Cincuenta y nueve
Sánchez necesitaba una bebida, y la única botella intacta en la barra era su mejor bourbon. Incluso la botella de orina se había roto, y Sánchez olía el contenido en su ropa. Sin duda, aquello fue obra de Kid Bourbon.
Él era el único superviviente que quedaba en el Tapioca. El maldito Kid Bourbon había vuelto a cargarse a toda su clientela, y Terminator lo había ayudado a matar a Jessica. Esta vez había muerto. Se remontó a cinco años antes. No había duda al respecto: le esperaban meses de trabajo para volver a abrir su negocio.
Estaba a punto de dar un gran trago de la botella de bourbon, cuando vio un solo vaso de whisky en el borde de la barra. Debía de ser el vaso de Kid Bourbon. Sánchez sonrió mientras se servía. ¿Tendría ese bourbon el mismo efecto?
Se bebió el bourbon antes de servirse el siguiente. Era el momento de limpiar el bar. Sabía que pronto vendrían los policías con su lista de preguntas. Pero antes revisaría los bolsillos de los muertos en busca de dinero en efectivo. No iba a perder la oportunidad de recaudar fondos para el Tapioca.
Para cuando sonaron las sirenas de la policía, había encontrado veinte mil dólares. Muchos de los cadáveres eran irreconocibles, de modo que no pesó en su conciencia. Con Jessica, era otra historia. Había estado encaprichado de ella durante los últimos cinco años. Durante ese tiempo, rezó y rezó para que saliera del coma y le agradeciera su ayuda. ¿Tal vez llegó a enamorarse de él? Qué más daba ahora… Ahora estaba muerta. Revisó el pulso de su muñeca y su cuello. Nada. Tapó su cara con una toalla amarilla que encontró en el suelo. Qué terrible desperdicio…
—¿Algún superviviente? —preguntó una voz a sus espaldas.
Sánchez se dio la vuelta, reconociendo al instante al hombre en el impermeable gris recostado en la barra. Era el agente Archibald Somers, el viejo policía que había dedicado su vida a perseguir a Kid Bourbon. Su éxito saltaba a la vista.
—No. Está muerta.
—¿Seguro?
—No tiene pulso y no respira. Me imagino que las ciento cincuenta balas pudieron con ella.
Somers se acercó a Sánchez.
—¡Déjate de sarcasmos! Necesitaremos tu declaración. ¿Ha sido Kid Bourbon?
Sánchez se levantó y caminó hacia la barra, vigilando que el agente Somers no viera el dinero en su bolsillo.
—Sí, ha sido él. Esta vez le ha ayudado un chico vestido de Terminator. Creo que los dos mataron a mi hermano y su esposa. Es probable que también mataran a Elvis.
—¿Ese tipo? —preguntó Somers, señalando al Elvis muerto cerca de la entrada.
—No. Ese entró en el peor momento.
—Pobre hijo de puta…
—Sí, él y cien más. ¿Quiere beber algo, agente?
—Claro. ¿Qué tienes?
—Bourbon.
Somers lanzó un profundo suspiro. Kid Bourbon se había ido, pero el bourbon seguía corriendo.
—A la mierda… Ponme un bourbon.
El agente, exasperado, caminó hacia Sánchez y echó un vistazo al cuerpo de Jessica. Levantó lo que quedaba de uno de sus brazos y le buscó el pulso.
—Ya te lo he dicho. Está muerta —insistió Sánchez desde la barra. Estaba sirviendo un trago de bourbon en el único vaso que quedaba.
En ese momento un segundo policía, enfundado en un traje plateado, entró en el Tapioca y tropezó con el cuerpo de Elvis. Era Miles Jensen, el agente negro. Sánchez lo había conocido unos días antes, cuando se presentó para preguntarle gilipolleces sobre el asesinato de Thomas y Audrey. El camarero no le había dicho nada entonces, y no iba a hacerlo ahora. Siempre había detestado a los policías. ¿Y encima luciendo placa?
—Dios, ¡qué caos! —exclamó Jensen, enderezándose—. ¿Otro Elvis muerto? Mierda… ¿Nadie respeta al Rey?
—¿Quiere un trago de bourbon? —gruñó Sánchez.
—¿Qué más tienes?
—Nada.
—En ese caso, paso. Gracias.
Jensen caminó hacia Somers, quien estaba agachado junto al cuerpo de Jessica. En el camino, reconoció los restos de Carlito y Miguel tirados entre el vidrio, la sangre y los cartuchos vacíos. Le consoló saber que, después de lo que le habían hecho, estaban muertos. Pero no era el momento de pensar en eso; había demasiados inocentes atrapados en aquel lamentable caos. Uno de ellos era una mujer joven cuya cara Somers estaba cubriendo con una toalla ensangrentada.
—¿Está viva? —preguntó Jensen.
—No. Aquí todos están muertos, excepto Sánchez —dijo Somers, levantándose—. Será mejor que vengan los forenses. Tal vez podamos dar aviso y atrapar a Kid Bourbon antes de que se aleje demasiado. Dice Sánchez que tiene un cómplice vestido de Terminator.
