Sesenta y cinco
Peto por fin pudo respirar de nuevo. Al pisar el amado suelo de Hubal, se sintió en el Cielo. Aquella semana había sido la más larga de su vida. Sin duda, una experiencia reveladora, pero no iba a repetirla. Había perdido a su mejor amigo, Kyle, le habían mentido casi todos, le habían robado su maleta llena de dinero, había matado a un hombre y herido a otro y había conocido a un par de monjes convertidos en vampiros. Había visto y hecho mucho más que en su vida, y era un milagro poder volver triunfante.
Durante su ausencia, Hubal había recuperado su anterior belleza, como si la reciente masacre nunca hubiera ocurrido. Las cicatrices mentales por la fatal aparición de Jefe en su isla tardarían más tiempo en curarse. El padre Taos fue su primer encuentro. Sus heridas se habían curado, al menos las físicas.
El viejo monje saltó de alegría al ver a Peto entrando en el templo con el Ojo de la Luna. Estaba sentado en el altar, donde Peto lo había visto por última vez, pero ahora parecía saludable. Se levantó y caminó con firmeza entre las hileras de bancos, los brazos extendidos para abrazar al héroe que volvía. Peto, que necesitaba desesperadamente ese abrazo, corrió y lo estrechó con fuerza contra su pecho, olvidando que el anciano había sido herido en el estómago.
—¡Peto, estás vivo! Qué alegría verte… ¿Dónde está Kyle?
—No lo logró, padre.
—Una lástima. Era uno de los mejores.
—Sí, padre, lo era. Era el mejor de todos.
Los dos hombre bajaron los brazos y cada uno dio un paso atrás. Abrazarse uno al otro mientras hablaban de la muerte de su gran amigo parecía inadecuado.
—¿Y tú? ¿Estás bien, hijo mío?
—Sí, padre. —Las palabras se atropellaban—. Kyle y yo hemos vivido una gran aventura. Me convertí en un famoso campeón de boxeo hasta que un hombre llamado Rodeo Rex me venció. Luego encontramos a dos antiguos hermanos que se habían vuelto vampiros. Después, un asesino de masas llamado Kid Bourbon mató a Kyle, yo escapé con el Ojo de la Luna y he vuelto con él.
—Es impresionante, hijo mío. Pero ahora descansa. Hablaremos durante la comida.
—Sí, padre.
Peto le tendió el Ojo de la Luna y Taos lo guardó en el bolsillo de su manto. Después se encaminó al altar.
—A propósito, Peto… —dijo antes de alejarse—. ¿Qué sucedió con Kid Bourbon?
—No lo sé, padre. Lo dejé atrás cuando escapé. Mataba a gente al azar con un enorme arsenal de armas.
—Ya veo…
—¿Por qué lo pregunta, padre? ¿Lo conoce de antes? El hermano Hezekiah lo sugirió.
—¿El hermano Hezekiah?
—Sí, padre.
Taos se volvió para observar a Peto una vez más. Su rostro ya no parecía tan aliviado.
—El hermano Hezekiah está muerto —susurró.
—No, padre… Bueno, ahora lo está, pero Kyle y yo lo conocimos. Se había convertido en un vampiro. Creo que nos dijo muchas mentiras antes de morirse.
—Peto, mi querido y joven amigo, pronto aprenderás que no todo es blanco o negro. Lo que el hermano Hezekiah te dijo en realidad pudo ser verdad. Cuando un monje abandona la isla de Hubal y viaja a un lugar tan maligno como Santa Mondega, es casi imposible mantenerse puro. Por ahora, debes saber eso. Es cierto para el hermano Hezekiah, para ti y el pobre Kyle, y lamentablemente también lo es para mí.
Peto estaba aturdido. Nunca había oído maldecir al viejo monje. Verbalizó la pregunta que rondaba su cabeza desde que Hezekiah sembrara la sombra de la duda.
—Pero, padre, ¿verdad que usted no rompió las leyes sagradas de Hubal mientras estuvo en ese espantoso lugar?
Taos se sentó en las escaleras que conducían al altar. Ahora parecía muy cansado. Peto se arrodilló a sus pies.
—Me temo que lo hice, Peto. Fui padre de un niño, un hijo con la misma sangre que corre por mis venas.
Peto quedó horrorizado por la revelación del padre Taos.
