Seis

Jessica se había deslizado por el bosque durante más tiempo del que podía recordar. Los árboles a su alrededor eran tan altos que casi bloqueaban el cielo. El suelo era una alfombra de raíces, lo que impedía andar sin torcerse un tobillo.

Podía sentir el frío mordiendo sus hombros y sus pies. Fuera cual fuera la presencia que la había estado observando mientras avanzaba por el bosque, ahora la estaba persiguiendo. Ya no solo la observaba; se acercaba sigilosamente. Los árboles estaban tan cerca unos de otros, y las copas sobre ella eran tan espesas, que no veía nada. Además, Jessica tenía demasiado miedo para mirar atrás. Podía escuchar la respiración de su perseguidor; ahora estaba jadeando… Era una bestia de algún tipo, al menos sabía eso. Lo que fuera, no parecía humano… y algo le decía que tampoco era un animal. Era algo más, y la quería a ella.

Mientras trataba desesperadamente de acelerar el paso, las ramas de los árboles parecieron volverse más y más gruesas, como si se tiraran hacia ella, tratando de detenerla. Aún se las arreglaba para mantenerse en pie, pero sabía que solo era cuestión de tiempo antes de que una de las raíces de árbol la derribara. Por su parte, la bestia se acercaba todo el tiempo, su jadeo se volvía más ruidoso y rápido con cada segundo que pasaba. Nada parecía reducir su velocidad. Pronto estaría sobre ella.

De repente, Jessica suspiró y abrió los ojos. Los cerró casi de inmediato. Luego los abrió y cerró de nuevo durante varios minutos hasta que pudo soportar la sensación de ardor. Todo el tiempo, el sueño del que acababa de despertar se apoderaba de su mente. Parecía tan real…

Miró a su alrededor. La habitación estaba vacía; el único mueble era la cama en que yacía tan cómodamente arropada. Las paredes estaban cubiertas con un viejo tapiz de color crema, tal vez con la intención de compensar la falta de una ventana. Por supuesto, no era así, ni reducía la sensación de claustrofobia de la habitación. Jessica estaba helada, aunque no le molestaba mucho. Lo que realmente la incomodaba era no saber dónde estaba o cómo había llegado allí.

—¿Hola? —gritó—. ¿Hay alguien?

En la distancia, escuchó un murmullo. Parecía la voz de un hombre y venía de abajo, como si estuviera un piso debajo de ella. A Jessica aquello le ayudó a orientarse, ya que implicaba que estaba en la habitación de un piso superior. De pronto, el ruido de unos pasos subiendo una escalera hacia su habitación le aceleraron el corazón. Empezó a desear no haber gritado. Los pasos eran pesados… Al detenerse frente a la puerta de la habitación, se produjo una pausa, y la manija empezó a girar. Poco a poco, la puerta se abrió con un chirrido.

—¡Dios mío! ¡Estás despierta! —exclamó el hombre que había abierto la puerta.

Era un individuo corpulento y de facciones duras. «Parece un granjero —pensó Jessica—. Un granjero joven y bastante guapo». Tenía el pelo negro y espeso y las facciones fuertes y regulares… Vestía una camisa gruesa de leñador sobre unos pantalones metidos en unas brillantes botas negras, que se elevaban varios centímetros sobre sus pantorrillas.

Jessica habló sin pensar.

—¿Quién diablos eres? —preguntó.

—Estás despierta… ¡Dios mío!… quiero decir… mierda —tartamudeó el hombre. Parecía incluso más sorprendido que Jessica, aunque al menos conocía la situación.

—¿Dónde estoy? ¿Y quién diablos eres tú? —preguntó ella de nuevo.

—Soy Thomas García. —Se acercó a la cama sonriendo—. Te he estado cuidando. Es decir, yo y mi esposa, Audrey, te hemos estado cuidando… juntos. Ella ahora ha ido al mercado. Pero volverá pronto.

El instinto de Jessica le decía que aquel hombre parecía bastante agradable, pero todavía estaba confusa, y al acercarse él a la cama, se dio cuenta de que estaba desnuda.

—Thomas… Estoy totalmente desnuda bajo las sábanas, así que te agradecería que no te acercaras hasta que encuentres mi ropa.

Thomas dio un paso atrás y levantó las manos, excusándose.

—Con todo el respeto, señorita Jessica… —dijo con prudencia—. La he estado refrescando durante los últimos cinco años, así que la he visto desnuda antes.

—¿Cómo?

—Decía que…

—Y lo he escuchado. Espero que sea una broma, amigo.

—Lo siento, pero yo…

De repente, Jessica tomó conciencia de las palabras.

—Espera un momento… ¿Has dicho cinco años?

—Sí, te trajeron con nosotros hace cinco años. Estabas medio muerta. Te hemos estado cuidando desde entonces, con la esperanza de que un día despertaras.

—¡Cinco años! ¿Has perdido el juicio? —Estaba igual de sorprendida que exasperada. Nunca antes había visto a ese hombre. Imposible pensar que él la hubiera estado cuidando los últimos cinco años.

—Lo siento, Jessica. Porque te llamas Jessica, ¿no?

