Treinta y ocho
Mientras esperaba a Somers en la cafetería Olé Au Lait, Jensen se entretuvo saboreando una taza de chocolate caliente. Estaba sentado en la barra, admirando la limpieza del lugar. Tenía comprobado que, en los bares y restaurantes de Santa Mondega, la higiene brillaba por su ausencia. Así que fue un placer inesperado poder admirar las mesas de madera pulida y el brillante mármol de la barra.
Pasaron casi veinte minutos antes de que Somers llegara. Jensen había intentado localizarle al salir de la biblioteca; le había dejado muchísimos mensajes en el teléfono móvil explicando que tenía novedades. Somers le devolvió la llamada a las tres y media de la tarde para decirle lo siguiente: «Quedamos a las ocho en la cafetería Olé Au Lait, la de la calle Canela», y había colgado.
Cuando Somers llamó, Jensen se hallaba en la habitación del hotel. Cualquier plan era preferible que quedarse a ver un programa de tele llamado Happy Days. Robin Williams interpretaba el personaje Mork del programa Mork y Mindy. Una bebida caliente y una buena conversación era justo lo que necesitaba.
Somers se presentó enfundado en su impermeable gris y su traje oscuro; elegante camisa blanca y corbata gris. Los demás clientes del Olé Au Lait iban vestidos de forma muy casual, incluyendo a Miles Jensen, quien había optado por pantalones caqui y una camisa azul claro desabrochada en el cuello.
—¿Qué quieres tomar? —preguntó Jensen cuando su tenso compañero se le acercó en la barra.
—Sarah, por favor, tomaré un café con dos de azúcar —dijo el otro a la hermosa joven detrás de la barra.
—Lo reconozco, Somers. Es el bar más animado que he visto —bromeó Jensen.
Las cafeterías no eran exactamente la sangre de la economía de Santa Mondega, así que nunca estaban llenas. El Olé Au Lait era uno de los más populares, pero incluso así, no había más de diez personas, incluyendo al personal.
—No me gusta mezclarme con las masas… —refunfuñó Somers—. Sentémonos en ese rincón. —Señaló una mesa cercana a la barra sin nadie alrededor. Una elección bastante lógica para dos agentes que trataban de discutir un caso—. Sarah, ¿me traerás el café? Gracias.
Se dirigieron a la pequeña mesa redonda y se sentaron frente a frente.
—He intentado llamarte toda la tarde —empezó Jensen—. ¿Por qué no has contestado a mis llamadas?
—El tiempo no está de nuestro lado, Jensen. ¿Has descubierto algo sobre el libro?
—Por eso quería hablar contigo. Fui a la biblioteca y la recepcionista me dijo que un hombre que se ajusta a la descripción de Kid Bourbon se presentó esta mañana preguntando por el libro. Ahora sabe que está en manos de Annabel de Frugyn, pero al menos no tiene su dirección, ya que la mujer vive en un remolque.
—No está nada mal —dijo Somers.
—Pero no es suficiente. Si Kid Bourbon sabe que ella tiene el libro y ya la está buscando, ahora mismo podría estar muerta.
—Eso en el mejor de los casos… —Somers suspiró.
—Mira, Somers, tal vez debemos pedir ayuda al capitán Rockwell para encontrarla…
—Es posible que ya lo sepa.
—¿Cómo? Apenas acabo de averiguarlo.
Somers dio un vistazo alrededor antes de inclinarse hacia Jensen y susurrarle:
—Por la misma razón que no he contestado a tus llamadas. Nuestra oficina tiene micrófonos ocultos. Encontré un dispositivo de grabación bajo tu escritorio y otro dentro del teléfono de mi escritorio.
—¿Qué? —Jensen palideció—. ¿Crees que el capitán nos espía? ¡Eso es intolerable! Voy a presentar cargos.
—¡Cálmate! Desde ahora, no hablaremos en la oficina. No deben enterarse de que lo sabemos. Deja que piensen que no hemos descubierto nada nuevo. Así no podrán adelantársenos. Lo usaremos para nuestro beneficio. De ahora en adelante nos reuniremos en cafeterías como esta.
—Buena idea.
—Tendrás que revisar el hotel. Quizás han puesto micrófonos en tu habitación.
—Mierda… ¿Qué más debo saber?
—Otra cosa… —Somers se recostó en su silla—. Esta tarde he interrogado a un tipo llamado Jericho. Es un viejo informante mío. No es muy fiable… solo la mitad de lo que dice es cierto, pero sirve de todos modos.
—Continúa. —Jensen estaba ansioso por escuchar lo que Somers tenía que decirle.
—Jericho estaba con Rusty, el tío a quien dos monjes mataron a balazos el otro día. Nuestro hombre fue afortunado de salir con una bala en la pierna.
—¿Qué sabe?
—Afirma que los dos monjes estaban buscando a un cazador de recompensas llamado Jefe.
—¿Te suena el nombre?
—Sí. Es un cabrón muy desagradable.
—Menuda novedad… —se burló Jensen, dando otro trago a su taza de chocolate.
—Sí, pero este es peor que la mayoría. Jericho estaba en el Tapioca cuando los dos monjes le dispararon. Ahora afirma que, tras irse los monjes, Jefe entró en el bar buscando a un hombre llamado Santino.
Jensen dio un respingo.
—Es la segunda vez que escucho ese nombre. ¿Lo conoces?
—Todos lo conocemos.
