LIBRO I

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Superior a todos los reyes[88], poderoso y alto más que ningún otro, violento, magnífico, un toro salvaje, caudillo invicto, el primero en la batalla, bienamado de sus soldados —baluarte lo llamaban, protector del pueblo, impetuoso aluvión que destruye todas las defensas— en dos tercios divino y en uno humano[89], hijo del rey Lugalbanda, que se convirtió en dios, y de la diosa Ninsun, abrió los pasos de las montañas, cavó pozos en sus laderas, atravesó el vasto océano, navegó hacia el sol naciente, viajó hasta los confines del mundo en pos de la vida eterna, y cuando halló a Utnapishtim —el hombre que sobrevivió al Gran Diluvio y a quien se le concedió la inmortalidad— restauró los ritos antiguos, olvidados, levantando de nuevo los templos que el Diluvio había destruido, renovando las imágenes y los sacramentos por el bien del pueblo y de la sagrada tierra[90]. ¿Quién puede igualarse a Gilgamesh? ¿Qué otro rey ha inspirado tal temor? ¿Quién más puede decir: «Sólo yo reino, supremo entre todos los hombres»? La diosa Aruru, madre de la creación, había modelado su cuerpo y lo había hecho el más fuerte de los hombres: enorme, hermoso, radiante, perfecto[91].

La ciudad es su predio, pasea su arrogancia por ella, la frente altiva, pisotea a sus habitantes como un toro salvaje. Es el rey, aquello que desea lo hace, al padre arrebata su hijo para aplastarlo[92], a la madre su hija para hacerla suya, a la hija del guerrero, a la novia del joven las hace también suyas, nadie osa enfrentársele. Pero el pueblo de Uruk clamó al cielo y sus lamentos encontraron oídos, pues los dioses no son insensibles, sus corazones se conmovieron, acudieron ante Anu, el padre de todos ellos, protector del reino de la sagrada Uruk, y le hablaron en nombre del pueblo: «Padre celestial, Gilgamesh, pese a ser noble y magnífico, ha sobrepasado todos los límites. El pueblo sufre su tiranía, el pueblo clama que al padre arrebata su hijo para aplastarlo, a la madre su hija para hacerla suya, a la hija del guerrero, a la novia del joven las hace también suyas, nadie osa enfrentársele. ¿Es así como quieres que tu rey gobierne? ¿Diezmaría un pastor su propio rebaño? Haz algo, padre, apresúrate antes de que el pueblo abrume al cielo con sus desgarradores sollozos»[93].

Los escuchó Anu, y asintió; llamó entonces a la diosa, la madre de la creación: «Tú creaste a los hombres, Aruru. Ahora ve y crea un par de Gilgamesh, su segundo ser, un hombre que iguale su fuerza y su valor, un hombre que iguale su tempestuoso corazón. Crea un nuevo héroe y que se contrarresten de forma perfecta, para que Uruk tenga paz»[94].

Cuando Aruru oyó esto, cerró sus ojos y formó en su mente lo que Anu había ordenado. Humedeció sus manos, tomó en ellas barro, lo arrojó en el monte, lo amasó, lo modeló según su idea y dio forma a un hombre, un guerrero, un héroe: el valeroso Enkidu, tan poderoso y fiero como el dios de la guerra Ninurta. El vello recubría su cuerpo, crecía nutrido el pelo de su cabeza y le llegaba hasta la cintura, como lo hace el de una mujer. Vagó por el monte, desnudo, lejos de las ciudades de los hombres, pastó con las gacelas y, cuando sintió sed, bebió límpida agua de las charcas arrodillado junto al venado y al antílope.

Cierto día un hombre, un trampero[95], lo vio bebiendo con los animales en una charca. Palpitó su corazón de miedo, empalideció su rostro, temblaron sus rodillas, quedó paralizado por el terror. Igual ocurrió un segundo día, y un tercero. El temor anidó en sus entrañas, parecía consumido y demacrado, como aquel que regresa de un viaje largo y penoso.

Acudió entonces a su padre: «Padre, he visto en la charca a un hombre salvaje. Debe de ser el hombre más fuerte del mundo, con músculos como la piedra. Lo he visto superar a los animales más veloces. Vive entre ellos, pasta con las gacelas y, cuando siente sed, bebe límpida agua de las charcas. No me he acercado a él, pues siento demasiado miedo. Rellena los agujeros que he excavado, destroza las trampas que he montado, libera a los animales y no puedo cazar nada. Mi sustento ha desaparecido».

«Hijo mío, vive en Uruk un hombre llamado Gilgamesh. Es el rey de la ciudad y, dicen, el hombre más fuerte del mundo, son sus músculos como la piedra. Ve a Uruk, ve a Gilgamesh, cuéntale lo que ocurrió y sigue su consejo. Él sabrá qué hacer»[96].

Se puso en camino, compareció ante Gilgamesh en el centro de Uruk, le habló acerca del hombre salvaje. Dijo el rey: «Ve al templo de Ishtar, pregunta allí por una mujer llamada Shamhat, una de las sacerdotisas que entregan sus cuerpos a cualquier hombre en honor de la diosa. Llévala al monte. Cuando los animales estén bebiendo en la charca, dile que se quite la túnica y se tumbe allí desnuda, dispuesta, abiertas las piernas. El hombre salvaje acudirá. Que ella emplee sus artes amatorias. La naturaleza obrará su curso y después los animales que en el monte eran sus compañeros se asustarán, y lo abandonarán para siempre»[97].

