Cincuenta y dos

Sánchez estaba encantado con su disfraz porque se veía extremadamente elegante. Había escogido vestirse de Batman, su héroe de todos los tiempos (después de Rodeo Rex), tras insistir en que Mukka lo hiciera de Robin. ¡Qué gran dúo detrás de la barra! Sabía que a Mukka no le entusiasmaba la idea, y no era tanto por el disfraz. (El hecho de que le sacara una cabeza a Sánchez y que fuera bastante más ancho que él no ayudaba). Mientras que Sánchez tenía un traje de Batman como el que Michael Keaton llevaba en la película de Tim Burton, su cocinero estaba atrapado en el ropaje de Robin del afectado programa de televisión de la década de los sesenta. Las bromas de los clientes eran interminables. Todos le soltaban comentarios jocosos, y aún no era mediodía.

Con el Tapioca medio lleno (a la espera del futuro cercano), Sánchez y Mukka encontraron una nueva causa de preocupación cuando llegaron dos de sus más ingratos clientes: Carlito y Miguel. Los dos matones, ambos vestidos de vaqueros, se pavonearon hacia la barra como si fueran los dueños del lugar.

—¿De qué se supone que vais vestidos? —preguntó Sánchez.

—Somos los Llaneros Solitarios —contestó Miguel, por una vez tomando la delantera a Carlito.

—Es una broma, ¿no? —se burló Mukka, asomando la cabeza detrás de Sánchez.

—No. ¿Por qué? —Miguel parecía confundido.

—¡El Llanero Solitario iba solo! —dijo Mukka.

Miguel seguía confundido, mientras a Carlito empezaba a interesarle el tema.

—Mira, imbécil… —gritó Miguel—. ¡En la tele siempre iba con Toro!

—Pero Toro no era un Llanero. Era un indio —insistió Mukka.

Hubo un silencio.

—¡Ah, sí! —Por fin Miguel comprendía a Mukka—. Creo que tienes razón.

Empeñarse en ganar la discusión era una temeridad.

—Por supuesto que tengo razón —alardeó el cocinero.

Miguel no estaba acostumbrado a que le hablaran en ese tono, y mucho menos un don nadie como Mukka. Durante unos segundos penosamente largos, pareció meditar cómo reaccionar. Se quedó inmóvil. Solo sus ojos se movían. Era como si estuviera escuchando voces en su cabeza.

A Sánchez se le revolvió el estómago. Temía que Miguel estuviera a punto de explotar ante los comentarios de Mukka. En otras circunstancias, aquella clase de bromas animaban el ambiente del bar, pero ahora rezaba porque Carlito y Miguel no se hubieran cabreado y se cargaran a quienes criticaban sus disfraces. Todo dependía de si Jefe se presentaba con el Ojo de la Luna. Si no lo hacía, era probable que iniciaran una masacre. ¿Y qué mejor que eliminar primero a Batman y Robin?

Por fortuna, Miguel obvió el comentario y pidió la bebida.

—Batman, dos cervezas. —Se apoyó en la barra, mientras observaba los disfraces de Sánchez y Mukka—. ¡Oye, Robin! ¡Bonito pantalón!

Los demás clientes estallaron en risas, no tanto porque fuera una ocurrencia, sino porque Miguel era el décimo cliente que comentaba su disfraz en la última media hora.

—Batman, ¿ya has visto a nuestro amigo Jefe? —preguntó Miguel mientras Sánchez servía las cervezas.

—Todavía no ha aparecido.

—¡Con dos cojones! Son las doce menos diez. ¿Dónde está ese cabrón?

Carlito decidió seguir con el interrogatorio, haciendo un gesto a Miguel para que se tranquilizara.

—Adivina, Batman… —le dijo a Sánchez—. Si Jefe no aparece en diez minutos, ¿qué crees que pasará?

—No lo sé… —A Sánchez le inquietó el tono del interrogatorio.

—Se va a armar la gorda. Santino vendrá y querrá culpar a alguien. Creo recordar que te ofreció una gran suma de dinero para encontrar la piedra. Y no la has encontrado.

—Yo nunca prometí nada… Solo estuve preguntando para hacerle un favor. Además, mi amigo, Elvis, quien la estaba buscando, ha muerto.

—Claro.

Carlito guiñó un ojo a Sánchez, confirmando la amenaza. Luego él y Miguel tomaron sus cervezas y se sentaron a una mesa, de cara a la entrada.

¿Quién llegaría antes, Jefe o Santino?

No tendrían que esperar mucho para resolver la duda.