—Yo no…
—Eso es porque no eres como todos. No eres nadie.
—Cierto —contestó Jensen, de buen humor—. En fin… ¿Quién es Santino y qué quiere Jefe de él?
Somers se recostó en la silla mientras la hermosa camarera llegaba con una taza enorme de café. La tomó directamente de su mano y olió el contenido. Dejó la taza en la mesa y sacó un billete de cinco dólares del bolsillo de su pantalón.
—Quédate con el cambio, nena. —Le puso el dinero en el bolsillo del delantal. Ella dio media vuelta y se alejó sin mediar palabra—. ¿Dónde estaba?
—Hablabas de Santino.
—¡Ah, sí! Santino prácticamente gobierna Santa Mondega. Es el mayor gánster de la ciudad. Durante mucho tiempo se ha dicho que busca el Ojo de la Luna. La última vez que vino, estaba dispuesto a pagar varios miles de dólares por la maldita piedra. A Santino no le gusta correr riesgos con su propia vida, así que no se deja ver a menudo. Solo sale de noche.
—¿Es un vampiro? —sugirió Jensen.
—Es tan buen candidato como cualquiera —continuó Somers—. Santino paga a otras personas para que le hagan el trabajo sucio. Se rumorea que, hace cinco años, pagó a Ringo para que robara el Ojo de la Luna.
—¿Ringo? ¿Por qué me suena ese nombre?
—Porque Ringo robó la piedra hace cinco años, pero entonces Kid Bourbon lo asesinó a balazos. De modo que Santino se quedó con las ganas. Jericho, nuestro hombre, piensa que Santino ha contratado a Jefe para que le consiga el Ojo de la Luna antes del eclipse.
—¿Así que Jefe tiene el Ojo de la Luna?
—No. —Somers negó con un dedo—. Al parecer, Jefe se emborrachó con Marcus la Comadreja la noche anterior a que lo mataran.
Jensen se quedó boquiabierto.
—Entonces, cuando sospechamos que la Comadreja había robado a Jefe, ¿teníamos razón? —preguntó.
—Sin duda, la Comadreja se registró en el Hotel Internacional de Santa Mondega con el nombre de Jefe.
—Todo empieza a encajar…
—Sí. La Comadreja roba a Jefe. El portero y su novia roban a la Comadreja. Entonces aparece Elvis, mata a la Comadreja pero no encuentra la piedra. Así que va a buscar al portero para encontrarla. Y entonces Kid Bourbon lo mata.
—Dante podría ser el portero…
—Correcto.
—Mierda, Somers… Buen trabajo. Veo que has planeado nuestro siguiente movimiento…
Somers dio un trago al café y lo saboreó. Jensen hizo lo propio con su chocolate.
—Resumiendo… —concluyó Somers—. Husmearé en varios hoteles para ver si esos dos chicos, Dante y Kacy, se han registrado en alguno. Quiero que vigiles la casa de Santino. A ver si hay movimiento. Esta pareja podrían llevarle la piedra para vendérsela.
—¿Por qué lo harían? Si están en peligro…
Somers sonrió y dio otro trago a su café.
—No lo es si, como sospechas, Dante es el mismísimo Kid Bourbon. Podría querer el Ojo de la Luna para vendérselo a Santino. No te equivoques. Santino es el único pez gordo de esta ciudad.
—Espera un momento, Somers. ¿Ahora piensas que a Kid Bourbon solo le interesa la piedra? Si fuera el caso, ¿por qué no la vendió hace cinco años, cuando la tuvo en sus manos?
—Espera. No te precipites. No he dicho que Kid Bourbon no quiera quedarse con el Ojo de la Luna. Solo insinúo que quizá busca dinero. Tal vez él y Santino trabajan juntos. ¿Quién sabe? Tú limítate a vigilar la casa de Santino, ¿entendido? —Somers sacó un papel doblado y un pequeño bíper negro del bolsillo de su impermeable—. Aquí tienes su dirección. Vive en una enorme mansión a las afueras de la ciudad. —Le entregó el papel a Jensen—. Y toma este bíper. Si te metes en problemas, mándame un mensaje e iré volando. —Tomó la mano de Jensen y presionó el bíper en ella—. Asegúrate de que nadie te vea.
—¿No sería mejor que te llamara al móvil? —razonó Jensen.
—No lo hagas porque no contestaré, a menos que me envíes primero un mensaje. Déjalo como último recurso. Es posible que el capitán haya intervenido nuestros móviles, así que si tenemos que hablar por teléfono, no reveles nada ni digas dónde estás, a menos que de verdad tengas que hacerlo. ¿De acuerdo?
A Jensen le irritaba la interferencia del capitán Rockwell, si realmente era él quien estaba detrás de las escuchas.
—Lo que digas, Somers. ¿Algo más? ¿Debería revisar si mi trasero tiene micrófonos antes de ir al baño?
—No te vendría mal… Sobre todo, no te arriesgues. Revisa en todos lados y habla en voz baja y solo conmigo. Ahora mismo, no creo que podamos confiar en nadie. Pero estoy seguro de que pronto se aclarará todo. —Se levantó de la mesa y se puso el impermeable—. Tengo que irme. Si no sé nada de ti antes, te veré en la oficina al amanecer.
—Está bien. Vigila tus espaldas, Somers… y, ¡oye!, esto funciona en los dos sentidos, ¿eh? Si tienes problemas, envíame un mensaje.
—Claro. —Somers sonrió.