Veintiocho
La oficina de Cromwell estaba situada bajo el nivel del suelo. Era un despacho muy grande y espacioso; un motivo de orgullo para su dueño. En él reinaba un escritorio de roble pulido del siglo XIX con una poltrona terriblemente grande y forrada de piel negra. Al otro lado de la mesa había dos sillas de piel más pequeñas pero no menos elegantes. Bertram hizo un gesto para que Dante y Kacy se sentaran en ellas mientras él se acomodaba en la poltrona.
A Kacy le impresionó tanta magnificencia. Dos de las paredes estaban forradas de libros del techo al suelo. ¡Así se imaginaba ella la biblioteca más exclusiva del mundo! Las otras dos paredes estaban decoradas con paneles de madera repletas de pinturas muy oscuras. Si no fuera por la calefacción y la luz del magnífico candelabro, aquella habría sido una estancia aterradora.
Cromwell se acomodó frotando su traje contra la piel de la silla. Juntó las manos y tamborileó las puntas de los dedos durante unos minutos. A continuación, sonrió a Dante, luego a Kacy. Como ellos no entendían que su tiempo era oro, decidió hablar primero.
—Muy bien, chicos. ¿Puedo ver el valioso objeto?
Kacy esperó a que Dante asintiera con la cabeza. Solo entonces se quitó el collar del cuello y mostró la piedra azul de debajo de su blusa. Cromwell estiró la mano del otro lado del escritorio mientras ella le tendía el abalorio. Por unos segundos se quedó inmóvil, observando el conjunto. Lo contempló el tiempo suficiente para que resultara evidente que estaba impactado.
—¿Qué piensas? —le preguntó Kacy.
Cromwell la ignoró y abrió un cajón del escritorio con su mano izquierda, sin desviar la mirada de la piedra. Sacó una lupa muy pequeña y la levantó hacia un ojo. En los siguientes treinta segundos, estudió la piedra desde todos los ángulos posibles.
—¿Y bien? —insistió la chica, un poco avergonzada porque él no había contestado a su primera pregunta.
Cromwell dejó el collar y la lupa en el escritorio y respiró hondo.
—Es preciosa, sin duda —murmuró, como si hablara para sí mismo.
—¿Cuánto crees que vale? —preguntó Dante. Las excentricidades del profesor le hacían albergar esperanzas.
Cromwell hizo girar su silla a la izquierda y se puso de pie. Rodeó el escritorio y caminó hacia la pared cubierta de libros, a su izquierda. Pasó los dedos por los lomos de los títulos, en uno de los anaqueles. Al cabo de ocho o nueve libros, su mano se detuvo en un tomo grueso encuadernado en piel negra. Lo sacó y volvió a su silla, posando el libro en su escritorio.
—Esta piedra azul podría ser la piedra más valiosa del mundo —afirmó mirando a la pareja.
—¡Estupendo! —exclamó Dante—. ¿Dónde podemos venderla?
Cromwell lanzó un profundo suspiro.
—No estoy seguro de que puedas… —dijo con suavidad.
Dante no pudo evitar mostrarse desilusionado.
—¿Y por qué no?
—Deja que revise este libro. Deberías leer algo antes de decidir qué hacer con ella.
—Muy bien.
Dante y Kacy se miraron, emocionados, mientras Cromwell pasaba las hojas del libro. Kacy tomó la mano de Dante y la apretó con fuerza.
—¿Cómo se titula el libro? —le preguntó a Cromwell.
—El libro de la mitología lunar.
—¡Ah! Muy bien.
A Kacy aquello no le decía nada, pero no era la única, porque Dante tampoco sabía qué era la mitología lunar.
Al cabo de un minuto pasando páginas, revisando el texto y exclamando «¡Hum!» y «¡Ah!», Cromwell localizó lo que estaba buscando y comenzó a leer en voz baja. Desde donde estaba sentado, Dante pudo ver una ilustración a color de una piedra azul parecida a la suya. Pero no iba ensartada en una cadena de plata.
Por fin Cromwell levantó la mirada y dio la vuelta al libro para que ellos pudieran verlo. Ambos observaron las dos páginas, esperando descubrir algo sorprendente, como una suma de dinero que les indicara cuánto valía la piedra. Al no descubrir nada por el estilo, miraron de vuelta a Cromwell, buscando la explicación que no encontraban.
—Jovencita, esa piedra azul que llevas al cuello es conocida por los historiadores como el Ojo de la Luna.
—¡Vaya!
Kacy estaba asombrada. Qué nombre más glamuroso para una joya…
—¿Y cuánto vale? —insistió Dante.
