LIBRO IV

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Tras recorrer más de seiscientos kilómetros, se detuvieron a comer, tras otros mil, acamparon. Habían recorrido en sólo tres días y tres noches[155] el camino que recorrería un hombre corriente en seis semanas. Al ponerse el sol cavaron un pozo, llenaron sus odres de agua, Gilgamesh subió a lo alto de la montaña, vertió una ofrenda de harina y dijo: «Tráeme, montaña, un sueño favorable». Enkidu ejecutó el ritual de los sueños[156] y rogó una señal. Pasó una ráfaga de viento. Construyó un refugio para la noche, colocó a Gilgamesh en el suelo y trazó a su alrededor un círculo mágico de harina. Luego extendió como una red a través de la puerta. Gilgamesh se sentó allí, el mentón entre las rodillas, y el sueño lo venció, como hace con todos los hombres.

Despertó a medianoche. Dijo a Enkidu: «¿Qué ha ocurrido? ¿Me has tocado? ¿Ha pasado un dios? ¿Qué hace que mi piel se estremezca? ¿Por qué siento frío? Enkidu, amigo querido, he tenido un sueño, un sueño horrible. Caminábamos por un desfiladero y, al alzar la vista, se desplomó una enorme montaña, tan grande que, a su lado, parecíamos moscas. Entonces la montaña cayó sobre nosotros. Dime, amigo querido: ¿qué significa?[157]».

Dijo Enkidu: «No te preocupes, amigo mío. El sueño que tuviste es favorable. La montaña representa a Humbaba. Caerá igual que lo hizo esa montaña. El señor Shamash nos asegurará la victoria, daremos muerte al monstruo y abandonaremos su cadáver en el campo de batalla». Gilgamesh, alegre con su magnífico sueño, sonrió, y su rostro se iluminó de placer[158].

Tras recorrer más de seiscientos kilómetros, se detuvieron a comer, tras otros mil, acamparon. Habían recorrido en sólo tres días y tres noches el camino que recorrería un hombre corriente en seis semanas. Al ponerse el sol cavaron un pozo, llenaron sus odres de agua, Gilgamesh subió a lo alto de la montaña, vertió una ofrenda de harina y dijo: «Tráeme, montaña, un sueño favorable». Enkidu ejecutó el ritual de los sueños, rogó una señal. Pasó una ráfaga de viento. Construyó un refugio para la noche, colocó a Gilgamesh en el suelo y trazó a su alrededor un círculo mágico de harina. Luego extendió como una red a través de la puerta. Gilgamesh se sentó allí, el mentón entre las rodillas, y el sueño lo venció, como hace con todos los hombres.

Despertó a medianoche. Dijo a Enkidu: «¿Qué ha ocurrido? ¿Me has tocado? ¿Ha pasado un dios? ¿Qué hace que mi piel se estremezca? ¿Por qué siento frío? Enkidu, amigo querido, he tenido un sueño, un sueño más horrible que el primero. Alcé la vista y se desplomó una enorme montaña, me tiró al suelo, me atrapó los pies[159], un terrible resplandor hirió mis ojos, de repente, apareció un joven, era radiante y hermoso, me tomó por el brazo y me sacó de debajo de la montaña[160], me dio agua y mi corazón se serenó[161]. Dime, amigo querido: ¿qué significa?».

Dijo Enkidu: «No te preocupes, amigo mío. El sueño que tuviste es favorable. De nuevo la montaña representa a Humbaba[162]. Te hacía caer, pero no pudo darte muerte. Por lo que respecta al joven hermoso que aparecía, es el señor Shamash, que te rescatará y te otorgará todo aquello que desees[163]». Gilgamesh, alegre con su magnífico sueño, sonrió, y su rostro se iluminó de placer.

Tras recorrer más de seiscientos kilómetros, se detuvieron a comer, tras otros mil, acamparon. Habían recorrido en sólo tres días y tres noches el camino que recorrería un hombre corriente en seis semanas. Al ponerse el sol cavaron un pozo, llenaron sus odres de agua, Gilgamesh subió a lo alto de la montaña, vertió una ofrenda de harina y dijo: «Tráeme, montaña, un sueño favorable». Enkidu ejecutó el ritual de los sueños, rogó una señal. Pasó una ráfaga de viento. Construyó un refugio para la noche, colocó a Gilgamesh en el suelo y trazó a su alrededor un círculo mágico de harina. Luego extendió como una red a través de la puerta. Gilgamesh se sentó allí, el mentón entre las rodillas, y el sueño lo venció, como hace con todos los hombres.

Despertó a medianoche. Dijo a Enkidu: «¿Qué ha ocurrido? ¿Me has tocado? ¿Ha pasado un dios? ¿Qué hace que mi piel se estremezca? ¿Por qué siento frío? Enkidu, amigo querido, he tenido un sueño, un sueño más horrible que los dos anteriores. Los cielos rugían y la tierra retumbaba, luego tinieblas, silencio. Se vio un relámpago que prendió los árboles. Cuando se extinguieron las llamas, el suelo estaba cubierto de cenizas. Dime, amigo querido: ¿qué significa?».

