Cinco
Jefe se despertó sobresaltado. El corazón le latía con fuerza y sus instintos le decían que algo no andaba bien. Algo pasaba… Pero ¿qué era? ¿Qué había sucedido para angustiarlo tanto? La única forma de encontrar una respuesta era recordar los sucesos de la noche anterior. Y no sería difícil. Primero, Marcus la Comadreja le había pagado todas las bebidas. Hasta ahí, nada sorprendente. Marcus le tenía miedo, y con razón. Jefe quería matar a Marcus en cuanto hubiera cumplido su propósito, y el propósito de Marcus era simple: tenía que pagarle todas las bebidas a Jefe y luego llevarlo a reunirse con Santino. Pero Jefe no se había reunido aún con Santino, y Marcus la Comadreja había desaparecido.
Jefe yacía en la vieja cama de una habitación de motel barato. Estaba deshidratado, sin duda por toda la bebida que Marcus y él habían despachado la noche anterior. No estuvo nada mal… Según recordaba Jefe, Marcus era un buen compañero de bebida. Hasta mezclaba el whisky con el tequila. De pronto, Jefe empezó a recordar más y más detalles de la noche. Marcus había aguantado increíblemente bien la bebida, mientras que Jefe veía doble. Eso era raro, ya que podía beber durante varios días sin inmutarse… Así que, ¿por qué se había emborrachado tan fácilmente?
«¡Oh, no!».
Un escalofrío le recorrió el cuerpo. En el momento justo, la cabeza empezó a martillearle de resaca. ¿Acaso había caído en una de las trampas más antiguas que existían? ¿Jefe había estado dando trago tras trago, mientras que aquel imbécil había bebido agua disfrazada de tragos de tequila? En ese caso, había dos opciones. Uno: podrían haberlo asesinado en sueños. Obviamente, no era el caso. Dos: podrían haberlo asaltado. Muy probable…
«¡Mierda…!».
Se llevó la mano al pecho, esperando sentir la preciosa piedra azul que llevaba colgando de su cuello durante los últimos días. Pero su mano no encontró nada. Se sentó de un salto.
«¡Maldito bastardo!».
Su grito resonó en todo el edificio. Eran malas noticias, en todos los sentidos. Le habían robado y, para más inri, ¡había sido Marcus la Comadreja! Ya podía darse por muerto…
Las preguntas le daban vueltas en la cabeza. ¿Conocía Marcus el poder de la piedra? ¿Sabía que era el Ojo de la Luna, la piedra más preciosa y poderosa de todo el universo? ¿Imaginaba que Jefe haría lo que fuera para matarlo y recuperarla?
Lo que realmente preocupaba al cazador de recompensas era la cita que tenía ese día con un hombre cuya reputación era más terrible que la del Diablo mismo. Iba a necesitar el Ojo de la Luna para sobrevivir a ese encuentro. Santino esperaba que le entregara la piedra antes de medianoche. Jefe se lo había prometido. Y él no iba a atreverse a defraudarle, aunque nunca lo hubiera conocido en persona. Pero ese no era el peor de sus problemas. Si Marcus la Comadreja descubría el poder de la piedra, sería prácticamente imposible recuperarla.
Lo asaltó otro pensamiento. Por supuesto, siempre existía el peligro que otros llegaran a Marcus. Muchas personas deseaban el Ojo de la Luna. Muchas de ellas eran tan brutales como Jefe, algunas tal vez más. Si alguien ponía sus manos en la piedra, no podría recuperarla antes de finalizar el día. O tal vez nunca. Consideró sus opciones por un momento. Podía huir de la ciudad, pero le había costado mucho conseguir la piedra. Era en realidad un milagro que sobreviviera. Solo el hecho de encontrar y robar la piedra le había obligado a matar a más de cien personas. Algunas de ellas habían estado cerca de eliminarlo, y sin embargo había sobrevivido. Había salido indemne… Y ahora metía la pata y bajaba la guardia… Se recordó que la piedra valía mucho dinero y que su vida dependía de ella.
«Maldita sea…». Desayunaría, y luego sería el final.
La Comadreja estaba condenada.