—Eso no deberías preguntármelo a mí. Piénsalo tú mismo —advirtió Cromwell, y continuó en tono sombrío—: ¿Vale la pena arriesgar la vida por ella?
—¡Dios mío! ¿Tú también? —Dante recordó los comentarios de la Dama Mística.
Cromwell no quiso discutir y continuó hablando como si tal cosa.
—El Ojo de la Luna no tiene un valor comercial. Su valor está en quien la posee. Hay gente que haría lo que fuera con tal de conseguirla. Y no la quieren por dinero.
—¿Entonces?
—¿Porque es bonita? —intervino Kacy.
—Es hermosa, lo reconozco, pero la razón de que sea tan valiosa es porque, según la leyenda, y este libro, el Ojo de la Luna tiene un poder asombroso. Es una piedra mágica.
—¡¿Cómo?! —Dante no entendía nada.
Conocía a Bertram Cromwell lo suficiente para saber que era un hombre inteligente y que no decía tonterías. Si él creía que la piedra tenía un poder mágico, debía de ser cierto.
—Hay varias historias al respecto —continuó el profesor—. Algunas dicen que quien la lleve colgada al cuello, o en alguna parte del cuerpo, se vuelve inmortal.
—¿Inmortal? ¡Como en las películas! —exclamó Kacy.
—Otras dicen que roba el alma de quien la lleva.
—¿La gente se traga esa mierda? —Dante sonrió.
—Por supuesto.
—¿Y tú te lo crees?
—Me reservo mi opinión.
—Entonces, ¿qué debemos hacer con ella?
—Bueno… —El profesor se levantó de nuevo—. Siempre podrías comprobar si tiene poderes curativos…
—¿Qué quieres decir? —Dante estaba intrigado.
Bertram Cromwell tomó el collar del escritorio y se lo lanzó a Dante.
—Ponte el collar y yo te cortaré el brazo lo suficiente para que sangre. Si la piedra tiene esos poderes, entonces la herida se curará.
Dante consultó a Kacy con la mirada. Ella parecía seducida por la idea, así que con renuencia (ya que no creía en la brujería y todas esas tonterías), el chico deslizó el collar sobre la cabeza y dejó que cayera alrededor del cuello. Luego se dobló la manga de la camisa del brazo derecho y lo extendió. Cromwell sujetó el brazo con la mano izquierda y con la derecha sacó una navaja del bolsillo interior de su chaqueta. Extendió la hoja y la levantó frente a Dante, quien, con franqueza, estaba sorprendido de que el profesor tuviera una navaja a mano.
—Muy bien —dijo Dante, mirando la hoja en la mano de Cromwell—. Hazlo lo peor que puedas.
—¿Estás seguro? —preguntó Cromwell.
—Adelante. Pero hazlo antes de que cambie de idea.
Bertram Cromwell respiró hondo y clavó la punta del cuchillo en el antebrazo de Dante. Dos cosas sucedieron de manera casi simultánea. La hoja entró cinco centímetros completos y Dante lanzó un chillido tremendo.
—¡Aaaahhhhhhhh…! ¡Hijo de puta! ¡Me cago en…! ¡Mierda…!
—¿Te duele? —preguntó Kacy. No fue una de sus observaciones más brillantes.
—¡Pues claro…! ¡Es un cuchillo!
Dante se sujetaba el brazo, tratando desesperadamente de detener el chorro de sangre. Cromwell había sacado un pañuelo de papel de su bolsillo y estaba limpiando la hoja de su cuchillo.
—Dante, ¿sientes cómo la herida empieza a curarse? —preguntó con calma.
—¿Qué coño dices? Casi me cortas el brazo… ¡Por supuesto que no se está curando! Tendrán que ponerme puntos… Pero… ¿qué cojones has hecho? Pensé que ibas a arañarme, no a cortarme el brazo. ¡Hijo de puta!
—Lo siento, Dante. Solo quería asegurarme de que era un corte lo bastante profundo para demostrar el poder de la piedra…
—¡Y ha funcionado, si la meta era dejarme una cicatriz para toda la vida!
Cromwell sacó otro pañuelo de su bolsillo y lo entregó a Kacy.
—Toma, jovencita. Envuelve con fuerza la herida de Dante. Detendrá la salida de sangre.
Kacy tomó el pañuelo y sujetó el brazo de Dante. Lo enrolló alrededor de la herida y ató los extremos con un nudo firme.
—¿Qué tal, cariño? —La expresión de Dante era un poema—. ¡Vaya! Espera un momento… ¡Creo que la herida se ha curado!
