LIBRO VIII
Toda la noche lloró Gilgamesh por su amigo muerto. Con la primera luz del alba, gritó: «Enkidu, queridísimo hermano, llegaste a Uruk desde el monte, tu madre fue una gacela, un onagro fue tu padre, te criaste con la leche del antílope y del venado, y los rebaños te enseñaron dónde estaban los mejores pastos. Que los senderos que te condujeron al Bosque de los Cedros te lloren sin cesar día y noche, que te lloren aquellos ancianos de la bien murada Uruk que nos bendijeron al partir, que te lloren las colinas y las montañas que ascendimos, que te lloren los pastos como a su propio hijo, que te llore el bosque que talamos con furia, que te lloren el oso, la hiena, la pantera, el leopardo, el venado, el chacal, el león, el toro salvaje, la gacela, que te lloren los ríos Ulaya[257] y Éufrates, cuyas sagradas aguas ofrecimos a los dioses, que te lloren los jóvenes de la bien murada Uruk que festejaron cuando dimos muerte al Toro Celeste, que te llore el granjero que cantaba a los cielos tu alabanza mientras recogía su cosecha, que te llore el pastor que te ofrecía leche, que te llore el cervecero que te elaboraba la mejor cerveza, que te lloren las sacerdotisas de Ishtar que te masajeaban con fragante aceite, que te lloren los invitados a la boda como a su propio hermano, que te lloren los sacerdotes del templo soltándose sus cabelleras.
«Escuchadme, ancianos, escuchadme, jóvenes, mi amigo amado está muerto, está muerto, mi hermano amado está muerto, lo lloraré mientras respire, sollozaré por él como una mujer que ha perdido a su único hijo[258]. Oh, Enkidu, tú eras el hacha que iba a mi lado y en quien mi brazo confiaba, el puñal que iba en mi funda, mi escudo, mi gloriosa vestimenta, el ancho cinturón que ceñía mis lomos, y ahora un cruel destino te ha arrancado de mí para siempre. Amigo amado, veloz semental, venado salvaje[259], leopardo que recorre el monte, Enkidu, veloz semental, venado salvaje, leopardo que recorre el monte, juntos cruzamos las montañas, juntos dimos muerte al Toro Celeste, matamos a Humbaba, que guardaba el Bosque de los Cedros, ¡oh, Enkidu! ¿Qué es este sueño que se ha apoderado de ti, que ha ensombrecido tu rostro y detenido tu respiración?».
Mas Enkidu no respondía. Gilgamesh tocó su corazón, mas no latía.
Entonces, como el de una novia, cubrió con un velo el rostro de Enkidu. Semejante a un águila, Gilgamesh trazó círculos a su alrededor, no cesaba de acercarse y alejarse de él, como una leona cuyos cachorros han caído en una trampa, se arrancaba mechones del cabello, rasgaba sus magníficas vestiduras como si estuvieran malditas.
A la primera luz del alba, Gilgamesh pronunció una proclama: «Herreros, orfebres, todos los que trabajáis la plata, el metal y las gemas, cread una estatua de Enkidu, mi amigo, hacedla más espléndida que cualquiera que haya existido jamás. De lapislázuli recubrid su barba, de oro su pecho. Que la obsidiana y las otras piedras preciosas —un millar de joyas de todos los colores— se amontonen junto al oro y la plata, y sean traídas en una barca, Éufrates abajo, hasta la bien murada Uruk, para la estatua de Enkidu[260]. Lo haré reposar en un lecho de honor, lo depositaré en unas regias andas, a mi izquierda haré colocar su estatua en el lugar de descanso, los príncipes de la tierra besarán sus pies, el pueblo de Uruk le llorará, y cuando se haya ido, vagaré por el monte con el cabello enmarañado y una piel de león».
Una vez hubo pronunciado esta proclama, se dirigió al tesoro, abrió su puerta y examinó sus riquezas[261]; de él sacó entonces armas y enseres preciosos tachonados de joyas y provistos de asideros con incrustaciones de oro y marfil, y las presentó en nombre de Enkidu, su amigo, como ofrenda a los dioses del inframundo. Reunió ovejas y bueyes bien cebados, los sacrificó y los apiló en honor de Enkidu, su amigo amado. Cerró los ojos y en su mente se formó una imagen del río infernal; abrió entonces la puerta del palacio, sacó una mesa de ofrendas de preciosa madera de tejo[262], llenó un vaso de cornalina con miel, llenó otro, de lapislázuli[263], con manteca y, una vez estuvieron dispuestas las ofrendas, las vertió en presencia de Shamash[264].
A la gran reina Ishtar le ofreció una pulida jabalina de puro cedro[265]. «Que Ishtar acepte esto[266], que acoja a mi amigo y camine junto a él en el inframundo, de modo que no sufra aflicción Enkidu». A Sîn, el dios de la luna, le ofreció un puñal con una hoja curva de obsidiana. «Que Sîn acepte esto, que acoja a mi amigo y camine junto a él en el inframundo, de modo que no sufra aflicción Enkidu». A Ershigal, la tenebrosa reina de los muertos, le ofreció un frasco de lapislázuli. «Que la reina acepte esto, que acoja a mi amigo y camine junto a él en el inframundo, de modo que no sufra aflicción Enkidu». Para Tammuz, el amado pastor de Ishtar, su ofrenda fue una flauta de cornalina; para Namtar, visir de los dioses tenebrosos, una silla y un cetro de lapislázuli; para Hushbishag, criada de los dioses tenebrosos, un collar de oro; para Qassa-tabat, la barrendera de los infiernos, un brazalete de plata; para Ninshuluhha, la que cuida la casa, un espejo[267] de alabastro en cuyo reverso había una imagen del Bosque de los Cedros con incrustaciones de rubí y lapislázuli; para el matarife, Bibbu, un cuchillo de doble hoja con una empuñadura de lapislázuli en la que había una representación del sagrado Éufrates. Una vez estuvieron dispuestas todas las ofrendas[268], hizo su plegaria: «Que los dioses acepten estos presentes, que acojan a mi amigo y caminen junto a él en el inframundo, de modo que no sufra aflicción Enkidu».
Tras el funeral, Gilgamesh abandonó Uruk y se internó en el monte con el cabello enmarañado y una piel de león[269].