstruo. Dentro aguardaba y su sangre se heló. Vio el monstruo a los dos amigos, crispó su rostro, mostró los dientes, lanzó un bramido ensordecedor. Clavó su fiera mirada en Gilgamesh. «Joven», le dijo, «jamás regresarás a tu hogar. Disponte a morir». El pánico golpeó a Gilgamesh como una ola, el terror inundó sus músculos, su corazón se congeló, su boca se secó, sus piernas temblaron, sus pies quedaron enraizados en la tierra[179].
Enkidu vio cómo desfallecía y dijo: «Amigo querido, gran guerrero, noble héroe, no pierdas tu coraje[180][181], recuerda esto: “Dos barcos amarrados juntos jamás se hundirán. Una cuerda triple es difícil de romper[182]. Si nos ayudamos uno al otro y combatimos hombro con hombro, ¿qué daño puede ocurrirnos? Vamos, continuemos”[183]».
Avanzaron hacia la guarida del monstruo. Humbaba salió rugiendo y les dijo[184]: «Te conozco, Gilgamesh. No seas tonto. Márchate. Abandona el Bosque de los Cedros. ¿Te ha ordenado algún loco que te enfrentes a mí? Te arrancaré un miembro tras otro[185], te aplastaré y te abandonaré en el suelo sangrando y despedazado. Y tú, Enkidu, hijo de un pez o una tortuga, cobarde que no has conocido a tu padre, que jamás has sido amamantado, cuando eras joven te veía en los pastos, te observaba mientras pastabas con los rebaños, pero no te maté, eras demasiado escuálido, no me hubieses servido como un banquete decente. Y ahora osas traer a Gilgamesh hasta aquí, y los dos os presentáis ante mí y me observáis como un par de niñas atemorizadas[186]. Voy a cortaros el cuello, a arrancaros la cabeza, vuestras apestosas entrañas servirán de alimento a los escandalosos buitres y cuervos».
Retrocedió Gilgamesh. Dijo: «¡Cuán terrible se ha tornado el rostro de Humbaba! Se está transformando en mil rostros de pesadilla, más horribles de lo que puedo soportar. Estoy aterrado, no puedo continuar[187]».
Respondió Enkidu: «¿Por qué, amigo querido, hablas como un cobarde? Lo que acabas de decir es impropio de ti, aflige mi corazón. No debemos dudar ni abandonar. Dos amigos íntimos no pueden ser derrotados. Ten valor. Recuerda cuán fuerte eres. Permaneceré a tu lado. Ataquemos ahora[188]».
Gilgamesh sintió cómo el valor regresaba[189]. Arremetieron contra Humbaba como dos toros salvajes. El monstruo profirió un grito ensordecedor, su rugido retumbó como un trueno[190], con sus pies abrió la tierra, sus pisadas dividieron las montañas del Líbano[191], las nubes ennegrecieron, una bruma sulfurosa descendió sobre ellos e hirió sus ojos[192]. Envió entonces Shamash unos furiosos vientos contra Humbaba, el viento del sur, el viento del norte, el del este y el del oeste, la tempestad, la galerna, el huracán, el tornado, para inmovilizarlo y paralizar sus pasos. No podía avanzar, no podía retroceder. Lo observó Gilgamesh, se subió sobre él, colocó un puñal en la garganta de Humbaba.
Dijo Humbaba: «Ten compasión, Gilgamesh. Permíteme vivir aquí, en el Bosque de los Cedros. Si respetas mi vida, seré tu esclavo, te entregaré tantos cedros como desees. Tú eres rey de Uruk por la gracia de Shamash, hónrale con un templo de cedro y construye para ti un palacio de cedro. Todo esto es tuyo con sólo respetar mi vida»[193].
Dijo Enkidu: «Amigo querido, no escuches nada de lo que diga el monstruo. Dale muerte antes de que te confunda».
Dijo Humbaba: «Si algún mortal conoce las normas de mi bosque, Enkidu, eres tú. Sabes que este es mi lugar y que yo soy el guardián del bosque. Enlil me puso aquí para inspirar terror a los hombres, y protejo el bosque tal como ordena Enlil. Si me matáis, incurriréis en la ira de los dioses y su juicio será severo[194]. Pude haberos matado a la entrada del bosque, pude haberos colgado de un cedro y alimentar con vuestras entrañas a los escandalosos buitres y cuervos. Ahora os toca a vosotros mostrarme compasión. Háblale, ruégale que respete mi vida».
Dijo Enkidu: «Amigo querido, rápido, antes de que transcurra más tiempo mata a Humbaba, no escuches sus palabras, no dudes, sacrifícalo, córtale la garganta antes de que el gran dios Enlil pueda detenernos, antes de que los grandes dioses puedan enojarse, Enlil en Nippur, Shamash en Larsa[195]. Gana tu fama de manera que por siempre los hombres hablen del valeroso Gilgamesh que dio muerte a Humbaba en el Bosque de los Cedros[196]».
Sabedor de que estaba perdido, Humbaba profirió un aullido: «A ambos os maldigo. Puesto que habéis hecho esto, muera Enkidu, muera entre grandes dolores, y experimente Gilgamesh el desconsuelo, quede su cruel corazón abrumado por el dolor».
Horrorizado, soltó su hacha Gilgamesh. Dijo Enkidu: «Ten valor, amigo querido. Cierra tus oídos a las maldiciones de Humbaba. No escuches sus palabras. ¡Mátalo! ¡Ahora!».
Al escuchar a su amigo, volvió en sí Gilgamesh. Lanzó un alarido, alzó su enorme hacha, la blandió y la hundió en el cuello de Humbaba. Manó la sangre, de nuevo el hacha golpeó la carne y el hueso, el monstruo se tambaleó, quedaron sus ojos en blanco y al tercer golpe del hacha se desmoronó como un cedro y se derrumbó en el suelo. Su estertor conmovió las montañas del Líbano, inundó los valles su sangre, retumbó el bosque en quince kilómetros. Entonces los dos amigos lo abrieron, extrajeron sus intestinos, cortaron su cabeza de dientes afilados como dagas y de horribles ojos rojos de fija mirada. Cayó una suave lluvia sobre las montañas. Cayó una suave lluvia sobre las montañas[197][198].
Tomaron sus hachas y se adentraron aún más en el bosque[199], iban cortando cedros, saltaban por los aires las astillas, cortaba Gilgamesh los poderosos árboles, convertía Enkidu los troncos en vigas[200]. Dijo Enkidu: «Con tu gran fuerza has dado muerte a Humbaba, el guardián del bosque. ¿Qué podría traerte el deshonor ahora? Hemos talado los árboles del Bosque de los Cedros, hemos hecho caer al más alto de los árboles, el cedro cuya copa un día perforó el cielo. Lo convertiremos en una enorme puerta, de treinta metros de alto y nueve metros de ancho, la transportaremos por el Éufrates hasta el templo de Enlil en Nippur. Ningún hombre la traspasará, tan sólo los dioses. Que sea del agrado de Enlil, y que el pueblo de Nippur se regocije con ella»[201].
Ataron varios troncos y construyeron una balsa. La conducía Enkidu por las aguas del gran río. Sostenía Gilgamesh la cabeza de Humbaba.