—Sí.

—Perdona, pero me has pillado por sorpresa.

—¿Que yo te he pillado a ti por sorpresa? Pues vaya, lo siento… Te aconsejo que me consigas mi ropa antes de que pierda la paciencia contigo.

Thomas parecía desconcertado.

—Claro. Te traeré tu ropa y luego hablaremos —contestó, ofendido.

Se encaminó hacia la salida de la habitación, cerró la puerta y bajó las escaleras con paso pesado, dejando a Jessica totalmente confundida. ¿Cómo podía ser cierto? ¿Era una broma? Tenía pocos recuerdos. Sabía que se llamaba Jessica, pero no estaba segura de si lo sabía solo porque Thomas acababa de mencionarlo. Su confusión le recordó cómo era levantarse con resaca y no recordar dónde había estado la noche anterior o qué había hecho. Sin embargo, esta vez la diferencia era que, mientras ella sabía qué era una resaca, no podía recordar nada de su vida. Pasaron muchos segundos sin que nada volviera a ella.

Thomas volvió al cabo de unos minutos. Excusándose, le lanzó unas ropas antes de volver a bajar las escaleras con la promesa de un desayuno.

Jessica se vistió rápidamente con las ropas que él le había proporcionado. Le iban perfectas, lo que significaba que tal vez fueran suyas. No había un espejo cerca donde comprobarlo, pero tenía la sensación de que le sentaban bien, aunque quedaba por saber si estaban desfasadas. Ahora la moda parecía apostar por el color negro: botas negras hasta las pantorrillas, pantalones como de pijama, holgados, negros y brillantes con cintura elástica y perneras plastificadas, y una elegante blusa negra cruzada (tipo kárate) increíblemente cómoda. De hecho, era tan cómoda que incluso parecía calentar su cuerpo a una temperatura perfecta.

Cuando estuvo lista para bajar las escaleras y tener una charla con Thomas, se percató de que alguien había llegado a la casa. Abajo se escuchaban voces; luego le siguieron murmullos. Qué más daba… Desde detrás de la puerta cerrada de su habitación del segundo piso, Jessica no entendía una palabra.

Al final, después de suspirar varias veces para calmar sus nervios, abrió la puerta y miró afuera. Había una pared de ladrillo a la izquierda y otra a la derecha. A la izquierda estaba la oscura escalera que conducía hacia abajo. En la escasa luz, apenas veía los escalones. En la pared, un par de velas iluminaban la escalera. Jessica dudó un momento, pero había llegado hasta allí, así que no tenía sentido correr de vuelta a la comodidad de su habitación. Se aventuró a dar un paso, y su cauteloso pie encontró consuelo en el primer escalón. El viaje para averiguar dónde diablos estaba y cómo había llegado ahí estaba a punto de empezar.

Las voces de abajo volvieron a silenciarse. Las oía mejor desde su habitación, pero ahora estaba en el espacio confinado de la escalera húmeda, oscura, fría e inhóspita. Tal vez lo que escuchaba era el viento.

Bajó cada escalón sin hacer ruido. Por alguna razón instintiva, quería evitar anunciar su llegada. Eran alrededor de quince escalones hasta el fondo, y todos parecían querer al mínimo peso. Sin embargo, Jessica era ligera de pies y llegó hasta abajo sin hacer ruido. Cuando por fin llegó abajo, después de lo que parecía un siglo, la recibió una pared de ladrillo frente a ella y a su izquierda. A la derecha estaba una gran cortina negra. Sin duda, detrás encontraría a Thomas y a otra persona.

Por supuesto, la realidad era distinta. Al retirar la cortina, descubrió más pared de tabique. La escalera la había llevado a un callejón sin salida. Pero ¿cómo había subido y bajado Thomas? ¿Y cuál era la función de la cortina? No ocultaba nada, ya que detrás había una pared de ladrillo. Jessica se sintió atrapada… Quizá Thomas no fuera tan caballeroso…

La situación la desconcertaba. Peor: no solo era frustrante, sino que la estaba cabreando. Se sentía atrapada sin saber quién era o dónde estaba, y le empezó a dar claustrofobia. «Respira hondo», pensó. Al cerrar los ojos, se encontró de vuelta en el bosque espeso y enmarañado con la bestia pisándole los talones. Abrió los ojos de inmediato. La bestia se había marchado.

De repente, la voz de Thomas llegó con claridad del otro lado de la pared de ladrillo. Sonaba agitada.

—¿Para qué queremos un Cadillac amarillo? —le preguntaba a alguien.

Atrapada en la escalera, Jessica empezó a aturdirse. Extendió la mano para apoyarse contra una de las paredes. Al hacerlo, cerró los ojos. Sintió que perdía la conciencia… Tras cinco años en cama, lo poco que había caminado la había cansado más de lo que jamás hubiera creído posible. Mientras sus piernas cedían y empezaba a caer hacia delante, escuchó dos cosas. La primera era una voz femenina, alegando algo. Jessica no entendía las palabras, pero sonaba como si estuviera rogando por algo tan preciado como su vida.

El segundo ruido fue un fuerte rugido. El rugido de la bestia.