Veintisiete

Dante y Kacy pudieron haber ido directamente a la casa de empeño y librarse de la piedra, pero había un pequeño problema. La tienda estaba cerrada. No iban a tirar la piedra, sobre todo si era tan valiosa.

Entonces a Dante se le ocurrió llevarla a un conocido suyo que trabajaba en el Museo de Arte e Historia de Santa Mondega. El profesor Bertram Cromwell era un viejo amigo de su padre, y había sido lo bastante amable para conseguirle el aciago trabajo en el museo. Dante llegó a encariñarse de Bertram, y hasta le supo mal defraudarlo cuando lo echaron a raíz del desgraciado incidente del jarrón roto. Pero Cromwell no solo no lo había culpado, sino que le había firmado una carta de recomendación que le sirvió para entrar a trabajar en el hotel. Dante siempre le estaría agradecido; gracias a él, no había tenido que volver a su Ohio natal con la cola entre las piernas.

Bertram era el típico profesor sesentón. Tenía el pelo canoso y ondulado inmaculadamente peinado, y más de cien trajes distintos, todos impecables y hechos a mano. Al ser educado de forma exquisita, nunca perdía la compostura. Definitivamente, Dante querría parecerse a ese hombre rico e inteligente. Pero él, de momento, era listo y pobre.

El museo, uno de los edificios más imponentes en Santa Mondega, ocupaba toda una manzana de la calle principal. Era un edificio grande y blanco, de ocho pisos de alto. De la fachada colgaban banderas de todos los países. La gracia del museo residía en su extensa colección, procedente de todo el mundo, ya fuera un lienzo o una simple concha marina.

Dante y Kacy subieron los tres escalones de la entrada y cruzaron varias puertas giratorias hasta llegar a la recepción. El profesor Bertram Cromwell se hallaba en un gran despacho atestado de pinturas, a la izquierda. Estaba terminando una visita guiada a un grupo de quince estudiantes. Los chicos tomaban fotografías en lugar de escuchar las explicaciones de Cromwell. Dante notó que el profesor estaba llegando al final de la visita. Sabía cuánto odiaba dar charlas a turistas ignorantes que se negaban a escuchar, pero era tan profesional que no podía obviar ningún detalle relevante.

Al ver a Dante y a Kacy en la entrada del museo, les hizo un gesto para que se sentaran mientras terminaba. La pareja se acomodó en el sofá de color crema junto a la recepción. ¡Aquel impresionante vestíbulo era más grande que sus tres últimos pisos juntos! El techo tenía más de diez metros de alto, el suelo era de madera, y gozaban del mejor aire acondicionado de Santa Mondega.

Desde el sofá se veía el arco de entrada a la primera galería del museo. Estaba llena de pinturas, esculturas y varios expositores de vidrio con objetos más pequeños. Aunque a Dante no le interesaba el arte, intentó apreciar las obras por respeto a Cromwell. Así que contempló una de las pinturas como si estuviera captando un mensaje oculto. Pero no le convencía. En su opinión, una buena pintura debía parecer una fotografía, y no un montón de colores arrojados al azar sobre el lienzo. Si tenía alguna belleza, él no la notaba.

Al final, los estudiantes pasaron a su lado y salieron del edificio, permitiendo a Dante dirigirse a Cromwell. Kacy le seguía.

—Hola, Cromwell. ¿Cómo te va? —preguntó Dante alegremente.

—Estoy muy bien. Gracias, señor Vittori. Me alegra verte, y también a ti, señorita Fellangi. ¿Qué puedo hacer por vosotros?

—Necesito mostrarte algo. Hemos encontrado un objeto muy valioso y queremos venderlo.

Bertram Cromwell sonrió.

—¿Lo tienes aquí?

—Sí, pero ¿podemos ir a un lugar más privado?

—Estoy ocupado, Dante…

—Confía en mí, profesor. Querrás ver esto.

El profesor no parecía convencido de que no fuera una pérdida de tiempo, pero era demasiado amable para despacharlos de entrada.

—Debe de ser algo especial. Por favor, vayamos a mi oficina.

Durante varios minutos, Dante y Kacy siguieron a Cromwell por un laberinto de pasillos, cruzando comentarios sobre las distintas pinturas. Aunque Dante había trabajado como conserje en el museo, no reconocía ninguna de las obras.

Kacy estaba ocupadísima memorizando la ruta que seguían. Se había reunido una sola vez con Bertram Cromwell, y no le había gustado. Así que prefería ser precavida y recordar el camino, por si ella y Dante necesitaban escapar rápido. La visita a la Dama Mística la había puesto sobre aviso.