Dijo Enkidu: «No te preocupes, amigo mío. El sueño que tuviste es favorable. Los feroces cielos representan a Humbaba, que intentaba darte muerte con rayos y llamas. Pero, a pesar del fuego, no podía causarte daño. Mataremos a Humbaba. El triunfo es nuestro. Aunque nos ataque, venceremos[164]». Gilgamesh, alegre con su magnífico sueño, sonrió, y su rostro se iluminó de placer.

Tras recorrer más de seiscientos kilómetros, se detuvieron a comer, tras otros mil, acamparon. Habían recorrido en sólo tres días y tres noches el camino que recorrería un hombre corriente en seis semanas. Al ponerse el sol cavaron un pozo, llenaron sus odres de agua, Gilgamesh subió a lo alto de la montaña, vertió una ofrenda de harina y dijo: «Tráeme, montaña, un sueño favorable». Enkidu ejecutó el ritual de los sueños, rogó una señal. Pasó una ráfaga de viento. Construyó un refugio para la noche, colocó a Gilgamesh en el suelo y trazó a su alrededor un círculo mágico de harina. Luego extendió como una red a través de la puerta. Gilgamesh se sentó allí, el mentón entre las rodillas, y el sueño lo venció, como hace con todos los hombres.

Despertó a medianoche. Dijo a Enkidu: «¿Qué ha ocurrido? ¿Me has tocado? ¿Ha pasado un dios? ¿Qué hace que mi piel se estremezca? ¿Por qué siento frío? Enkidu, amigo querido, he tenido un cuarto sueño, un sueño más horrible que los tres anteriores. Vi una terrible águila con cabeza de león, se cernía sobre mí como una enorme nube, me hacía muecas y de su boca salían horribles llamas; entonces vi junto a mí a un joven que despedía un fulgor que no era de este mundo, se acercó a la criatura, quebró sus alas, retorció su cuello y la arrojó al suelo. Dime, amigo querido: ¿qué significa?».

Dijo Enkidu: «No te preocupes, amigo mío. El sueño que tuviste es favorable. El águila que viste con cabeza de león representa a Humbaba. Aunque se abalanzó sobre ti y de su boca salieron llamas terribles, nada pudo causarte daño. El joven que acudía en tu rescate era nuestro señor, Shamash. Él permanecerá a nuestro lado cuando ataque el monstruo. Pase lo que pase, venceremos»[165]. Gilgamesh, alegre con su magnífico sueño, sonrió, y su rostro se iluminó de placer.

Tras recorrer más de seiscientos kilómetros, se detuvieron a comer, tras otros mil, acamparon. Habían recorrido en sólo tres días y tres noches el camino que recorrería un hombre corriente en seis semanas. Al ponerse el sol cavaron un pozo, llenaron sus odres de agua, Gilgamesh subió a lo alto de la montaña, vertió una ofrenda de harina y dijo: «Tráeme, montaña, un sueño favorable». Enkidu ejecutó el ritual de los sueños, rogó una señal. Pasó una ráfaga de viento. Construyó un refugio para la noche, colocó a Gilgamesh en el suelo y trazó a su alrededor un círculo mágico de harina. Luego extendió como una red a través de la puerta. Gilgamesh se sentó allí, el mentón entre las rodillas, y el sueño lo venció, como hace con todos los hombres.

Despertó a medianoche. Dijo a Enkidu: «¿Qué ha ocurrido? ¿Me has tocado? ¿Ha pasado un dios? ¿Qué hace que mi piel se estremezca? ¿Por qué siento frío? Enkidu, amigo querido, he tenido un quinto sueño, un sueño más horrible que todos los demás. Luchaba yo cuerpo a cuerpo con un gigantesco toro, su bramido quebraba el suelo y levantaba nubes de polvo que oscurecían el cielo; me sujetaba, me aplastaba, sentía su aliento en mi rostro, y entonces, súbitamente, un hombre me levantó, me rodeó con sus brazos y me dio agua de su odre. Dime, amigo querido: ¿qué significa?».

Dijo Enkidu: «No te preocupes, amigo mío. El sueño que tuviste es favorable. El gigantesco toro no es nuestro enemigo, sino el mismo dios que nos ha asistido, Shamash, el brillante, nuestro protector, señor del cielo, que en todo peligro acudirá en nuestra ayuda. El hombre que te levantó del suelo y te dio agua de su odre es Lugalbanda, tu dios personal. Con su ayuda, alcanzaremos un triunfo mayor que el que haya logrado hombre alguno»[166].

Habían llegado al Bosque de los Cedros. Podían escuchar el horrible rugido de Humbaba[167]. Gilgamesh se detuvo, estremecido. Las lágrimas corrían por sus mejillas. «¡Oh Shamash», clamó, «asísteme en esta peligrosa jornada. Acuérdate de mí, ayúdame, escucha mi ruego!». Se detuvieron y escucharon. Pasó un momento. Entonces, desde el cielo, la voz del dios se dirigió a Gilgamesh: «Apresúrate, ataca, ataca a Humbaba mientras sea el momento adecuado, antes de que se adentre en las profundidades del bosque, antes de que pueda ocultarse y envolverse en sus siete auras con su mirada paralizadora. Ahora sólo lleva una. ¡Atácalo! ¡Ahora![168]»[169].

Permanecían a la entrada del Bosque de los Cedros, mirando fijamente, en silencio. Nada había que decir.