—¿Cómo pudo mantener este secreto durante tanto tiempo? ¿Y qué le sucedió a su hijo? ¿Quién era la madre?
Ishmael Taos llevaba mucho tiempo esperando la oportunidad de confesar sus crímenes, pero nunca había imaginado que se lo diría a Peto.
—Su madre era una puta, es decir, una prostituta.
—¿Una prostituta? —Decir que Peto estaba horrorizado sería un eufemismo semejante a decir que Kid Bourbon pudo haber matado a una o dos personas. Dio rienda suelta a las maldiciones—: ¿Qué cojones significa eso? ¿Está viva? Mierda, espere un minuto… ¿quiere decir que pude haberme follado a una prostituta y volver tan campante?
—No, Peto. No hubieras podido.
—Entonces, ¿qué pasó? ¿Estaba enamorado de ella?
Taos sacudió la cabeza.
—Esa es otra historia. —Si desaprobaba el lenguaje del novicio, no lo mostró—. El caso es que, muchos años después, le mordió un vampiro.
El joven monje se arrepintió al instante.
—¡Cielos! Lo siento, padre… No es asunto mío. —Agachó la cabeza un segundo, luego volvió a mirarlo—. ¿Así que ella se convirtió en uno de ellos?
Taos respiró hondo. Aquello iba a ser más difícil de lo que esperaba.
—Me temo que no. No le deseo a nadie un destino parecido. Pero su hijo, mi hijo, lo vio todo y se volvió loco. Su madre era lo único que tenía en este mundo; yo lo había abandonado siendo un niño. En su ira, mató al vampiro y entonces, a solicitud de ella, mató también a su madre, para evitarle una vida entre los muertos vivientes.
Peto estaba boquiabierto.
—Es terrible, padre. Ningún niño debería hacer eso.
—No era exactamente un niño, Peto. Tenía dieciséis años.
—Con el debido respeto, padre… ¿Cómo mata un joven de dieciséis años a su madre?
Taos suspiró, listo para revelar la terrible verdad al novicio.
—Como no era capaz de hacerlo, bebió una botella de bourbon. Solo entonces pudo atravesarle el corazón.
—¿Bourbon? —Peto al fin comprendía quién era el hijo de Taos.
—Sí, hijo mío. Supongo que el resto ya lo sabes.
—¡Dios mío! Todo tiene sentido. Pero todo es tan… increíble… ¿Sigue en contacto con su hijo?
Taos jadeaba. Le agotaba hablar de aquel episodio de su vida.
—Ha sido un largo día, Peto. Hablaremos mañana. Debes descansar un poco. Luego confesaremos nuestros pecados. No me esperes en la comida. Nos reuniremos mañana.
—Sí, padre.
Peto hizo una reverencia con la cabeza para mostrarle que seguía respetándole y se fue a su alcoba. Taos tomó el Ojo de la Luna y lo devolvió a su lugar legítimo. Reconfortado ante la idea de que el mundo volvía a estar a salvo, se retiró a la cama. Aunque era temprano, necesitaba descansar.
El padre Taos durmió profundamente las primeras tres o cuatro horas, hasta que de pronto se despertó. Algo no andaba bien.
Palpó a oscuras la mesita de noche, buscando una vela. Luego se sentó en su dura cama de monje y raspó una cerilla. Esta, al prenderse, soltó un silbido agudo. Taos, parpadeando para acostumbrarse a la llama, sopló la cerilla y sostuvo la vela.
—¡Aaaahhhh!
Al padre Taos el corazón le dio un vuelco. En el extremo de su cama había la silueta de un hombre encapuchado, como si hubiera vigilado el sueño del viejo monje.
—Hola, padre.
Taos se tapó la boca para evitar lanzar un grito. Cuando al fin recuperó la compostura, formuló la inevitable pregunta.
—¿Qué haces aquí? Esta es mi cámara privada…
El hombre encapuchado dio un paso al frente, su cara casi visible a la luz de la vela, pero no lo suficiente para ser reconocible.
—He estado buscando el mejor sitio para morir, y ninguno es mejor que este, ¿no crees?
—No creo que quieras morir aquí, hijo mío —razonó Taos.
Hablaba como si intentara que alguien no saltara de un edificio.
El hombre se quitó la capucha y mostró un rostro pálido y ensangrentado.
—¿Quién ha dicho nada sobre mí?
FIN (Tal vez…)