Sesenta y uno

Dante y Kacy se apresuraron a volver al motel County, con el Cadillac avanzando como un bólido por las calles y las llantas rechinando en la calzada. Salir vivos de Santa Mondega era su máxima prioridad. Kacy calculó que tendrían diez minutos para cambiarse de ropa y salir del motel antes de que la policía bloqueara las carreteras principales de la ciudad. Estaba desesperada por dejar atrás ese horrible lugar y volver al mundo civilizado.

Estacionaron el coche amarillo y corrieron a su habitación. Dante puso la balda y cerró las persianas, después de asegurarse que ninguna patrulla les hubiera seguido. Al darse la vuelta, el disfraz de payaso de Kacy ya estaba en el suelo. La chica buscaba algo debajo de la cama. Su descarado trasero se contoneaba mientras trataba de sacar la maleta de su escondite. Su pudor estaba protegido por el tanga negro y el sujetador a juego de las grandes ocasiones.

Cuando por fin pudo arrastrar la maleta, encontró a Dante mirándola, embobado.

—Cariño, ahora no es el momento —dijo furiosa—. ¡Quítate esa ropa y ponte algo limpio!

Dante sabía que ella tenía razón, pero, mientras se quitaba la ropa, no pudo dejar de pensar cómo convencerla de que tenían tiempo para un polvo rápido.

Kacy revisó que la maleta estuviera llena de dinero y volvió a cerrarla. Se subió a la cama y tomó otra maleta, más pesada, del suelo, al otro lado de la cama. Usando toda su fuerza, la colocó sobre a la cama y la abrió. Dentro estaba toda la ropa que tenían. Sacó un pantalón vaquero y se lo arrojó a Dante.

—Toma, ponte esto.

Dante lo atrapó en calzoncillos, dubitativo. Si se lo ponía, desaparecería cualquier posibilidad de hacer un polvo.

—Kacy, será mejor que me des unos calzoncillos limpios —dijo, muy serio.

—No es necesario. Usa los mismos.

—No, cariño, será mejor que nos deshagamos de toda la ropa. Los policías podrían revisarlos para buscar muestras de ADN.

Kacy dejó de rebuscar en la maleta.

—¿Qué? ¿Por qué alguien revisaría tus calzoncillos?

—No corramos riesgos. Debemos quemar la ropa que llevamos puesta.

—¿De verdad? —Kacy no parecía convencida.

Dante asintió. Tenía una mirada de decepción mientras se quitaba los calzoncillos y los arrojaba a la pila de ropa ensangrentada del suelo.

—En fin… Es una lástima. Son mis calzoncillos preferidos. Dame tu ropa interior y la pondré en la pila.

Kacy todavía no estaba segura, pero Dante tenía una expresión muy seria en la cara. Parecía saber de qué estaba hablando y, de todas formas, no se le ocurría una mejor idea.

—Vamos, nena, ¡no tenemos todo el día!

Como parecía tener mucha prisa, Kacy pensó que no estaba buscando un polvo, así que se quitó el sujetador y se lo arrojó. Los pezones apuntaban hacia él de forma incitante. Desde su posición de rodillas en la cama, se puso de espaldas y se sacó el tanga negro. Y, por algún motivo, se lo pasó a Dante con coquetería y esbozando una sonrisa.

Tal vez fue la visión de su pene erguido lo que hizo que deseara provocarlo un poco. El caso es que tuvo el efecto predecible. A Dante se le salían los ojos ante el cuerpo desnudo de su chica. No importaba cuántas veces lo hubiera visto… Al instante estaba encima de ella, explorando su cuerpo como si fuera un territorio desconocido.

—Dante, ¡no! No hay tiempo… —protestó Kacy dócilmente, mientras le abrazaba.

—Lo sé —murmuró, mientras él la penetraba.