Jensen empezaba a comprender por qué Somers había pasado los últimos cinco años tratando de atrapar a Kid Bourbon. Las familias de las víctimas no deberían ver el resultado de un psicópata que no controlaba la bebida.
—Voy a decirle al personal de las ambulancias que puede entrar.
—No. Lo haré yo —dijo Somers, mirando el cuerpo del monje muerto—. Quédate aquí e interroga a Sánchez.
Caminó hacia la barra donde Sánchez había puesto su vaso de bourbon. Le dio un vistazo e hizo un gesto.
—Pensándolo bien… Tal vez sea inapropiado tocar esa bebida, en vista de lo que acaba de suceder. De hecho, algunas personas podrían decir que también es inapropiado servir esa bebida. Por cierto, hueles a orina.
Somers salió, molesto por el salvaje desperdicio de vidas inocentes a su alrededor.
A Jensen le dolió no haber llegado antes al Tapioca. Tal vez podría redimirse y sorprender a Somers sacando información a Sánchez. Levantó un taburete del suelo y sacudió el vidrio roto. Luego lo acercó a la barra y se sentó.
—Sánchez, aquí huele a orina, ¿no?
—Sí. —El camarero se encogió de hombros—. ¿De verdad necesita ahora mi declaración?
—No. —Jensen sonrió. Tal vez aquel no fuera el mejor momento—. Si quieres, puedes venir mañana a la comisaría.
—Gracias, agente.
—No hay problema.
Jensen levantó el vaso de bourbon que Somers no quiso y le dio un trago. Estaba caliente y sabía a polvo. El resultado era poco refrescante.
—¡Joder! Esta bebida está malísima. No me extraña que Kid Bourbon se vuelva loco en cuanto la bebe.
Al instante, sintió vergüenza. ¿Cómo pudo ser tan insensible? Incluso en un lugar como ese (acostumbrado a todo tipo de comentarios), era horrible. Echó un vistazo a Sánchez. Era evidente que el camarero no estaba impresionado.
—Lo siento, amigo. Una mala broma.
—Olvídelo.
Jensen no quería abusar de la hospitalidad, sobre todo si le salían comentarios de tan dudoso gusto. Se levantó del taburete y metió la mano en el bolsillo. Sánchez dio un paso atrás, incómodo.
—Tranquilo, Sánchez. Solo estoy sacando mi cartera.
—Está bien. No tiene que pagar la bebida.
Jensen abrió su cartera y sacó una pequeña tarjeta roja.
—Aquí tienes mi número de móvil. Llámame si recuerdas algo, ya sabes… algo importante… sobre Kid Bourbon. —Balanceó la tarjeta encima del vaso de bourbon. Sánchez la tomó y se la metió en el bolsillo.
—Seguro. Gracias, agente. Lo tendré en cuenta.
—Hazlo. Tómatelo con calma, Sánchez.
Jensen se dirigió a la entrada, tropezando otra vez con el cuerpo de Elvis. Miró hacia atrás para ver si Sánchez se había dado cuenta. Era obvio que sí, pues sacudía la cabeza. Jensen le sonrió apretando los dientes. Vergonzoso… Sánchez debía de tomarlo por una versión en negro del inspector Clouseau.
Pero el camarero pensaba en otra cosa. En realidad, le daba pena el agente y decidió ofrecerle una rama de olivo.
—Oiga, ¡acabo de recordar algo! —gritó—. El tipo disfrazado de Terminator conducía un Cadillac amarillo.
Miles Jensen se detuvo en seco.
—¿Hablas en serio?
—Sí.
—¡Mierda! Espera a que Somers escuche esto… —Rio Jensen.
—¿Qué le divierte tanto? —preguntó Sánchez.
—¡Nada! —dijo Jensen—. Es que anoche le robaron a Somers su Cadillac amarillo. Tendrías que haberlo visto. Echaba humo.
Sánchez se quedó en la barra, rumiando, mientras el agente caminaba hacia su coche. ¿Somers tenía un Cadillac amarillo? ¿Qué significaba eso? ¿Que él había matado a Thomas y a Audrey? ¿Incluso a Elvis? Antes de que pudiera considerar el asunto en serio, captó un movimiento y escuchó una tos. ¡Era Jessica! Corrió y se inclinó sobre ella, retirando la toalla de su cara. ¡Respiraba! La chica se aferraba a la vida… La piel de la cara parecía haberse regenerado. Tenía que ser un milagro. Si unos minutos antes, no tenía pulso… Incluso Somers lo había confirmado. Pero ahora, ¡de repente estaba viva! Y a Sánchez no le importaba cómo. Solo sabía que dependía de él cuidarla. Era una señal de Dios. Su destino era estar juntos… Esta vez la cuidaría él mismo.
Mientras transportaba su cuerpo a la trastienda, escuchó las sirenas de las ambulancias. Tendría que esconderla de nuevo, como en el pasado. No podía confiar en nadie. Si sabía que estaba viva, Kid Bourbon regresaría a por ella. Tal vez tardara cinco años, o tal vez menos… Sánchez la cuidaría en persona.
Y esta vez, quizá se lo agradecería.