Capítulo 43
Cuando Rob se acercó a Jane, Hans ya imaginó que habría problemas. Tenía una especie de radar para las situaciones conflictivas, y el lenguaje corporal de Robert era fácil de interpretar.
Rob agarró al niño del brazo y Hans miró al Doctor. Esperaba que éste le ordenara a su hijo no molestar a Jane, pero el Doctor, interrumpido en su discurso, se limitó a registrar la escena un tanto ausente, impasible. Hans sintió una profunda irritación. Observaba cómo luchaba Jane por su hijo, y le gustó comprobar que Rob tenía dificultades para arrancarle el niño.
Cuando Rob soltó al niño y tiró a Jane del pelo, el cuerpo de Hans se tensó al máximo. Volvió a observar al Doctor, pero éste seguía sin moverse. Y entonces Robert acercó su puño al rostro de Jane.
¡Jane!
Hans pudo sentir aún cómo se generó en él una cálida corriente, y registró sólo vagamente una sombra que se aproximaba a Rob, apartando de él al niño. Todo lo demás desapareció de su consciencia, simplemente no existió.
Llegó hasta Rob en tres breves pasos, pero falló en sus propósitos por un sólo segundo. Percibió con todo detalle cómo el puño de Robert alcanzó de lleno el delicado rostro de Jane.
La había besado.
Hans vio cómo Jane caía al suelo, gritando, pidiendo ayuda.
Frágil.
Hubiera hecho más aún si ella no hubiese sido una mujer tan reprimida.
Hans separó una de sus piernas lateralmente y se agachó de modo que fue capaz de subirse cómodamente la pernera del pantalón y sacar su punta de bayoneta de la cartuchera. Mientras volvía a levantarse, su brazo trazó un arco, un movimiento en espiral de abajo hacia arriba, a cuyo término la hoja de su cuchillo se introdujo profundamente en el cuello de Robert, cortando limpiamente la nuez en dos. Robert abrió tanto los ojos que éstos parecieron querer saltar de su rostro. Condujo ambas manos al lugar del que su sangre comenzó a brotar a borbotones. La boca se abrió, pero Hans sabía que sería incapaz de articular sonido alguno. Nadie podría hablar con una herida así.
Mientras Robert se tambaleaba, mirándole con incredulidad desde aquellos ojos aterradoramente abiertos, ocurrió algo extraño con Hans.
Algo le golpeó en la espalda y de repente el mundo se detuvo. O casi todo el mundo. Sólo Jane se movía, muy levemente. Levantó la cabeza y le sonrió. No se advertía en ella herida alguna, Rob no le había hecho daño. Su figura se hallaba envuelta en una especie de halo luminoso; no, no exactamente envuelta, ella misma irradiaba aquella luz. Jane se levantó, situó su rostro a la altura del suyo, los ojos de ambos separados por sólo breves centímetros. Era tan frágil y bella que Hans no pudo soportar su visión, y tuvo que cerrar los ojos.
Pero aún así seguía percibiendo su luz, pues ésta había penetrado en él y cada vez brillaba con mayor fuerza, casi cegándole ahora. Estaba totalmente inmerso en la luz que Jane irradiaba y se entregó a ella sin reservas.
Cuando la luz empalideció, cuando ya no pudo seguir sintiendo a Jane, cuando de repente lo alcanzó el frío, Hans se llevó consigo algo que no recordaba haber sentido jamás.
Felicidad. Era feliz.