—¿Seguro? —preguntó Cromwell, claramente emocionado.
—¡No, imbécil! ¡Por supuesto que no se ha curado! Me has acuchillado el brazo, ¿recuerdas? ¡Y eres profesor! —Con su brazo bueno se quitó el collar y se lo entregó a Kacy—. Agarra esta mierda y golpéalo a él en la cabeza.
Ahora Dante empezó a calmarse. Incluso le dolía haber insultado a Bertram.
—En fin… Olvídalo, profe. Sobreviviré. He pasado por cosas peores. —Se encogió de hombros.
—Dante, si hay algo que pueda hacer…
—Seguro que sí. Dime dónde puedo vender la maldita piedra.
Cromwell sacudió la cabeza.
—No la vendas, Dante. Solo libérate de ella. Si la conservas, te traerá dolor y sufrimiento.
—No puede ser peor que ahora, ¿no?
—De hecho, sí… —dijo Cromwell, con voz grave—. Hay algo más.
—¿Qué? —Dante seguía apretándose el brazo y haciendo muecas de dolor.
—Mañana al mediodía habrá un eclipse solar. No tengáis la piedra cuando eso suceda.
—¿Por qué no?
—Porque podría ser malo. Esta piedra pertenece a los monjes de Hubal. La estarán buscando y no se detendrán ante nada con tal de devolverla al templo. Vuestra vida se acorta cada segundo que conservéis la piedra.
—¿De verdad? ¿Por qué es tan importante para esos monjes?
—Porque, aunque a ti y a mí pueda parecemos ridículo, los monjes creen que esta piedra azul controla el movimiento de la Luna. Si cae en las manos equivocadas, podría usarse para detener su órbita alrededor de la Tierra.
—¿Es eso malo? —intervino Kacy.
Sabía que estaba diciendo una estupidez, pero el profesor, incluso el museo, la ponía nerviosa. Cuando Kacy estaba nerviosa, balbuceaba, y cuando balbuceaba, decía estupideces. Por eso le encantaba estar con Dante. Él era estúpido y no le molestaba que perdiera los nervios cuando estaba cerca de personas importantes.
Por fortuna, Cromwell no juzgaba a la gente por su inteligencia, ya que, en comparación con él, la mayoría parecía estúpida. Así que respondió a la pregunta de Kacy sin inmutarse.
—Sí, es malo. Para empezar, la Luna controla las mareas, pero ahora lo importante es que mañana al mediodía habrá un eclipse solar. Ahora bien, si los rumores son ciertos, y quien posea esa piedra puede controlar la órbita de la Luna… entonces… ¿Qué crees que estaría planeando esa persona?
Dante no quería parecer estúpido, pero no sabía la respuesta a la pregunta. Tal vez fuera obvio para la mayoría de la gente, pero él no tenía ni idea. Tras un silencio, Cromwell contestó su propia pregunta.
—Si quien tiene la piedra emplea su poder durante un eclipse, podría lograr que el eclipse fuera permanente. Aunque no quiero aburriros con los detalles técnicos, os aseguro que existen bastantes probabilidades de que quien tenga la piedra logre mantener a la Luna alineada permanentemente con el Sol, con el fin de bloquear la luz en Santa Mondega. En otras palabras, la ciudad estaría en total oscuridad durante todos los días del año. Y eso, amigos, solo atraería a bichos raros.
—Coño… —Dante soltó lo primero que le vino a la mente.
—Yo no lo diría de ese modo.
—Pero ¿quién querría que eso sucediera? Dices que la gente desea apoderarse de la piedra, pero seguro que nadie querrá bloquear el Sol… Es una gilipollez —razonó Dante. No le cabía en la cabeza que alguien hiciera algo tan irracional, y no fuera por dinero.
—Estoy de acuerdo, pero, según la leyenda, hay personas que querrían que sucediera.
—¿Como quién?
—No lo sé. ¿Tal vez los adoradores del Diablo? ¿O la gente que es alérgica al Sol y les preocupa el cáncer de piel? Qué más da… Dante, lo importante es que el Ojo de la Luna ha aparecido en Santa Mondega justo antes de un eclipse solar, y en consecuencia, debes preguntarte si alguien lo trajo aquí con eso en mente.
Kacy sintió que se volvía loca. Sabía tres cosas sobre los adoradores del Diablo:
Uno: Adoraban al Diablo. Obviamente.
Dos: Era el tipo de gente que disfrutaba sacrificando a otros seres humanos. Bastante probable.
Tres: Cuando no iban vestidos para los rituales satánicos, parecían personas normales.