Cuarenta y dos
Kacy se sentó en la habitación del motel con las luces apagadas y miró por la ventana. Creía que Dante iba a volver al cabo de cinco minutos, pero ya habían pasado tres cuartos de hora. Durante un rato intentó ver la televisión, sin poder concentrarse.
Al anochecer empezó a preocuparse por su novio. Un día esa vena exaltada lo metería en algún problema. Ella sabía lo peligroso que era Santa Mondega, pero en ocasiones le parecía que Dante no se enteraba. A veces era demasiado osado. Y pese a todo, ella lo amaba.
Llevaba una eternidad mirando por la ventana cuando por fin vio acercarse un coche. Al principio, fueron unas luces extrañas. Aunque Kacy no sabía mucho de vehículos, aquellas parecían las luces de un Cadillac. Estaba en lo cierto. El coche avanzó hasta su habitación en la planta baja, su pintura amarilla resplandeciendo en la noche. Giró a la derecha, frente a la ventana. Al cegarle las luces, Kacy no pudo distinguir al conductor. Empezó a asustarse. ¿Por qué se paraba enfrente? Había muchas otras plazas de aparcamiento…
Por fin el conductor apagó el ruidoso motor del vehículo. Las luces se apagaron, mientras Kacy luchaba por ajustar su vista a la oscuridad. Escuchó que se cerraba la puerta del coche, pero no vio salir a nadie. Le siguieron el sonido de unos pasos (de zapatos con suelas duras) aplastando la grava del aparcamiento. Kacy cerró las persianas y se retiró de la ventana con la esperanza de que no la vieran.
La silueta de un hombre pasó por la ventana y se acercó a la puerta. Se parecía a Dante, pero no podía estar segura. El hombre intentó girar la manija de la puerta. Kacy la había cerrado por dentro. No iba a correr riesgos. El picaporte siguió agitándose, cada vez con más violencia. ¿Debía decir algo o guardar silencio? Si esperaba el tiempo suficiente, el hombre terminaría gritando. Pero ¿y si se marchaba a buscarla? Maldita sea… Decidió hablar primero.
—¿Dante? ¿Eres tú, cariño?
No hubo respuesta. La puerta dejó de sacudirse. Kacy caminó de puntillas a la puerta.
—¿Dante? —repitió en un susurro.
Aún sin respuesta.
Kacy no supo cómo reaccionar. El hombre no iba a marcharse, y ante la idea de que derribara la puerta, decidió abrirla. Siempre podía fingir que era otra persona. Estiró una temblorosa mano y giró la llave. La puerta se abrió unos centímetros. Desde el exterior, una mano pasó por el hueco y empujó la madera. Kacy corrió unos pasos y soltó un grito. Frente a ella, sonriendo, estaba Dante.
—¡Cariño! ¡Qué susto! ¿Por qué no contestabas?
La sonrisa desapareció de la cara de Dante.
—No debiste abrir la boca. Ten más cuidado.
—Lo siento, cariño, pero estaba asustada…
Dante arrojó las llaves en la cama y besó a su chica. La tomó de la mano y la llevó a la puerta, que seguía abierta. Señaló el coche estacionado.
—¿Te gusta mi nueva nave? —exclamó admirando el Cadillac amarillo. Kacy se asomó a la puerta y puso ojos como platos.
—¡Vaya! Es precioso. ¿De dónde lo has sacado?
—Lo encontré en la calle. ¡Tenía las llaves puestas! Me pareció un pecado dejarlo.
Kacy quiso enfadarse con Dante por haber robado un coche cuando debían ser discretos. Pero estaba tan contenta de verlo que cedió en su empeño.
—Cariño, estás loco… —Sacudió la cabeza—. Media ciudad nos busca porque tenemos la piedra y tú robas un Cadillac amarillo. Qué oportuno, ¿no crees? ¿Y dónde has estado? ¡Has tardado una hora!
Dante volvió a la habitación y cerró la puerta. Tenía las mejillas sonrojadas, como si hubiera pasado frío.
—Tengo novedades. ¿Recuerdas esos dos monjes que entraron en el bar? Se sentaron conmigo. Al principio no me hizo mucha gracia, pero no saben que tenemos la piedra.
—¡Dios mío! Supongo que no lo mencionaste, ¿verdad?
—Claro que no. ¿Crees que soy idiota? —Kacy arqueó una ceja. Quería saber más detalles—. Eran tipos agradables. Les pregunté si estaban buscando el Ojo de la Luna…
—Dante, no…
—Tranquila, cariño. Dije que yo podía encontrarla, si marcaban un precio. ¡Nos van a dar diez mil dólares por ella!
—¡No necesitamos más dinero!
—Lo sé. Pero no nos hará daño, ¿no? Y esos tipos no son nada violentos. Les va el buen rollo del karma.
Kacy se sentó en el extremo de la cama con la cabeza entre las manos.
—¿Y ahora qué? ¿Vendrán al motel? —preguntó, temiendo la respuesta.
—¡Dios, no! No soy estúpido. Quedamos en reunimos mañana por la mañana en el mismo bar.
A Kacy no le convenció el plan. Era obvio que Dante no lo había pensado todo.
—No creo que debamos conservar la piedra hasta mañana. Recuerda que habrá el eclipse. Quiero deshacerme de ella cuanto antes y marcharnos de aquí —le rogó ella.
—Kacy, cálmate y confía en mí. ¿Alguna vez te he fallado?
—Sí. ¿Recuerdas la vez que no teníamos comida y gastaste todo nuestro dinero en esos DVD del Capitán Garfio?
—Es cierto. Pero alguien me dijo que podría ganar mucho dinero vendiendo vídeos piratas. ¿Cómo iba a saber que la palabra «pirata» tenía varios significados?
Kacy no podía resistirse a la naturalidad de Dante.
—Eres imposible… —le dijo, pero el tono de molestia se había esfumado.
—Lo sé, pero esta vez lo tengo todo controlado. Juro que no te defraudaré. —Se sentó en la cama y la abrazó—. Está todo pensado. Mañana habrá el eclipse y será el último día del festival. Si me disfrazo, los monjes no me reconocerán. Así, si algo malo sucede, podré salir a la carrera. Por diez mil dólares, vale la pena arriesgarse, ¿no crees?
Kacy meditó la estrategia. Dante nunca era muy convincente. Y ella no estaba segura de aquello. Pero lo amaba, y los dos sabían que iba a secundar el plan.
—Te amo, cariño… —fue todo lo que dijo.
En lugar de admitir que estaba de acuerdo, siempre decía «Te amo, cariño», y así él sabía que iba a hacer lo que quisiera.
—Yo también te amo. —Dante sonrió—. Nena, todo saldrá bien. Confía en mí…, por fin tendremos suerte. Mañana pasará algo grande. Les venderemos la piedra a los monjes, y después empezaremos de cero. Pasaremos el resto de nuestra vida gastando. ¡Nos lo merecemos!
Kacy amaba a Dante cuando se comportaba de ese modo. Su entusiasmo y total confianza en que todo saldría bien la volvían loca. Y él lo sabía. Dante la empujó hacia la cama e hicieron el amor como posesos.
Al cabo de una hora, recostados bajo las sábanas, Dante le dijo a Kacy que la amaba, y ella se durmió en sus brazos, rezando porque no fuera la última vez que lo oía. La chica temía que su novio hubiera ido demasiado lejos. A veces, su temeridad bordeaba la imprudencia. Y esta vez, sus vidas estaban en juego.