A veces, cuando todo está muy oscuro, quieto, y la luna y las estrellas difunden su luz sobre este valle, siento deseos de llorar. La paz es tan elegante… Sin embargo, he visto tanta tristeza aquí…

La sangre y la perfidia que invaden este lugar siempre me han dejado atónita. No es que me den miedo, sino que siempre me han intrigado. Lo único que me queda es desear que estas cosas no se repitan jamás. Ni aquí ni en ningún otro lugar.

También la gente que trata de ayudarme a venir.

Ellos traen sus preocupaciones y sus medicinas. Pero sé que no servirán de nada. Cada vida tiene su propio tiempo y yo ya he vivido mucho más que la mayoría.

No puedo sentir el dolor siempre, pero lo conozco. Es un sentimiento de impotencia. Como vaciarse poco a poco, hora tras hora. A veces me pone triste.

Lo que más me duelen son las piernas. Desearía que quienes tratan de ayudarme pudieran, al menos, quitarme el dolor.

Pero sé que no pueden. Ya he aceptado ese hecho. Con todo, casi nunca duermo. Y estoy muy cansada.

Extraño.

Ser tan vieja y sentir la muerte tan cerca; sin embargo, saber que los ladrones y los oportunistas quieren sacar partido de mí. Supongo que jamás lo entenderé.

Cada uno quiere algo diferente. Cada uno ve lo que le conviene. Y todo llega y desaparece tan deprisa.

No tengo respuesta a estas cosas; sólo preguntas. Quizá en eso resida la cuestión.

Ya no tardarán en llegar.

Si sólo pudiera ver como antes, lo sabría a ciencia cierta.

Aunque, en realidad, eso de haber perdido los sentidos no establece diferencia alguna. En todos estos años, las cosas no han variado demasiado.

Los enamorados vienen a visitarme, agarrados de la mano, y al acercarse a mí susurran promesas y planes. Siempre bendigo su amor.

¿Cómo no hacerlo?

Los ancianos que vienen a verme solos porque han perdido al ser amado son los que más me entristecen. Por lo general, su compañero o compañera ha muerto y puedo ver esa pérdida mientras se me acercan. Siento su dolor cuando se aproximan a mí.

Nunca he tenido un compañero; aun así, siento su dolor y su vacío. Procuro darles toda la fuerza que poseo. Quizá los ayude.

Las voces casi están aquí.

Espero que sean niños. Son los que más me gustan.

Siempre hacen tantas preguntas vehementes. Y siempre referidas al tiempo. Resulta tan difícil para ellos el entender cómo algo que no pueden ver logra cambiar las cosas. Yo también siento esto.

Me encanta, sobre todo, cuando los niños caminan hacia mí y sus ojos se abren desmesuradamente.

Eso siempre me hace recordar.

Y en ocasiones, mientras se encuentran de pie, entre mis patas y ven mi rostro ajado, contemplo sus dulces sonrisas y entonces siento un gran deseo de retroceder todos estos miles de años en mi amado Egipto, y volver a ser joven una última vez.