El trampero encontró a Shamhat, la sacerdotisa de Ishtar, y marcharon al monte. Tres días caminaron. Al tercero llegaron a la charca. Allí aguardaron. Estuvieron sentados dos días mientras los animales acudían a beber límpida agua. Al tercero, muy temprano, acudió Enkidu y se arrodilló a beber límpida agua junto al venado y al antílope. Su visión los llenó de asombro. Era un hombre grande y hermoso. En lo hondo de los lomos de Shamhat se despertó el deseo. A medida que contemplaba a este ser primordial se aceleraba su aliento[98]. «Mira», dijo el trampero, «ahí está. Emplea ahora tus artes. Despójate de tu túnica y túmbate aquí desnuda, abiertas las piernas. Despierta su lujuria cuando se acerque, tócalo, excítalo, toma su aliento en tus besos, muéstrale lo que es una mujer[99]. Los animales que en el monte eran sus compañeros quedarán desconcertados y lo abandonarán para siempre».

Ella se despojó de su túnica y se tumbó allí desnuda, abiertas las piernas, tocándose. La vio Enkidu y se acercó cautelosamente. Olisqueó el aire. Contempló su cuerpo. Se acercó, Shamhat le tocó el muslo, tocó su pene e introdujo a Enkidu dentro de ella. Empleó sus artes amatorias, se apoderó de su aliento con sus besos, no se reprimió en absoluto y le enseñó lo que es una mujer. Durante siete días permaneció erecto y yació con ella, hasta que estuvo saciado[100]. Al cabo se levantó y caminó hacia la charca, para reunirse con sus animales. Pero las gacelas lo vieron y se dispersaron, el venado y el antílope se alejaron brincando. Trató de alcanzarlos, pero su cuerpo estaba exhausto, su fuerza vital se había agotado, temblaban sus rodillas, ya no podía correr como un animal, tal como hacía antes. Regresó hacia donde estaba Shamhat y en tanto caminaba supo que su mente había crecido, supo cosas que los animales no pueden saber.

Se sentó Enkidu a los pies de Shamhat. La miró y entendió todas las palabras que ella le dirigía: «Ahora sabes, Enkidu, lo que es estar con una mujer, ayuntarse con ella. Eres hermoso, eres como un dios[101]. ¿Por qué has de vagar por el monte y vivir como un animal? Déjame llevarte a la bien murada Uruk, al templo de Ishtar, al palacio del poderoso rey Gilgamesh, quien en su arrogancia oprime al pueblo, atropellándolo como un toro salvaje».

Calló ella y asintió Enkidu. En el fondo de su corazón sintió conmoverse algo, un anhelo no conocido hasta entonces, el anhelo de un verdadero amigo[102]. Dijo Enkidu: «Iré, Shamhat. Llévame contigo a la bien murada Uruk, al templo de Ishtar, al palacio del poderoso rey Gilgamesh. Lo desafiaré. Le gritaré en el rostro: “¡Yo soy el más poderoso! ¡Yo soy quien puede hacer temblar el mundo! ¡Yo soy supremo!”».

«Ven», dijo Shamhat, «vayamos a Uruk, te conduciré hasta Gilgamesh, rey poderoso. Verás la gran ciudad y su imponente muralla, verás a los jóvenes vestidos con esplendor, con el mejor lino y bordada lana, con vistosos colores, con pañuelos con borlas y anchos fajines[103]. Todos los días son fiesta en Uruk, la gente canta y baila en sus calles, los músicos tocan sus liras y tambores, delante del templo de Ishtar charlan y ríen sus bellas sacerdotisas, animadas por el goce del sexo, prestas a servir para el placer de los hombres en honor de la diosa[104], de modo que incluso los ancianos se levantan de sus lechos. ¡Cuánto ignoras aún de la vida! Te mostraré a Gilgamesh, rey poderoso, el héroe destinado a la alegría y al dolor. Te pondrás delante de él y lo contemplarás admirado, verás cuán bello, cuán viril es, cómo su cuerpo rebosa potencia sexual. Él es incluso más alto y fuerte que tú, tan lleno de vida que no necesita dormir. Olvida tu arrebato, Enkidu. Shamash, el dios del sol[105], lo ama, y el padre de los dioses, Anu, ha ensanchado su mente, como lo han hecho Enlil, dios de la tierra, y Ea, dios del agua y de la sabiduría. Antes incluso de que bajaras de las montañas, habías llegado a Gilgamesh en un sueño». Y contó a Enkidu lo que había oído: «Acudió a su madre, la diosa Ninsun[106], y le pidió que interpretara el sueño. “Vi una estrella brillante que atravesaba el cielo matutino, cayó a mis pies y allí quedó como una enorme piedra. Intenté levantarla, pero era demasiado pesada. Traté de moverla, pero no se movía. Se reunió en torno a mí una gran multitud, el pueblo de Uruk insistía en verla, como a un niño pequeño besaban sus pies. Esta roca, esta estrella que había caído a la tierra, la tomé en mis brazos, la abracé y la acaricié como acaricia un hombre a su esposa. Luego la cogí y la puse a tus pies. Tú me decías que era mi doble, mi segundo ser”. Dijo a su hijo la sabia, la omnisapiente dama Ninsun, madre de Gilgamesh: “Niño mío muy querido, esa gran estrella proveniente del cielo, esa enorme piedra que no podías levantar, representa a un amigo amado, un poderoso héroe. Lo tomarás en tus brazos, lo abrazarás y lo acariciarás como un hombre acaricia a su esposa. Será él tu doble, tu segundo ser, un varón leal que estará a tu lado en los más grandes peligros. Pronto conocerás a este compañero de tu corazón. Tu sueño así lo proclama”[107]. Dijo Gilgamesh: “Ojalá el sueño se torne realidad. Ojalá aparezca ese verdadero amigo, ese verdadero compañero que en todos los peligros habrá de permanecer a mi lado”».

Cuando Shamhat hubo terminado de hablar, Enkidu se volvió hacia ella y yacieron de nuevo.